III.
Este tercer y último punto se presenta en nuestro capítulo de una manera tan
característica como los otros dos. La posición del cristiano es ser hallado en
Cristo; el objeto del cristiano es conocer a Cristo, y su esperanza es ser
semejante a Cristo. ¡Cuán admirablemente perfecto es el lazo que existe entre
estas tres cosas! Desde el momento que me hallo en Cristo como mi justicia,
anhelo conocerle como mi objeto, y cuanto más le conozco, tanto más
ardientemente deseo ser semejante a él, esperanza que sólo puede concretarse
cuando le vea tal como él es. Al poseer una justicia perfecta y un objeto
perfecto, sólo anhelo una cosa más, a saber: acabar con todo lo que me impida
gozar plenamente de este objeto. “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de
donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará
el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la
gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas
las cosas” (Filipenses 3:20-21).
Y
ahora, al reunir estos pensamientos, tenemos un cuadro completo del
cristianismo. No hemos procurado desarrollar aquí ninguno de estos tres puntos
mencionados; porque, bien podemos decir, cada uno de ellos requeriría un
volumen. El lector haría bien en continuar por sí solo con este admirable
estudio. Que para ello se eleve por encima de las imperfecciones y de las
inconsecuencias de los cristianos, para contemplar la grandeza moral del
cristianismo, tal como este capítulo nos lo muestra en la vida y el carácter de
Pablo; y que el lenguaje de su corazón sea: «Que otros hagan como quieran; en
cuanto a mí, nada menos que este precioso modelo podrá satisfacer mi corazón;
además, quiero quitar mi mirada de los hombres, para fijarla solamente en
Cristo, y hallar todo mi gozo en él como mi justicia, mi objeto y mi
esperanza.» ¡Que así sea para el escritor y para el lector, por amor a Jesús!
C. H. Mackintosh
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