En los capítulos 30 y 31 de Isaías, encontramos unas palabras dichas a Israel, que también son muy buenas para nosotros en los tiempos de angustia. Escuchando diariamente los diferentes problemas de otros, hemos escudriñado la Palabra de Dios para ver cuál es el camino de liberación en tales circunstancias.
Miremos
lo que Él dice: ¡La primera instrucción es negativa! “¡Ay de los que descienden
a Egipto por ayuda”! Esta frase la encontramos repetida en los dos capítulos
que tenemos a la vista: por lo tanto, lector, si estás en angustia o
dificultad, ¡no desciendas a Egipto! Egipto es una figura del mundo. Como hijo
de Dios que eres, no busques ayuda en los del mundo, en los que no son
creyentes. Abraham bajó a Egipto en el tiempo del hambre, para escapar del
sufrimiento, pero se metió en peores circunstancias y dificultades allí, que no
solamente lo afectaron a él personalmente y a su familia inmediata, sino
también a sus descendientes por siglos futuros, usando a Agar la egipcia como
instrumento. PARECE a veces, que los del mundo nos ayudan, pero, en realidad,
solo nos traen más complicaciones.
La
vieja naturaleza que está en nosotros, fácilmente nos desvía para buscar ayuda
y alivio entre los amigos o familiares incrédulos, pero cuando buscamos al
mundo no fácilmente nos podemos desprender de él. Muchas veces hemos visto a
creyentes metidos hondamente en Serias dificultades, porque buscaron alivio de
alguna angustia (tal vez relativamente pequeña o liviana) entre los mundanos,
procurando encontrar ayuda en el camino de la carne o sea de Egipto.
Notemos
que aquel pueblo era culpable del pecado de incredulidad. “¡Ay de los hijos que
se apartan, dice Jehová, para tomar consejo, y no de mí; para cobijarse con
cubierta, y NO DE MI ESPIRITU, añadiendo pecado a pecado!” La Palabra está
llena de promesas maravillosas de liberación de parte de Dios, el Dios
Todopoderoso, y es pecado tenerlas en poco e irse al mundo para buscar la ayuda
miserable que ofrecen los incrédulos, aun cuando sean amigos muy estimados.
“Invócame en el día de la angustia: Te
libraré, y tú me honrarás” Sal. 50.15. Al hacer así. recibírnosla verdadera
ayuda que necesitamos y eso trae gloria a Dios. ¿Por qué bajar del nivel tan
alto donde estamos en el Señor, para buscar o esperar la ayuda del hombre?
Hermano,
cuando te encuentres en circunstancias duras y penosas, BUSCA LA AYUDA DE DIOS
y solamente de Él. Los proyectos del hombre, aun cuando sean muy sabios e
inteligentes, conducen siempre al creyente a hacer lo que es desagradable a
Dios y alejan su propia alma de la comunión con El. “La fortaleza de Faraón se os
tornará en vergüenza, y el amparo en la sombra de Egipto en confusión” v, 3.
Instrucción Positiva
En
el versículo siete empieza la instrucción positiva: “Ciertamente Egipto en vano
e inútilmente dará ayuda: por tanto, yo le di voces, que su fortaleza sería
ESTARSE QUIETOS”. Esto nos recuerda de Isaías 40.31: “Mas los que esperan a
Jehová tendrán nuevas fuerzas”: y del Salmo 27.14: “Aguarda a Jehová;
esfuérzate, y aliéntese tu corazón: sí, espera a Jehová”.
La
primera cosa, entonces, que hay que hacer cuando nos encontramos perplejos es
“estarse quietos”, Hay una razón muy importante del porqué de esto.
Primeramente, se necesita considerar y escudriñar el corazón para entender por
qué ha venido la dificultad, perplejidad o prueba de la vida. Si no entendemos
el porqué de ello podemos, con ligereza de carne, meternos más hondamente en la
dificultad.
En
las esquinas da las calles en las ciudades grandes hay unas luces rojas que se
encienden de vez en cuando para dar la señal al tráfico de “pararse”. Nuestra dificultad
puede ser como esa luz, una señal para pararnos en nuestro camino, tal vez un,
camino fuera de la voluntad de Dios. Sin duda Dios quiere, por medio de esa
prueba o dificultad, dirigirnos a otro camino, el camino que Él quiere que
sigamos.
Las
dificultades del pueblo de Israel fueron siempre causadas por el pecado; habían
desobedecido a Dios. Insistieron en que los profetas les profetizaran no “lo
recto” sino “cosas halagüeñas” v. 10. Es muy notable y muy triste que en las
épocas cuando Israel desobedeció a Dios, no quería oír nada acerca de sus
pecados. Esta condición es muy común entre los creyentes hoy día y la única
liberación viene por confrontar el pecado honestamente, arrepentirse y
confesarlo. Israel no lo hizo y, hasta hoy sufre las consecuencias, por lo
tanto, no ha sido librado. Si tú estás en alguna prueba o ansiedad reconoce tu
pecado, confiésalo y espera pacientemente en el Señor, para que Él te enseñe si
hay algo en tu vida o conducta que te está causando sufrimiento. Hay muchas angustias
en esta vida que no se pueden evitar, pero nos causa verdadero asombro, a
veces, notar que algunos creyentes deliberadamente se causan dificultad a sí
mismos, por su propia conducta mala o necia. Si Dios te enseña que estás
equivocado, cambia tus caminos o tu proceder.
