martes, 29 de agosto de 2023

Fuera del campamento del Judaísmo y de la Cristiandad (Hebreos 13:13)

 

 R.K. Campbell


Al final de la epístola a los Hebreos, después de exponer la plenitud de la persona de Cristo y de su obra, el inspirado apóstol da una exhortación:

“Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio” (Hebreos 13:12-13).

Aquí tenemos un principio importante para la guía del creyente preocupado seriamente con el deseo de agradar al Señor.

El apóstol llama la atención del lector al hecho de que Cristo fue crucificado fuera de la puerta de Jerusalén, centro del judaísmo. Por lo tanto, señala la responsabilidad del creyente de salir a Él, el Rechazado, fuera del campamento, para llevar Su vituperio. Pero antes de considerar la porción de la Escritura citada arriba, sería provechoso considerar el «campamento de Israel» y el ejemplo de Moisés en armar la tienda del tabernáculo fuera del campamento.

El campamento idólatra de Israel

En Éxodo 32, donde se habla del campamento de Israel, notamos que los israelitas desplazaron a Dios mediante la idolatría del becerro de oro hecho por Aarón (v. 10, 27, 28). Dios había reconocido el campamento como Su campamento, y había morado en medio del pueblo. Pero cuando el becerro de fundición fue levantado y adorado, Dios no pudo reconocer a los israelitas como su pueblo.

El hombre se había ocupado con sus herramientas de grabar, esculpiendo un dios y haciéndose un altar para sí mismo.

Se había nombrado su propio día de fiesta, y su desobediencia, “se sentó a comer y a beber, y se levantó a regocijarse” (v. 4-6). El pueblo se había corrompido y por tal razón Dios no pudo reunirse con ellos en tal campamento donde reinaba la idolatría.

En Éxodo 33 vemos que Moisés percibió lo que convenía a la santidad de Dios. Vemos también cómo Dios obró en separación del campamento de Israel. “Y Moisés tomó el tabernáculo, y lo levantó lejos, fuera del campamento, y lo llamó el Tabernáculo de Reunión. Y cualquiera que buscaba a Jehová, salía al tabernáculo de reunión que estaba fuera del campamento… Cuando Moisés entraba en el tabernáculo, la columna de nube descendía y se ponía a la puerta del tabernáculo, y Jehová hablaba con Moisés… Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero” (v. 7-11).

Aquí tenemos un ejemplo de lo que significa la expresión “salir fuera del campamento”. Además, nos muestra qué necesario es si queremos tener la presencia del Señor con nosotros en el día de la apostasía y del mal en el campamento. El Señor estuvo fuera del campamento de Israel; por eso Moisés se separó del campamento y levantó la tienda (probablemente su propia tienda) fuera del campamento idólatra. Nótese que no sólo salió fuera del campamento de Israel, sino “lejos” del campamento, y lo llamó “el Tabernáculo de Reunión”.

Esta tienda entonces llegó a ser el centro de reunión para todos los que buscaban a Jehová. Salieron al Tabernáculo de Reunión, fuera del campamento contaminado por las prácticas idólatras del pueblo. Luego Dios puso Su sello de aprobación sobre la acción de Moisés y la de algunos del pueblo y sobre este nuevo lugar de reunión. Este sello de aprobación fue la columna de nube (símbolo visible de la presencia de Dios) que descendió y se puso a la puerta de la tienda de reunión. También Dios manifestó su aprobación por el hecho de hablar allí con Moisés “cara a cara, como habla cualquiera a su compañero” (v. 11).

Todo el pueblo en el campamento vio la columna de nube que estaba sobre la tienda de reunión y se levantó para adorar, cada uno a la puerta de su tienda. Esto mostró que se dieron cuenta de que el Señor no podía concederles más Su presencia en el campamento contaminado. Esto mostró también que todo el pueblo se dio cuenta de que el Señor reconocía Su nuevo lugar fuera del campamento. Pero parece que la mayoría del pueblo faltó en cuanto a su responsabilidad de separarse del campamento contaminado. Decimos lo anterior porque vemos que “se levantaba cada uno a la puerta de su tienda y adoraba” (v. 10). No salieron a la tienda de reunión fuera del campamento, al lugar donde Jehová manifestaba su presencia mediante la columna de nube.

La aplicación de todo esto al estado actual de la Cristiandad debiera ser manifiesto al alma habituada a las cosas de Dios. Además de la exhortación directa de hebreos 13:13 de salir a Cristo fuera del campamento, tenemos la declaración de Romanos 15:4: “Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron.” Sabemos de esto que la actitud de Moisés y de otros, al separarse de la idolatría y del mal en el campamento de Israel, le da al creyente un ejemplo. Le provee de un principio como guía para este día de la ruina de la iglesia profesante, es decir, de aquella que profesa ser cristiana.

Lo que se llama «Cristiandad» ha venido a ser un campamento idólatra, muy parecido al campamento de Israel. Cristo ha sido reemplazado y la idolatría se practica en una gran parte de la iglesia profesante. El hombre ha tomado su cincel y ha labrado sus propios «dioses». Ha elaborado sistemas religiosos haciendo caso omiso al pensamiento de Dios expresado en las Escrituras. Y aun podemos agregar que los sistemas humanos virtualmente han puesto aparte el pensamiento y la autoridad de Cristo, así como la operación soberana del Espíritu Santo.

