viernes, 26 de noviembre de 2021

LA EPÍSTOLA A LOS EFESIOS (5)

 

Por E. W. Rodgers

V ¾ Capítulo 3; El misterio

Hay una interrupción en el primer versículo del capítulo 3, como sucede a veces en los escritos de Pablo. El punto con que el apóstol comienza no vuelve a figurar hasta el versículo 14, donde encontramos la segunda de sus grandes oraciones a favor de los santos. (La primera comienza en el 1.15).

            Pablo habla de sí como el “prisionero de Jesucristo por vosotros los gentiles”. Él no es solamente un siervo/esclavo y un apóstol de Jesucristo, sino un prisionero también. Sabía la verdadera causa de la cadena romana. Fue que él había sido comisionado por el Señor para predicar el evangelio de la gracia de Dios a los gentiles. Esto molestaba sobremanera a los judíos, ya que Pablo insistía que la salvación era de gracia por fe, y que las obras no valían, ni siquiera las obras judías. Los judíos, por lo tanto, fomentaban opinión en contra de él, dando a pensar que estaba formando una secta nueva para oponerse no sólo a ellos sino a también a las autoridades romanas.

            En el primer versículo del capítulo siguiente él dirá que es un preso en el Señor, o, se podría decir, en el servicio del Señor. Su ojo estaba puesto siempre en Jesús, supremo y por encima de todas las circunstancias terrenales, por adversas que fuesen bajo el régimen funesto de Nerón. [“Prisionero” y “preso” son una misma palabra en el griego.]

            Él consideraba esta circunstancia un gran honor. Por cierto, tres veces en esta sección Pablo habla de la gracia de Dios que le había sido confiada: 3.2,7,8. Él fue el pionero de la obra evangelística entre los gentiles. Cual fariseo de los fariseos, judío en toda su preparación y cultura cuando joven, esta consideración para con los gentiles era muy contraria a su naturaleza, pero le había sido manifestada la gracia de Dios en su conversión, y ésta le impulsaba ahora a proclamar el evangelio a los no judíos por cuanto había sido comisionado a esta labor.

El misterio

            Pablo había recibido una revelación especial. Ahora, “un misterio” no es una cosa misteriosa. Es una verdad que había sido guardada como un secreto, pero ahora es dado a conocer “entre los que han alcanzado madurez”, como expresa 1 Corintios 2.6. Así como en los tiempos del apóstol había sociedades o círculos que divulgaban sus misterios sólo a los adeptos, el “misterio” del evangelio es conocido sólo por los que han sido iluminados por el Espíritu de Dios.

            Este secreto había sido comunicado a Pablo por revelación divina, y es el tema de los capítulos 1 y 2 que hemos examinado. Es a esto, parece, que se refiere al decir en 3.3 que “antes lo he escrito brevemente”, y aquellos creyentes comprenderían el misterio claramente al haber leído hasta este punto en la epístola. Es “el misterio de Cristo”, definido como “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”, Colosenses 4.3 y 1.27.

            De que los gentiles iban a ser bendecidos es algo que se contemplaba con cierta claridad en los escritos del Antiguo Testamento. Pablo cita pasajes relevantes al escribir su tesis a los Romanos: a saber, “llamaré pueblo mío”, 9.25,26; “un pueblo que no es un pueblo”, 10.19,20; “los gentiles esperarán en él”, 15.9 al 12; “aquellos a quienes nunca les fue anunciado, verán”, 15.21. Pero la idea de que ellos serían bendecidos en igualdad con los judíos, y sin necesidad de hacerse judíos, era algo de un todo novedoso. Por cierto, no había sido revelado a la humanidad hasta la época de los apóstoles y profetas del Nuevo Testamento posterior al gran derramamiento del Espíritu Santo en el Día de Pentecostés. Los creyentes gentiles serían coherederos de la promesa en Cristo, Efesios 3.6.

            Este fue el evangelio que Pablo predicaba, y que en otra parte llama “mi evangelio”, ya que su peculiaridad estaba en el hecho de que el judío y el gentil fueron puestos a un mismo nivel, sujetos a las mismas condiciones, y concedidos los mismos privilegios cada cual ante el otro. Nada de esta índole se puede encontrar en el Antiguo Testamento, y por lo tanto es un error interpretar el Antiguo Testamento como relacionado con la Iglesia, la cual es el cuerpo de Cristo.

            Una referencia al pasaje paralelo en Colosenses 1.26 dejará claro que la palabra como en Efesios 3.5 no tiene el sentido de una comparación para dar a entender que se trata de algo revelado parcialmente pero no “como ahora es revelado”. Más bien, ambos pasajes afirman el total encubrimiento del asunto hasta su revelación a Pablo y otros. Pero cierto, nada puede ser más claro que el 3.9 que afirma que este misterio ha sido escondido en Dios desde los siglos. De veras era un propósito eterno, o “el propósito eterno”, 3.11.

            Pablo equipara este “misterio” con el “propósito” de Dios. Aquel propósito se centra en, y gira en torno de, Cristo. Abarca a todos aquellos que han puesto “la fe en él”, 3.12,13. ¡Qué conjunto heterogéneo eran, diferentes en características, disposiciones, posición social y antecedentes! Pero Dios en su sabiduría polifacética pudo atender a semejante mezcla de personas, ponerlas todas en un mismo plano, unirlas por una fe común en su Hijo, incorporarlas en un mismo Cuerpo, designar a todas como coherederos con Cristo y copartícipes de la promesa. Dios diseñó que, en el tiempo presente, y no sólo en el futuro (véase en 2.7) los poderes espirituales invisibles en lugares celestiales aprendieran por medio de la Iglesia qué había logrado la multiforme sabiduría divina.

