sábado, 30 de septiembre de 2023

El Juez Injusto

 (Lucas 18:1-8)

H. Rossier


La parábola del juez injusto, —así como los párrafos antecedentes del capítulo 17—, presenta la condición del remanente judío del fin. No obstante, es muy instructiva para nosotros los cristianos.

El juez injusto no poseía los primeros rudimentos del conocimiento de Dios. En esto era similar muchos dignatarios de la cristiandad actual. “Ni temía a Dios, ni respetaba a hombre” (v. 2). Para quien no tiene dicho temor de Dios, la sabiduría divina es letra muerta. Sin tal temor ni siquiera puede suponer el carácter del Dios que aborrece el mal bajo todas sus formas. El alma, pues, está sin Dios.

Tal hombre, al no tener a Dios, sino a sí mismo como punto de comparación, sólo obtiene este resultado: se constituye en juez de todos los hombres, salvo de sí mismo, pues sin Dios el hombre natural es incapaz de juzgarse. Entonces se coloca en el centro, en lugar de Dios y, sin juzgarse, juzga a los demás.

Semejante juicio siempre lo lleva a no respetar a los hombres, a despreciarlos. Así se levanta una estatua en medio de la bancarrota y de la ruina moral de la humanidad; y, según su propia opinión, permanece solo e intacto sobre tales escombros.

Como lo veremos, el carácter de la pobre viuda es un fiel retrato del remanente judío del fin; no obstante, ofrece un importante punto de contacto con el nuestro. Apurémonos a comprobarlo, pues al Señor le sirvió como tema de exhortación a sus discípulos. Éstos, así como esa viuda, debían “orar siempre, y no desmayar” (v. 1). Ante nosotros se presenta una infinidad de necesidades, ya sea en lo que nos concierne personalmente, sea en lo que se refiere al pueblo de Dios, o en lo que se relacione con el mundo. Todo ello son temas de oraciones, intercesiones y de súplicas continúas dirigidas al Dios de gracia. He aquí lo que tenemos que hacer; pero, en circunstancias muy diferentes a las de la viuda. Ella invocaba al juez; pero los cristianos jamás lo haríamos, porque invocamos al Padre. El Señor, entregado a las manos de sus verdugos dijo: “Padre, perdónalos.” La viuda dijo: “Hazme justicia (o véngame) de mi adversario”, mientras que nosotros sólo podemos implorar la misericordia de Dios sobre ellos. Sin embargo, en medio de las pruebas suscitadas por el mundo contra los santos, sabemos que Dios ejerce paciencia antes de intervenir por nosotros: “¿Y Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche, aunque sea longánime acerca de ellos?” (RV 1909). Sabemos que Dios juzgará; pero que su promesa es cierta y que usa de paciencia, “no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2.a Pedro 3:9).

En la parábola, el Señor alude a los “escogidos que claman a él día y noche”, para que se les haga justicia, como en el Salmo 83:1. Esa pobre viuda es, pues, la figura del remanente judío que atravesará la tribulación al final de los días y que podrá invocar con insistencia la venganza del Juez, porque dicha venganza será para tales creyentes el único medio de liberación. Toda esa escena no nos concierne directamente; sin embargo, además de alentarnos a orar siempre y no desmayar, nos asegura que Dios manifiesta paciencia antes de intervenir por los suyos por medio de juicios. De Su lado, no faltará nada: “Os digo que pronto les hará justicia” (Lucas 18:8). Estas palabras son proféticas; pero, por anticipación, los discípulos del Señor pudieron verificarlas como una realidad histórica y parcial cuando Jerusalén fue destruida.

Jesús añadió: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?”

De hecho, el remanente judío que “clama día y noche”, se convencerá de la intervención libertadora del “Hijo de Hombre”, solamente cuando lo vea. Será necesario, pues, que Él aparezca ante los ojos de esos fieles para que crean.      

Así sucedió con Tomás. El Señor le dijo: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron... No seas incrédulo, sino creyente” (Juan 20:27-29). De modo que, únicamente bajo este aspecto, el remanente será incrédulo y no creerá en la realidad de la liberación por medio del Hijo del Hombre en persona, por medio de Aquel a quien el pueblo crucificó en la antigüedad, hasta que lo vean con sus ojos.

Así que, en los versículos que estamos meditando, en los que el Señor dice: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra? “no habla de aquella fe, de la fe que acompaña a la vista, sino de la fe de los que hayan creído en la intervención del Hijo del Hombre sin verlo. ¿La hallará quizás en uno u otro del remanente que, bajo la influencia de reminiscencias cristianas, haya esperado al Cristo como Hijo del Hombre, en lugar de esperar sólo en la intervención celestial de Jehová? Es la pregunta que el Señor deja abierta en este versículo, a la cual no se nos da respuesta. Pero, vemos el hecho de que, hasta que los del remanente lo vean a Él, permanecerán incrédulos en relación con dicha intervención personal. Hasta ese momento, la fe de ellos será en Dios (v. 7) a quien, sumidos

en la angustia, clamarán día y noche. Además, por esa misma fe en Dios, ellos sabrán que un día él intervendrá, puesto que leemos que dirán: “¿Hasta cuándo?”

Pero, la fe, nuestra fe en el Hijo del Hombre ahora invisible y que viene personalmente a manifestarse mediante el juicio, para establecer su reino, a ellos les faltará. Serán incrédulos hasta que el Hombre crucificado les muestre sus heridas.

H. Rossier (M.E. 1923)

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