Toda forma de falsas doctrinas y de corrupción moral se puede encontrar en lo que se llama la cristiandad. Ésta ha llegado a ser una «Babilonia» de confusión y de maldad. El capítulo 18 de Apocalipsis nos ofrece un cuadro profético de esta Babilonia en su etapa final y su desarrollo repleto de perversidad, y hace una descripción del juicio que Dios ejecutará sobre Babilonia.

Allí leemos: “Ha caído, ha caído la gran Babilonia, y se ha hecho habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y aborrecible… Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados…” (v. 2, 4).

Como Moisés antaño, debemos salir de este campamento idólatra y separarnos de todos sus males y corrupciones, si queremos ganar la aprobación de Dios y gozar de su presencia con nosotros. ¡Cuán triste es ver a tantos creyentes verdaderos que se adhieren a los variados sistemas que hay en el campamento corrupto de la cristiandad en vez de salir fuera del campamento! Hay muchos que, como en el Israel de entonces, adoran a la puerta de sus tiendas en el campamento apóstata del que Cristo se ha apartado. Si éste fuera el caso de alguien que está leyendo estas líneas, le rogamos que escuche la voz de Dios que clama: “Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados.”

El campamento del judaísmo

Ahora vamos a considerar este campamento del cual el apóstol habla a los creyentes hebreos (Hebreos 13:13). Les exhorta a salir a Jesucristo, quien sufrió fuera de la puerta como la verdadera ofrenda por el pecado. El escritor inspirado muestra que Cristo está fuera de este campamento religioso apóstata del judaísmo. Por lo tanto, los que le aman, tienen el deber de salir “a Él, fuera del campamento, llevando su vituperio”.

Tres veces la gloria de Dios estuvo fuera de Israel:

PRIMERO: En el desierto, como vimos en Éxodo 33.

SEGUNDO: En Jerusalén en los días de Ezequiel (Ezequiel 10:18, 19; 11:23), y

TERCERO: En la crucifixión de Cristo, en quien la gloria de Dios se manifestó a la fe en la faz de Jesucristo (2.ª Corintios 4:6).

Así pues, los que quieren buscar al Señor y gozar de su presencia, tienen que salir hacia Él, hacia el lugar de rechazo y de oprobio. Este lugar está allí donde el mundo religioso de entonces puso al Señor: fuera del campamento de ellos.

Sería bueno que averiguáramos algo más sobre la naturaleza del campamento del judaísmo, fuera del cual pusieron a Cristo. En Hebreos 9:1-10 tenemos una descripción de este, de la cual recogemos las siguientes características:

1)    Fue reconocido como un “santuario terrenal”, un santuario de este mundo, con muebles y utensilios espléndidos (v.1, 2)

2)    Hubo una parte interior de este santuario terrenal, llamada “el Lugar Santísimo”, con un velo que lo separaba del resto del santuario. Los sacerdotes entraban en la primera parte del tabernáculo para cumplir el servicio dedicado a Dios, pero en el “Lugar Santísimo” sólo el Sumo sacerdote podía entrar una vez al año con sangre para expiación de sus propios pecados y de los pecados del pueblo (v. 3-7). Dios estaba, podríamos decir, encerrado, a la vez que el hombre quedaba afuera.

3)    Bajo este sistema de adoración, pues, no hubo acceso libre a Dios, “...dando el Espíritu Santo a entender con estoque aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo” (v. 8).

4)    Hubo un sacerdocio ordenado, es decir, una orden sacerdotal, un grupo diferenciado del pueblo, que se dedicaba al servicio del santuario y oficiaba entre el pueblo y Dios. El pueblo no tenía intervención directa en el servicio del santuario (v. 6).

5)    El santuario terrenal con sus sacerdotes y sacrificios no podía dar a los adoradores una conciencia purificada ni hacerlos perfectos o completos delante de Dios (Hebreos 9:9; 10:1-3).

6)    Fue un sistema de adoración ordenado por Dios para la nación de Israel en la carne y abarcó como adoradores a toda la nación en el campamento. No suponía ni exigía que los adoradores nacieran de nuevo: se participaba en virtud de herencia y de circuncisión, es decir, eran una multitud (todo el pueblo) mixta de creyentes y de incrédulos reunidos sobre la base de guardar la ley para justicia (Hebreos 3 a 4).

7)    Fue una religión terrenal, establecida en la tierra y propia para el hombre en la carne, sin ningún pensamiento dereproche y ofensa relacionada con ella (Gálatas 5:11; 6:12,13).

Lo antedicho es un breve bosquejo de los aspectos principales del campamento del judaísmo. Suplicamos al lector que tenga en cuenta dichos aspectos. En breve vamos a referirnos a ellos cuando consideremos el contraste con el verdadero cristianismo. Luego consideraremos la semejanza entre el campamento actual de la cristiandad y el del judaísmo.

Dios envió a su Hijo, el Mesías prometido, a este campamento del judaísmo. Pero su Hijo fue rechazado por la nación y muerto fuera de las puertas de la metrópoli judía, Jerusalén. La cruz de Cristo puso fin a todo esto, e introdujo el nuevo pacto de gracia y de redención perfecta mediante el Señor Jesucristo. No obstante, Dios tuvo paciencia con la nación hasta que ésta dio muerte a pedradas de Esteban. Entonces Israel como nación fue descartada por completo y el campamento judaico fue totalmente repudiado por Dios.

