La Epístola de Santiago
Santiago
es rico y abundante en admoniciones. Si fue tan necesario las reconvenciones de
Santiago en el principio de la iglesia, ¡cuánto más hoy día se necesitan de
estas advertencias! La iglesia está en pleno desarrollo, y juntamente con su
crecimiento se van introduciendo en ella individuos, caracteres, voluntades y
mentes que sólo pueden ser arrancados con la bendita azada de la palabra de
Dios. Santiago tiene la propiedad de hablar fuerte porque consideraba la
enfermedad por el grado de infección; de acuerdo a la gravedad del mal, así
aplicaba el remedio.
Siempre ha habido mentes que creen
que la ruina moral en que ha caído la sociedad puede superarse con la
educación, el deporte o el ejercicio de la libre voluntad. Esos científicos de
las letras tienen la cabeza muy grande y miran el corazón de la humanidad
reducido como el de ellos mismos; parecen ignorar que todo el mal del mundo
radica en el corazón humano. Así piensan los religiosos también. Muchas sectas
hay desengañadas porque no encontraron la perfección del claustro anacoreta, o
por la abstinencia y laceración del cuerpo. Han cambiado de proceder y creen
conseguir el remedio para la decadencia espiritual por contemporizar con el
mundo y ponerse a tono de la generación presente. Ese es el fin que persigue el
Concilio Ecuménico y las convenciones protestantes. Eso no es nuevo; en los
primeros siglos había unos que se llamaban docetistas que pensaban
perfeccionarse por la carne. (Colosenses 2:23) Los esenios judaizantes
“prometían a sus discípulos un acercamiento a Dios por medio de lo que apela a
los sentimientos”.
Todas estas plantas dañinas impulsaron a Santiago y a los
demás apóstoles a escribir fuertemente para arrancar este mal que ha
proliferado en todos los tiempos en la iglesia. Veo en el primer capítulo de
Santiago siete personas representativas de sendos caracteres.
1.
El
creyente escaso de sabiduría (Santiago 1:5)
De
nuestra devoción depende la sabiduría que viene de Dios. Él administra su
sabiduría gradualmente según la capacidad del deprecante. Por más que la
ciencia se aumente tendrá sus limitaciones, pero la sabiduría de Dios es
infinita, y cuando tengas ochenta años escudriñando del arcano tendrás que
empezar de nuevo, porque ni aun la mitad de la grandeza de su sabiduría
revelada te ha sido descubierta. Tampoco la sabiduría de Dios consiste en la
verbosidad, ni en la dialéctica elocuente de la retórica. El sabio dijo: “El
principio de la sabiduría es el temor de Dios; buen entendimiento tienen todos
los que practican sus mandamientos; su loor permanece para siempre”. (Salmo
110:10)
De modo que la base para alcanzar la sabiduría de arriba
es la fe. Siendo Dios benévolo, quiere que el creyente se acerque a él con
confianza. (Hebreos 11.8) La puerta de su gracia se abrirá en bendición para
los que en él esperan de veras.
2.
El
creyente inconstante (Santiago 1:8)
¡Cuánta
alegría nos produce ver en los creyentes la firmeza de su fe, de su carácter y
de sus convicciones! El autor del Salmo 46 fue uno de esos hombres que podemos
llamar “cedros de Dios”. Las tribulaciones lo templaron de tal modo que su
influencia ha contaminado a otros para repetir lo mismo. “Dios es nuestro
amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos,
aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar”.
Pablo, otro gigante de la fe, dice: “¿Quién nos separará del amor de Cristo ...
En todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”.
(Romanos 8:35)
Algunos necesitan pasar por duras experiencias para
aprender de la firmeza de la fe en Cristo: como Pedro, como Jonás, como Lot. La
inconstancia ha hecho pacto con el perjuicio, la duda y la incredulidad. La
redención de la inconstancia cuesta muchas lágrimas.
3.
El
creyente de diferente condición (Santiago 1:9-11)
Es difícil contentarnos con lo que
tenemos. Siempre estamos inconformes; sólo en el estado eterno y perfecto,
donde no habrá desigualdad ni injusticia, tendremos un cuerpo adaptado a
aquella nueva patria. “Cada uno en el estado en que fue llamado, en él se
quede”. (1 Corintios 7:20) Hay que tener en cuenta que la conformidad no nace con
uno; es algo que se aprende. Pablo lo aprendió y lo enseñó: “Sé vivir
humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado”.
(Filipenses 4:12)
Se necesita mucha gracia de Dios para sentir y tener el
mismo espíritu de Agur: “No me des pobreza ni riqueza; mantenme del pan
necesario”. (Proverbios 30:7-9)
4.
