Yo
haré llover pan del cielo para ustedes. El pueblo saldrá y recogerá diariamente
la porción de cada día. (Éxodo 16:4)
El
maná llegó silenciosamente en medio de una escena de necesidad, cayendo tan
gentilmente que ni siquiera perturbó al rocío. Era la provisión y el regalo de
Dios, un alimento celestial, una comida que el hombre no había solicitado, ni
por la que había trabajado; pero provenía de Dios y proveía ampliamente para la
necesidad de los suyos. El maná contenía todo lo necesario para sustentar la
vida y fortalecer al pueblo en sus tareas diarias y en su travesía por el
desierto. Desconcertó a Israel; el mismo nombre que le dieron («¿qué es esto?»
v. 15) demostró que era algo que estaba fuera de su comprensión. Pero su
aptitud para cumplir su propósito quedó demostrada en el hecho de que ellos
vivieron alimentándose de él durante todo el resto de su viaje por el desierto
(v. 35). Era nutritivo y fortalecedor tanto para jóvenes como ancianos.
Era
bello de apariencia, su color era como de bedelio (Núm. 11:7); y estaba
disponible, gratuitamente, para todos, sin dinero y sin precio; y debido a que
siguió al campamento de los israelitas en todos sus viajes, siempre estuvo al
alcance de todos. Caía sobre el rocío, y nadie podía quejarse por el esfuerzo
que requería ir a él, salvo por el sencillo acto de agacharse para recogerlo.
Era una cosa pequeña y menuda, al punto que el niño más pequeño podía tomarlo y
alimentarse de él, y sus propiedades eran asombrosamente amplias, pues al que
recogía mucho no le sobraba, y al que recogía poco no le faltaba.
Era capaz de utilizarse y tomarse de diversas
formas; la comida no tenía por qué ser monótona. Se podía comer cuando recién
había caído, su gusto era dulce y su calidad prolongada; podía cocinarse o
hervirse, podía molerse en molinos o en morteros; se podían hacer tortas con
él, y, como fuera, siempre era agradable al gusto y nutritivo para todos.
Ciertamente, se trató de un milagro asombroso de cuarenta años de duración, y
este cesó cuando hubo otra comida disponible en Canaán, lo cual es tan
asombroso como su extensa, aunque necesaria, provisión en el desierto.
¿Qué
representa el maná?
Mi
Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que
descendió del cielo y da vida al mundo. (Juan 6:32-33)
Es
un tipo de Cristo descendiendo del cielo a la tierra; de Cristo, la encarnación
de la gracia de Dios para su pueblo; primeramente, disponible para Israel, pero
como sabemos, finalmente su alcance se extendió a todos los creyentes por medio
de la fe y por el Espíritu. ¡Ciertamente Él fue enviado por Dios, descendió del
cielo y fue un extranjero celestial sobre esta tierra!
¡Con
cuánta gentileza vino como un Niño envuelto en pañales! ¡Cuán humilde fue el
lugar que tomó y la senda que pisó! Cuánto alimento hay disponible para el
pueblo de Dios cuando lo vemos desde el comienzo de su vida aquí, creciendo en
sabiduría, estatura y favor para con Dios y los hombres; sujeto a sus padres,
¡aunque su corazón estaba puesto en los negocios de su Padre! Con total abnegación,
¡Él anduvo aquí teniendo en vista el bien de los hombres y la voluntad de Dios!
Pero ¿qué idioma o lengua podrá expresar toda la gracia que vino por medio de
Jesucristo?
Aquí
él fue Hombre. Estuvo aquí por Dios. Vino a esta escena de necesidad con el
propósito de cumplir la voluntad de Dios. Fue enviado por Él, y vino de su
propia voluntad. No vino como un súper hombre, una evolución del viejo orden
adámico o de la generación humana. Nació verdaderamente de mujer, o sino no
habría sido Hombre, pero fue concebido del Espíritu Santo, y no de José, y de
esta forma era un Hombre según un nuevo orden, santo desde su nacimiento, el
Hijo eterno de Dios, y en humanidad el Hijo de Dios.
No
ha de sorprendernos que el mundo ha estado tratando, desde entonces, de
descifrar el profundo misterio de su gloria, diciendo: «¿Qué es esto?» Todos se
vuelcan a examinarlo, intentan analizarlo, y aun así terminan diciendo: «¿Qué
es esto?» Pero nuestros corazones, enseñados por Dios, hacen eco de las
palabras del Maestro: «el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da
vida al mundo».
W. H. Westcott
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