“Su
fortaleza sería estarse quietos”, v. 7. Mientras estamos esperando en el Señor,
debemos tener la seguridad que Él nos va a librar. Unos creen que Dios se
complace en afligir a sus hijos, pero la Palabra de Dios nos muestra que no es
así: “Muchos son los males del justo; más de todos ellos lo librará Jehová”
Sal. 84.19. “Empero Jehová esperará para tener piedad de vosotros...porque
Jehová es Dios de juicio: bienaventurados todos los que le esperan” v. 18; Lam.
3.31-33.
Muchas veces, Dios espera hasta que quitemos
el pecado o la desobediencia que obstruye. “El Dios de todo saber es Jehová, y
a él toca el pesar las acciones” 1 S. 2.3.
Cuando
quites todo estorbo de tu vida y corazón: “el que tiene misericordia se
apiadará de ti; en oyendo la voz de tu clamor te responderá” v. 19.
Es
mucho más fácil aguantar la angustia o aflicción si tenemos plena seguridad que
Él nos va a librar a su tiempo. Lo que aumenta la pena es el temor y la falta
de fe al no esperar en El para librarnos. Recibimos fuerza y aliento cuando
sabemos que Él va a obrar a nuestro favor. ¡Qué consuelo es saber que “en
oyendo la voz de tu clamor te responderá” v. 19; Dn. 3:17!
En
el versículo 20 vemos algo del propósito de Dios en afligir. “Bien que os dará
el Señor pan de congoja y agua de angustia, con todo, tus enseñadores nunca más
te serán quitados, sino que tus ojos verán tus enseñadores”. El resultado de la
aflicción, cuando escudriñamos nuestro corazón y esperamos quietamente en el
Señor, es que aprendemos sabiduría para la vida. Muchos pueden testificar, con
gozo y bendición, de lo que han aprovechado por medio de las angustias.
La
mañana de la resurrección sólo podía seguir a la crucifixión.
La
tierra que fluye leche y miel siempre se encuentra después de atravesar el
Jordán. El grito de victoria sigue a la lucha. El valle de Baca (llorar) se
convierte en una fuente que satisface al sediento.
“Por
la tarde durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría” Sal. 30.5.
Además,
las desazones nos enseñan cómo andar; “Entonces tus oídos oirán a tus espaldas
palabra que diga: Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano
derecha, ni tampoco torzáis ala mano izquierda” v. 21.
Conforme
esperamos en el Señor, Él nos hablará por su Palabra, enseñándonos los pasos
que debemos tomar, porque en un momento podemos dar un paso en falso que nos
sumerge en grandes dificultades o aflicciones. Al oír su voz diciéndonos: “este
es el camino, andad por él”, no hay más que obedecer, aunque sea largo y duro.
La
mayoría de los creyentes andan descuidados, sin ejercicio de alma en la
presencia de Dios, y sin buscar cuál es el camino que Él quiere que tomen para
sus vidas y actividades, especialmente en los tiempos cuando todo parece bien
en sus asuntos. El creyente que vive así, de repente, se halla sumergido en una
dificultad bien seria. Por ejemplo, encuentra que se ha casado con una persona
con quien no debería haberse casado; ha tomado un mal paso en el negocio; ha
comprado una propiedad que no convenía que comprara; ha aceptado un empleo que
no debería o se ha trasladado a vivir a un lugar que no era bueno para su vida
o para su salud corporal o espiritual.
Los
compañeros de Pablo en el buque, cuando sopló el viento del Sur, pensaron que
ya tenían lo que deseaban y que habían conseguido su propósito, pero cuando ya
estaban demasiado lejos para regresar, les vino el viento repentino que
arrebató la nave y los llevó al naufragio inevitable. Así sucede al creyente
descuidado o desobediente. La nueva criatura debe andar en un camino y de un
modo diferente a los demás, primeramente, debe aprender a oír la voz de Dios, y
luego tomar el paso indicado por Él.
Tal
vez nos parece un caminar muy despacio, porque antes, cuando hacíamos nuestra
propia voluntad, no teníamos que esperar a nadie, pero cuanto más despacio el
camino, tanto más seguro, porque nos trae la seguridad que estamos haciendo la
voluntad de Dios.
Notemos
el resultado de este proceder: “Entonces dará el Señor lluvia a tu sementera,
cuando la tierra sembrares; y pan del fruto de la tierra; y será abundante y
pingüe; tus ganados en aquel tiempo serán apacentados en anchas dehesas’’ v.
23. Aquí vemos la bienaventuranza de la liberación de Jehová. Con razón leemos
en el versículo 18; “Bienaventurados todos los que le esperan”. ¡Librados y
bendecidos!
Job
fue librado de sus aflicciones tan tremendas, y no solamente librado sino
bendecido doblemente. El libra de la pena y enriquece en su conocimiento. Pablo
dice que, por la aflicción el amor de Dios está derramado en nuestro corazón.
Después de pasar por un tiempo de prueba, tenemos más sabiduría y también
podemos simpatizar con los otros para darles consejo oportuno y sano cuando
ellos estén pasando por angustia. 2 Co. 1.3-7.
Por
el sufrimiento aprendemos la obediencia y Dios nos da el privilegio de servirle
de una manera más amplia, ensancha el campo de servicio y nos guía a pastos
verdes de comunión. Aprendemos también por experiencia, lo que tal vez hemos
sabido ya de memoria, que: Jehová es mi Pastor; nada me faltará. En lugares de
delicados pastos me hará yacer: Junto a aguas de reposo me pastoreará.
Confortará mi alma; guiaráme por sendas de justicia por amor de su nombre.
Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno; porque tú
estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Aderezarás mesa
delante de mí, en presencia de mis angustiadores: ungiste mi cabeza con aceite:
mi» copa está rebosando. Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán
todos los días de mi vida: y en la casa de Jehová moraré por largos días. Sal.
23.
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