miércoles, 12 de agosto de 2020

EL CREYENTE ABRAHAM

 

Por S. J. (Santiago) Saword

Los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham, Gálatas 3.9. Abraham, el cual es padre de todos nosotros, Romanos 4.16

           En Abraham tenemos el más destacado ejemplo de la fe en toda la Biblia. Somos identificados con él como creyentes y somos hijos espirituales suyos por la fe. Cuando Dios le llamó de su tierra, no había ni una sola palabra de las Sagradas Escrituras en forma escrita; Dios había comunicado sus propósitos a sus escogidos por revelaciones y visiones, como en los casos de Enoc y Noé. Sin embargo, Abraham obedeció por la fe la llamada celestial y, como un niño, puso su mano en la mano de Dios sin vacilar.

Peregrino

            No sabiendo para dónde iba, dejó atrás la ciudad de Ur con su antigua civilización e idolatría, para no volver nunca. Su anciano padre se entusiasmó para acompañarle, aunque Dios no le había llamado. Taré estaba dispuesto a seguir por sólo la mitad del camino, y no cruzó el río. Así, Abraham fue detenido hasta que murió el anciano, y luego se encontró libre para continuar la marcha.

            Muchos creyentes han sido estorbados y detenidos en su progreso cristiano por causa de sus familiares. Nuestro Señor advirtió que los tales no son dignos de ser llamados discípulos suyos; Lucas 14.26,27.

            El río constituía el lindero entre la vida anterior y la nueva. En Génesis 14.13 este hombre recibe un nombre nuevo, Abram el hebreo, el cual significa que procedía del otro lado del río. Así la gente del país reconoció que era extranjero y peregrino entre ellos. El diablo es el autor de confusión y quiere mezclar a los que son de Dios con los que son suyos. “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él”, 1 Juan 3.9

            Al llegar Abraham a Siquem, Jehová se le apareció y le comunicó una promesa muy importante: “A tu descendencia daré esta tierra”. Abraham edificó su primer altar, confesando delante de los cananeos que era creyente en el Dios vivo y verdadero.

            Su altar fue de piedras, de carácter permanente como un testimonio, para ofrecer holocausto y así acercarse a Dios. Cada creyente debe tener su altar familiar, empezando el día con la lectura de la Biblia y la oración, con la familia reunida. Es una práctica que puede ocupar unos diez o quince minutos, según el tiempo disponible. En Hebreos 13.10 leemos que nosotros tenemos un altar. Es Cristo como nuestro Salvador y Sustentador.

            Abraham llegó cerca de Bet-el (casa de Dios), donde plantó su tienda y edificó su segundo altar a Jehová. Allí invocó el nombre de Dios, reconociéndole como Señor soberano. Nos hace recordar Romanos 10.9: “... que, si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”. Para Abraham era un altar de oración y adoración.

Soldado

            Llegamos a Génesis 14 y vemos a este hombre como soldado, impulsado por amor a su sobrino Lot y rescatándole de un enemigo poderoso. Con sólo 318 de sus criados, y los varones Aner y Escol de Mamre como acompañantes, salió Abraham en persecución de los cuatro reyes y sus ejércitos victoriosos. Su fe en Dios le infundió coraje y confianza invencible. Sorprendido el enemigo en un ataque nocturno, fue herido y huyó, dejando atrás los cautivos y los despojos.

            En Efesios 6.11 al 18 el apóstol Pablo nos enseña de las huestes espirituales de maldad que están en contra nuestra. Nos explica la armadura provista para que el creyente pueda defenderse, tal como son el escudo de la fe y la espada del Espíritu. También en 1 Timoteo 6.12 hay la exhortación: “Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna”.

            Es una batalla sin tregua contra el mundo, la carne y el diablo. ¿Cómo vamos a salir en esta batalla que es la vida? ¿Seremos vencedores o vencidos? “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”, Romanos 12.21. Hay una palabra animadora en 1 Corintios 15:57: “Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”.

Anfitrión e intercesor

            En Génesis 18 Abraham es un buen hospedador. Las palabras de Hebreos 13.2 — “... por ella [la hospitalidad] algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” — probablemente se refieren a ese caso. Abraham y Sara agasajaron a visitantes ilustres: “Estando él sentado a la puerta de su tienda en el calor del día ... he aquí tres varones que estaban junto a él ...” Nuestro Señor hace referencia a los que darán comida, etc. en un día venidero a uno de “sus hermanos más pequeños”. Dice que será como darle a él mismo; Mateo 25.40.

            En el mismo capítulo encontramos a este hombre de fe rogándole a Dios por Sodoma. Empieza con cincuenta justos y persevera hasta llegar a diez. ¡Qué paciencia muestra Dios con él! Nosotros contamos con la promesa de 2 Pedro 3.9: “El Señor no retarda su promesa ... sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca”.

Adorador

            La prueba suprema de consagración está narrada en el capítulo 22. Abraham construye su cuarto altar, y es el último porque con éste llegó al cenit de su comunión con Dios. El ofrece a su hijo. En el versículo 5 encontramos la primera referencia en la Biblia a la adoración: “Iremos hasta allí y adoraremos”. ¿Cuál es la calidad de la adoración nuestra? En la cena del Señor, por ejemplo, ¿es superficial, formal, o de todo corazón?

            En el capítulo siguiente Abraham es un ejemplo de honradez en los negocios, cuando compra una parcela para sepultar los restos de su esposa. El no acepta el terreno como regalo ni regateado, sino da el precio completo y los moradores de la tierra observan su conducta.

Amigo

            Abraham se graduó con honores de la universidad de Dios, obteniendo el título de M.A.: Mi amigo. “Pero tú ... descendencia de Abraham mi amigo”, Isaías 41.8. “Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios”, Santiago 2.23.

            En Hebreos 11 vemos que fue su esperanza gloriosa que le hizo peregrino en la tierra. 1 Pedro 1 habla de nuestra esperanza viva, herencia incorruptible y peregrinación. El porvenir del creyente es motivo sobrado para llevar una vida de separación de las cosas de este siglo malo.

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