domingo, 29 de octubre de 2023

Jonatán, nieto de Moisés

 Los hijos de Dan levantaron para sí la imagen de talla. Y Jonatán hijo de Gersón, hijo de Moisés, él y sus hijos fueron sacerdotes en la tribu de Dan, hasta el día del cautiverio de la tierra. Jueces 18.30


Su llamamiento

La historia de este varón, con parentesco tan ilustre, empieza con las palabras, “Y había un joven ..., el cual era levita, y forastero allí”, Jueces 17.7. Siendo él levita por nacimiento, Dios le reclamó para su servicio. En Éxodo 32, en la primera ocasión de apostasía de Israel con el becerro de oro, Moisés había clamado, “¿Quién está por Jehová?” y la tribu de Leví salió como un solo hombre de entre los apóstatas, resuelta a servir al Señor. Fue una elección de fe; ellos escogieron a Dios y El a ellos. Cada creyente en Cristo ha obedecido al llamamiento divino y ha podido decir que ha dejado el mundo para servir a Cristo.

Los levitas entraban en pleno servicio para Dios a los treinta años de edad, continuando hasta los cincuenta. Dios reclamaba el mejor lapso de sus vidas. Asimismo, cada creyente ha sido escogido por Dios para servirle, y Él es digno de lo mejor de nuestras vidas.

Su ambición

Jonatán aparentemente fue vencido por un espíritu de inquietud. No se contentó con la vida que llevaba en Belén, “la casa de pan”, que más tarde sería la ciudad real, donde nacería David y muchos siglos después el Señor Jesucristo. Sin buscar la voluntad divina, el joven salió sin rumbo.

Los tiempos nuestros son de mucha inquietud entre la juventud del mundo. Algunos no se contentan con una vida sana, buscando más bien toda forma de placer carnal. ¡Cuán distinto debe ser el joven que Dios ha escogido por hijo en la crema y nata de su vida y ha separado para su servicio!

Este hombre llegó a la casa de Micaía, quien lo contrató por diez siclos de plata por año más vestidos y comida. Con esto le compró sus servicios religiosos. Micaía tenía una “casa de dioses” y él siguió adquiriendo ídolos. El abuelo del joven había acabado con la idolatría en el desierto, pero éste no tuvo inconveniente en hacerse sacerdote de la idolatría. Le agradó vivir con aquel hombre que lo contrató, y llegó a ser un asalariado, un servidor de los hombres. ¡Cuán pronto puede uno desviarse de la verdad y venderse al error!

Esto es lo que vemos en el mundo religioso hoy en día. ¡Cuántos hay con la pretensión de ser siervos de Dios, que en realidad son siervos de hombres, apagando la voz de su conciencia por agradar al mundo! El gran apóstol escribió a los corintios, en su primera carta: “Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres”, 7.23. El fiel siervo del Señor no cederá ni una jota de la verdad por congraciarse con sus semejantes.

Su fin

En Jueces 18 tenemos el relato de los hombres de Dan que llegaron a la casa de Micaía y le robaron sus ídolos. Cuando convidaron al levita a seguir con ellos, “se alegró el corazón del sacerdote ... y se fue en medio del pueblo, llevando los ídolos consigo”. Su ambición era el agradecimiento propio y su mejoramiento material. Ya estaba empedernido en su idolatría.

Cuando Micaía alcanzó a esa gente, reclamando sus ídolos y el regreso de su sacerdote, los hombres de Dan le preguntaron: “Qué tienes que has juntado gente?” Él les contestó: “Tomasteis mis dioses que yo hice y al sacerdote, y os vais, ¿qué más me queda?”

¡Pobre hombre! Quitados sus dioses y su sacerdote asalariado, no le quedó nada. Así es la religión de los hombres; sin ritos, sin ceremonias, formalismo y “santos”, nada hay para sus almas. En cambio, el verdadero creyente en Cristo ha tomado de la plenitud que hay en aquél en quien habita corporalmente toda la plenitud de la deidad. La religión no puede garantizar la satisfacción, pero en la persona de Cristo el creyente tiene una fuente de agua viva que nunca se seca.

Joven que conoces a Cristo, no vayas buscando otro lugar. Quédate contento con tus hermanos en Cristo y con la congregación de los santos donde cabe toda la Palabra de Dios, sin la necesidad de innovaciones humanas. La apostasía va en aumento, pero el Señor quiere ver en su pueblo la firmeza, fidelidad y santo fervor en servirle hasta que El venga.

El capítulo 18 del libro de Jueces termina con palabras solemnes: “Así tuvieron levantada entre ellos la imagen de talla que Micaía había hecho, todo el tiempo que la casa de Dios estuvo en Silo”. Así, el nieto de Moisés fue fundador de un culto idólatra en rivalidad con el verdadero culto a Jehová. Parece que murió apóstata.

Cuando uno que profesa el nombre de Cristo empieza a desviarse del camino, quién sabe dónde terminará. “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que, brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados”, Hebreos 12.15.

Santiago Saword

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