Pero los verdaderos creyentes en Cristo todavía se aferraban al judaísmo y algunos creyentes hebreos estaban en peligro de abandonar su profesión cristiana y volver a este campamento. Por eso, la epístola a los Hebreos fue escrita, unos 30 años después de la muerte del Mesías, dirigiéndoles a la plenitud de las bendiciones de Cristo y su obra. La epístola a los Hebreos les exhortaba a que salieran al encuentro de Cristo fuera del campamento apóstata del judaísmo que Dios había rechazado. Éste es el lugar apropiado para la Iglesia, puesto que “el vino nuevo” del cristianismo no puede ponerse en los “odres viejos” del sistema legalista del campamento judaico (Lucas 5:37, 38). No se puede seguir a Cristo y adorarle donde Él es rechazado.

El contraste del cristianismo con el judaísmo

Sobre el fundamento del solo sacrificio perfecto, completo y reparador efectuado por Cristo en la cruz, Dios formó la

Asamblea o Iglesia. Esto tuvo lugar el día de Pentecostés, mediante el descenso y bautismo del Espíritu Santo (1.ª Corintios 12:13). Así instituyó el cristianismo en su carácter celestial, el carácter que Él reconoce y en el cual se complace. Estas características celestiales, como las encontramos en las Escrituras, son lo opuesto a las del campamento del judaísmo. Vamos a considerar a continuación los puntos de contraste del cristianismo. El lector puede comparar cada uno de estos siete puntos con los correspondientes incluidos en la sección anterior:

1)                 El santuario del cristiano está en el cielo, no en la tierra. Cristo se ha ido al cielo. Aparece en la presencia de Dios por nosotros como ministro del santuario celestial y del tabernáculo verdadero (Hebreos 8:2; 9:24).

2)                 El velo de entrada al Lugar Santísimo está rasgado y tenemos confianza para entrar por la sangre de Jesús, por el camino nuevo y vivo que Él abrió a través de ese velo (Hebreos 10:19-20). Dios, en la persona de Cristo, ha salido del lugar santísimo hacia el hombre, y Cristo ha entrado en la presencia de Dios para bien de los creyentes. Más aún, abrió un camino para que podamos entrar en el Lugar Santísimo también. Dentro del velo del santuario celestial está el lugar que pertenece a todo cristiano.

3)                 De esta forma hay completo acceso a Dios. “Por medio de Él (Cristo), los unos y los otros (creyentes judíos y gentiles) tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre” (Efesios 2:18).

4)                 Todo creyente en Cristo es sacerdote santo y real, con privilegios para ofrecer sacrificios espirituales a Dios. No hay ninguna clase especial de sacerdotes, distinta del pueblo, en el cristianismo novo testamentario (1.ª Pedro 2:5, 9) 5) Por la sola ofrenda, perfecta y completa, de Cristo, los creyentes tienen ahora conciencias purificadas, son santificados y hechos perfectos para siempre delante de Dios. Se les asegura que Dios no se acordará más de sus pecados y transgresiones (Hebreos 9:14; 10:14-17).

6)                 La Iglesia o Asamblea de Cristo se compone de un pueblo que tiene una relación vital con Dios mediante el nuevo nacimiento. No incluye a nadie que sólo tenga una relación exterior con Dios mediante un nacimiento natural, como en el caso de Israel. Sólo los que han “nacido de nuevo” pertenecen a la Asamblea de Dios en la tierra, y son los únicos que pueden “adorarle en Espíritu y en verdad” (Juan 3:3; 4:24). No hay mezcla de salvos e incrédulos en la adoración de la verdadera Iglesia.

7)                 El cristianismo es de carácter celestial: “Nuestra ciudadanía está en los cielos” (Filipenses 3:20). Por tanto, no está adaptado al hombre en la carne, sino que, al contrario, constituye una ofensa, una locura, para el hombre natural. Así es que la cruz y el rechazo de Cristo tienen una relación con la verdadera adoración cristiana, porque los creyentes pertenecen a un Cristo rechazado. “Todos los que quieren agradar en la carne, éstos os obligan a que os circuncidéis, solamente para no padecer persecución a causa de la cruz de Cristo” (Gálatas 6:12).

Tales son algunos de los aspectos principales del cristianismo del Nuevo Testamento en contraste con el campamento del judaísmo. El cristianismo verdadero, por lo tanto, no es un campamento religioso en la tierra, sino una reunión de creyentes, unidos a Cristo, su Cabeza glorificada en el cielo. Los creyentes verdaderos deben, pues, salir hacia Él fuera del campamento de la religión terrenal.

El campamento de la cristiandad

Hemos señalado las características y la posición del cristianismo verdadero. Éstas fueron manifestadas en la Iglesia en los tiempos de los apóstoles, tal como puede verse claramente a través del estudio del Nuevo Testamento. Pero un vistazo a la historia de la Iglesia profesante, desde entonces hasta ahora, revela un hecho triste. Perdió rápidamente su carácter celestial y los aspectos que la distinguían en su correcta posición cristiana.

Lo que llevaba el nombre de cristianismo e Iglesia (lo que podemos llamar cristiandad), pronto echó raíces en la tierra y llegó a ser una mezcla de judaísmo y cristianismo. La Iglesia pronto adoptó los principios del judaísmo —una religión según los deseos del hombre no regenerado en la carne— mezclados con un poco de verdades del cristianismo. La cristiandad, pues, pronto vino a ser un campamento religioso en la tierra, parecido al campamento idólatra de Israel en los días de Moisés y al apóstata campamento del judaísmo.

Recuérdense las características principales del judaísmo y nótese cómo coinciden más o menos con las cualidades vistas en los sistemas religiosos de la cristiandad. Algunas de estas particularidades son las siguientes:

1)   Tienen un santuario majestuoso, con muebles y vasos, todo esto agradable a los ojos humanos.

