6. Sifra y Fúa
Dios es “el Autor de la Vida”. (Hechos 3:15)
“Porque en Él vivimos, y nos movemos, y somos”. (Hechos 17.28)
La historia está en Éxodo 1.15-22.
“¿Por qué habéis hecho esto, que habéis preservado la
vida a los niños?”, les preguntó el rey de Egipto a las parteras, Sifra y Fúa.
Mucho tiempo antes, cuando hubo hambre en Canaán, Jacob y su familia se mudaron
a Egipto. Como sabemos, su hijo José había salvado a los egipcios del hambre y
llegó a ser gobernador de aquella nación. Pero pasaron cuatrocientos años y los
hebreos se habían multiplicado. El nuevo rey no sabía nada de José y
consideraba a los israelitas como una amenaza.
Sus oficiales oprimían a los hebreos con dura servidumbre
a fin de exterminarlos. Pero cuanto más los maltrataban, más se multiplicaban.
De manera que el rey mandó a las parteras, Sifra y Fúa, que mataran a los niños
hebreos al nacer, dejando vivas a las niñas.
Pero estas parteras temían a Dios, así que no siguieron
las órdenes del rey de Egipto, sino que salvaron la vida de los varones recién
nacidos. Es claro que ellas sabían en su corazón que habían sido llamadas a
preservar vidas. El resultado fue la liberación y bendición de Dios para su
pueblo.
Sin embargo, cuando Faraón preguntó por qué habían preservado
la vida de los niños, Sifra y Fúa se refugiaron en una media mentira,
respondiendo que las mujeres hebreas eran robustas y sus niños habían nacido
antes de que ellas llegaran. Tal vez había algo de verdad en lo que decían,
porque las hebreas estaban acostumbradas a trabajar fuertemente. Pero si las
parteras hubieran declarado simplemente su deseo de obedecer a Dios, quizás
habrían recibido una liberación milagrosa.
Sifra y Fúa recibieron la aprobación de Dios por haber
arriesgado sus propias vidas, mostrando compasión a tantos niños. Fueron
recompensadas de dos maneras: tuvieron el gozo de ver a la nación de Israel
hacerse más fuerte y más numerosa y también recibieron la bendición de Dios
sobre sus propias circunstancias.
Estas parteras son un testimonio contra la práctica del
aborto. Hemos notado que Dios es el Autor de la Vida y Él dijo: “Yo hago morir,
y yo hago vivir” (Deuteronomio 32.39). La vida de cada persona comienza en el
momento de su concepción en la matriz de la madre. En el Salmo 139 el rey David
alaba a Dios, diciendo: “Tú formaste mis entrañas; Tú me hiciste en el vientre
de mi madre”, y en el Salmo 22.10: “Desde el vientre de mi madre, Tú eres mi
Dios”.
Así como estas parteras, debemos tener una fuerte convicción en cuanto a la santidad de cada vida humana. Algunas mujeres se han sometido a un aborto sin entender que el feto en su matriz es un ser humano, y el mensaje del Señor para ellas es: “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados” (1 Juan 1.9).
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