viernes, 29 de diciembre de 2023

Las últimas palabras de Cristo

 

JUAN 13


Dios glorificado en Cristo Juan 13:31-38

La negra sombra que envolvía a la pequeña compañía se disipó con la salida de Judas. El agitado espíritu del Señor respiró tranquilo y cesaron las preguntas de los discípulos. Las palabras «luego que salió» son el punto de inflexión. Judas abandonaba la luz del aposento alto y pasaba a las tinieblas del mundo exterior. La luz brilla con tanta más intensidad una vez que ha salido, del mismo modo que las tinieblas de afuera toman más cuerpo al notar su presencia. La puerta que se cerró sobre el traidor rompió el último vínculo entre Cristo y el mundo. El aire se vuelve más respirable, y en soledad con los discípulos el Señor tiene libertad para revelarles los secretos de Su corazón.

vv. 31-32. El señor parte para ir con el Padre, y los Suyos serán dejados como testigos de Cristo en un mundo que le ha rechazado. En el curso de estos últimos discursos los discípulos entrarán en contacto con el cielo (v.14); recibirán instrucción acerca de cómo dar fruto en la tierra (v.15); y serán fortalecidos para resistir la persecución del mundo (v. 16). Estos privilegios y honores tan altos requieren una obra preliminar de parte de Cristo que ha de preparar mientras sigue con ellos. El discurso se inicia con la presentación de Dios glorificado en Cristo en la tierra, con Cristo glorificado como Hombre en el cielo; y con los santos, como aquellos que son dejados en la tierra para glorificar a Cristo. Estas grandes verdades preparan el camino para todas las sucesivas revelaciones.

Todo tipo de bendiciones dadas al hombre, al cielo y a la tierra a través de las edades eternas descansan sobre las verdades fundamentales del comienzo de este discurso. El Señor se presenta como Hijo del Hombre, y en relación a este título anuncia tres verdades de una importancia vital. En primer lugar, «Ahora ha sido glorificado el Hijo del Hombre»; después, «Dios ha sido glorificado en Él»; y, por último, «Dios le glorificará en Sí mismo».

No nos daremos ninguna prisa en avanzar. Antes conoceremos el profundo significado de estas verdades, y si tomamos posesión de ellas por la fe formarán en el alma una base sólida que nos hará crecer espiritualmente y seremos bendecidos.

«Ahora es glorificado el Hijo del Hombre». Tenemos ante nosotros la perfección infinita del Hijo del Hombre, el Salvador. Se hace referencia a su sufrimiento en la cruz, y se declara que en estos sufrimientos el Hijo del Hombre es glorificado. Glorificar a una persona es ver exhibidas todas las cualidades que le exaltan, y en la cruz se exhibieron todas las infinitas perfecciones del Hijo del Hombre como nunca lo habían sido.

En el capítulo 11 de Juan leemos que la enfermedad de Lázaro era «para la gloria de Dios, y que el Hijo de Dios sea glorificado por medio de ella». En aquel entonces, la gloria del Hijo de Dios se exhibió cuando resucitó a un hombre de la muerte, y en el asunto que nos ocupa la gloria del Hijo del Hombre avanza hacia la muerte. El poder sobre la muerte hace exhibición de la gloria del Hijo de Dios, y el sometimiento a la misma exhibe la gloria del Hijo del Hombre.