            En vez de estar “lejos”, y Dios a distancia lejana, ahora tenemos libertad de palabra (“seguridad y acceso con confianza”) ante él, 3.12. Ninguno tiene que temer al estilo de Ester 4.16; todos pueden acercarse confiadamente.

            Así define Pablo este “misterio”, enfatizando que estaba escondido, pero es revelado ahora y confiado a él cual depositario favorecido. Declara que su alcance incluye a los gentiles, que éste era su servicio o ministerio específico, y que el objetivo a la vista actualmente es la manifestación de la variada sabiduría de Dios a los seres incorpóreos por medio de la Iglesia.

            Siendo así, ¿por qué debería desanimarse el pueblo de Dios a causa de las tribulaciones de Pablo? Si él mismo podía regocijarse en ellas, Colosenses 1.24, ¿no han debido ellos gloriarse a causa de las mismas, Efesios 3.13?

            Pablo relaciona todo con su auténtica fuente: Dios. Reconoce que sus labores en el evangelio han sido “según la operación de su poder”. Sabe también que antes de la creación original (ya que fue Dios que creó todas las cosas, 3.9) existía un propósito eterno, y él consideraba un alto privilegio no sólo el hecho de permitir divulgar las buenas nuevas, sino también participar en los sufrimientos que estriban de ese privilegio.

La oración de Pablo

            Ahora en el 3.14 Pablo vuelve a la oración interrumpida en el primer versículo del capítulo. En humilde dependencia en Dios dobla sus rodillas ante el Padre de quien toma nombre toda paternidad en los cielos y en la tierra (o, por ejemplo, “toda la familia de creyentes en el cielo y en la tierra”).

            Su oración contempla lo que vimos en el capítulo 1, a saber, que las tres Personas de la Trinidad participan activamente en la realización de los consejos de Dios. Por lo tanto, aquí se dirige al Padre; es el Espíritu quien imparte fuerza al hombre interior; y la oración es que Cristo asuma su morada en los corazones de ellos por fe. O sea, él desea que Cristo more permanentemente en sus corazones y que ellos cuenten con el conocimiento consciente y experimental de esto en la medida en que su fe abrace y se valga del hecho de que Cristo es en ellos “la esperanza de gloria”, Colosenses 1.27. No se conforma con una experiencia ocasional, sino ora que sea una decisión firme y entera; el tiempo del verbo habite es el aoristo.

            Esto no es cuestión de una apreciación apenas académica o mental; precisamos ser fortalecidos por el Espíritu de Dios en el hombre interior, como expresa 2 Corintios 4.16: “Aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día”. Como individuos debemos ser “arraigados” en su amor, y como una           congregación debemos ser “cimentados” en el mismo, 3.17. De esta manera, y como consecuencia (como da a entender el término “seáis ... capaces” en griego) estaremos en condiciones de “comprender con todos los santos” cuáles sean las dimensiones del misterio que ha sido realizado por la operación de este amor.

            Sin entrar en los tecnicismos de la diferencia entre te y kai en el griego, no hacemos una base adecuada para decir que el 3.18 se relaciona con el misterio y el 3.19 con el amor. Son inseparables. Algunos opinan que llegamos a comprender las dimensiones de la esfera en que el consejo divino encuentra su cumplimiento, y luego llegamos a conocer el amor que lo ocupa. El hogar conyugal preparado por el novio no puede ser separado del amor que lo prepara, y así es aquí. Por vasto que sea el “misterio”, como vimos al estudiar el 2.1 al 10, el amor es igual de vasto. Reflexione, por ejemplo, en las honduras que Cristo conoció en su amor:

 

¡Oh, profundo amor de Cristo,

vasto, inmerecido don!

Cual océano infinito,

ya me inunda el corazón.

Me rodea, me sostiene

la corriente de su amor;

Llévame continuamente

hacia el gozo del Señor.

 

            Reflexione en las alturas a las cuales nos ha llevado. Lea de nuevo los versículos finales del capítulo 1. Medite en la anchura y su inclusión, sin dejar de considerar la longitud que se extiende desde la eternidad pasada hasta un futuro sin fin. Es un amor eterno.

            Se afirma en el 3.19 que “el amor de Cristo” excede todo conocimiento. Aquí es una ciencia, un conocimiento, que supera a las demás. Es la paradoja de conocer lo que excede el conocimiento. La meta de todo esto a la postre es que seamos llenos de toda la plenitud de Dios, o “en la medida de toda la plenitud”. No podemos ser llenados con aquella plenitud, por cuanto lo finito no puede contener lo infinito, pero, así como una botella vacía flota en el océano y el océano entra en la botella, o, como nosotros estamos en el aire y el aire está en nosotros, así también podemos estar en “toda la plenitud de Dios”, (todo lo que Él es) y ella en nosotros. Por esto mismo oró el Señor Jesús: “... para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti; que ellos también sean uno en nosotros”, Juan 17.21.

            El versículo 20 se relaciona con la oración que hemos venido considerando. Dios puede hacer abundantemente más de lo que Pablo está pidiendo o aun pensando, según el poder que está operando en él, el cual operó en Cristo, según se expresa en el 1.20. La doxología de alabanza se conforma con todo lo que precede: gloria en la Iglesia y gloria en Cristo Jesús “por todas las generaciones de todas las edades, por la eternidad. Amén”. (Biblia Textual)

            La expresión “gloria en la iglesia” hace saber que la Iglesia tendrá un lugar distintivo en los siglos eternos. Sea lo fuera que Dios haga con otras “familias” de los redimidos, 3.15, la Iglesia guardará para siempre su distinción especial por ser en ella que Cristo fijó su amor y se dio a sí mismo.

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