“Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás Tú, oh Dios” (Salmo 51:17).
La historia está en 2 Samuel 11,12.1-25
y Reyes 1.11-31.
En vez de ir a la guerra y luchar contra el enemigo, el
rey David se quedó en Jerusalén. Una tarde, paseándose por la terraza de su
palacio, miró fuera y vio a una hermosa mujer bañándose, y preguntó quién era.
Al saber que era Betsabé, la esposa de Urías, el rey ordenó que la mujer fuese
traída a su presencia y se acostó con ella. Los dos cayeron en adulterio. Luego
ella regresó a su casa y un tiempo después Betsabé le mandó a decir a David que
estaba embarazada.
El rey David fue “el dulce cantor de Israel” (2 Samuel
23.1), el autor de salmos que han consolados a millones, y fue llamado por Dios
“el varón conforme a mi corazón” (Hechos 13.22). Pero desgraciadamente la
triste historia del rey David y Betsabé es muy conocida aun por personas que
saben poco de la Biblia, pues ha sido presentada en libros y en el cine hasta
el día de hoy.
Pero, ¿qué dicen las Escrituras de aquella hermosa mujer?
Era hija de Eliam, un oficial del ejército del rey. Su esposo, Urías, un
general en quien David confiaba, estaba involucrado en la guerra contra los
amorreos. La parábola de Natán indica que Urías y Betsabé vivían en armonía.
Algunos piensan que David obligó a Betsabé a tener relaciones
sexuales con él y que, como él era rey de la nación, ella no podía rehusarse.
Pero un tiempo antes de que esto ocurriera, la sabia mujer Abigail dio un buen
consejo a David: “Reflexiona y ve lo que has de hacer” y en esa ocasión se
evitó un desastre (1 Samuel 25.17). Años después la reina Vasti, otra mujer
hermosa, tuvo el valor de rehusar exhibirse delante del rey Asuero y sus
embriagados visitantes.
“La mujer cristiana debe mantener una perspectiva clara
de la santidad de Dios. Ella tiene que pensar anticipadamente cuán destructivas
son las consecuencias del pecado y evitar poner a un hombre en una posición
tentadora”, comentó Gien Karssen.
Betsabé no era una joven sin experiencia en la vida, sino
una mujer casada con un hombre disciplinado, y procedía de una familia del
pueblo de Dios. Aunque la Escritura no lo dice directamente, hemos de concluir
que ella fue cómplice en aquel hecho vergonzoso. En primer lugar, la mujer hizo
mal en bañarse donde otros la podían ver. Podría haber rehusado ir al palacio y
cometer adulterio con David. Urías, su esposo, era un hombre honrado y su
esposa le fue infiel.
¡Cuán tristes fueron los resultados de aquel hecho!
Betsabé salió embarazada y se lo hizo saber al rey. David fue responsable por
la muerte de Urías. Después del período de luto, David mandó que Betsabé fuera
llevada al palacio y se casó con ella. Más tarde nació su hijo. Pero “esto que
David había hecho, fue desagradable ante los ojos de Jehová” (2 Samuel 11.27).
Hubo un lapso de un año entre los capítulos 11 y 12 de 2
Samuel. Durante ese tiempo, la mano dura de Dios estaba sobre David. Su lucha
espiritual se describe en el Salmo 51, y el Salmo 32 habla del perdón. Entonces
Dios envió al profeta Natán para que hablara con David. Natán le contó la
parábola del capítulo 12 y le dijo que él era el hombre culpable. Vergüenza y
enemistad dentro de la familia de David fueron profetizadas por Natán, lo cual
resultó en consecuencias angustiosas para David, Betsabé y la nación. El niñito
que nació de aquella relación adúltera murió y parece que David se sometió al
juicio de Dios.
El arrepentimiento es primeramente personal, pero el
remordimiento de David, como se revela en estos dos salmos, parece ser también
el de Betsabé. Los dos pecaron, se arrepintieron y ambos recibieron el perdón,
aunque la ley judía exigía la muerte. Dios mostró su gracia y Natán dijo:
“Jehová ha remitido tu pecado; no morirás” (2 Samuel 12.13).
En cuanto a la vida de Betsabé, a pesar de haber sido
cómplice en el pecado de David, vemos que más adelante ella fue una buena
influencia sobre el rey. Llegó a ser respetada y su vida reflejó un verdadero
arrepentimiento y un deseo de agradar al Dios que la había perdonado.
Más tarde nació Salomón, hijo de Betsabé y David, y él
heredó el trono de su padre. Antes de su nacimiento, el Señor le prometió a
David que Salomón sería el rey después de él (1 Crónicas 22.9). Pero Adonías,
otro hijo de David, usurpó el trono. Mostrando dignidad y sabiduría, Betsabé,
con la ayuda del profeta Natán, confrontó a David cuando sus fuerzas
disminuían. Le recordaron que Salomón iba a ser su sucesor (1 Reyes 1). Después
de la muerte de David fue establecido el reino de Salomón.
La genealogía en Mateo 1 es la de José, el esposo de
María, la madre de nuestro Señor. Allí leemos que “el rey David engendró a
Salomón de la que fue mujer de Urías”. Por la gracia de Dios ella es incluida
en el versículo entre los ascendientes de José. El linaje de María también está
registrado en las Escrituras y en Lucas 3.31-32 aparece el nombre de Natán,
otro hijo de David y Betsabé. Así que un hijo de esta mujer fue ascendiente del
Señor Jesucristo.
Las Escrituras no revelan las emociones de Betsabé, pero
parece que después de su arrepentimiento ella dejó atrás su pasado y vivió una
vida útil. A pesar de haber sido culpable con David, ella fue una ayuda al rey,
y una mujer cuyos hechos reflejaron el verdadero arrepentimiento y un deseo de
agradar a Dios.
El apóstol Pablo escribió: “olvidando ciertamente lo que
queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al
premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3.13-14).
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