2)   Hay un templo terrenal, un lugar sagrado interior, separado con barandilla, adonde va sólo el clero (el sacerdote o el ministro oficiante).

3)   No hay acceso directo y libre a Dios. Dios está lejos, y se dirige a él como “el Dios Altísimo”, “el Dios

Todopoderoso”, etc., pero raras veces como “Abba Padre”, que es el clamor de adopción del verdadero hijo de Dios (Gálatas 4:6). Así es cómo se manifiesta la posición de lejanía que es característica del sistema judío.

4)   Hay una casta sacerdotal exclusiva —el clero—, importada del Antiguo Testamento y creada por ordenación. Estos ministros sirven, generalmente, bajo la autoridad de jerarcas de alto rango y se mantienen entre Dios y el pueblo, formando una división entre los así llamados «laicos» y «clérigos». Esta organización humana ha desplazado la libertad y soberanía del Espíritu Santo.

5)   Otra característica de los sistemas religiosos de hoy es que, en general, no saben qué es una conciencia limpia, ni tienen conocimiento del perdón de pecados o de la perfecta aceptación del pecador delante de Dios. Se pide perdón a Dios, a veces mediante el sacerdote, para poder seguir alcanzando la salvación. La mayoría de los que pertenecen a la cristiandad no está segura de ser salvo en Cristo, y acusan de presunción al hecho de decir que uno es salvo por la sangre de Cristo y está seguro de ir al cielo.

6)   Creyentes y no creyentes de corazón, convertidos y no regenerados, se reúnen para “adorar” a Dios sobre el terreno de las obras y del cumplimiento de la ley para lograr la salvación.

7)   Estos sistemas reconocen al hombre en la carne, gustan al hombre en la carne y están constituidos en tal forma que abarcan a los hombres en la carne. De ahí que tales sistemas no incomoden al hombre natural ni le hagan sentir el oprobio de Cristo o la necesidad de llevar Su cruz.

Tales son las características de la cristiandad, la que es en realidad un campamento religioso tan apóstata como lo fue el judaísmo, y tal vez más. Por consiguiente, los creyentes de esta dispensación de la gracia son llamados a salir de los sistemas religiosos de la cristiandad, o sea el campamento, e ir a Cristo, el verdadero Centro de reunión.

            En cuanto a lo que constituye el campamento, S. Ridout bien ha dicho:

  «Es todo aquello en donde Cristo está sólo nominalmente, pero no en realidad, entronizado como el Supremo. No importa cuán antigua sea la autoridad… dondequiera que haya una organización humana que excluye a Cristo, que no esté de acuerdo con la Palabra de Dios tal como la tenemos en el Nuevo Testamento, allí tiene Ud. el mismo campamento de que venimos hablando. Sobre todo, el campamento está en cualquier parte donde Cristo no tenga directa e inmediatamente el control absoluto mediante su Palabra y su Espíritu.»

El campamento, fuera del cual Dios exhorta a los creyentes de hoy a salir, es la cristiandad en la que los hombres han establecido principios judíos bajo un disfraz de gracia. Hay que salir de todo sistema en el cual la autoridad del hombre se establece y engendra el repudio práctico de la autoridad de Cristo. (Esto sucede dondequiera que se reconozca un clero que establece distinción con los laicos en su conjunto). El campamento es un sistema de religión terrestre o carnal establecido por el hombre. Es un lugar donde Dios es deshonrado y su Palabra dejada de lado, y donde al hombre se le confiere un lugar dentro del cual puede hacer todo lo que le place.

Confiamos en que estas observaciones ayudarán a los lectores a entender mejor: primero, lo que es el campamento en nuestros tiempos, y luego, lo que quieren decir las palabras de hebreos 13:13: “Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio.” Dios quiera que cada uno que entienda esto sea fortalecido por el Espíritu Santo para actuar conforme a este precepto divino. Sólo en separación de todo lo que desplaza y deshonra a Cristo podemos gozarnos de su dulce presencia y adorarle en espíritu y en verdad. Estar fuera del campamento con Cristo en su rechazo aquí abajo, se corresponde con nuestra porción junto a Él en lo alto. Para entrar de verdad dentro del velo como adoradores, tenemos que salir con Cristo del campamento aquí en la tierra. Éste es un gran principio y muy necesario para guiar al creyente en el día de la ruina y del desorden de la Iglesia.

Salgamos a Él

Deseamos poner de relieve que el acto de salir a Cristo es el lado positivo de esta separación del campamento. Este aspecto debe ser el verdadero motivo y el fin de nuestra separación del campamento. Sólo esto le sostendrá a uno en la senda negativa de separación con sus pruebas y angustias. Cristo, en todas sus bellezas, glorias y suficiencia debe ser la meta del corazón. Debe ser el deseo del alma y el fin personal en razón del cual se hace necesaria nuestra separación de los sistemas que no le dan el lugar que sólo a Él le corresponde. Por eso el escritor de Hebreos presenta, a través de toda la epístola, las glorias y la suficiencia cabal de Cristo y su obra. Entonces, en su último capítulo, el escritor exhorta a los lectores a separarse del campamento del judaísmo.

