Alabanza para bendición espiritual
por K.T.C. Morris
1.1
al 14
“Bendito Jehová Dios, el Dios de Israel, el único que
hace maravillas. Bendito su nombre glorioso para siempre”, Salmo 72.18,19. Así
cantó David, y nosotros bendecimos al mismo Dios, pero ahora revelado
plenamente como el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Pablo prorrumpe en
alabanza por la abundancia de bendiciones que Dios ha derramado en Cristo.
Aseguradamente nos corresponde alabar, sea al comienzo del día o al comenzar
una carta. Por ejemplo: “Alegraos, oh justos, en Jehová; en los íntegros es
hermosa la alabanza; Alabad a Jah, porque es bueno cantar salmos a nuestro
Dios; porque suave y hermosa es la alabanza”, Salmo 33.1, 1471.1.
Primeramente, notemos la
causa de nuestra bendición. Es la soberana voluntad y actividad de Dios
mismo. Es conforme al beneplácito que se propuso en sí mismo. ¡Cuán consolador
es esto! “El consejo de Jehová permanecerá para siempre; los pensamientos de su
corazón por todas las generaciones”, Salmo 33.11. Y ninguno puede detener su
mano; Dios ha ordenado la bendición de su pueblo, y nadie puede revertir el
mandato. Aun Balaam confesó: “He aquí, he recibido orden de bendecir; él dio
bendición, y no podré revocarla”, Números 23.20. La seguridad eterna del
creyente está arraigada en los propósitos eternos de Dios, así como son todas
nuestras bendiciones.
Segundo, notemos el
carácter de las bendiciones. Las de Israel eran terrenales y materiales,
pero las nuestras son celestiales y espirituales. Israel perdió las suyas por
el pecado, pero las nuestras son seguras eternamente en Cristo. Pablo disfrutó
de ellas sin impedimento por los rigores de una vida en la cárcel, o por la
amenaza de una muerte inminente. ¿Las disfrutamos nosotros en realidad?
Tercero, notamos el
costo de semejante bendición. Es “por su sangre”. Nunca podemos olvidar de
que es por la muerte del Señor que llegamos a ser beneficiarios tan
favorecidos.
Finalmente, notemos el
propósito de este favor inmerecido. Es que seamos santos y sin mancha
delante de Él. Ser santo es ser puesto aparte para el servicio de Dios, como
eran los vasos sagrados en el templo, para que estemos ante Él cual siervos
honrados en la presencia de su monarca. Tres veces leemos que el propósito de
Dios es que seamos para la alabanza de su gloria. Su gran designio es que ahora
y en la eternidad los hombres y los ángeles le adoren por su obra en nosotros,
vista en lo que somos y hacemos. ¡Oremos que sea así en nosotros hoy mismo!
“Cada día te bendeciré, y alabaré tu nombre eternamente y
para siempre”, Salmo 145.2.
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