(Efesios 1:6)
No dice que Dios nos acepta
si nosotros hacemos lo mejor que podamos; sino, “Nos hizo aceptos”. Ni tampoco dice que Él
nos hará aceptos en el Justo, porque, aunque esto es cierto, no es la verdad
que aquí se expresa; sino, “Él nos hizo aceptos en el AMADO”. El apóstol, cuando fue
guiado por el Espíritu Santo para escribir esas palabras, no se refería sólo a
sí mismo, sino a todos en todo lugar que confíen en Jesús como su Salvador. Sin
embargo, hay multitudes en las iglesias modernas que no creen que ellos han
sido aceptados en lo absoluto; hay multitudes que piensan que son aceptados de
acuerdo con la medida de sus oraciones y esfuerzos y buenas obras; y pocos, por
desgracia, muy pocos, entienden por simple fe en la Palabra de Dios que ellos
son aceptados de acuerdo con la medida del amor del Padre a Su Hijo.
Antes de que se establecieran los fundamentos de la
Tierra, Él era el deleite de Su Padre, regocijándose delante de Él todo el
tiempo. (Prov 8:30); y cuando Él caminó entre los hombres, una y otra vez el
cielo se abrió, como si Dios reprimiera Sus deseos de pronunciar con voz audible
Su amor que se desbordaba por Aquél que vino a hacer Su voluntad. En Su
bautismo, y en el Monte de la Transfiguración, se escuchó una voz del cielo
diciendo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mat 3:17; 17:5); y Él
podría responder con verdad perfecta, “El que me envió es conmigo: el Padre no me ha dejado
solo; porque yo siempre hago las cosas que le agradan” (Jn 7:29). Cuán amado es
para el Padre ahora que Él ha lo ha satisfecho y lo ha glorificado sobre la
tremenda cuestión del pecado, ninguna lengua puede decirlo, ninguna imaginación
puede concebirlo.
Nosotros sabemos que cuando Él estaba aquí abajo, Él
habló de Sí mismo como el Hijo Unigénito y muy amado. (Jn 3:16; Mar 12:6); y
desde que Él ha sido exaltado a la mano derecha de la Majestad en las alturas,
nosotros estamos seguros de que Él no es menos amado por el Padre, a quien Él
obedeció y honró. Él es amado con un amor infinito, y es en Él, siendo tan amado,
que el creyente más débil y más indigno es aceptado. Por lo tanto, no es la
verdad completa decir que nosotros somos aceptos de acuerdo con la estimación
que Dios pone sobre Su obra consumada, o de acuerdo con el valor que Él pone
sobre Su preciosa sangre; sino que nosotros somos aceptos de acuerdo con Su
amor por Jesús, quien es más para Él, y más cercano a Él que todo el universo a
Su alrededor.
Esto es lo que nuestro Señor enseña simplemente en la
sublime oración intercesora que cierra Su discurso de despedida a los
discípulos. Siete veces Él usa las palabras de comparación ASI y COMO para
indicar a todos los que creen en Su Nombre que tienen su propio lugar y
porción, y Él finaliza y corona su maravillosa exhibición de gracia diciendo, “para que
el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a
mí me has amado”. (Jn 17:23). No, nosotros tenemos algo adicional al amor que el
Padre otorgó a Su Hijo, porque Él agrega, “que el amor con que me has amado, esté en ellos,
y yo en ellos” (v26). Con dichas declaraciones saliendo de sus
propios labios, no podemos sorprendernos de escuchar al Apóstol exclamando
movido por el Espíritu Santo, “En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para
que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos
nosotros en este mundo.” (1Jn 4:17)
De aquí se deduce que la medida de Su aceptación con
el Padre es la medida de nuestra aceptación; y la medida de Su cercanía al seno
del Padre, y al trono del Padre, es justo la medida de nuestra cercanía; porque
nosotros permanecemos no sólo en la aceptabilidad de Su obra, sino en toda la
aceptabilidad de Su persona. Si nosotros pasáramos nuestros pensamientos de nuestra
indignidad a Su amor perfecto, nosotros tendríamos confianza en lugar de alarma
al pensar en el juicio; porque nunca, hasta que sea manifestado en Su tribunal,
sabremos nosotros lo que Él ha hecho por nosotros, lo que Él ha sido para
nosotros, y lo que Él ha soportado de nosotros. Entonces, en la presencia de Su
gloria, nosotros veremos el resplandor de amor que se manifestó en la paciente
gracia y bondad incansable en medio de nuestros constantes fracasos; y nosotros
nos retiraremos de la escena sobrecogidos, no con terror, sino con un
despliegue de todo su amor.
¡Que Él abra nuestros corazones suspicaces y
enderezados para tomar ahora más de este amor maravilloso, y estar más ocupados
con Su suficiencia en nosotros, y Su Palabra para nosotros, y menos con
nuestras debilidades y deficiencias! Ciertamente, nosotros lo deshonramos y lo contristamos
cuando nos descarriamos y somos mundanos y caminamos como los hombres; pero si
realmente confiamos en Él para librarnos del pecado y de la ira, y deseamos
vivir en la luz sin nubes de la comunión con nuestro Señor, es una afrenta y
dolor más grande al Amigo que es más cercano que un hermano, cuando Él nos ve
cuestionando Su amor inmerecido, y rehusando tomar el lugar de un hijo
aceptado, lo que Él da a cada pecador creyente.
Que cada duda, cristiano atribulado, en la lectura de
la bendita seguridad y las promesas consoladoras de la Biblia, digan siempre,
“Yo tengo todo esto o nada”
Verdades para nuestros días. Septiembre 2010
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