domingo, 28 de mayo de 2023

LEYENDO DIA A DIA EFESIOS (2)

 Alabanza para bendición espiritual

por K.T.C. Morris 

1.1   al 14


“Bendito Jehová Dios, el Dios de Israel, el único que hace maravillas. Bendito su nombre glorioso para siempre”, Salmo 72.18,19. Así cantó David, y nosotros bendecimos al mismo Dios, pero ahora revelado plenamente como el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Pablo prorrumpe en alabanza por la abundancia de bendiciones que Dios ha derramado en Cristo. Aseguradamente nos corresponde alabar, sea al comienzo del día o al comenzar una carta. Por ejemplo: “Alegraos, oh justos, en Jehová; en los íntegros es hermosa la alabanza; Alabad a Jah, porque es bueno cantar salmos a nuestro Dios; porque suave y hermosa es la alabanza”, Salmo 33.1, 1471.1.

Primeramente, notemos la causa de nuestra bendición. Es la soberana voluntad y actividad de Dios mismo. Es conforme al beneplácito que se propuso en sí mismo. ¡Cuán con­solador es esto! “El consejo de Jehová permanecerá para siempre; los pensamientos de su corazón por todas las generaciones”, Salmo 33.11. Y ninguno puede detener su mano; Dios ha ordenado la bendición de su pueblo, y nadie puede revertir el mandato. Aun Balaam confesó: “He aquí, he recibido orden de bendecir; él dio bendición, y no podré revocarla”, Números 23.20. La seguridad eterna del creyente está arraigada en los propósitos eternos de Dios, así como son todas nuestras bendiciones.

Segundo, notemos el carácter de las bendiciones. Las de Israel eran terrenales y materiales, pero las nuestras son celestiales y espirituales. Israel perdió las suyas por el pecado, pero las nuestras son seguras eternamente en Cristo. Pablo disfrutó de ellas sin impedimento por los rigores de una vida en la cárcel, o por la amenaza de una muerte inminente. ¿Las disfrutamos nosotros en realidad?

Tercero, notamos el costo de semejante bendición. Es “por su sangre”. Nunca podemos olvidar de que es por la muerte del Señor que llegamos a ser beneficiarios tan favorecidos.

Finalmente, notemos el propósito de este favor inmerecido. Es que seamos santos y sin mancha delante de Él. Ser santo es ser puesto aparte para el servicio de Dios, como eran los vasos sagrados en el templo, para que estemos ante Él cual siervos honrados en la presencia de su monarca. Tres veces leemos que el propósito de Dios es que seamos para la alabanza de su gloria. Su gran designio es que ahora y en la eternidad los hombres y los ángeles le adoren por su obra en nosotros, vista en lo que somos y hacemos. ¡Oremos que sea así en nosotros hoy mismo!

“Cada día te bendeciré, y alabaré tu nombre eternamente y para siempre”, Salmo 145.2.

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