por José Naranjo
Dar con liberalidad a
la obra del Señor
El Señor se valió de
dos cosas para introducir esta enseñanza y principio de establecer colecta en
el pueblo del Señor. La primera cosa era una grande hambre anunciada y la
segunda es la gracia de Dios influyendo a su pueblo para estimularlo a
contribuir en una colecta para ayudar a las necesidades de los santos.
· Una grande hambre
anunciada: “Levantándose uno de ellos, llamado Agabo, daba a
entender por el Espíritu que vendría una grande hambre en toda la tierra
habitada.” (Hechos 11:28)
· Una cooperación
prometida: “Solamente nos pidieron que acordásemos de los
pobres, lo mismo que fui solícito en hacer.” (Gálatas 2:10)
· La limpieza de la
colecta: Los ofrendantes se ofrecieron a sí mismos primeramente
sin reserva alguna como sacrificio al Señor: “Mas aun a sí mismo se dieron
primeramente al Señor y a nosotros por la voluntad de Dios.” (2 Corintios 8:5)
· Cuando debía hacerse
la colecta: “Cada primer día de la semana
cada uno de vosotros aparte en su casa, guardando lo que por bondad de Dios
pudiere, para que cuando yo venga, no hagan entonces colectas.” “Pues de su
agrado han dado conforme a sus fuerzas, yo testifico y aun sobre sus fuerzas.”
(1 Corintios 16:2, 2 Corintios 8:3)
· La generosidad para
dar: “Ahora, pues, llevad también a cabo el hecho, para
que como estuvisteis pronto a querer, así también lo estéis en cumplir conforme
a lo que tenéis.” (2 Corintios 8:11)
· La igualdad para
dar: “Cuanto, a la colecta para los santos, haced vosotros
también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia.” (1 Corintios 16:1)
· La honestidad para
guardar y llevar la colecta: “Evitando que nadie
nos vitupere en esta abundancia que ministramos, procurando las cosas honestas,
no sólo delante del Señor, más aún delante de los hombres. Y cuando habré
llegado, los que aprobareis por carta, a estos enviaré que lleven vuestro
beneficio a Jerusalem.” (2 Corintios 8:20, 1 Corintios 16:3)
Ahora veremos cómo
fueron y son impregnados en la gracia de Dios los creyentes para dar con
liberalidad a la obra del Señor:
·
La gracia de Dios a
las iglesias de Macedonia (2 Corintios 8:1)
·
La gracia de los
macedonios en ofrendar para el servicio de los santos, v. 4
·
La gracia de Tito
para estimular a los corintios en ofrendar para los santos, v. 6
·
La abundante gracia
que Pablo deseaba que practicaran los creyentes, v. 7
·
La gracia del Señor
como monumento sobre toda gracia, v. 9
·
La gracia honesta
del portador anónimo que acompañaba a Tito, v. 19
·
Acción de gracias a
Dios por la solicitud de sus siervos en edificar al pueblo del Señor, v. 16
Pienso que hemos
llegado a un tema cuando debemos decir con toda franqueza “la verdad en amor.”
Tratándose de la ofrenda del Señor, ¿han reflexionado algunos hermanos
tesoreros lo que representa ese privilegio? ¿Han pensado que es un sacrificio
ofrecido al Señor? ¿Han meditado que con muchas oraciones es ofrecido ese
donativo para el Señor? ¿Han cavilado que entre los ofrendantes hay muchos
pobres y viudas que de su extrema pobreza han dado al Señor, que haya algunos
acomodados que den muy poco, y que haya algunos muy pobres que den mucho? Este
es juicio que sólo compete al Señor. (Lucas 21:1-4)
Se oye de asambleas que
tienen miles de bolívares atesorados, mientras que hay otras necesidades
latentes en la obra del Señor. Pronto el Señor vendrá y aquellos
administradores tendrán que dejar el tesoro, pero también tendrán conciencia de
pérdida por no haber tenido sabiduría para administrar.” Para el ministerio, en
servir; o el que enseña, en doctrina; el que exhorta, en exhortar; el que
reparte, hágalo con simplicidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia,
con alegría.” (Romanos 12:7,8)
Es justo que
congregaciones que aspiran tener su local propio tengan su reserva para el
momento de fabricar, y que toda asamblea tenga su reserva para casos fortuitos,
como entierros y otras necesidades. Pero eso de amontonar dinero no es bíblico.
