V ¾ Capítulo 3; El misterio
Hay una interrupción en el primer versículo del capítulo 3, como sucede a veces en los escritos de Pablo. El punto con que el apóstol comienza no vuelve a figurar hasta el versículo 14, donde encontramos la segunda de sus grandes oraciones a favor de los santos. (La primera comienza en el 1.15).
Pablo habla de sí como el “prisionero de Jesucristo por vosotros los gentiles”. Él no es solamente un siervo/esclavo y un apóstol de Jesucristo, sino un prisionero también. Sabía la verdadera causa de la cadena romana. Fue que él había sido comisionado por el Señor para predicar el evangelio de la gracia de Dios a los gentiles. Esto molestaba sobremanera a los judíos, ya que Pablo insistía que la salvación era de gracia por fe, y que las obras no valían, ni siquiera las obras judías. Los judíos, por lo tanto, fomentaban opinión en contra de él, dando a pensar que estaba formando una secta nueva para oponerse no sólo a ellos sino a también a las autoridades romanas.
En el primer versículo del capítulo
siguiente él dirá que es un preso en el Señor, o, se podría decir, en el
servicio del Señor. Su ojo estaba puesto siempre en Jesús, supremo y por encima
de todas las circunstancias terrenales, por adversas que fuesen bajo el régimen
funesto de Nerón. [“Prisionero” y “preso” son una misma palabra en el griego.]
Él consideraba esta circunstancia un
gran honor. Por cierto, tres veces en esta sección Pablo habla de la gracia de
Dios que le había sido confiada: 3.2,7,8. Él fue el pionero de la obra
evangelística entre los gentiles. Cual fariseo de los fariseos, judío en toda
su preparación y cultura cuando joven, esta consideración para con los gentiles
era muy contraria a su naturaleza, pero le había sido manifestada la gracia de
Dios en su conversión, y ésta le impulsaba ahora a proclamar el evangelio a los
no judíos por cuanto había sido comisionado a esta labor.
El misterio
Pablo había recibido una revelación
especial. Ahora, “un misterio” no es una cosa misteriosa. Es una verdad que
había sido guardada como un secreto, pero ahora es dado a conocer “entre los
que han alcanzado madurez”, como expresa 1 Corintios 2.6. Así como en los
tiempos del apóstol había sociedades o círculos que divulgaban sus misterios
sólo a los adeptos, el “misterio” del evangelio es conocido sólo por los que
han sido iluminados por el Espíritu de Dios.
Este secreto había sido comunicado a
Pablo por revelación divina, y es el tema de los capítulos 1 y 2 que hemos
examinado. Es a esto, parece, que se refiere al decir en 3.3 que “antes lo he
escrito brevemente”, y aquellos creyentes comprenderían el misterio claramente
al haber leído hasta este punto en la epístola. Es “el misterio de Cristo”,
definido como “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”, Colosenses 4.3 y
1.27.
De que los gentiles iban a ser
bendecidos es algo que se contemplaba con cierta claridad en los escritos del
Antiguo Testamento. Pablo cita pasajes relevantes al escribir su tesis a los
Romanos: a saber, “llamaré pueblo mío”, 9.25,26; “un pueblo que no es un
pueblo”, 10.19,20; “los gentiles esperarán en él”, 15.9 al 12; “aquellos a
quienes nunca les fue anunciado, verán”, 15.21. Pero la idea de que ellos
serían bendecidos en igualdad con los judíos, y sin necesidad de hacerse
judíos, era algo de un todo novedoso. Por cierto, no había sido revelado a la
humanidad hasta la época de los apóstoles y profetas del Nuevo Testamento
posterior al gran derramamiento del Espíritu Santo en el Día de Pentecostés.
Los creyentes gentiles serían coherederos de la promesa en Cristo, Efesios 3.6.
Este fue el evangelio que Pablo
predicaba, y que en otra parte llama “mi evangelio”, ya que su peculiaridad estaba
en el hecho de que el judío y el gentil fueron puestos a un mismo nivel,
sujetos a las mismas condiciones, y concedidos los mismos privilegios cada cual
ante el otro. Nada de esta índole se puede encontrar en el Antiguo Testamento,
y por lo tanto es un error interpretar el Antiguo Testamento como relacionado
con la Iglesia, la cual es el cuerpo de Cristo.
Una
referencia al pasaje paralelo en Colosenses 1.26 dejará claro que la palabra como en Efesios 3.5 no tiene el sentido
de una comparación para dar a entender que se trata de algo revelado
parcialmente pero no “como ahora es revelado”. Más bien, ambos pasajes afirman
el total encubrimiento del asunto hasta su revelación a Pablo y otros. Pero
cierto, nada puede ser más claro que el 3.9 que afirma que este misterio ha
sido escondido en Dios desde los siglos. De veras era un propósito eterno, o
“el propósito eterno”, 3.11.
Pablo
equipara este “misterio” con el “propósito” de Dios. Aquel propósito se centra
en, y gira en torno de, Cristo. Abarca a todos aquellos que han puesto “la fe
en él”, 3.12,13. ¡Qué conjunto heterogéneo eran, diferentes en características,
disposiciones, posición social y antecedentes! Pero Dios en su sabiduría
polifacética pudo atender a semejante mezcla de personas, ponerlas todas en un
mismo plano, unirlas por una fe común en su Hijo, incorporarlas en un mismo
Cuerpo, designar a todas como coherederos con Cristo y copartícipes de la
promesa. Dios diseñó que, en el tiempo presente, y no sólo en el futuro (véase
en 2.7) los poderes espirituales invisibles en lugares celestiales aprendieran
por medio de la Iglesia qué había logrado la multiforme sabiduría divina.
