domingo, 29 de octubre de 2023

Viviendo por encima del promedio(5)

 William Macdonald


El Quebrantamiento que gana


David Akeman era un corresponsal principal de una de las revistas de noticias más grandes, que presta servicios en Hong Kong. Tenía la reputación de ser un cristiano compro­metido, que era abierto en su testimonio para el Señor.

En ese momento, el jefe de la oficina era una constante irritación para Akeman debido a su vocabulario profano. Este hombre difícilmente podía hablar sin usar el nombre del Señor en vano. Su conversación siempre estaba entrete­jida con palabras soeces. Akeman intentaba reprimir su enojo, pero la presión se elevaba en su interior.

Finalmente, la válvula de seguridad explotó. Un día, cuando el vocabulario de este hombre fue inusualmente ofensivo, Akeman gritó: “¡Discúlpeme, no me gusta la manera en que usted toma el nombre de Dios en vano!” Él no lo dijo en voz baja, ni gentilmente. Más bien fue una dura reprimenda.

El jefe de la oficina no se lo tomó con calma. “¡Discúlpe­me,” le dijo, “a mí no me gusta la manera en que me dijo eso!”

Al principio, David presumía de que finalmente había llevado el tema al jefe. Tenía la satisfacción de haber re­prendido a este colega. Quizás eso resolvería el problema. No tendría que escuchar más las continuas blasfemias. Ha­bía enfrentado un problema difícil y lo había hecho bien.

Pero luego se dio cuenta de que “lo había golpeado”. Lo que le había dicho al jefe era bastante correcto, pero la manera en que lo había dicho estaba mal. Su testimonio fue empañado. La comunicación entre ellos se había roto.

Estando recostado en su cama una noche, se dio cuenta de lo que él como cristiano tenía que hacer. Se dijo: “Voy a ir allí mañana y me haré responsable de todo.” Sería la muerte para su orgullo. Para él sería una gran humillación. Pero se tragó su orgullo y a la mañana siguiente se paró de­lante del jefe de la oficina.

“Quiero que sepa dos cosas, y luego me iré. Número uno, nuestra relación se ha roto. No nos estamos comuni­cando el uno con el otro, y yo soy la razón de eso. No he si­do el tipo de persona que debería ser. Acepto toda la res­ponsabilidad y ruego su perdón. No tiene nada que ver con usted. Soy yo.” El jefe estaba pasmado.

Ahora era el momento de caminar la segunda milla.

“Número dos,” Akeman continuó, “de ahora en adelante le daré la primera elección en todas las historias. Si quiere hacer una historia es su elección. Si no quiere hacerla, la haré yo. Perdóneme. Las historias son todas suyas primero, y yo tomaré las restantes.”

Tal disculpa y desinterés son virtualmente desconocidos en el círculo de los periodistas. El jefe de la oficina se que­dó sin palabras. Akeman se fue de la oficina, esta vez jubi­loso por haber restaurado la relación.

Pocos días después, David se enteró de un desayuno de hombres de negocios cristianos, en el cual un ejecuti­vo iba a dar su testimonio de fe en Cristo. Con cierta in­seguridad fue al jefe de la oficina y dijo: “Mire, voy a ir a un desayuno donde un hombre de negocios va a hablar de su fe en Dios. ¿Le gustaría ir? Esta vez fue el tumo de Akeman de sorprenderse. “Está bien,” dijo su jefe. Al fi­nal de la reunión, entregó su vida a Jesucristo como su Señor y Salvador.

Akeman comentó: “Estaba sobrellevando una gran carga, y todavía estaba batallando con eso. Pero si yo no hubiera dado ese primer paso, nunca jamás habría ganado a este hombre.”

Una disculpa completa e incondicional como la de Ake­man es un bien escaso en la jungla de este mundo. El re­nunciar a todos los derechos es extraño en la economía competitiva. Sin embargo, este es el comportamiento extra­ordinario que gana para la fe cristiana a los hombres y mu­jeres difíciles.

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