4. Los Recursos del Piadoso en los Postreros Días
Capítulo 4 (continuación)
(V. 9). Pablo ya ha expresado su
deseo de ver a Timoteo, su amado hijo (2 Timoteo 1:2); ahora, en vista de su
pronta partida, él insta a Timoteo a venir rápidamente.
(Vv. 10, 11). Él anhelaba ver a
Timoteo tanto más porque había sufrido la pérdida de un compañero de labores.
Demas había abandonado al apóstol, habiendo amado el mundo presente. No dice
que Demas había abandonado a Cristo, sino que él halló que era imposible
continuar con un representante tan fiel de Cristo y, al mismo tiempo,
mantenerse en buenos términos con el mundo presente. Se debía renunciar al uno
o al otro. ¡Es lamentable! Él abandonó a Pablo y escogió el mundo. Otros se
habían marchado, sin duda alguna, del servicio del Señor. Solamente Lucas
estaba con él. Este fiel compañero de sus activas labores perma-neció con él en
los momentos próximos a su muerte, y el apóstol se deleita en dejar registrado
su devoto amor.
Pablo desea especialmente que
Timoteo traiga consigo a Marcos. Hubo un tiempo cuando Marcos se había alejado
de la obra y del apóstol, a causa de ello, consistentemente rehusó llevarle
consigo en su segundo viaje al servicio del Señor. Juzgó que no sería
provechoso. Evidentemente que este fracaso por parte de Marcos había sido
juzgado y, por lo tanto, todo sentimiento había sido removido, y no se hace
ninguna alusión adicional en cuanto al fracaso. Si esta fuese la única
referencia a Marcos, nosotros no habríamos sabido nunca de algún fracaso en el
servicio. Pablo ya lo había encomendado a la asamblea de los Colosenses
(Colosenses 4:10); ahora desea su presencia, y hace notar especialmente que, en
el asunto mismo en que él había fracasado, este siervo restaurado iba a ser muy
útil, pues, dice el apóstol, "me es útil para el ministerio."
(V. 12). Tíquico, quien
aparentemente había sido enviado anteriormente por el apóstol a Creta (Tito
3:12), fue enviado ahora a Éfeso. Él era uno que estaba dispuesto a servir bajo
la dirección del siervo de Cristo.
(V. 13). El hombre natural podría
pensar que, en este importante cargo pastoral, el apóstol debería dejar de
hablar de un capote y de libros. Nosotros olvidamos que el Dios que ha provisto
para nuestra bendición eterna no descuida nuestras más pequeñas necesidades
temporales. El abrigo que usamos y los libros que leemos no son asuntos que son
indiferentes a Él. En nuestra insensatez podemos pensar que esas cosas están
más allá de Su atención; pensando de este modo, estas mismas cosas - el vestido
que usamos, los libros que leemos - a menudo se convierten en nuestras mayores
trampas.
(Vv. 14, 15). Alejandro no es
mencionado como un maestro del error, como en el caso de Himeneo, ni como
amando este mundo presente como Demas. Él es más bien un activo enemigo
personal del apóstol, y, siendo impulsado por una enemistad personal, sin importar
lo que Pablo dijera, Alejandro se oponía a sus palabras. Tales personas
existían en los días el apóstol, y aún se las encuentra, lamentablemente, en la
profesión cristiana, y son quienes resisten lo que se dice, no porque sea
incorrecto, sino debido a la enemistad hacia la persona que habla. Conscientes
de la injusticia de tales personas, nosotros podemos fácilmente bajar la
guardia y enfrentar a la carne actuando en la carne. El siervo del Señor no
devuelve a una persona como esa mal por mal, ni maldición por maldición. No
dice, 'Yo trataré de lidiar con él conforme a sus obras'; él encomienda todo el
asunto al Señor, y, por lo tanto, puede decir, "el Señor le retribuirá
conforme a sus hechos." (2 Timoteo 4:14 - LBLA). No obstante, él apóstol
advierte a Timoteo que se cuide de él. ¡Cuán lamentable! que existan aquellos
en la profesión cristiana contra los cuales sea necesario advertir a los
santos.
(V. 16). El apóstol encontró en su
día, así como muchos han encontrado desde entonces, que la senda se vuelve más
angosta mientras nos acercamos a la meta. De este modo, hecho comparecer ante
los poderes de este mundo, él tiene que decir, "Nadie estuvo conmigo,
antes todos me abandonaron." (VM). Este trato, que parece despiadado y
cobarde, no hace surgir ningún resentimiento en el corazón de Pablo. Al
contrario, le induce a orar por ellos para que esto "no les sea tomado en
cuenta."