El alma debe anhelar a Cristo y desear andar con él y estar bajo su dirección y bajo el control del Espíritu Santo. De otra manera, la separación resultará insuficiente para seguir a Cristo fuera del campamento. Uno que no hace más que separarse de un sistema religioso por causa de los males que hay en él, bien puede formar otro sistema, o tomar parte en un sistema que tuviera más verdad y santidad; no obstante, éste seguirá siendo un sistema en el cual Cristo no es el centro de reunión. Tampoco será un lugar en el cual se da a Cristo la autoridad suprema mediante la sumisión a la acción no limitada del Espíritu Santo. Por eso el creyente que está en busca de algo mejor todavía pertenece al campamento de la cristiandad, aunque tal vez se encuentre en las afueras de él. Como Moisés, debemos levantar nuestra tienda “lejos del campamento” (Éxodo 33:7; V.M.) y reunirnos completamente en torno a Cristo. Ojalá el lector y el autor de estas líneas lleguen a saber más acerca de este bendito lugar con Cristo fuera del campamento.

Traducido del inglés por Flavio H. Arrué.

José como figura del creyente espiritual

 

S. J. Saword, La Sana Doctrina


(1)  En 37.5 al 10 leemos de sus dos sueños, indicando que estaba en comunicación directa con los propósitos divinos. En el tiempo presente Dios no está revelando su voluntad a nosotros por medio de sueños, sino por su Palabra; véase Hebreos 1.1,2, “nos ha hablado por el Hijo.” Una indicación clara de la espiritualidad de un joven es su conocimiento de las cosas de Dios, el cual va adquiriendo mediante la lectura y el estudio de la Palabra del Señor.

(2) José no era partidario de los hechos incorrectos que practicaban sus hermanos. Él los denunció a su padre, 37.2, mostrando coraje moral. El que es espiritual no puede ser cómplice ni consentir en las cosas malas.

(3) Se ve la obediencia de José cuando su padre le envió en una misión de amor a sus hermanos. Sin duda sabía que no podía esperar cosa buena de aquellos perversos, pero no vaciló en cumplir con el mandato. El cristiano espiritual es uno que siempre está presto para cualquier buena obra en comunión con su Padre Dios, siendo motivado por amor a sus hermanos.

(4) José, el hombre espiritual, tuvo que andar por una senda no muy agradable, maltratado y vendido por sus hermanos y llevado lejos de su hogar para servir como esclavo. Así nuestro Señor tuvo que sufrir el odio de su propio pueblo judío, y fue vendido por un discípulo falso.

La misma Palabra nos asegura que “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución,” 2 Timoteo 3.12.

(5) En Génesis 39 vemos cómo este hombre espiritual pudo contar con el apoyo de su Dios. Pronto ganó la plena confianza de su amo por un comportamiento intachable. El buen testimonio en el empleo y delante del mundo es evidencia de la verdadera espiritualidad.

(6) José pudo vencer la tentación: “¿Cómo, pues, haría yo este gran mal, y pecaría contra Dios?” Aquí hay una conciencia ejercitada, una convicción profunda y el temor de Dios. José huyó de la tentadora, perdiendo su ropa, pero salvando su testimonio. Nuestro Señor exhortó a los suyos, aquella noche en el Getsemaní, “Velad y orad, para que no entréis en tentación,” Mateo 26.41.

(7) José fue un testigo fiel en la cárcel, con un mensaje de esperanza para el copero y uno de condenación para el panadero. Dios puede usar, aun en los lugares más difíciles, a los que son espirituales, como hizo con Pablo y Silas en el calabozo.

(8) Cuando Faraón vio la capacidad de José para interpretar sus sueños, reconoció que no hubo otro igual para encargarse de tan importante obra como la de prevenir contra los años de hambre por delante. Los egipcios tenían fama de sabios, pero José contaba con un conocimiento que Dios mismo le había dado. “En Cristo Jesús están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento,” Colosenses 2.3. El hombre espiritual está iluminado con “el conocimiento de Dios,” Colosenses 1.10, el cual no se consigue en los centros de instrucción sino en comunión con él por su Palabra.

(9) Más adelante, cuando empezó el hambre, Faraón dijo a las gentes: “Id a José.” Este llegó a ser el repartidor del pan de vida a los hambrientos. Cuando se presenta una crisis, es el que fue despreciado que se escoge como instrumento de Dios para la bendición de los menesterosos.

(10) En los capítulos que siguen José demuestra su capacidad para lograr la restauración de sus hermanos, los cuales habían ocultado su pecado por veinte años. Gálatas 6.1 nos instruye: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo.” No basta ser llamado anciano de una asamblea para lograr la restauración de un descarriado. Se necesita algo más: ser creyente espiritual.

El cristiano ¿En qué consiste?

 

C.H. MACKINTOSH


I.              La posición del cristiano

Este punto, en nuestro capítulo, se halla desarrollado de manera doble. No sólo se nos dice lo que es la posición del cristiano, sino también lo que no es. Si alguna vez ha existido un hombre que pudiera jactarse de tener su propia justicia con la cual estar delante de Dios, ése ha sido Pablo. “Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible” (Fil. 3:4-6).

He aquí un muy notable catálogo que presenta todo lo que se podría desear para constituir una buena posición en la carne. Nadie podía aventajar a Saulo de Tarso. Él era un judío de pura cepa, de una conducta irreprensible, con un celo ferviente y una devoción inquebrantable. En sus principios, era un perseguidor de la Iglesia. Como judío, era imposible que no viese que los fundamentos mismos del judaísmo eran sacudidos por la nueva economía de la Iglesia de Dios. Era absolutamente imposible que el judaísmo y el cristianismo pudiesen subsistir sobre el mismo terreno, o que pudiesen reinar juntos sobre el mismo espíritu. Un rasgo especial del antiguo sistema era la estricta separación de judíos y de gentiles; un rasgo especial del último es la íntima unión de ambos en un solo y mismo cuerpo. El judaísmo erigía y mantenía la pared intermedia de separación; mientras que el cristianismo la derribó para siempre.