Como contestación al deseo que tenían los gentiles de ver a Jesús, el Señor les dijo: «Ha venido la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado». Allí el Señor anticipaba las glorias del reino, pero aquí habla de las glorias de la cruz, mucho más profundas. En el futuro, Él recibirá como Hijo del Hombre el dominio y la gloria y el reino eterno, y en aquel día brillante toda la tierra será llena de su gloria (Dan. 7:13,14; Sal. 72:19). Aun así, las glorias excelentes del reino venidero no superarán, ni mucho menos igualarán, sus más profundas glorias como el Hijo del Hombre en la cruz. La gloria de su trono terrenal es superada por la gloria de la vergonzosa cruz. El reino exhibirá sus glorias oficiales, mientras que la cruz es un testimonio de sus glorias morales. En el tiempo de su reinado «todos los imperios le servirán y obedecerán», siendo sometidas todas las cosas a Él como Hijo del Hombre. En el tiempo de su sufrimiento, fue el Hombre obediente y sujeto. Cada huella de su camino testificó de sus glorias morales, que no podían ser ocultadas, pero en la cruz estas glorias resplandecieron con un lustre total. Aquel que aprendió la obediencia en cada paso del camino fue finalmente probado por la muerte, y fue hallado «obediente hasta la muerte, y muerte de cruz». La perfecta sujeción a la voluntad de su Padre, que fue lo que distinguió su camino, no puede menos que exhibirse en toda su plenitud en medio de las cercanas sombras de la cruz, momento en que Él dijo: «Hágase tu voluntad». Cada una de sus pisadas fue un testimonio del perfecto amor al Padre, pero el testimonio supremo de su amor lo vemos cuando, al tener en vista la cruz, dijo: «Para que el mundo conozca que amo al Padre, actúo como el Padre me mandó». Su naturaleza santa no fue mancillada porque el mundo de pecado que atravesó no la pudo mancillar, y brilla en toda su perfección en el momento en que anticipaba ya la agonía de tener que ser hecho pecado: «Si es posible, pase de mí esta copa».

Con toda razón, sus glorias morales, obediencia, sujeción, amor, santidad y toda otra perfección tienen su manifestación más brillante en la cruz, donde recibieron cumplimiento las palabras del Señor: «Ahora es glorificado el Hijo del Hombre».

Esta primera afirmación nos da la seguridad de la infinita perfección del Hijo del Hombre, de nuestro Salvador, de Aquel que glorificó a Dios como el gran sacrificio propiciatorio. Cuanto más nos apropiemos del significado de dicha afirmación, que nos habla de las perfecciones de Jesús, nos daremos más cuenta de cuánto se merece que pongamos nuestra confianza en Él. Al tener ante nosotros dicha perfección, nadie podrá decir que tuviera siquiera la mínima imperfección que hiciera imposible poder confiar en Él. Cuando sus perfecciones se muestran plenamente a la luz, le revelan como alguien totalmente hermoso y con cada uno de los rasgos que le hacen merecedor de nuestra confianza.

Al dirigir nuestra mirada al Hijo del Hombre en la cruz, y verle glorificado por causa de todas las infinitas perfecciones que exhibe, nos hallamos preparados para la segunda afirmación: «Dios es glorificado en Él». Todos los demás habían deshonrado a Dios, pero al final hay quien no lo hizo: el Hijo del Hombre. Moralmente perfecto y capaz de llevar a cabo una obra que glorificara a Dios, debía por ello ser hecho pecado y bajar al lugar de la muerte. Los cielos declaran la gloria de Dios como Creador, de todo su poder y sabiduría infinitos, pero no pueden declarar la gloria de su Ser moral. Para que esto fuera así, el Hijo del Hombre debía sufrir y hacer llegar a Dios con sus sufrimientos la exaltación de sus atributos. Con la cruz es vindicada la majestad de Dios, la verdad de Dios es mantenida, y se ve la justicia divina en el juicio sobre el pecado. La santidad que demandaba dicho sacrificio, y el amor que hizo provisión de él, brillan con todo su lustre. El Hijo del Hombre ha glorificado a Dios con sus sufrimientos.

Esta obra magna nos dirige a la verdad de la tercera afirmación: «Si Dios ha sido glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo, y en seguida le glorificará». Si Dios ha sido glorificado en Cristo, Dios nos dará una prueba eterna de su satisfacción con lo que Cristo ha hecho. Cristo glorificado como Hombre en la gloria es la única respuesta adecuada a su obra en la cruz, y constituye la prueba eterna de la satisfacción de Dios con esa obra.

En la primera afirmación ahora es glorificado el Hijo del Hombre vemos la perfección del Hijo del Hombre. En la segunda afirmación Dios ha sido glorificado en Él la perfección de su obra., y en la tercera afirmación Dios le glorificará en Sí mismo vemos la perfecta satisfacción de Dios con esa obra. Nosotros tenemos un Salvador perfecto que ha hecho una obra perfecta para la perfecta satisfacción de Dios. Otros pasajes de las Escrituras nos dicen que este Salvador perfecto, su obra perfecta y la perfecta satisfacción de Dios están a disposición de todos, por cuanto leemos: «Se dio a sí mismo en rescate por todos». La perfecta satisfacción de Dios en Cristo y su obra le permiten a Dios decir: «Por medio de este Hombre se os anuncia perdón de pecados».

v. 33. La glorificación del Hijo del Hombre implica separarse de sus discípulos. El Señor, con una perfecta comprensión, entra en el dolor que llena sus corazones frente al pensamiento de que van a ser privados de Aquel a quien han aprendido a amar. Una y otra vez le hará referencia a la inevitable partida con un tacto humanamente tierno, y preparará sus corazones ante Su venidera separación de aquella comunidad terrenal (cp. Juan 14:4,28,29; Juan 16:4-7,16,28).