Apartando aquellas necesidades nombradas, los ancianos deben tener sabiduría
para repartir equitativamente el excedente en la obra del Señor. Al principio
de la Iglesia los apóstoles se ocuparon en la oración y el ministerio de la
palabra de Dios; los diáconos se ocuparon en servir o repartir. (Hechos 6:1-6)
El pueblo del Señor contribuía espontáneamente para las necesidades de la obra.
Fatalmente siempre ha
habido mayordomos infieles, sin capacidad para ministrar los intereses de la
obra del Señor, y sin temor alguno meten la mano y disponen del tesoro del
Señor para su provecho personal. Esto acontece porque algunos se hacen
absolutos. No llaman a consultar con tres o cuatro de sus hermanos responsables
para indagar qué hacer con el tesoro del Señor.
Llama la atención dos
casos de mucha honestidad en las ofrendas de los tiempos de los reyes de
Israel, cuando el estado espiritual del pueblo estaba en muy baja temperatura.
“No se tomaba cuenta a los hombres en cuyas manos el dinero era entregado, para
que ellos lo diesen a los que hacían la obra; porque lo hacían fielmente. Y que
no se les cuente el dinero cuyo manejo se les confiare, porque ellos proceden
con fidelidad.” (2 Reyes 12:15, 22:7)
En vista, pues, de
evitar los desmanes que escandalizan a los flacos, recomendamos que los
ancianos deben ser hombres y no niños. Debemos tratarnos con confianza, audacia
y gracia para juntarse y pedir al hermano responsable del dinero que muestre el
libro, el dinero o la libreta bancaria donde deposite el dinero. El hermano no
debe enojarse porque se haga este arqueo de caja periódicamente, pues no se
pide cuenta de lo que es de él, sino de lo que es ajeno. “El que es fiel en lo
poco, también en lo más es fiel.”
Otro de los problemas
es el de un solo hermano llevando esa carga, y hasta algunos llevan varios
tesoros sin organizar bien su asunto que puede estar en peligro. En caso de
muerte aparecen herederos de donde menos se espera. Hace poco tiempo murió un
miembro de una asamblea, quien tenía cierta posición económica y muchas veces
había hablado de dejar parte de sus bienes para la obra del Señor, pero como la
cosa no fue bien arreglada, el heredero cargó con todo.
Bien, los hermanos que
guardan el tesoro de la asamblea deberían ser hermanos de tres solvencias:
·
solvencia moral, sin
acusación de afuera, ni de sus hermanos adentro
·
solvencia conyugal,
sin acusación de su esposa e hijos
·
solvencia económica,
a lo menos sin deuda con nadie (1 Timoteo 3:4-7, Romanos 13:7,8)
Después
de esto, si el dinero está en un instituto, el depositante no podrá sacar el
dinero sin consentimiento de otro hermano; o, un hermano deposita el dinero y
otro tiene la libreta. Este último debe tener franqueza y valor para percibir
la libreta del depositante cada vez que se lleve dinero al banco.
Creo que hemos hablado
con llaneza. Nuestro motivo es hacer bien al pueblo del Señor para que no pase
por esas experiencias amargas de mayordomos infieles e inescrupulosos. Puede
ser que la intención de algunos no es hacer daño a la obra del Señor, pero el
terreno del Señor es lugar santo y hay que quitar los zapatos de los pies. (Éxodo
3:5) Nosotros no podemos juzgar los motivos o el espíritu del hombre, pero sí
es cierto que tras una capa de piedad se oculta la avaricia como la Balaam,
Giezi o Ananías y Safira, y nuestro más caro y sincero deseo es librar a la
asamblea del fraude y librar a un hermano que caiga en juicio del Señor por su
pecado.
