(Respuesta a una carta)
C.H. MACKINTOSH
…o
nos sentimos con libertad de ofrecerle ningún consejo respecto de su situación.
Usted debe acudir solamente a Dios. Cada uno debe aprender por sí mismo, en
comunión con Dios, cuál es su propia senda en este solemne asunto. Siempre
hemos encontrado que aquellos que fueron los más apresurados para ofrecer
consejos, fueron los más incompetentes para darlos; mientras que, aquellos cuyo
consejo merecía ser tomado en cuenta, fueron los más pausados para darlo. No
vaya a suponer, querido amigo, que somos indiferentes a sus ejercicios; al
contrario, nos condolemos profundamente de ellos; pero nosotros creemos que usted
debe pedir consejo a Dios. 1.- Corintios 7:32-34 enseña, muy ciertamente, que
los solteros son los que más libertad tienen de cuidados; pero el versículo 7
enseña con claridad que “cada uno tiene su propio don de Dios”; y cada uno debe
saber, por sí mismo, cuál es su propio don. Una cosa, es decir: «Siga el
ejemplo de Pablo», y muy otra tener el «propio don» para hacerlo. Es un error
fatal que uno aparente andar en una senda para la que Dios no le ha dado ningún
llamamiento ni le ha dotado de poder espiritual.
Debemos
recordar, en estos días de ritualismo y de renovado monasticismo, que el
matrimonio es una institución santa y honrosa, establecido por Dios en el
huerto del Edén; aprobado por su presencia en Caná de Galilea y declarado ser
honroso en todo, por su Espíritu, en Hebreos 13:4. Esto es suficiente en cuanto
al principio general; más, cuando consideramos los casos individuales, cada uno
debe ser guiado por Dios. A él lo encomendamos a usted muy afectuosamente.
No
podemos comprender cómo uno que se llame a sí mismo «cristiano» puede atreverse
a hablar, en los términos que usted describe, de la santa y honrosa institución
del matrimonio. Tampoco podemos entender por qué usted tuvo que buscar una
opinión humana sobre el tema, estando Hebreos 13:4 brillando delante de usted,
por un lado, y 1.- Timoteo 4:1-4, por el otro. ¡Oh! ¿cuándo aprenderá la gente
a abrir su Biblia e inclinarse ante su santa autoridad en todas las cosas?
Detestamos absolutamente esa ficticia espiritualidad, santurronería y
trascendentalismo que salta a la vista en las notas a las que usted llama
nuestra atención. A nosotros nos parece que se trata simplemente de santidad en
la carne, lo cual sabemos que es una de las habilidosas tretas de Satanás. El
matrimonio fue instituido por el Jehová Dios en el huerto del Edén. Fue
ratificado por la presencia de Cristo en Caná de Galilea. El Espíritu Santo
declara en Hebreos 13 que es honroso. La prohibición del matrimonio es
declarada doctrina de demonios en 1.a Timoteo 4. Esto es plenamente
suficiente para nosotros, por más que los píos sentimentalistas e hiper espiritualistas
digan lo que les plazca.
Debe
ser absolutamente una cuestión de fe individual. Usted debe andar delante de
Dios; pero procure andar en feliz y benigna comunión. Ustedes dos, juntos,
deberían esperar en Dios y procurar ser de un mismo pensamiento en el Señor.
Éste es su feliz privilegio. No hay nada más importante para los esposos que
cultivar juntos el hábito diario de esperar en el Señor. Ello produce un
maravilloso efecto en todo el ámbito de la vida doméstica. Pongan todo delante
de Dios, derramen sus corazones juntos; no tengan secretos ni ninguna reserva.
Entonces sus corazones estarán unidos en santo amor, y la corriente de su vida
personal, conyugal y doméstica fluirá en paz y felicidad, para alabanza de Aquel
que los ha hecho uno y los ha llamado a andar juntos como herederos de la
gracia de la vida.
Ya
hemos alzado una voz de advertencia contra el terrible mal de los matrimonios
mixtos (esto es, la unión de un creyente con un inconverso) y hemos dado un muy
solemne ejemplo de sus consecuencias. Creemos que es un paso fatal que un
creyente se case con un inconverso, y una triste prueba de que el corazón se ha
apartado del Señor y de que la conciencia ha escapado de la influencia de la
luz y la autoridad de la Palabra de Dios. Es sorprendente cómo el diablo logra
echar polvo en los ojos de la gente en este asunto. Él induce a los creyentes a
creer que serán una bendición para el cónyuge inconverso. ¡Qué lamentable
engaño! ¿Cómo podemos esperar bendición sobre un flagrante acto de
desobediencia? ¿Cómo puedo yo, siguiendo un mal camino, pretender en él corregir
a otro? Pero sucede —y no infrecuentemente— que un creyente, cuando se empeña
en casarse con un incrédulo, se engaña a sí mismo mediante la convicción de que
es convertido. Estos creyentes aparentan estar satisfechos con pruebas de
conversión que, bajo otras circunstancias, dejarían enteramente de inspirarles
confianza. En estos casos, lo que gobierna es su propia voluntad. Ellos están
decididos a seguir su propio camino, y entonces, cuando ya es demasiado tarde,
se dan cuenta de su terrible error.
Con
respecto a su pregunta acerca de cómo debemos actuar con las personas que
incurren en esta transgresión, no conocemos ninguna instrucción directa que
conste en el Nuevo Testamento. Con toda seguridad, tendrá que haber una solemne
reprensión y una fiel reprobación; pero creemos que se trata de algo que más
bien pertenece al trabajo pastoral y a la disciplina personal que a la
disciplina de la asamblea.
Acerca
del triste caso que usted menciona, no creemos que esté bien que un hijo
«intente y gestione una reconciliación» entre sus padres. Si el marido desea
regresar, la esposa deberá recibirlo. Creemos que esto se desprende claramente
de 1.- Corintios 7:13. “Y si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él
consiente en vivir con ella, no lo abandone”. Si él desea regresar, ello
equivale a “consentir en vivir con ella”; y si a ella se le dice que “no lo
abandone”, ello equivale a recibirlo. Al menos, así lo juzgamos nosotros. Puede
ser que el Señor esté por llevar a sus pies al marido; y, si es así, sería muy
triste que una esposa creyente resultara ser una piedra de tropiezo por falta
de gracia. Sin duda, el marido ha faltado grandemente a sus deberes como esposo
al abandonar a su mujer, aun si no hubiera nada más serio; pero si él realmente
desea volver —aparte de cualquier manipulación o influencia externas—, no
podemos sino considerar que es deber de toda esposa cristiana recibirlo y
procurar, mediante su “conducta casta y respetuosa” (1.a Pedro 6:2),
ganarlo para Cristo. Si ella se opusiera, y él entonces fuese empujado al
pecado o al endurecimiento de su corazón, ella nunca se lo perdonaría a sí
misma.
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