Anteriormente, el Señor nunca se ha dirigido a los discípulos como «hijitos». En el idioma original es una palabra de cariño y de compasión. Así, con tierna solicitud aborda la cuestión de la cercana partida. Todavía un poco y Él estaría con ellos. El Señor regresaba a la gloria por un camino que nadie más podía recorrer. Más adelante sí iban a poder recorrerlo, incluso mediante el padecimiento de la muerte como mártires, pero no podían ir a la muerte en el modo que el Señor la experimentaría, es decir, como el castigo por el pecado. Era un camino del que el Señor dice: «Adonde yo voy, vosotros no podéis venir».

vv. 34-35. Esta partida significaba que los discípulos serían privados del lazo fuerte de la presencia de Aquel que ellos amaban. Por ello, el Señor les da un mandamiento nuevo: «Que os améis unos a otros; como yo os he amado». Se ha dicho que el Señor habla aquí de este mandamiento que era nuevo, en contraste con el viejo mandamiento que tan bien conocían estos discípulos judíos: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». El mandamiento nuevo es: «Que os améis unos a otros; como yo os he amado». Cristo amó con un amor que, aunque nunca fue indiferente al mal, triunfó sobre todo su poder. Si nosotros nos amamos unos a otros conforme al modelo del gran amor de Cristo, no sufriremos ver el mal en el otro, sino que hallaremos la manera de tratar con este sin dejar de amarnos. Nada que no sea el lazo del amor, y que se ajuste al modelo divino, podrá mantener unida una compañía de gente que tiene personalidades tan distintas, rasgos bien diferenciados de carácter y distintos temperamentos. Una compañía que destaca por este amor pasaría de manera tan desapercibida en una escena gobernada por la ambición y el egoísmo que el mundo se daría cuenta de que alguien así debía de ser discípulo del Señor. El mundo no sabe apreciar la fe y la esperanza que tiene el círculo cristiano, pero al menos puede ver y admirar, si no imitar, su amor divino y sus resultados. Una compañía que se ama con un amor tan notable, conforme al modelo de Cristo, se convertirá en su testigo en un mundo del que Él está ausente, para que Cristo, que está glorificado con el Padre en el cielo, sea glorificado en los santos en la tierra.

vv. 36-38. La escena concluye centrándose en Pedro, pero con una advertencia para toda la compañía. Si los discípulos se quedaban para glorificar a Cristo, no debían olvidar que todos y cada uno de ellos tenía la carne siempre dispuesta a negar a Cristo. Simón Pedro parece hacer caso omiso del nuevo mandamiento, y pensando en la partida del Señor le pregunta en un tono que se resistía a comprenderle: «Señor, ¿adónde vas?» El Señor le contesta: «Adonde yo voy, no me puedes seguir ahora; más me seguirás más tarde». El Señor tenía que sufrir la muerte como mártir en manos de hombres malvados, pero algo más terrible para su alma santa era que tenía que ir a la muerte como la Víctima bajo la mano de Dios. Este era, en efecto, el camino que solo Él podía emprender, y por el que Pedro no podía seguirle. Pero con el paso del tiempo iba a tener el honor de seguir al Señor en el camino del martirio.

Confiado en su amor por el Señor, Pedro afirma autocomplaciente: «Mi vida pondré por ti»; y recibe la solemne advertencia: «De cierto, de cierto te digo, no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces». Si la carne de un falso discípulo puede traicionarle, la carne del verdadero discípulo puede negarle. No olvidemos que el amor del Señor triunfó por encima de la negación de Pedro. Como hemos leído: «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin». Nosotros podemos negar al Señor engañados por nuestra confianza en el yo, pero seguimos siendo amados por Él con un amor que nunca nos abandonará.

Hamilton Smith 

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