domingo, 29 de octubre de 2023

¿Y qué del Espíritu Santo?

 Es trágico que el Espíritu Santo sea incomprendido y tergiversado. A la vez, probablemente Él es la persona de la Santa Trinidad de quien más se habla. Su nombre se asocia irreflexivamente con un sin número de prácticas y enseñanzas dudosas, muchas de las cuales parecen no corresponder a la santidad que le caracteriza.

En el capítulo siguiente intentaremos llegar a algunas conclusiones bíblicas acerca de la naturaleza del moderno movimiento carismático, pero primeramente debemos dejar sentada una sólida base escrituraria para comprender la misión que tiene el Espíritu hoy en día. El propio Señor Jesús establece esta base en Juan capítulo 16, donde encontramos cuatro principios que gobiernan el ministerio del Espíritu.

1. El principio de glorificación 

Dice el Salvador, “El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os la hará saber” (Juan 16:14). Observamos la gran meta de la obra del Espíritu no es la de exaltarse a sí mismo sino al Hijo de Dios. El suyo es un ministerio honesto, porque quita la atención de sí y la dirige hacia el Salvador. Lo encontramos haciendo justamente esto en Hechos 5:29 al 32, cuando Pedro se refiere a sí mismo como un testigo de la exaltación del Señor: “y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo.”

Por otro lado, Pablo afirma en 1 Corintios 12:3 que es imposible para los hombres reconocer genuinamente el señorío de Cristo en sus vidas y lenguaje, salvo que sea por mediación del Espíritu. Entonces, cuando observamos que las alusiones específicas al Espíritu Santo disminuyen a medida que Hechos de los Apóstoles avanza, estamos ante una evidencia del indecible éxito de la tarea del Espíritu de presentar al Señor Jesús como el objeto de nuestra fe (Hechos 4:12, 28:31). Más aun, el principio de glorificación provee una piedra de toque para toda la enseñanza que oímos, porque cualquier sistema de doctrina que no exalte al Señor Jesús no procede del Espíritu Santo. Esto debería preservarnos frente a la inquietud moderna por el Espíritu mismo, o por los dones, más que por el Dador de ellos. Tengamos presente que el Espíritu Santo siempre se deleita en unirse al Padre para dirigir nuestra mirada hacia el Hijo (Mateo 3:16,17).

2. El principio de armonía 

Te habrás dado cuenta que el Señor Jesús subrayó la absoluta fidelidad del testimonio del Espíritu por tres veces al llamarle el Espíritu de Verdad (Juan 16:17, 15:26, 16:13). Como Él es verdad, así es en toda su extensión la Palabra que Él inspira (2 Pedro 1:21, Juan 17:17).

Lógicamente de esto se desprende que el Espíritu de Dios, tan íntimamente ligado a la inspiración de las Escrituras, se caracterizará en sus actuaciones por un total y completa armonía con las Escrituras. No puede contradecirse a sí mismo. Aquí tenemos otra valiosa prueba para el creyente; el Espíritu nunca nos conducirá contrariamente a lo que dice la Palabra. Pedir simplemente guía en lo espiritual es demasiado fácil. Aun verdaderos cristianos pueden, por sus propias inclinaciones, tergiversar el impulso divino, porque todavía poseemos una vieja naturaleza y un corazón que es “engañoso ... más que todas las cosas” (Jeremías 17:9).

Pero también poseemos un modelo perfecto de verdad para contrastar nuestros sentimientos y experiencias, y éste es la Palabra inspirada por el Espíritu, infalible y objetiva. Partiendo de esto, podemos decir por ejemplo que el Espíritu Santo nunca llevará a un creyente a enamorarse a una incrédula (2 Corintios 6:14), ni impulsará a una mujer cristiana a orar en viva voz en una reunión (1 Corintios 14:3). Tales cosas pueden suceder, pero decimos categóricamente que no son obras del Espíritu.

Cuán imperiosamente necesitamos, pues, ser dirigidos y gobernados por la Palabra, porque solamente así seremos conducidos conscientemente por el Espíritu en la medida que conozcamos nuestra Biblia. ¡He aquí que no hay atajo para llegar a la santidad! Los hombres que Dios usa son hombres inmersos en las Escrituras, y esto exige dedicación. Para ser gente del Espíritu, hemos de ser gente del Libro.

3. El principio de la educación 

“Él os guiará a toda la verdad” (Juan 16:13) no es meramente la preautenticación que el Señor nos da del Nuevo Testamento, sino anticipa a la actividad del Espíritu como instructor en las cosas divinas. Como enseña Pablo, las verdades divinas se pueden apreciar solamente por medio del Espíritu de Dios (1 Corintios 2:11 al 14). Mientras que la inspiración se refiere a su superintendencia en cuanto a la estructura de la Biblia, la iluminación describe su continuo ministerio para exponerla. La importancia de esto queda expuesta en la observación del Salvador: “Os conviene que yo me vaya” (Juan 16:7). ¿Convenía que el Maestro, Guía y Consejero los dejara? Sí, porque mandaría “otro Consolador” exactamente como Él mismo para estar con ellos para siempre (Juan 14:16) y completar su educación espiritual.

En Pentecostés aquel Consolador descendió y desde entonces reside permanentemente en el corazón del creyente a partir del momento de su conversión. Así que, en ese mismo instante somos nacidos, bautizados, habitados y sellados por el Espíritu (Juan 3:5, 1 Corintios 12:13, 6:19, Efesios 1:13). Tengamos claro que todo cristiano posee el Espíritu de Dios como residente, porque “si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él” (Romanos 8:9). Y, su deseo es llevarnos a hacer “morir las obras de la carne” (Romanos 8:13) y a mostrar notoriamente en nuestras vidas los frutos cristianos (Gálatas 5:22 al 24).

¡Estas manifestaciones del Espíritu son más reveladoras y elocuentes que todos los dones milagrosos y espectaculares como lenguas, interpretaciones y sanidades que existen en el mundo!

4. El principio de la aplicación 

“Tomará de lo mío y lo hará saber” (Juan 16:15). La historia del fiel siervo de Abraham al buscar esposa para Isaac es una imagen deliciosa en este aspecto de la obra del Espíritu. Del mismo modo que él se presentó a Rebeca con pruebas de la riqueza y gloria de su futuro marido (Génesis 24:53), así el Espíritu Santo toma las riquezas de Cristo Jesús y las hace reales para nosotros. No nos maravillemos que Pablo lo llame “las arras de nuestra herencia” (Efesios 1:14).

¿Por qué al reunirnos para recordar al Señor, como Él nos pidió, nuestros corazones son conducidos hacia la grandeza de su persona y obra? ¿Por qué todos los creyentes añoran y esperan ansiosamente el regreso del Salvador? ¿Por qué es la Biblia un depósito inagotable de pasmosas verdades divinas? ¡Porque el Espíritu de Dios está haciendo su obra! Como uno escribió, “el gran objetivo de todos sus ministerios combinados es el de mantener al creyente satisfecho con Cristo”. Si guardamos este pensamiento en la médula de nuestra doctrina acerca del Espíritu Santo, no nos extraviaremos.


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