(v. 17). Si todos los demás fracasan
y nos abandonan, las palabras del Señor permanecen siempre verdaderas, "No
te desampararé, ni te dejaré." (Hebreos 13:5). Así Pablo encontró, en el
día en que los santos le abandonaron, que el Señor estuvo a su lado y le dio
"fuerzas". Si, no obstante, el Señor da fuerzas, no son fuerzas para
aplastar a nuestros enemigos, o fuerzas para librarnos de circunstancias
difíciles, sino que es poder espiritual para testificar de Él en presencia de
Sus enemigos. De modo que el apóstol puede decir, "El Señor estuvo a mi
lado, y me dio fuerzas, para que por mí fuese cumplida la predicación, y que
todos los gentiles oyesen." De los registros de las predicaciones de Pablo
sabemos que la predicación era la proclamación del perdón de pecados "por
medio de él" - de Cristo Jesús, el Hombre resucitado en la gloria (Hechos
13:38). Si a Pablo se le habían dado fuerzas para predicar a Cristo, el mismo
Señor ejerció Su poder para librar a Su siervo del peligro inmediato. Así que
él no dice, 'Me libré a mí mismo'; sino que puede decir, "fui librado de
la boca del león."
(V. 18). Además, el apóstol puede
considerar todo con confianza y decir, "el Señor me librará de toda obra
mala, y me preservará para su reino celestial." Como el Salmista puede
decir, "Jehová te guardará de todo mal; Él guardará tu alma." (Salmo
121:7). El reino celestial puede, en efecto, ser alcanzado a través de la
muerte de un mártir, pero el alma será preservada a través de todo mal.
Teniendo en mente este reino
celestial, el fiel siervo de Dios puede finalizar su Epístola prorrumpiendo en
alabanza a Aquel que, a pesar del abandono de los santos, el poder del león o
toda obra mala, preservará a Su pueblo para Su reino - y, "A él sea la
gloria, por los siglos de los siglos. Amén." (VM).
(V. 19). Pablo añade un saludo final
a dos santos, Prisca y Aquila, quienes habían estado asociados con él en sus primeras
labores y habían permanecido fieles a él en sus días finales (Hechos 18:2).
Nuevamente él piensa, también, en la casa de uno que no se avergonzó de sus
cadenas (2 Timoteo 1: 16-18).
(V. 20). Con el interés que no
podemos evitar tener en los movimientos, labores y bienestar de fieles siervos
del Señor, Pablo, en su día, registra el hecho de que "Erastos se quedó en
Corinto" y que había dejado a Trófimo en Mileto enfermo. Por lo visto, el
poder milagroso de sanar que en el curso de su testimonio había sido
tan sorprendentemente utilizado por el apóstol, nunca fue utilizado para
el alivio de un hermano o un amigo. Como alguien ha dicho, 'Los milagros, como
una regla, eran señales para los incrédulos, no un medio de sanación para la
familia de la fe.'
(V. 21). Ningún detalle que
concierne a Sus hijos es demasiado pequeño para que no sea considerado por
nuestro Dios y Padre. Pablo ya había mencionado el capote y los libros; ahora,
él piensa en la estación del año. Timoteo debe esforzarse por venir antes de
que el invierno añada a las privaciones de su jornada.
Tres hermanos y una hermana son
mencionados por su respectivo nombre como enviando saludos a Timoteo junto con
"todos los hermanos", una prueba, no solamente del amor y la estima
en que Timoteo era tenido, sino de la preocupación del apóstol para promover el
amor entre los santos.
(V. 22). Pablo finaliza muy
maravillosamente la Epístola a Timoteo con el deseo de que el Señor Jesucristo
esté con su espíritu. Cuán a menudo nosotros podemos ser correctos en doctrina
y principio, e incluso en conducta externa, y, aun así, todo esto puede ser
estropeado siendo incorrectos en espíritu. Si el Señor Jesús está con nosotros
en Espíritu, nosotros exhibiremos en nuestras palabras y modos "el
Espíritu de Jesucristo." (Filipenses 1:18). Para esto Timoteo y los santos
con él necesitaban gracia; de modo que el apóstol cierra su Epístola con el
deseo de que, “La gracia sea con vosotros."
Que nosotros podamos, también, en
estos tiempos más difíciles, saber cómo fortalecernos en la gracia que es en
Cristo Jesús, que nuestros espíritus puedan ser guardados en presencia de todo
esfuerzo del enemigo para estropear nuestro testimonio despertando la carne.
Necesitamos fidelidad inflexible en el mantenimiento de la verdad, combinada
con la gentileza de Cristo, no sea que se hable mal hasta del camino de la
verdad.
Hamilton Smith (1862/3? - 1943)