La
zarza es símbolo de maldición.
La zarza es símbolo de maldición desde el mismo
momento que Dios quitó al hombre sus privilegios por su desobediencia. “Maldita
será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu
vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás planta del campo”. (Génesis
3:17,18) O sea, que el hombre tiene que trabajar, sembrando la tierra, para
poder comer. Pero no tiene el hombre que sembrar la zarza; ella nace de sí como
una de las secuencias del pecado. Es juicio acertado si decimos que antes de la
caída del hombre la tierra no producía zarza ni frutos vanos.
Vemos ahora el aporte que proporciona el estudio de la
zarza para nuestra enseñanza.
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La zarza que traba
“Alzó Abraham sus ojos y miró, y he aquí a sus espaldas
un carnero trabado en un zarzal”. (Génesis 22:13)
El carnero fue sustituto de Isaac y tipo de Cristo, y
la zarza contribuye como emblema de la maldición con la corona de espinas que
pusieron en la cabeza de nuestro Redentor. El zarzal era abundante donde estaba
trabado el carnero por los cuernos; también nuestros pecados eran muchos, y
clavaron al Señor a la cruz. Pero sólo las cuerdas de su amor a la Iglesia le
retuvieron allí hasta que terminó la obra de redención, porque “cuando el
pecado abundó, sobreabundó la gracia”. (Romanos 5:20)
Otro aspecto de la zarza fue que Abraham tuvo que
quitar la zarza para tomar el carnero, que murió en lugar de Isaac; asimismo
Cristo quitó nuestros pecados y resucitó para nuestra justicia.
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La zarza que no se quema
“Moisés dijo: Iré yo ahora y veré esta grande visión,
por qué causa la zarza no se quema”. (Éxodo 3:3-5)
Era maravilloso; quizás se oía el crepitar de las
espinas, las llamas ondeaban y sobre ellas estaba el Señor, quien es fuego
vivificador del Espíritu de Dios, que guarda a su pueblo en todos los tiempos.
Faraón decretó el exterminio de la raza hebrea por la muerte de los varones,
pero la zarza no se quema. Moisés es librado milagrosamente; las parteras
preservaron la vida a los niños. (Éxodo 2:1-10, 1:17)
Muchos árboles había, pero Dios escoge la zarza, que
es fruto de la maldición, para mostrarse como Dios de gracia. Solamente pide a
Moisés que reconozca su presencia en el lugar, y luego empieza a desahogar su
corazón afligido por los sufrimientos que su pueblo estaba pasando en Egipto.
(Éxodo 3:1-12). Muy diferente ocurrió en el Sinaí posteriormente. “Todo el
monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y el
humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía en gran
manera. Y Jehová dijo a Moisés: Desciende, ordena al pueblo que no traspase los
límites para ver a Jehová, porque caerán multitud de ellos”. (Éxodo 19:18,21)
En la zarza Dios condescendió para salvar a su pueblo,
en el Sinaí para castigar a los transgresores a su ley. El Hijo de Dios, el
inocente, estuvo sobre el altar de la cruz; el fuego de la ira de Dios le
consumía; las espinas, frutos de la zarza, le atormentan su cabeza en
colaboración con la cruz, procedente también de la tierra maldita. El monte
Calvario está rodeado de gente semejante a un bosque de zarza; no hay ninguna
consideración para el crucificado. El fuego ardía sobre la víctima, pero “la zarza
no se consumía”. Otra vez el Dios de gracia expresa su corazón afligido por los
labios del sacerdote vicario: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
(Lucas 23:34)
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La zarza honrada
“La gracia que habitó en la zarza venga sobre la
cabeza de José”. (Deuteronomio 33:16)
Esto nos hace pensar en muchos seres y cosas honrados
por “Aquel que habitó en la zarza”: el seno virginal de aquella pobre y santa
mujer María, el pesebre de Belén, la carpintería de Nazaret, el barco de Pedro,
aquella familia en Betania, la mujer pecadora que lavó los pies con lágrimas,
el centurión en Capernaum que se sintió tan indigno de la honra tan grande que
iba a recibir y mandó a decir: “Señor, no te molestes, pues no soy digno de que
entres bajo mi techo”. (Lucas 7:1-11) El que habitó en la zarza se acerca
todavía más a nosotros, y dice: “Desciende, porque hoy es necesario que pose yo
en tu casa”. (Lucas 19:5)
Que la bendición de estos versículos en Deuteronomio
sea sobre Él: “las mejores dádivas de la tierra”; o sea, nuestra adoración,
comunión y confesión. Y la gracia del que habitó en la zarza, u aquella gracia
que se derramó en sus labios, y que “nos enseña que, renunciando a la impiedad
y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente”.
(Salmo 45:2, Tito 2:11,12) “Venga sobre la cabeza de José” —nuestro Señor
Jesús— y sobre la frente de aquel que es príncipe entre sus hermanos. Por lo
cual Él no se avergüenza de llamarnos hermanos”. (Hebreos 2:11,12)
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La zarza reina
“Dijeron entonces todos los árboles a la zarza: Anda
tú, reina sobre nosotros”. (Jueces 9:14)
La instrucción de Salmo 8, Pablo la aplica al Señor
Jesús: “El Hijo del Hombre, hecho un poco menor que los ángeles, le coronaste
de honra y de gloria, y le pusiste sobre las obras de tus manos. Todo lo
sujetaste bajo sus pies”. (Hebreos 2:5-8) Los cedros del Líbano, representados
por los magnates religiosos judíos, procedieron con anarquía contra el Señor;
dijeron: “No queremos que éste reine sobre nosotros”. (Lucas 19:14) Condenaron
y dieron muerte al Justo.
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