El
creyente sensual (Santiago 1:13-15)
La prueba viene de Dios; la
tentación viene del diablo. No obstante, es una tentación permitida de acuerdo
a las fuerzas del hombre que la pueda resistir de frente, aguantar encima,
rechazar victorioso, o correr para no caer. Es la falta de vigilancia contra el
enemigo, la intemperancia y la falta de ejercicio, que dan pábulo a la
ociosidad y la tentación.
El gran hombre dijo que “bueno les fuera quedarse como
yo”. (1 Corintios 7:8) También dijo: “Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en
servidumbre, no sea que, habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser
eliminado”. (1 Corintios 9:27)
5.
El
creyente espejo que no refleja (Santiago 1:22-24)
Si un espejo se pone al frente de una luz, esperamos una
correspondencia, porque el espejo refleja la luz. La palabra de Dios es luz y
nosotros como espejo obtenemos doble beneficio: la luz que recibimos, y la luz
que reflejamos. Siempre será criticable un poste sin luz, o un espejo oscuro
sin reflejo. Samaniego el fabulista dijo: “Dijo la zorra al busto después de
olerlo, tu cabeza es hermosa, pero sin seso”. Como éste hay muchos, que parecen
hombres, pero son sólo bustos.
6.
El
creyente acústico y diligente (Santiago 1:25)
Este no echa a sus
espaldas la palabra de Dios. Semejante a Pablo dice: “Señor, ¿qué quieres que
haga?” Reacciona como Josías, redargüido: “Luego que el rey oyó las palabras de
la ley, rasgó sus vestidos”. Como el eunuco impresionado por la lectura
preguntó: “¿De quién el profeta dice esto, de sí mismo, o de algún otro?” Este
es el creyente que recibe luz y da luz. (Hechos 9:6, 2 Crónicas 34:19, Hechos
8:35, Mateo 5:14-16)
7.
El
creyente religioso, vano o puro (Santiago 1:26-27)
Ciertamente hay creyentes cuya
lengua no fue redimida a no fue bautizada. Muy buenas obras son paralizadas o
reducidas a la impotencia por la perversidad de la lengua. Una religión de
palabras no cuesta mucho.
La religión pura es práctica, activa, comunicativa.
Dorcas le dio expresión a su religión. Bernabé, Filemón y otros muchos nos han
dejado un ejemplo patente de su religión constructora; ésta es la religión que
propende al lustre del evangelio y la gloria de Jesucristo.
8.
El
hermano falto de sabiduría (Santiago 1:5-7)
Generalmente
nacemos tan estúpidos como el pollino de asno montés, y a medida que nuestros
pecados se aumentan nos hacemos cerreros e indómitos; luego, semejante al
pollino donde subió el Señor para entrar en Jerusalén, al tener contacto con
Cristo se tornó manso y servil. También en el hombre nacido de nuevo, su mayor
deseo es alcanzar la sabiduría que viene de arriba, que no se consigue en las
celdas del seminario, ni en las aulas del liceo, ni en los textos más
sobresalientes de filosofía.
El mismo Santiago recomienda lo que
él hizo. “Pídala a Dios”. Si este Santiago era pariente del Señor, sabemos que
sus padres eran pobres, y que tampoco tuvo la oportunidad de ir a las escuelas
rabínicas. De Cristo dijeron: “¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado?”
(Juan 7:15) Entonces el empeño de Santiago, al recibir a Cristo como su
Salvador, fue adquirir sabiduría de lo alto. La sabiduría oculta sólo es
revelada a los humildes. (Mateo 11:25) Se nos manda a pedir sabiduría, pero
pedirla con fe. La sabiduría de Dios no está en antagonismo con la ciencia
humana. Es cuando el hombre se llena la cabeza de sus conocimientos que se
hincha, y pone en tela de juicio el poder de Dios. (1 Corintios 1:21)
Que el hermano o
hermana aprenda, se instruya, alcance uno o más diplomas, yo me congratulo,
pero que su sabiduría terrena no rivalice con la sabiduría que viene de Dios.
Antes, sus conocimientos sean puestos a los pies de nuestro Señor, de quien
recibimos todo lo que somos y tenemos.
9.
