Nota:
El extracto es parte de la carta o discurso apologético escrito por un autor
cristiano anónimo a un inconverso llamado Diogneto, para que comprendiese la
“religión de los cristianos”. Se piensa que fue escrita entre el 190 y el 200
d.C, época en que ser cristiano podía significar sufrir una muerte cruel en lo
circos romanos.
Los cristianos no se distinguen del resto de la humanidad ni en la localidad, ni en el habla, ni en las costumbres. Porque no residen en alguna parte en ciudades suya propias, ni usan una lengua distinta, ni practican alguna clase de vida extraordinaria. Ni tampoco poseen ninguna invención descubierta por la inteligencia o estudio de hombres ingeniosos, ni son maestros de algún dogma humano como son algunos.
Pero
si bien residen en ciudades de griegos y bárbaros, según ha dispuesto la suerte
de cada uno, y siguen las costumbres nativas en cuanto a alimento, vestido y
otros arreglos de la vida, pese a todo, la constitución de su propia
ciudadanía, que ellos nos muestran, es asombrosa (paradójica), y evidentemente
desmiente lo que podría esperarse.
Residen
en sus propios países, pero sólo como transeúntes; comparten lo que les
corresponde en todas las cosas como ciudadanos, y soportan todas las opresiones
como los forasteros. Todo país extranjero les es patria, y toda patria les es
extranjera.
Se
casan como todos los demás hombres y engendran hijos; pero no se desem-barazan
de su descendencia. Celebran las comidas en común, pero cada uno tiene su esposa.
Se hallan en la carne, y, con todo, no viven según la carne.
Su
existencia es en la tierra, pero su ciudadanía es en el cielo. Obedecen las
leyes establecidas, y sobrepasan las leyes en sus propias vidas. Aman a todos
los hombres, y son perseguidos por todos.
Se
les desconoce, y, pese a todo, se les condena. Se les da muerte, y aun así
están revestidos de vida.
Son
pobres, y, con todo, "enriquecen a muchos" (2 Co. 6:10). Se les
deshonra, y, pese a todo, son glorificados con su deshonor. Se habla mal de
ellos, y aun así son reivindicados.
Son
escarnecidos, y ellos bendicen (1 Co. 4:22); son Insultados, y ellos respetan.
Al hacer lo bueno son castigados como malhechores; siendo castigados se
regocijan, como si con ello se les diera vida.
Los
judíos hacen guerra contra ellos como extraños, y los griegos los persiguen y,
pese a todo, los que los aborrecen no pueden dar la razón de su hostilidad.
Carta a Diogneto
Los Mejor de Los padres
apostólicos, pág. 292-293, editorial Clie
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