domingo, 6 de diciembre de 2020

¿Qué es el espiritismo? (2)

 El espiritismo moderno data del siglo pasado. En 1848 vivía en el estado de Nueva York un granjero lla­mado Fox. Tenía dos hijas, una de doce años y otra de nueve. Por circunstancias extraordinarias tuvieron con­ciencia de los esfuerzos hechos por una persona invisi­ble para entrar en contacto con ellas. Estas comunica­ciones tuvieron lugar por medio de golpeteos. Pronto inventaron un alfabeto y el espíritu declaró que era el de un vendedor de biblias que había sido asesinado y que estaba enterrado bajo el piso de esa casa. Se efectuaron las investigaciones pertinentes y en el lugar indicado fueron hallados huesos y cabellos.

Estas extrañas comunicaciones llamaron la aten­ción y el movimiento se esparció tan rápidamente que en 1871 el número de simpatizantes era, según diversos cálculos, de ocho a once millones. Actualmente, el espi­ritismo posee una literatura muy extendida y con ten­dencia a crecer. En general, no se tiene una idea de la extensión que ha tomado la creencia en las relaciones imaginarias con los espíritus de aquellos que han muerto.

Las jóvenes señoras de las que he hablado al princi­pio tenían la impresión de que aquellos espíritus que participaban en sus sesiones de espiritismo eran los de personas que en otro tiempo habían vivido en la tierra. Se equivocaban. El Señor Jesucristo es aquel que tiene "las llaves de la muerte y del Hades" (Apocalipsis 1: 18). Solamente él puede abrir la puerta del Hades para que los espíritus sean liberados; únicamente él puede arrancar un cuerpo de la tumba. Lo hará sólo en dos ocasiones: primeramente, cuando tenga lugar la pri­mera resurrección, cuando a su venida los muertos en Cristo resucitarán en gloria (1 Tesalonicenses 4: 16), y a continuación cuando los malos resucitarán para presen­tarse a juicio (Juan 5: 29). Las relaciones imaginarias con los espíritus de aquellos que han muerto son, en rea­lidad, relaciones con los malos espíritus o demonios que se presentan como personas que han vivido alguna vez en la tierra.

Después de haber hablado largo y tendido con aquellas señoras, tanto que no puedo reseñarlo aquí, insistí ante ellas acerca de lo peligroso que era tener esta intimidad con el diablo y les supliqué que rompieran con tal relación impura. En caso de que persistieran, puse sobre sus conciencias la piedra de toque que da la Palabra de Dios en 1 Corintios 12: 3 y 1 Juan 4:1-4 y les rogué con insistencia que confesaran claramente y sin equívoco la deidad y el señorío de Jesús.

El martes siguiente, algunas personas se habían reunido para la oración y la lectura de la Palabra de Dios, en casa del amigo del cual he hablado. Las tres jóvenes señoras también estaban presentes, después de haber tenido la noche anterior su última entrevista con los espíritus. El relato que hicieron fue horrible de escu­char. Sería muy largo de contar aquí los detalles y poco provechoso excitar una curiosidad malsana en relación con las cosas que Dios ha prohibido tan positivamente. Basta decir que las respuestas dadas fueron tan poco satisfactorias y que la hostilidad hacia la persona de Cristo y la Palabra de Dios tan claramente manifiestas, que se sintieron profundamente alarmadas y juzgaron de una vez por todas que el sistema entero era del dia­blo. Desde aquel momento renunciaron a toda relación con los espíritus.

Si bien han transcurrido muchos años desde aquel día, su recuerdo no se me ha borrado, así como el de la advertencia hecha en el capítulo que leímos, el que habla del Anticristo, "cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentiro­sos" (2 Tesalonicenses 2: 9).

El espiritismo es una cosa real. Sin duda, en más de un caso, se trata de charlatanería; pero encierra tam­bién muchas cosas verdaderamente sobrenaturales. El Espíritu de Dios no es el autor de ellas, porque siempre glorifica a Cristo. No tengo ninguna duda en afirmar que es satánico, es como un anticipo de este "poder engañoso" (v. 11) que caracterizará los días del Anti­cristo.

Las reflexiones que siguen a continuación fueron escritas en la época en que transcurrió el incidente men­cionado. Tenían por objeto ayudar a las tres señoras, más directamente interesadas en este asunto, y a otras personas que pudieran caer en esta trampa del diablo. El mal, lejos de disminuir, aumenta, y todos aquellos que no se han convertido "de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios" (Hechos 26: 18) por el poder salvador del Evangelio, pronto serán arrastrados por el torrente irresistible de la incredulidad y por las mentiras de Satanás.