Son contados los
mayordomos imitadores de José. La norma más elevada de José fue el temor de
Dios, joven que pudo aprovechar de la abundancia de la casa de su señor, de
adquirir todo lo que pudiera por imponer una amenaza de intimación y acusación
moral a la esposa de Potifar. Pero José era fiel; sobre todo tenía presente que
había otro mayor que Faraón y Potifar a quien tenía que dar cuenta.
Si ante todas las cosas
ponemos la gloria del Señor primero, el negocio, la familia o la asamblea va a
prosperar porque Dios no es defraudado. “Así halló José gracia en sus ojos y
servíale; y él le hizo mayordomo de su casa y entregó en su poder todo lo que
tenía.” (Génesis 39:4) En cuanto aparecen las ambiciones personales, se trocan
en codicia o avaricia, y a este pecado le importa poco traspasar las vallas que
Dios ha puesto en sus linderos.
Siba era siervo de la
casa de Saúl, y cuando la misericordia de David se mostró para con la casa de
Jonatán, Siba fue ascendido a mayordomo de los bienes de Mefiboset. Muy humilde
se mostró Siba cuando recibió el encargo. “Respondió Siba al rey: Conforme a
todo lo que ha mandado mi señor el rey a su siervo, así lo hará tu siervo.” (2
Samuel 9:11) Pero en lo que los bienes de su señor empezaron a prosperar, tuvo
envidia. Y, como la envidia trabaja en secreto, supo esperar hasta que llegó su
ocasión, de modo que con presentes y audacia maquinó para enredar y calumniar a
su señor ante el rey.
Por lo general tales
personas, cuando son confrontadas, nunca dicen la verdad. Giezi dijo: “Tu
siervo no ha ido a ninguna parte.” (2 Reyes 5:25) Judas dijo: “¿Por qué no se
ha vendido este ungüento por trescientos dineros, y se dio a los pobres?” (Juan
12:5) “¿Vendisteis en tanto la heredad?” Si, en tanto, dijeron Ananías y
Safira. (Hechos 5:1-10)
No hay que pensar que
solamente mayordomos son los que administran el dinero del Señor; todos somos
mayordomos. Es verdad que unos tiene más cargos que otros. “Porque a cualquiera
que le fue dado mucho, mucho será vuelto a demandar de él, y al que
encomendaron mucho, más le será pedido.” (Lucas 12:48) Parece que a uno le fue
dado en la mano y a otro en el cerebro. También parece que el Señor no pedirá
cuenta del volumen sino de la calidad. “Bien, buen siervo fiel, sobre poco has
sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.” (Mateo 25:21)
Muchos mayordomos
perdieron sus privilegios por infidelidad. Rubén perdió su mayordomía por
inmoral. (Génesis 49:3,4) Abiatar perdió el sacerdocio por desleal. (1 Reyes 2:26,27)
Israel perdió la mayordomía por infiel. (Lucas 20:9-19, 16:1,2)
De la cita última
sacamos muchas lecciones que nos ayudan y nos estimulan a portarnos bien. “Mas
ahora se requiere en los dispensadores, que cada uno sea hallado fiel.” (1
Corintios 4:1,2) Esta historia de Lucas 16:1,2 es elocuente y diáfana al
revelarnos que nada se oculta a la sabiduría del Señor:
·
El mayordomo acusado: “Este fue acusado
delante de su señor como disipador de sus bienes.” v.1
Por más secreto que el
hombre quiera trabajar, no puede encubrirse de la presencia de Dios. El hombre
puede poner el biombo de las cuatro cortinas a los cuatro puntos cardinales,
pero no hay caparazón para ocultar de arriba los ojos del Infinito. Acán tomó
el anatema en secreto y cometió el doble delito de enterrarlo en su tienda.
Aunque los hijos no lo supieron, él los contaminó y cayeron en el juicio
también por el pecado del padre.