En
vez de estar “lejos”, y Dios a distancia lejana, ahora tenemos libertad de
palabra (“seguridad y acceso con confianza”) ante él, 3.12. Ninguno tiene que
temer al estilo de Ester 4.16; todos pueden acercarse confiadamente.
Así
define Pablo este “misterio”, enfatizando que estaba escondido, pero es
revelado ahora y confiado a él cual depositario favorecido. Declara que su
alcance incluye a los gentiles, que éste era su servicio o ministerio
específico, y que el objetivo a la vista actualmente es la manifestación de la
variada sabiduría de Dios a los seres incorpóreos por medio de la Iglesia.
Siendo
así, ¿por qué debería desanimarse el pueblo de Dios a causa de las
tribulaciones de Pablo? Si él mismo podía regocijarse en ellas, Colosenses
1.24, ¿no han debido ellos gloriarse a causa de las mismas, Efesios 3.13?
Pablo relaciona todo con su
auténtica fuente: Dios. Reconoce que sus labores en el evangelio han sido
“según la operación de su poder”. Sabe también que antes de la creación
original (ya que fue Dios que creó todas las cosas, 3.9) existía un propósito
eterno, y él consideraba un alto privilegio no sólo el hecho de permitir
divulgar las buenas nuevas, sino también participar en los sufrimientos que
estriban de ese privilegio.
La oración de Pablo
Ahora en el 3.14 Pablo vuelve a la
oración interrumpida en el primer versículo del capítulo. En humilde
dependencia en Dios dobla sus rodillas ante el Padre de quien toma nombre toda
paternidad en los cielos y en la tierra (o, por ejemplo, “toda la familia de
creyentes en el cielo y en la tierra”).
Su oración contempla lo que vimos en
el capítulo
Esto no es cuestión de una
apreciación apenas académica o mental; precisamos ser fortalecidos por el
Espíritu de Dios en el hombre interior, como expresa 2 Corintios 4.16: “Aunque
este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se
renueva de día en día”. Como individuos debemos ser “arraigados” en su amor, y
como una congregación debemos
ser “cimentados” en el mismo, 3.17. De esta manera, y como consecuencia (como
da a entender el término “seáis ... capaces” en griego) estaremos en
condiciones de “comprender con todos los santos” cuáles sean las dimensiones
del misterio que ha sido realizado por la operación de este amor.
Sin entrar en los tecnicismos de la
diferencia entre te y kai en el griego, no hacemos una base
adecuada para decir que el 3.18 se relaciona con el misterio y el 3.19 con el
amor. Son inseparables. Algunos opinan que llegamos a comprender las
dimensiones de la esfera en que el consejo divino encuentra su cumplimiento, y
luego llegamos a conocer el amor que lo ocupa. El hogar conyugal preparado por
el novio no puede ser separado del amor que lo prepara, y así es aquí. Por
vasto que sea el “misterio”, como vimos al estudiar el 2.1 al 10, el amor es
igual de vasto. Reflexione, por ejemplo, en las honduras que Cristo conoció en
su amor:
¡Oh, profundo amor de Cristo,
vasto, inmerecido don!
Cual océano infinito,
ya me inunda el corazón.
Me rodea, me sostiene
la corriente de su amor;
Llévame continuamente
hacia el gozo del Señor.
Reflexione
en las alturas a las cuales nos ha llevado. Lea de nuevo los versículos finales
del capítulo 1. Medite en la anchura y su inclusión, sin dejar de considerar la
longitud que se extiende desde la eternidad pasada hasta un futuro sin fin. Es
un amor eterno.
Se
afirma en el 3.19 que “el amor de Cristo” excede todo conocimiento. Aquí es una
ciencia, un conocimiento, que supera a las demás. Es la paradoja de conocer lo
que excede el conocimiento. La meta de todo esto a la postre es que seamos
llenos de toda la plenitud de Dios, o “en la medida de toda la plenitud”. No
podemos ser llenados con aquella plenitud, por cuanto lo finito no puede
contener lo infinito, pero, así como una botella vacía flota en el océano y el
océano entra en la botella, o, como nosotros estamos en el aire y el aire está
en nosotros, así también podemos estar en “toda la plenitud de Dios”, (todo lo
que Él es) y ella en nosotros. Por esto mismo oró el Señor Jesús: “... para que
todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti; que ellos también sean
uno en nosotros”, Juan 17.21.
El
versículo 20 se relaciona con la oración que hemos venido considerando. Dios
puede hacer abundantemente más de lo que Pablo está pidiendo o aun pensando,
según el poder que está operando en él, el cual operó en Cristo, según se
expresa en el 1.20. La doxología de alabanza se conforma con todo lo que precede:
gloria en la Iglesia y gloria en Cristo Jesús “por todas las generaciones de
todas las edades, por la eternidad. Amén”. (Biblia
Textual)
La expresión “gloria en la iglesia” hace saber que la Iglesia tendrá un lugar distintivo en los siglos eternos. Sea lo fuera que Dios haga con otras “familias” de los redimidos, 3.15, la Iglesia guardará para siempre su distinción especial por ser en ella que Cristo fijó su amor y se dio a sí mismo.
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