Por tal motivo, Saulo de Tarso, como celoso judío, no podía ser sino un ardiente perseguidor de la Iglesia de Dios. Ello era parte de su religión, en la cual él “aventajaba a muchos de sus contemporáneos en su nación”, siendo “mucho más celoso” (Gálatas 1:14). Saulo tenía todo lo que se podía tener bajo forma de religión; cualquiera fuese la altura que el hombre podría alcanzar, él la alcanzaba. No se le escapaba nada que pudiese contribuir a construir el edificio de su propia justicia, de la justicia en la carne, de la justicia en la vieja creación. Le fue permitido apropiarse de todas las atracciones de una justicia legal, a fin de que pudiese arrojarlas lejos de él en medio de las glorias más brillantes de la justicia divina. “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Filipenses 3:7-9).

Debemos notar aquí que el pensamiento más sobresaliente en este pasaje no es el de un pecador culpable que echa mano de la sangre de Jesús para obtener el perdón, sino más bien el de un legalista que echa de lado, como escoria, su propia justicia, por haber encontrado una mejor. Ni precisamos mencionar que Pablo era un pecador por naturaleza, “el primero de los pecadores”, y que, como tal, tuvo que apropiarse de la sangre preciosa de Cristo, y hallar allí el perdón, la paz y la aceptación para con Dios. Muchos pasajes del Nuevo Testamento nos enseñan esto; pero no es éste el pensamiento principal del capítulo que estamos considerando. Pablo no está hablando de sus pecados sino de sus ganancias. No está ocupado con sus necesidades como pecador, sino de sus ventajas como hombre, como hombre en la carne, como hombre en la vieja creación, como judío, en una palabra.

Es cierto, benditamente cierto, que Pablo trajo todos sus pecados a la cruz y que ellos fueron lavados en la sangre expiatoria de la divina ofrenda por el pecado. Pero vemos otra cosa en este importante pasaje. Vemos a un hombre legalista arrojando lejos de sí su propia justicia y estimándola como una cosa repugnante y sin valor en comparación con un Cristo resucitado y glorificado, quien es la justicia del cristiano, la justicia que pertenece a la nueva creación. Pablo tenía pecados que lamentar, pero tenía una justicia en la cual podía gloriarse. Tenía culpa en la conciencia, y laureles en la frente. Tenía abundantes cosas de que avergonzarse, y abundantes cosas de que gloriarse. Pero el punto principal que se presenta en Filipenses 3:4-8 no es el de un pecador cuyos pecados han sido perdonados, su culpa borrada y su vergüenza cubierta, sino el de un legalista que deja atrás su propia justicia, el de un erudito que se despoja de todos sus laureles, el de un hombre que abandona su vanagloria por la sencilla razón de que ha hallado la verdadera gloria, el galardón inmarcesible y una eterna justicia en la Persona de un Cristo victorioso y exaltado. No se trataba solamente de que Pablo, el pecador, tuviese necesidad de una justicia, porque, en realidad, él no tenía ninguna; sino de que Pablo, el fariseo, prefería la justicia que le fue revelada en Cristo, porque ella era infinitamente mejor y más gloriosa que toda otra.

Sin duda, Pablo, como pecador, tenía necesidad de una justicia, en la cual pudiese estar de pie ante Dios, como todo otro pecador; pero no es eso lo que él nos presenta en este capítulo. Deseamos que nuestros lectores comprendan con claridad este punto, a saber, que no es sólo cuestión de que mis pecados me muevan hacia Cristo, sino de que Sus excelencias me atraen a Él. Es cierto que tengo pecados y que, por lo tanto, necesito a Cristo; pero, aunque tuviese una justicia, la arrojaría lejos de mí y sería dichoso de refugiarme “en Él”. Sería una positiva “pérdida” para mí el tener una justicia propia, ya que Dios me ha provisto en su gracia de tan gloriosa justicia en Cristo. Es como Adán en el huerto de Edén; estaba desnudo y, en consecuencia, se hizo un delantal; pero habría sido una “pérdida” para él el hecho de conservar el delantal después que Jehová Dios le hiciera una túnica. Seguramente era muchísimo mejor tener una túnica hecha por la mano de Dios, que un delantal hecho por la mano del hombre. Así pensó Adán, así pensaba Pablo, y así pensaban todos los santos de Dios cuyos nombres hallamos grabados en las páginas sagradas. Es mejor estar en la justicia de Dios, que es por la fe, que estar en la justicia del hombre, que es por las obras de la ley. No es solamente una gracia ser librados de nuestros pecados mediante el remedio que Dios proveyó, sino que es también una gracia ser librados de nuestra justicia y aceptar, en lugar de ella, la justicia que Dios reveló.

