El Hijo de Escocia que la enorgulleció
Para comprender a Eric Liddell, tiene que saber que en la
Escocia de sus días los creyentes respetaban y honraban el día del Señor. Lo
llamaban el sábado cristiano. No trabajaban, no se comprometían con ningún
deporte, sino que fielmente asistían a las reuniones de la iglesia, Las tiendas
estaban cerradas, y los servicios de transporte se detenían, a excepción de
casos de emergencia. Los creyentes apartaban el día de manera especial para la
alabanza y el servicio al Señor. Pensaban que todo aquel que amara al Señor
amaría Su día.
Eric tomó la
decisión más grande de su vida cuando tenía quince años, al aceptar a
Jesucristo como su Señor y Salvador. Incluso cuando lo apasionaba el participar
en carreras, el Señor siempre fue su prioridad.
Él
aspiraba representar a su país en los Juegos Olímpicos, y su oportunidad llegó
en 1924 cuando fue elegido para correr en la carrera de 100 metros en París. Se
puso eufórico. Pero todo cambió cuando un compañero le dijo que el evento sería
un domingo.
“No
puede ser”, gimió. “No puede ser”.
Buscó un
lugar tranquilo, y pasó un tiempo de oración. Cuando se levantó, tenía una
visión determinada. No deshonraría al Señor ni a Su día.
Cuando
esto se dio a conocer, causó una conmoción: “Has decepcionado a tu país. Eres
un traidor”. El director del equipo lloraba: “No puedes hacer esto”. Él
respondió con calma: “Yo no puedo correr en el día del Señor”.
Su
retirad ocupó los titulares. Las autoridades atléticas británicas estaban
furiosas. Los periódicos eran implacables en su condenación. Algunos de sus
amigos intentaron defenderlo, pero fue inútil. El Eric popular era ahora un
aguafiestas.
Eric
estudió la cartelera de anuncios. Notó que la carrera de 400 metros no se
correría un domingo. No era su distancia, pero podría intentarlo. Entonces fue
al director, y le preguntó si podía correr allí. Contrariamente a la política
convencional, el director estuvo de acuerdo. Eric ganó la primera serie. Corrió
nuevamente y ganó. Pronto estuvo en las semifinales, y luego en la final, lo
que era considerado el evento máximo de los Juegos Olímpicos.
Antes de
la carrera, el masajista del equipo le entregó un trozo de papel. Eric leyó:
“En el antiguo libro dice: ‘Yo honraré a los que me honran’. Deseándote
el mejor de los éxitos siempre”. La referencia bíblica de la cita era 1 Samuel
2:30. El versículo corrió junto a él durante toda la carrera.
Un
oficial que le dio al equipo británico una charla de ánimo dijo: “Jugar el
juego es lo único que importa en la vida”. Era probablemente un reproche
dirigido a Eric, pero dicha flecha no dio en el blanco. Para Eric había otras
cosas que importaban más.
Cuando
los corredores se dirigieron hacia la línea de partida, a Eric le había tocado
un mal carril. Además, la temperatura ese día era insufrible. Sin precedentes
para los Juegos Olímpicos.
La gente
decía que el estilo de correr de Eric era lamentable. Sus brazos iban colgando,
sus puños golpeaban el aire, sus rodillas estaban inflamadas, y su cabeza
estaba hacia atrás. Alguien lo comparó con un molino de viento. Pero cuando
estaba a casi 50 metros del objetivo, hizo un esfuerzo supremo para aumentar su
velocidad. Se apartó de los otros corredores, ganó la medalla de oro, y
estableció un nuevo récord mundial.
Uno de sus biógrafos escribió: "Logró obtener la
atención de millones cuando abandonó su oportunidad de ganar una medalla de oro
en los 100 metros, la carrera en la que era favorito para ganar, porque un
principio de su fe cristiana le era más importante. Cuando, en vez de eso,
inesperadamente ganó los 400 metros el país estaba a sus pies. Un atleta
prominente dijo: "Sin la mínima duda, Eric fue el atleta más grandioso que
Escocia haya producido, por su influencia, su ejemplo y capacidad."
Más tarde se convirtió en misionero en China. Antes de
embarcar, le dijo a su hermana: "Jenny, Dios me ha hecho con un propósito
para China; pero también me ha hecho rápido, y cuando corro, siento Su
complacencia."