Lo mismo sucede en la
asamblea. El pecado en secreto enoja a Dios, afecta la familia del pecador,
estanca la asamblea sin bendición, contrista el Espíritu del Señor y enciende
un fuego que caldea la conciencia del delincuente, si éste es hijo de Dios.
·
El mayordomo reprobado: “¿Qué es esto que
oigo de ti? Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no podrás más ser mayordomo.”
v. 2
Esta es una destitución
inmediata y para siempre. Aquel mayordomo debía saberlo, que Dios ha dicho: “Yo
honraré a los que me honran, y a los que me tienen en poco serán viles.” (1
Samuel 2:30) He aquí una de las cosas por lo cual Pablo se preocupaba: “Antes
hiero mi cuerpo y lo pongo en servidumbre; no sea que, habiendo predicado a
otros, yo mismo venga a ser reprobado.” (1 Corintios 9:27)
Israel traspasó los
límites; pensó que Dios sin Israel sería un fracasado. Se atrevió hasta poner
condiciones: “Simiente de Abraham somos, y jamás servimos a nadie.” (Juan 8:33)
Creyeron que el pacto que Dios concertó con ellos obligaba a Dios soportar sus
transgresiones. Así puede haber hombres en la iglesia, que se ponen por encima
de sus hermanos. Dicen: “Que nadie me diga nada.” Siendo injertados en la
oliva, creen que ellos pueden sustentar a la oliva, y disponen de las cosas del
Señor a su antojo.
El arca pudo ser tocada
por las manos de los filisteos, pudo ser metido en el templo de Dagón, pudo
aceptar ofrendas de tumores y ratones de oro, pudo ser llevado en un carro
tirado por vacas. Pero Dios no tolera que los que conocen su palabra miren
irreverente dentro del arca. (1 Samuel 6:1-20)
·
El mayordomo preocupado: ¿Qué haré que mi
señor me quita la mayordomía? Cavar no puedo, mendigar tengo vergüenza.” v. 3
La preocupación del
mayordomo no era arrepentimiento según Dios. Era preocupación según el mundo,
mucho afán por las cosas temporales. Bastardas ambiciones le tupieron la mente,
y no llegó a decir ¿qué pensará Dios de mí?
Tratar las cosas del
Señor de una manera liviana, sin que la persona demuestre un vivo dolor
profundo por su pecado, arranca sospechas, tales como el sujeto no tiene la
raíz de vida; es muy liviana, sin peso alguno, o no tiene intenciones de
resarcir el daño. Dios no queda desagraviado con decir: “Es verdad, yo dispuse
de la cosa, y yo lo pago.” Aunque lo pagará, le costará mucho al sujeto
recuperar la confianza del pueblo del Señor. El israelita tenía que pagar el
daño con cuatro tantos.
·
El mayordomo habituado: ¿Cuánto debes a mi
señor? Cien barriles de aceite ... Cien coros de trigo... Tu obligación será
por cincuenta ... Tu obligación será por ochenta...” vv. 6,7
Ya el mayordomo había formado un hábito en su
vida, hábito que terminaría en un destino. Había perdido el temor y la
vergüenza, habiendo sido recriminado y despedido por su señor, recurre al
chantaje y continúa en el fraude. Dijo para sí: “El mal está hecho, mejor es
ayudarme,” olvidando que “un abismo llama a otro” hasta ser “retenido con las
cuerdas de su pecado.”
Aunque el Señor tomó la
habilidad malvada de este hombre para ponerla por estímulo a la perspicacia
espiritual que el creyente debe tener para el reino de los cielos, la conducta
de aquel hombre quedó sellada ante la opinión de aquellos deudores. “Ninguno
vive para sí.” ¿Cuánta influencia tenemos ante los demás para bien o para mal?
La mala conducta de un evangélico puede ser vehículo que conduzca almas al
infierno, hasta sus propios hijos.
Se ha dicho que todo lo
que el mundo puede ver de Cristo aquí, lo ve en los creyentes.