Los hijos de Dan levantaron para sí la imagen de talla. Y Jonatán hijo de Gersón, hijo de Moisés, él y sus hijos fueron sacerdotes en la tribu de Dan, hasta el día del cautiverio de la tierra. Jueces 18.30
Su llamamiento
La
historia de este varón, con parentesco tan ilustre, empieza con las palabras,
“Y había un joven ..., el cual era levita, y forastero allí”, Jueces 17.7.
Siendo él levita por nacimiento, Dios le reclamó para su servicio. En Éxodo 32,
en la primera ocasión de apostasía de Israel con el becerro de oro, Moisés
había clamado, “¿Quién está por Jehová?” y la tribu de Leví salió como un solo
hombre de entre los apóstatas, resuelta a servir al Señor. Fue una elección de
fe; ellos escogieron a Dios y El a ellos. Cada creyente en Cristo ha obedecido
al llamamiento divino y ha podido decir que ha dejado el mundo para servir a
Cristo.
Los
levitas entraban en pleno servicio para Dios a los treinta años de edad,
continuando hasta los cincuenta. Dios reclamaba el mejor lapso de sus vidas. Asimismo,
cada creyente ha sido escogido por Dios para servirle, y Él es digno de lo
mejor de nuestras vidas.
Su ambición
Jonatán
aparentemente fue vencido por un espíritu de inquietud. No se contentó con la
vida que llevaba en Belén, “la casa de pan”, que más tarde sería la ciudad
real, donde nacería David y muchos siglos después el Señor Jesucristo. Sin
buscar la voluntad divina, el joven salió sin rumbo.
Los
tiempos nuestros son de mucha inquietud entre la juventud del mundo. Algunos no
se contentan con una vida sana, buscando más bien toda forma de placer carnal.
¡Cuán distinto debe ser el joven que Dios ha escogido por hijo en la crema y
nata de su vida y ha separado para su servicio!
Este
hombre llegó a la casa de Micaía, quien lo contrató por diez siclos de plata
por año más vestidos y comida. Con esto le compró sus servicios religiosos.
Micaía tenía una “casa de dioses” y él siguió adquiriendo ídolos. El abuelo del
joven había acabado con la idolatría en el desierto, pero éste no tuvo
inconveniente en hacerse sacerdote de la idolatría. Le agradó vivir con aquel
hombre que lo contrató, y llegó a ser un asalariado, un servidor de los
hombres. ¡Cuán pronto puede uno desviarse de la verdad y venderse al error!
Esto
es lo que vemos en el mundo religioso hoy en día. ¡Cuántos hay con la
pretensión de ser siervos de Dios, que en realidad son siervos de hombres,
apagando la voz de su conciencia por agradar al mundo! El gran apóstol escribió
a los corintios, en su primera carta: “Por precio fuisteis comprados; no os
hagáis esclavos de los hombres”, 7.23. El fiel siervo del Señor no cederá ni
una jota de la verdad por congraciarse con sus semejantes.
Su
fin
En
Jueces 18 tenemos el relato de los hombres de Dan que llegaron a la casa de
Micaía y le robaron sus ídolos. Cuando convidaron al levita a seguir con ellos,
“se alegró el corazón del sacerdote ... y se fue en medio del pueblo, llevando
los ídolos consigo”. Su ambición era el agradecimiento propio y su mejoramiento
material. Ya estaba empedernido en su idolatría.
Cuando
Micaía alcanzó a esa gente, reclamando sus ídolos y el regreso de su sacerdote,
los hombres de Dan le preguntaron: “Qué tienes que has juntado gente?” Él les
contestó: “Tomasteis mis dioses que yo hice y al sacerdote, y os vais, ¿qué más
me queda?”
¡Pobre
hombre! Quitados sus dioses y su sacerdote asalariado, no le quedó nada. Así es
la religión de los hombres; sin ritos, sin ceremonias, formalismo y “santos”,
nada hay para sus almas. En cambio, el verdadero creyente en Cristo ha tomado
de la plenitud que hay en aquél en quien habita corporalmente toda la plenitud
de la deidad. La religión no puede garantizar la satisfacción, pero en la
persona de Cristo el creyente tiene una fuente de agua viva que nunca se seca.
Joven
que conoces a Cristo, no vayas buscando otro lugar. Quédate contento con tus
hermanos en Cristo y con la congregación de los santos donde cabe toda la
Palabra de Dios, sin la necesidad de innovaciones humanas. La apostasía va en
aumento, pero el Señor quiere ver en su pueblo la firmeza, fidelidad y santo
fervor en servirle hasta que El venga.
El
capítulo 18 del libro de Jueces termina con palabras solemnes: “Así tuvieron
levantada entre ellos la imagen de talla que Micaía había hecho, todo el tiempo
que la casa de Dios estuvo en Silo”. Así, el nieto de Moisés fue fundador de un
culto idólatra en rivalidad con el verdadero culto a Jehová. Parece que murió
apóstata.
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