domingo, 6 de diciembre de 2020

“No os afanéis… (Luc 12:22)

 

Hemos pasado un año que no esperábamos pasar como lo hemos hecho. Lo iniciamos en forma eufórica celebrando el año nuevo y deseándonos que el nuevo año sea aun mejor que el anterior. Pensamos en los proyectos que vamos a comenzar, y los que vamos a concretar. Pero ninguno imaginó que lo sucedido en una lejana ciudad del oriente, Wuhan, Hubei China, que iba a afectar de una manera tan global. Casi al comenzar el año, los noticiarios comenzaron a reportar que había aparecido un nuevo virus del cual no se tenía noticias, el cual era potencialmente mortal, sobre todo con los que padecían alguna enfermedad crónica o de base. Lo llamaron COVID-19, porque es de la familia de los coronavirus. En un principio fue una epidemia local, al finalizar enero y comenzar febrero, ya era una pandemia que estaba afectando a muchos países.

            Luego llegó a nuestra tierra. Provocó que en muchos lugares se decretase cuarentena. Miles de persona quedaron sin empleos.  Las reuniones en las congregaciones se cancelaron, por temor de que alguien contagiado contagiase a los demás de forma involuntaria.  Al poco andar, supimos de hermanos que estaban contagiados, que fueron hospitalizados, y tal vez, algunos murieron solos en las salas de aislamientos de aquellas instituciones.

            Este año ha sido de dolor, porque nos han dejado seres queridos que no esperábamos que partieran, y que amábamos profundamente; y otros, han quedado postrados de una manera irrecuperable.

            La cita que da el nombre del título de esta reflexión final, nos indica que no debemos preocuparnos tanto por el porvenir, si bien es cierto que debemos trabajar (cf. 2 Tes 3:10) y proveernos de lo necesario con equilibrio y mesura, a depender completamente de Dios nuestro Padre, tanto en la vida como en la muerte. Tal es nuestra dependencia que deberíamos tenerlo presente incluso en la planificación de un viaje o un nuevo trabajo, deberíamos dejarlo a la plena voluntad de Él. Hagámosle caso a Santiago (4:13-17 cf. Pro 16:3), porque estando bajo la plena dependencia del Padre, aunque puerta de trabajo se nos cierren, o viajes planificados no se concreten, es, de seguro, para mejor.

            En la Escritura tenemos ejemplo de lo que no debemos hacer y de las consecuencias de no poner nuestra confianza en Dios. El rico de la parábola (Lucas 12:16-21) es una de estas personas autosuficientes que encontramos en todas partes de este planeta. Él no leyó, o no hizo caso lo que el Espíritu Santo aconsejó por medio de Salomón en sus proverbios: “No te jactes del día de mañana; Porque no sabes qué dará de sí el día”. (Pro 27:1). Ese rico planificó como si Dios no existiese, como si pudiese él vivir muchos años más para gozar de los bienes que había atesorado en su egoísmo y en su avaricia.

            Pero nosotros no somos como el rico, tenemos un Padre —y recalco esta palabra: “Padre”—que se preocupa por nosotros, que sabe cuantos cabellos nos quedan en nuestra cabeza (Mat. 10:30), que sabe si nuestros calzados están gastados en su servicio o nuestras prendas de vestir están rotas o si hemos comido suficiente o no. Nuestro Padre recompensa a las personas que dan un vaso de agua a sus siervos (Mar. 9:41; Mat. 10:42). Nuestro Padre esta consiente de todo lo que sucede a nuestro alrededor, nada escapa a su mirada escrutadora.

            Hemos sufrido pérdidas de familiares, o la empresa donde se trabajaba cerró y no tenemos trabajo para mantener a nuestra familia y pagar nuestras deudas. Consolémonos confiando que Dios nos cuida y nos da lo necesario. “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Rom 8:28). Pensemos en Job, que Dios permitió a Satanás probarlo quitándole todo lo que poseía (bienes, familia, salud), pero al final la bendición de Dios fue mucho mayor que lo que pudo haber tenido si no hubiese sido probado (Job 42:10).

            Este año ya finaliza, el año nuevo se acerca, esta vez que lo que planifiquemos para el próximo año sea enteramente bajo el control de nuestro Padre Celestial.

            Finalizamos como las Palabras de este hermoso himno escrito por J. Fuller:


I

Que lo sabe todo el Padre,
Es mi certitud,
Y que en gracia él por mí vela,
Con solicitud.
Todo cuanto Dios permita
Obra para bien,
Y deseo solamente
Responderle “Amén.”

II

Bien sé yo que lo futuro
En su mano está;
Con desvelo permanente
El me guiará;
Aunque en mi camino encuentre,
Penas y dolor,
Siempre tras las fuertes pruebas,
Veo su favor.

III

Gusto de contarle cuanto
Me sucede aquí,
Cierto que su buen cuidado
Lega aun a mí,
Y después con buen agrado
De su amor gozar,
Gracias le daré por cuanto
Él me quiera dar.

IV

Confiadamente entonces
Puedo aquí vivir,
Sin recelos ni cuidados
Por mi porvenir;
Pues mi Padre Dios me asiste
Con divino amor,
Siendo aquel que me sostiene
Cristo el Salvador.


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