Así pues, vemos que la posición de un cristiano está en Cristo. “Hallado en él” (Filipenses 3:9). Ésta es la posición cristiana. Nada más ni nada menos que ésta. No es que una parte esté en Cristo y la otra en la ley, una parte en Cristo y otra en las ordenanzas. No; se halla toda “en él”. Ésta es la posición que el cristianismo provee. Si se la tocase en lo más mínimo, no sería más el cristianismo. Puede que se trate de algún «ismo» antiguo, de un «ismo» medieval o de algún «ismo» nuevo; pero si fuese otra cosa que no sea solamente “hallado en él”, seguramente no sería el cristianismo del Nuevo Testamento. Vemos, pues, la importancia, en el tiempo en que vivimos, de actuar en las conciencias de nuestros lectores. Les suplicamos que consideren bien este primer punto, como lo ha expresado un himno: «En Cristo está nuestra posición.» Él es nuestra justicia; él mismo, el Cristo crucificado, resucitado, exaltado y glorificado. Sí, él es nuestra justicia. “Ser hallado en él”, he aquí la propia posición cristiana. No es el judaísmo, el catolicismo, ni ningún otro «ismo». No es ser miembro de esta iglesia o de tal otra, sino que es estar en Cristo. Éste es el gran fundamento del verdadero cristianismo práctico. Ésta es, en una palabra, la posición del cristiano.

(continuará)

El enigma de Salomón

 

Santiago Saword


Mejor es el muchacho pobre y sabio que el rey viejo y necio que no admite consejos, Eclesiastés 4.13

Si tú anduvieres delante de mí como anduvo David tu padre, en integridad de corazón y en equidad, haciendo todas las cosas que yo te he mandado, y guardando mis estatutos y mis decretos, yo afirmaré el trono de tu reino sobre Israel para siempre ... Mas si obstinadamente os apartareis de mí vosotros y vuestros hijos, y no guardareis mis mandamientos y mis estatutos que yo he puesto delante de vosotros, sino que fuereis y sirviereis a dioses ajenos, y los adorareis; yo cortaré a Israel de sobre la faz de la tierra que les he entregado ...1 Reyes 9


Un enigma es una cosa difícil de entender. De veras es asombrosa la diferencia entre el principio y el fin de la vida del gran rey Salomón. El lector hará bien en leer primeramente los primeros nueve versículos de 1 Reyes capítulo 9. Luego veremos la primera y la última etapa de la vida de Salomón.

Joven y consagrado

En 1 Reyes 3 leemos de su buen principio: “Salomón amó a Jehová”. Su corazón estaba en buena condición; el motivo de su vida se manifestó en amor al Señor. La vida espiritual siempre empieza con amor al Señor: “Le amamos a él, porque él nos amó primero”. Por eso Jehová se le apareció a Salomón y le presentó la oportunidad de escoger. Su petición fue admirable y Dios no solamente se la concedió, sino que añadió bendiciones.

Salomón confesó su propia ineptitud para desempeñar el cargo tan formidable que le correspondía. El reconoció que su necesidad apremiante era asunto del corazón y no de la cabeza, cosa que nosotros debemos reconocer también. Dios le dio un corazón sabio y entendido, y este hombre tuvo un principio extraordinariamente favorable para servirle. Si pudiéramos examinar el corazón de Salomón en su juventud por el rayo X divino, no hallaríamos nada fallo.

Sin embargo, la promesa de Dios fue condicional: “Si anduvieres en mis caminos ... yo alargaré tus días”. El creyente en Cristo empieza su carrera con las preciosas y grandísimas promesas de Dios a su favor — 2 Pedro 1.4 — para asegurar su buen éxito en vivir por Cristo y cumplir su voluntad.

Pero allí también hay una amonestación: “Porque haciendo estas cosas no caeréis jamás”, 1.10.

Viejo y necio

A medida que Salomón iba engrandeciéndose y ganando fama, iba apartándose de los caminos del Señor y de la copia de la ley de Dios que todo rey debía leer todos los días de su vida; véase Deuteronomio 17.19. De la misma manera nosotros debemos leer la Palabra de Dios diariamente y esconderla en nuestro corazón para no pecar contra Dios.

En su soberbia Salomón desatendió por completo los mandamientos del Libro:

> en traer una princesa egipcia a reinar con él

> en entrar en un yugo desigual

> en aumentar caballos, cambiando su confianza en el brazo de Jehová por la fuerza del caballo en tomar muchas mujeres para sí, no solamente desmoralizándose físicamente sino llegando también a la bancarrota espiritual

> en desarrollar una codicia insaciable por el oro y las riquezas. Es claro que para vivir él con tanta extravagancia y lujo el país tuvo que sufrir, y especialmente los pobres.

A los sesenta años Salomón ya era hombre caduco, gobernado por mujeres paganas que “inclinaron su corazón tras dioses ajenos”, llevándole tras Astoret, Milcom y otros ídolos con prácticas abominables y corruptas. Le cambiaron en un pobre apóstata. Si fuera posible practicar una autopsia en el corazón suyo cuando viejo, lo hallaríamos lleno de codicia y corrupción moral, pero nada para Dios.

Naufragio al final

No obstante, lo mucho escrito por la pluma de Salomón, no encontramos ni un salmo de penitencia o arrepentimiento como en el caso de David. No hay nada para hacernos creer que él volvió a Dios. Nos hace pensar en un lujoso transatlántico que se hunde al fondo del mar; así fue el naufragio lamentable de Salomón. El único fruto de su vida sensual fue un hijo soberbio y necio que dividió la nación.

La Palabra de Dios hace una referencia muy breve a la muerte de Salomón, en contraste con la muerte del buen rey Ezequías, quien “fue sepultado en el lugar más prominente de los sepulcros de los hijos de David, honrándole en su muerte toda Judá y toda Jerusalén”, 2 Crónicas 32.33.

