William Macdonald
El
Quebrantamiento que gana
David Akeman era un corresponsal principal de una de las
revistas de noticias más grandes, que presta servicios en Hong Kong. Tenía la
reputación de ser un cristiano comprometido, que era abierto en su testimonio
para el Señor.
En ese momento, el jefe de la oficina era una constante
irritación para Akeman debido a su vocabulario profano. Este hombre
difícilmente podía hablar sin usar el nombre del Señor en vano. Su conversación
siempre estaba entretejida con palabras soeces. Akeman intentaba reprimir su
enojo, pero la presión se elevaba en su interior.
Finalmente, la válvula de seguridad explotó. Un día,
cuando el vocabulario de este hombre fue inusualmente ofensivo, Akeman gritó:
“¡Discúlpeme, no me gusta la manera en que usted toma el nombre de Dios en
vano!” Él no lo dijo en voz baja, ni gentilmente. Más bien fue una dura
reprimenda.
El jefe de la oficina no se lo tomó con calma. “¡Discúlpeme,”
le dijo, “a mí no me gusta la manera en que me dijo eso!”
Al principio, David presumía de que finalmente había
llevado el tema al jefe. Tenía la satisfacción de haber reprendido a este
colega. Quizás eso resolvería el problema. No tendría que escuchar más las
continuas blasfemias. Había enfrentado un problema difícil y lo había hecho
bien.
Pero luego se dio cuenta de que “lo había golpeado”. Lo
que le había dicho al jefe era bastante correcto, pero la manera en que lo
había dicho estaba mal. Su testimonio fue empañado. La comunicación entre ellos
se había roto.
Estando recostado en su cama una noche, se dio cuenta de
lo que él como cristiano tenía que hacer. Se dijo: “Voy a ir allí mañana y me
haré responsable de todo.” Sería la muerte para su orgullo. Para él sería una
gran humillación. Pero se tragó su orgullo y a la mañana siguiente se paró delante
del jefe de la oficina.
“Quiero que sepa dos cosas, y luego me iré. Número uno,
nuestra relación se ha roto. No nos estamos comunicando el uno con el otro, y
yo soy la razón de eso. No he sido el tipo de persona que debería ser. Acepto
toda la responsabilidad y ruego su perdón. No tiene nada que ver con usted.
Soy yo.” El jefe estaba pasmado.
Ahora era el momento de caminar la segunda milla.
“Número dos,” Akeman continuó, “de ahora en adelante le
daré la primera elección en todas las historias. Si quiere hacer una historia
es su elección. Si no quiere hacerla, la haré yo. Perdóneme. Las historias son
todas suyas primero, y yo tomaré las restantes.”
Tal disculpa y desinterés son virtualmente desconocidos
en el círculo de los periodistas. El jefe de la oficina se quedó sin palabras.
Akeman se fue de la oficina, esta vez jubiloso por haber restaurado la
relación.
Pocos días después, David se enteró de un desayuno de
hombres de negocios cristianos, en el cual un ejecutivo iba a dar su
testimonio de fe en Cristo. Con cierta inseguridad fue al jefe de la oficina y
dijo: “Mire, voy a ir a un desayuno donde un hombre de negocios va a hablar de
su fe en Dios. ¿Le gustaría ir? Esta vez fue el tumo de Akeman de sorprenderse.
“Está bien,” dijo su jefe. Al final de la reunión, entregó su vida a
Jesucristo como su Señor y Salvador.
Akeman comentó: “Estaba sobrellevando una gran carga, y
todavía estaba batallando con eso. Pero si yo no hubiera dado ese primer paso,
nunca jamás habría ganado a este hombre.”
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