Aquel que es verdaderamente hijo de Dios no tiene por qué temerle al mal. "Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido, porque mayor es el que está en voso­tros (el Espíritu Santo), que el que está en el mundo (el diablo)" (1 Juan 4: 4). Todo miembro de la familia de Dios debe tener la seguridad actual del perdón de sus pecados: "Os escribo a vosotros, hijitos, porque vues­tros pecados os han sido perdonados por su nombre" (1 Juan 2: 12). Además, todo hijo de Dios posee ahora la vida eterna, una vida a la cual el poder de Satanás no puede tocar: "Yo les doy vida eterna", dice Jesús de sus ovejas, "y no perecerán jamás" (Juan 10: 28), y ade­más: "Aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca" (1 Juan 5: 18). Aun los "hijitos" en la familia de Dios tienen la unción de parte del Santo (o sea que poseen el Espíritu de Dios) y cono­cen la verdad. Saben también que Cristo es la verdad y que toda doctrina, por más verosímil que parezca, pero que tienda a oscurecer su gloria, proviene de Satanás.

"Y ahora, hijitos, permaneced en él" (1 Juan 2:28).

Dios, en el Antiguo Testamento, dice a su pueblo: "No sea hallado en ti... quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adi­vino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas" (Deuteronomio 18:10-12, véase también Levítico 19:31; 20:27). Merced a estos versículos conocemos los pensamientos de Dios relativos a aque­llos que se entregan a tales prácticas, y ello debe bastar a todo hijo de Dios para abstenerse de tener cualquier contacto con aquellos que profesan tener relación con los espíritus, al margen de la cuestión de si estos espíri­tus son buenos o malos. "Quien practique adivinación" o "quien consulte a los muertos" está escrito, y no se nos dice que los buenos espíritus estén exceptuados.

Según el mismo pasaje de Deuteronomio, vemos que consultar a los espíritus y a los muertos era algo común entre los paganos: "No aprenderás a hacer según las abominaciones de aquellas naciones" (v. 9), dice la Escritura. Como habían perdido el verdadero conocimiento de Dios, buscaban suplir tal pérdida con un poder sobrenatural que en realidad era de Satanás, "el dios de este siglo" (2 Corintios 4:4). Pero el pue­blo de Dios no puede actuar de esta manera. Por esta razón Saúl, al subir al trono, exterminó en Israel a todos o a casi todos los evocadores de espíritus y a los echadores de buenaventura. Dios había previsto que su pueblo pudiese conocer su pensamiento por mejores caminos.

En tiempos pasados, Dios hablaba por sueños o directamente por medio de los profetas inspirados por su Espíritu, como así también por el sacerdocio mediante los Urim y Tumim. Debido a que todos estos medios habían fallado, a causa del pecado de Saúl, este desgraciado rey fue conducido a buscar una mujer que consultaba los espíritus (1 Samuel 28). Haber recurrido a esto, lo que estaba prohibido, fue una de las razones de su muerte como juicio de Dios. "Así murió Saúl por su rebelión con que prevaricó contra Jehová, contra la palabra de Jehová, la cual no guardó, y porque consultó a una adivina, y no consultó a Jehová" (1 Crónicas 10: 13-14).

Es evidente que la adivina de Endor no estaba acostumbrada a hacer aparecer a los muertos, a juzgar por su sorpresa al ver a Samuel: el espíritu que ella y sus semejantes decían consultar era un demonio que se presentaba como la persona a la que se deseaba ver. Su espanto al ver a Samuel, a quien parece no reconocer, demuestra claramente que algo extraordinario había tenido lugar. En efecto, era Dios quien intervenía para traer realmente a Samuel de entre los muertos, el cual anuncia de parte de Jehová el juicio que había de caer sobre Saúl. Es digno de mencionar lo que Saúl dice en 1 Samuel 28: 15: "Dios se ha apartado de mí", expre­sión que no tiene el sentido de relación íntima, como lo vemos en la expresión "Jehová", empleada por Samuel en el versículo siguiente.

            En Isaías 8: 19-20, se habla de un pueblo que piensa consultar a su Dios por intermedio de los encan­tadores y adivinos, y el profeta, como sorprendido de que alguien sea tan insensato, pregunta: "¿Consultará a los muertos por los vivos?" Que se consultase a Dios, estaba bien, pero consultar a los muertos por medio de vivos era una locura inexcusable, y entonces somos con­ducidos a la ley y al testimonio que encierran el pensa­miento de Dios revelado, por el cual podemos juzgar cualquier comunicación que tenga la pretensión de venir de Él o de otra fuente.

 

(continuará)

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