Es importante procurar
citar las Escrituras con cuidado y fijarnos en las palabras exactas que utiliza
el Espíritu Santo. Por ejemplo, no dice que el Hijo fue enviado “en semejanza
de carne”. Eso negaría su humanidad real. Juan testifica que “aquel Verbo fue
hecho carne, y habitó entre nosotros” (Jn 1.14). Tampoco dice que fue
enviado “en carne de pecado”. Eso significaría que vino con una naturaleza
pecaminosa. Otra vez Juan nos recuerda: “Y sabéis que él apareció para quitar
nuestros pecados, y no hay pecado en él” (1 Jn 3.5).
Entonces, ¿qué aprendemos
de la expresión “en semejanza de carne de pecado”? La frase que sigue nos
informa que fue enviado “a causa del pecado”, o sea, para tratar con el pecado.
De manera fundamental su llegada se debió al pecado nuestro. Trágicamente, toda
carne humana ya venía contaminada por el pecado, y esa es la condición
universal (Ro 3.23). Para poder rescatar a una raza perdida y condenada era
necesario que Dios enviara a su Hijo, no solamente como Hijo de Dios, sino
también como hombre. Para poder salvarnos era necesario que sufriera, muriera,
y resucitara de los muertos, y ninguna de estas cosas habrían sido posibles sin
la encarnación del Hijo de Dios. Entonces, fue enviado “en semejanza de carne
de pecado”, o sea, se parecía a nosotros en todo aspecto observable. Sin
embargo, había una diferencia importante: aunque vino en semejanza de carne de
pecado, nunca fue contaminado por el pecado. El escritor a los hebreos lo
explica así: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de
nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra
semejanza, pero sin pecado” (Heb 4.15). Romanos 8 nos presenta una
esperanza emocionante. Dios quiere librarnos del pecado y erradicar
completamente los efectos del pecado de nuestra humanidad, lo cual hará al
resucitarnos y transformarnos (vv 10-11).
Timoteo Woodford
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