El
hombre inconstante (Santiago 1:8)
A nosotros mismos que no somos
perfectos nos incomoda ver la informalidad de los otros. ¡Cuánto más Dios que
es santo tres veces se entristece al ver nuestra falta de constancia. El
salmista, como se conocía a sí mismo, tenía temor de ser desleal, y rogó al
Señor: “Sea mi corazón íntegro en tus estatutos, para que no sea yo
avergonzado”. (Salmo 119:80)
Poncio Pilato fue hombre de doble
ánimo. Tan pronto estaba para reconocer la inocencia del Señor, y muy pronto
para castigarle y condenarle. Agripa y Félix eran hombres de doble ánimo,
convencido e indeciso el primero, temblando, pero aplazando el segundo. Doble
ánimo es el reverso de lo que el Señor enseñó: “Vuestro hablar sea: Sí, sí, no,
no; porque lo que es de más de esto, de mal procede”. (Mateo 5:37) La persona
de doble ánimo dice sí, y no; promete y no cumple, empieza y no
sigue, presta y no paga. Sigue la conducta de “los cretenses, siempre
mentirosos”. (Tito 1:12)
La firmeza de carácter tiene un poderoso incentivo para
el testimonio personal y para el evangelio. “El que aun jurando es daño suyo,
no por eso cambia”. (Salmo 15:4) Hace poco salí de un culto y vi como un joven
creyente se acercó para saludar a una joven, creyente también. Hablaban muy
animados cuando otra joven creyente le dijo a la segunda: “No le hagas caso,
Fulana, porque él es muy mentiroso”. Yo enseguida pensé: Si él es mentiroso en
su círculo, ¿qué será fuera de él?
10.
El
hermano que es de humilde condición (Santiago 1:9)
Dios les ha confiado a unos riquezas,
y a otros les ha dado pobreza. “De más estima es el buen nombre que las muchas
riquezas”. (Proverbios 22:1) El pobre se consuela en la esperanza de días
mejores. Las promesas del Señor las cree por fe. “... para una herencia
incorruptible, incontaminada, reservada en los cielos para vosotros”. (1 Pedro
1:3-5)
Esta confianza hace que el creyente hable con toda
certitud, y aun se vanaglorie de su cercana exaltación. Que el hermano rico
deponga la altivez, y dé lo mismo que el Señor le presta. Que haciendo bien
procure atesorar para la vida eterna. (1 Timoteo 6:17-19)
11.
El
varón que sufre la tentación (Santiago 1:12-15)
El mundo está puesto en maldad y
ello envuelve una serie de profundas tentaciones. Por eso reconocemos que es
una lucha que estamos librando; si no fuera por la presencia del Señor con
nosotros, desde cuándo hubiéramos desmayado y caído. Cada una de las cartas a
las iglesias de Apocalipsis termina diciendo, “al que venciere”, y cada vez hay
una promesa de superada bendición que no puede compararse con las tentaciones
soportadas en este mundo.
Como dijo Don Guillermo Williams de Romanos 8: “Ninguna
condenación, v. 1; ninguna equivocación, v. 28; ninguna discriminación, v. 32;
ninguna separación, v.
12.
El
que se olvida de sí mismo (Santiago 1:22-24)
Este está expuesto también a “olvidar la purificación de
sus antiguos pecados”, (2 Pedro 1:9) La palabra de Dios es viva, y si no deja
señales indelebles en nuestro ser, y cicatrices en nuestra conciencia, es
porque todavía tenemos corazones de piedra. Es patente que el que se olvida de
sí mismo, es porque ha olvidado primero cosas muy nobles y sagradas. Olvidó su
amor para el Señor; olvida los cultos; olvida los deberes para con su familia;
olvida la consideración a sus hermanos; se descuida con su misma persona. No
está loco, sino que viene a ser el inconstante del versículo 8.
13.
El
hacedor de la obra (Santiago 1:25)
Este corresponde a las tres bases: “Que la edificación de
Dios que es por fe ... amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y
de fe no fingida”. (1 Timoteo 1:4,5) Lee su Biblia con meditación; va al culto
y oye con reverencia. Este sube con Cristo al monte de su santidad. Alcanza la
sabiduría por el temor reverente a Dios. Vive confiado sin temor del mal,
porque la palabra de Dios es su baluarte. Hace y levanta una obra porque confía
en lo que Dios dice. “Este es el sabio, cuyas palabras son como aguijones”. (Eclesiastés
12:11)
14.
El
hombre religioso (Santiago 1:26-27)
Parece que la lección de Santiago es
que la marca de una persona religiosa es su caridad piadosa más que sus
palabras; o también sus enseñanzas van respaldadas por su conducta y obras prácticas.
Hablar mucho sobre el tema del amor, sin tener amor práctico; disertar con
mucha sabiduría sobre la fe, sin haber sido probada; hablar muy abundante sobre
la paciencia “sin tener su obra completa”; explicar con mesura sobre la
templanza y “devorar las casas de las viudas, y por pretexto hacer largas
oraciones” (Lucas 20:46,47) — todo esto es pura hipocresía. Pero mucho bien
hace “la lengua del sabio, la lengua sana, la lengua apacible”. (Proverbios
12:18, 15:4)
José Naranjo
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