Una
cosa es querer predicar y otra muy distinta querer a las personas a quienes
predicamos.
o Un
Abogado puede desarrollar gran habilidad en su profesión, sin amar a sus
clientes.
o Un
comerciante puede hacerse rico, sin amar a sus clientes.
o
PERO
un predicador nunca podrá ser fiel obrero de Cristo si no tiene un profundo
amor hacia las almas perdidas, a quienes predica el Evangelio de la gracia de
Dios.
Hay
mucha satisfacción en poder conmover con elocuencia a un auditorio, y esto
puede llegar a ser una trampa si el predicador no siente amor hacia las almas.
La predicación otorga prominencia al que predica y la tentación de lucirse, y
recibir el aplauso de los hombres ha arruinado a más de un predicador (1 Ti.
3:6).
Nótense
las muchas veces que está registrado que “Él tuvo compasión”. Su corazón estaba
lleno de amor para los pobres pecadores a quienes vina a buscar y a salvar (Mt.
20:34; 14:14; 15:32; Mr. 1:41; Lc. 7:13).
IV. DEBE SER UN ASIDUO ESTUDIANTE DE LA BIBLIA
Puesto
que la Biblia es la suprema autoridad del predicador y el manantial de donde
procede toda su predicación, es imperativo que esté bien familiarizado con el
contenido íntegro de las Escrituras.
Así como
el maestro de música, de matemáticas o de dibujo debe estudiar y entender su
materia antes de poder enseñar eficazmente a otros, el Predicador debe
estudiar la Biblia con devoción y para su propio provecho espiritual, antes de
poder comunicar su mensaje al auditorio.
El
Predicar es tarea difícil pero grandiosa y no debemos olvidar que trabajamos
para el mejor de los maestros. El predicador debe compartir los sentimientos de
David cuando dijo: "No ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me
cuesten nada” (2 S. 24:24).
V. DEBE SABER ORAR
El que
quiere hablar mucho al hombre acerca de Dios, debe hablar mucho con Dios acerca
del hombre. Un ministerio sin oración es un ministerio sin potencia ni
provecho.
En la
oración Dios ha puesto a nuestro alcance una fuerza que puede mover la mano que
mueve al mundo. Sabio en verdad es el que debidamente aprecia y aprovecha constantemente
el tremendo poder que hay en la oración sincera y llena de fe. Aun es verdad
que "Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas" (IS. 40:31).
Si
nuestro Señor vivió en una atmósfera de oración, cuanto más necesaria es que
nosotros vivamos en ella. Debemos orar en relación a cada detalle de nuestra
vida. Se nos manda que "Por nada estáis afanosos, sino sean conocidas
vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de
gracia.
Toda
predicación debe ser santificada por la oración, tanto en su preparación y
presentación, como en el esfuerza por preservar sus resultados.
VI. DEBE LLEVAR UNA VIDA
LIMPIA.
En
el ministerio cristiano una vida santa es algo imprescindible. Un predicador,
más que cualquiera, debe ser irreprochable en su conducta. Debe tener
"buen testimonio de los de afuera" (1 Ti. 3:7). El predicador del
evangelio debe ser bien conceptuado en las esferas domésticas, sociales, comerciales
y eclesiásticas donde se desenvuelve.
No
solamente debe "Predicar la Palabra" sino también "Adornar la
doctrina" (Tit. 2:10). Este Adorno consiste en honradez en los negocios,
veracidad en la conversación, vida moral, mente sana, temperamento ecuánime,
proceder recto y carácter piadoso (Sal. 15: 1-5; 1 Ts. 2:9-12; 1 P. 2: 11,16).
Si la vida
no concuerda con la predicación, la doctrina y la Palabra de Dios serán
blasfemadas (Ro. 2:21-24; 1 Ti. 6:1; Tit. 2:5). Los mundanos se regocijan con
placer diabólico cuando descubren duplicidad o engaño en la vida de un predicador.
Dicen: “Si así se porta un cristiano, mejor me quedo como estoy”.
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