Cuando los japoneses ocuparon China, Eric fue enviado a
un campo de concentración. Las condiciones eran duras. La comida y la ropa eran
escasas y las condiciones de los baños eran indescriptibles. El campo sacaba a
flote lo peor de las personas. Hubo luchas entre muchos de los cautivos,
especialmente entre los empresarios americanos.
Pero todos estaban de acuerdo en que Eric era diferente.
"Él vivía su cristiandad. Se lo catalogaba como la figura de Cristo aquí
en el campo, tanto como lo era entre los chinos en Siaochang. Se hacía amigo de
las prostitutas y de los empresarios despreciados. Les cargaba carbón a los
débiles, y enseñaba a los jóvenes. Estaba dispuesto a cualquier esfuerzo para
obtener recursos con qué servir. Y aún seguía siendo el mismo Eric, marchando
con una camiseta multicolor hecha de cortinas viejas y luciendo extremadamente
común y corriente, sin nada especial para nada.
Una de las internas, una prostituta rusa, necesitaba unos
estantes. Cuando Eric se encargó de eso, ella le dijo que había sido el primer
hombre que hizo algo por ella sin querer ser recompensado de alguna manera.
Un cautivo dijo de él: “Nunca escuché a Eric decir una
palabra cruel sobre alguien.” Otro testificó: “Eric es el hombre más similar a
Cristo que conozco.”
Cuando un guardia japonés notó que Eric no estaba al
pasar la lista, alguien le explicó que había muerto hacía cuatro horas. El
guardia dudó, y luego dijo: "Liddell era cristiano, ¿no?" Nunca había
hablado con Eric, pero debe haber visto a Cristo en él.
Él murió allí. No como resultado de una brutalidad, sino
como resultado de un tumor cerebral. La clínica del campo no estaba equipada
como para tratar ese tipo de problemas. Las últimas palabras de Eric, dichas a
Annie Buchan, una enfermera escocesa, fueron: "Annie, es entregarse
totalmente."
Cuando las noticias llegaron a Glasgow, el periódico
nocturno anunció: "Escocia ha perdido a un hijo que la enorgulleció cada
hora de su vida."
En el servicio fúnebre, Arnold Bryson, uno de los
misioneros mayores, dijo: Ayer un hombre me dijo: "De todos los hombres
que he conocido, Eric Liddell fue aquel en cuyo carácter y vida era
preeminentemente manifestado el espíritu de Jesucristo." Y todos quienes
tuvimos el privilegio de conocerlo con cierta intimidad hacemos eco de este
juicio. ¿Cuál era el secreto de su vida consagrada y de su influencia de largo
alcance? La entrega absoluta a la voluntad de Dios como se revela en Jesucristo.
La suya era una vida controlada por Dios y siguió a su Maestro y Señor con una
devoción que nunca osciló, y con una intensidad de propósito que hacía a los
hombres ver ambas cosas, la realidad y el poder de la religión verdadera.
Hay una posdata para esta historia. En 1977, el director
de cine británico, David Puttnam, se encontró con la historia de la victoria de
Eric Liddell en los Juegos Olímpicos de 1924. Puttnam recientemente había
producido una película llamada "Midnight Express" (El Expreso de
Medianoche) que mostraba lo peor de la naturaleza humana. Era una película
cínica que le dejó un sabor amargo en la boca. En realidad, estaba disgustado
porque había sido un gran triunfo de taquilla. Ahora sentía que la historia de
Eric serviría como catarsis. Dijo: "Aquí hay un personaje que representa a
los más grande que él mismo, poniendo el deber para con Dios antes que el éxito
mundano."
Así es como surgió la película Chariots of Fire (Carros
de Fuego). Fue un éxito instantáneo. Las personas en todo el mundo se enteraron
de un joven, cuyos escrúpulos significaban más para él que una medalla de oro
en los Juegos Olímpicos, un humilde atleta escocés, quien tenía firmes
convicciones y no las negociaría.
La película encontró una amplia aclamación. Las personas
lloraban a medida que veían cómo Dios había honrado a un hombre que lo había
honrado a Él. Un crítico de películas de Nueva York, Rex Reed, la llamó una de
las mejores películas jamás realizadas." Alcanza lo profundo de las
verdades universales y expresa sentimientos que los estándares cínicos
contemporáneos consideran fuera de moda."
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