Él había escrito: “Mejor es el fin del negocio que su principio”, Eclesiastés 7.8, pero con él fue al revés; mejor fue su principio que su fin. Escribió también: “Yo sé que les irá bien a los que a Dios temen, los que temen ante su presencia”, pero dejó el temor de Dios por el pecado. En lugar de alcanzar el premio que Dios le ofreció de alargar sus días, él incurrió en el enojo de Dios, de manera que fueron recortados sus días, muriendo a los sesenta años.

La historia de Salomón figura en la Biblia con el propósito de infundir el temor de Dios en nuestros corazones y salvarnos de semejante naufragio en nuestras vidas, las cuales pertenecen al Redentor. Si ponemos la mira en él seremos salvos de la seducción de Satanás y los deseos de la carne. En sus primeros años Salomón animó a sus súbditos a ser obedientes a su Dios, pero él mismo fracasó porque no puso por práctica lo que recomendó a los demás.

¡Que el Señor nos guarde! Él es poderoso para guardarnos sin caída, y presentarnos sin mancha delante de su gloria con gran alegría.

El Juicio universal

 

José Naranjo

Después de la venida del Señor en gloria


Es altamente lamentable que no se nos haya dado más revelación del alto conocimiento que tenía Enoc. Este hombre que anduvo trescientos años con Dios debía tener una cultura más elevada que cualquier otro reconocido por sabio, como Salomón, o Etán egraía, Hemán, Calcol y Darda, hijos de Mahol, o el apóstol Pablo “que fue arrebatado al Paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar”. (1 Reyes 4:29-3, 2 Corintios 12:2-4)

Es evidente que no necesitamos más nada para la salvación, y Dios que lo sabía primero que nosotros le plugo darnos los libros canónicos e inspirados. Ellos nos revelan su plan de salvación al hombre caído en el pecado, por medio de nuestro Señor Jesucristo, un plan prefigurado desde las víctimas sacrificadas en el Edén para cubrir la desnudez de nuestros primeros padres.

Pero volviendo al gran conocimiento de Enoc, no hay libro que nos exprese temas de tanta sabiduría como el libro de Job; temas de verdades tan profundas que la ciencia con su adelanto no ha tocado los umbrales de sus puertas todavía. ¿De dónde aprendieron Job y sus amigos ese caudal de conocimiento? Siendo el obro de Job uno de los más antiguos en la historia del mundo, es evidente que toda esa fuente le vino de las experiencias que Enoc aprendió de Dios en los trescientos años que anduvo con Dios. (Génesis 5:22)

Enoc vivió en una generación inmoral, sin temor a Dios y de gran apostasía, pero Dios, que conocía a su siervo Enoc, le reveló el fin de aquella generación por un diluvio, el fin de todas las generaciones, y el juicio universal en el Trono Blanco para todo el mundo perdido, empezando desde Caín hasta el último impenitente que muera en sus pecados. “De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él”. (Judas 14,15) Es de notar que Enoc es séptimo desde Adán, y el séptimo que anuncia el séptimo juicio de la epístola de Judas.

Enoc, llevado al cielo, es figura de la Iglesia del Señor arrebatada antes de los juicios que han de caer sobre este pobre mundo. Enoc no presenció los juicios, pero por el Espíritu de Dios los supo y los profetizó. Igualmente, la Iglesia no verá estos juicios anunciados, pero por el Espíritu y la palabra de Dios los entiende y los anuncia conforme está escrito.

Con la venida del Señor en gloria comenzará una serie de juicios, que son los que purificarán la tierra. Estos juicios son—

1. El juicio llamado Armagedón, que ocurrirá en los días de la gran tribulación. Armagedón es el nombre de un antiguo lugar cercano a Jezreel. En Armagedón se librará la gran batalla vindicativa. El pueblo de Israel estará cercado de grandes y poderosos ejércitos de las naciones enemigas; entonces llegará el Señor con sus “santas decenas de millares” y tomará la defensa de su pueblo, haciéndoles vencer. (Apocalipsis 19:17-21, 16:13-14, Zacarías 14:1-4)

2. Habrá también el juicio de las naciones, en el cual el Señor tomará como base para el pago el tanto que hayan dado los gentiles a “estos mis hermanos”, los judíos, durante los sufrimientos que hayan padecido antes y en la tribulación a manos de sus enemigos voluntarios, solamente por el hecho de pertenecer a la raza hebrea. (Mateo 25:31-46)

3. Otro juicio será el llamado Gog y Magog. Después del reinado de mil años de paz, del Señor Jesús, Satanás, que habrá pasado todo ese tiempo preso y encadenado, será suelto de sus prisiones. Otra vez, las naciones que han disfrutado de mil años de justicia y bienestar, se dejarán engañar por él, quien les reunirá para la batalla, “a Gog y Magog”. Esta gran multitud rodeará “el campamento de los santos y la ciudad amada” y Dios descenderá fuego del cielo y los consumirá. (Apocalipsis 20:7-9)

4.  Entonces llegamos al final de la profecía de Enoc: el juicio del gran trono blanco, cuando el Señor juzgará al mundo en justicia. (Hechos 17:31, Apocalipsis 20:11-15) En ese acto comparecerán ante Él todos los pecadores muertos desde el principio del mundo. No habrá excusas ni defensa; todos cerrarán la boca y no tendrán cómo justificarse, porque delante de ellos se abrirán los libros y serán presentadas sus obras impías, y sus palabras duras e impías que hablaron contra el Señor. Entonces convictos dirán: `Amén. Nosotros recibimos lo que merecen nuestros hechos, porque despreciamos la salvación del que ahora es nuestro Juez´.

“Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz”. (2 Pedro 3:14)