sábado, 30 de septiembre de 2023

Tres dones naturales y comunes

 José Naranjo

Oír, hablar y escribir requieren el entendimiento


Oír, hablar y escribir: son gracias que, aunque nos parecen comunes, son dones especiales que entran en los predios del arte, y para desarrollarlos bien se requiere el ejercicio del entendimiento. No es monopolio de algunos el uso de esos dones, pero es indispensable que el individuo llegue al entero conocimiento de su capacidad real para que no incurra en el abuso de traspasar los linderos de lo desconocido, o aparecer ante los demás como ignorante, fanfarrón u orgulloso.


·         Oír

El que oye bien está llamado a ser inteligente. Un oído fino percibe y discierne con maestría las notas musicales. Tal vez por falta de oído atento es que se oye tanta discordancia en el cantar de nuestros himnos en las asambleas. Muchos de los profetas empezaban sus mensajes primero con esta alocución: “Oíd palabra de Jehová”. (Deuteronomio 32:2-4, Isaías 1:2-3, Jeremías 10:1-2, Oseas 4:1-2, Amós 4:1) Es abuso y mala educación oír de cualquier manera. El Señor Jesús se vio en el caso de llamar la atención a su auditorio en varias ocasiones. “Si alguno tiene oídos para oír, oiga”. Les dijo también: “Mirad lo que oís; porque con la medida con que medís, os será medido, y aun se os añadirá a vosotros que oís”. (Marcos 4:23,24)

Hay una tendencia de oír ligeramente con el consiguiente resultado de la exageración, de lo que resultan los chismes, no diciéndose lo real sino lo ficticio, imaginativo o sospechoso, y todo esto por oír mal. Don Guillermo Williams en una conferencia en Puerto Cabello nos habló de oír bien, y citó el caso de un hermano que le dijo: “¿En qué se basó ese predicador para decir que el eunuco era un negro feo?” Respondió: “Yo no oí así. El predicador dijo: “En Hechos de los Apóstoles capítulo 8 está la conversión del africano, o sea el negro; en capítulo 9 está la conversión del asiático, o sea el religioso fariseo; y en capítulo 10 está la conversión del blanco europeo”. Después, una hermana le dijo a uno de los ancianos: “Déjeme sentarme en la punta del banco, porque yo soy la que atiende al café”. El anciano le dijo: “¿Y por qué no se examina si tiene poca fe?”

Errores de esta y otra clase se cometen a diario, por no poner el sentido para oír bien. Del Señor Jesús como el siervo de Jehová está escrito: “Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado: despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios. Jehová el Señor me abrió el oído, y yo no fui rebelde, ni me volví atrás”. (Isaías 50:4,5)

· Hablar

El Señor Jesucristo es reconocido como el maestro más excelente. Sus enemigos lo recocieron en sus días, cuando le mandaron a prender, pues cuando los principales sacerdotes y fariseos dijeron a los alguaciles, “¿Por qué no le habéis traído?” los alguaciles respondieron, “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (Juan 7:32, 45,46) Ningún hombre ha pronunciado sermón como el Sermón del Monte. (Mateo 7:28,29) Un día una mujer muy emocionada por lo que oía, levantó la voz y le dijo: “Bienaventurada el vientre que te trajo, y los senos que mamaste”. (Lucas 11:27,28) Hay los que se expresan con una dialéctica natural, cuyos razonamientos, sin llegar a la elocuencia, son convincentes y transportadores, pero donde más se destaca esta virtud es en los humildes de corazón. “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe”. (1 Corintios 13:1)

Hay los que sólo tienen verborrea, y son de apariencia humilde hasta que se les exhorta, reprende o corrige; entonces se desahogan su orgullo escondido y hablan como si hubieran nacido primero que Adán. (Job 15:7-10) Posiblemente Coré, Alejandro, Diótrefes y otros eran tipos de esa calaña. Un hermano extranjero oyó a un criollo predicar, y cuando me vio me dijo: “Fulano tiene mucha palabrería”. Moisés fue de los humildes de corazón, pues sostuvo con sinceridad delante de Dios su torpeza para expresarse. (Éxodo 4:10) Pero la vocación de Moisés, y su constancia delante del Señor, le hicieron conseguir soltura de lengua y libertado de expresión, de tal manera que, por el Espíritu, improvisaba hasta llegar a la altura de la exégesis: “Entonces habló Moisés a oído de toda la congregación de Israel las palabras de este cántico”. (Deuteronomio 31:30) De veras que es agradable oír a una persona que se expresa bien. De ahí el proverbio del vulgo: “El que tiene más saliva traga más harina”. Pero mejor es lo que dice Salomón: “Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene”. (Proverbios 25:11)

· Escribir

Escribir es el arte que se expresa en estilo. Por la letra distinguimos a las personas que nos son familiares, y por el estilo discernimos a los que nos son algo conocidos. En la Biblia hay libros que nos son familiares, y hay libros que nos son conocidos. A vuelo de pensamiento distinguimos el estilo de escritura de Pablo, de Pedro, de Isaías, de Santiago, de Moisés, de Juan; pero tenemos que pararnos para discernir y dar respuesta a una pregunta de Ezequiel, de Zacarías, de Oseas o de Josué. Si escribir es arte, también es vocación; vocación que el que escribe lo ha deseado y lo ha podido alcanzar.

En meses pasados un hombre se halló con un evangélico y le dijo: “¡Ah! ¿Es usted periodista?” El evangélico le contestó: “No, yo lo que hago es escribir sermones”. El hombre le dijo: “Pero sus sermones son buenos”. Ciertamente son los sermones buenos los que impresionan. A veces salen al público unas cuartillas tan “pajizas” mal escritas, sin coordinación, mal impresas; la falta de gramática es demasiado pronunciada porque no pasa por manos de redactores de conocimiento. El sentido literario es tan escaso que cuando una persona recibe el folleto y lee los primeros renglones, lo tira por el cursi de su argumento. Se ha dicho que “no tienen dientes”.

Son muchos los millares que deseamos saber lo que nuestro Señor Jesucristo escribió en las arenas del templo. (Juan 8:6) Gracias a Dios por las cartas de Pablo; de él se dice: “A la verdad, dicen, las cartas son duras y fuertes: más la presencia corporal débil, y la palabra menospreciable”. (2 Corintios 10:10)

Todo el fin que debe perseguir la escritura es lo que dice Pedro: “Amados, esta es la segunda carta que os escribo, y en ambas despierto con exhortación vuestro limpio entendimiento”. (2 Pedro 3:1)

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