Satanás sabía lo que había en Job. Conocía las tendencias de una naturaleza que él mismo había corrompido con su mentira en el huerto de Edén. Dijo a Jehová: “¿Acaso teme Job a Dios de balde? ¿No le has cercado alrededor a él y a su casa y a todo lo que tiene?... Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia” (Job 1:9-11). Satanás nos conoce en lo más profundo de nuestro ser y comprende los resortes de nuestros pensamientos y móviles. ¡Cuán solemne es esto!
Satanás
conocía lo que había en Job, pero no conocía lo que había en Dios. Los
designios de la gracia divina estaban por encima de su comprensión. Por esta
razón, en la historia del mundo siempre trabajó para su propia derrota, aunque
pensaba que ganaba ventaja. Porque está obligado a enfrentarse con Dios aun en
las cosas que hace y en los propósitos que entreteje contra nosotros.
Cuando
Satanás vino hacia el hombre en el huerto de Edén, encontró a Dios para su
propia confusión. Dios anunció su derrota (Génesis 3:15). Cuando incitó a David
a censar a Israel, la era de Ornán fue descubierta, y el lugar en que la
misericordia se glorifica frente al juicio vino a ser el lugar del templo (1
Crónicas 21-22:1). Cuando zarandeó a los apóstoles como a trigo, se vio
superado por la oración de Jesús y, en lugar de una fe abatida, hubo hermanos
confirmados (Lucas 22:31-32). Y, sobre
todo, cuando Satanás condujo a los hombres a clavar a Jesús en la cruz, la
misma muerte que provocó, fue su propia destrucción, completa y definitiva.
En
todos los ataques que hace sobre cada uno de nosotros, Satanás descubre tarde o
temprano que encontró al Dios Todopoderoso y no a un débil creyente. Entró en
el dominio de Job para devastarlo y destruirlo. Pero Dios estaba allí tal como
su siervo Job, y finalmente Satanás fue completamente confundido.
Es
así en cuanto a los creyentes y su gran enemigo. Un día reinarán y allí
Satanás no tendrá lugar. Liberados de las tribulaciones que provocó alrededor
de ellos y contra ellos, se adelantarán para traer sus coronas y cantar himnos
de triunfo. En lugar de aparecer otra vez “entre los hijos de Dios”, como en
la historia de Job (Job 1:6), Satanás será prendido por un ángel poderoso y
arrojado al abismo (Apocalipsis 20:1-3).
Satanás
siempre es derrotado. Es el instrumento — instrumento voluntario— de la
“destrucción de la carne”, pero esta destrucción tiene por resultado la salvación
del espíritu (1 Corintios 5:5). Se deleita en recibir al que le es entregado
para corrección, pero esto lleva a que el justiciado aprenda a no blasfemar (1
Timoteo 1:20). Da al creyente un aguijón en la carne, pero el resultado es
bueno, porque guarda al siervo de Cristo de enaltecerse (2 Corintios 12:7).
Estos
ejemplos nos muestran que Satanás siempre trabaja directamente para su derrota.
Sus propias armas se vuelven contra él. Al que ataca, le es dado por este mismo
ataque fuerza y energía contra Satanás. ¡Dichosa seguridad! Finalmente, nuestro
gran adversario nunca es el vencedor.
J.
G. Bellet
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