Filemón
“Tenemos gran gozo y
consolación en tu amor, porque por ti, oh hermano, han sido confortados los
corazones de los santos” (Filemón
7).
Filemón («afectuoso»). Estrictamente
hablando, no es una epístola dirigida a un individuo, puesto que Pablo también
se dirige a otros: a una hermana que probablemente puede ser la esposa de Filemón;
y a un hermano, Arquipo, de quien se habla como “compañero de milicia”, un
hombre particularmente dotado de parte del Señor para el ministerio (compárese
con Colosenses 4:17); y a la iglesia que se reunía en casa de Filemón. Aunque
escrita en un tono personal, sin embargo se hizo de ella una materia de interés
y preocupación para toda la iglesia.
Esta epístola es un hermoso ejemplo de la gracia divina
que procura despertar en los corazones de los creyentes un verdadero regocijo
por la salvación de un esclavo fugitivo quien, convertido por medio de Pablo en
prisión, es enviado ahora de regreso por el apóstol a Filemón, su amo. Pablo
desea que este esclavo, Onésimo, sea recibido, no sólo por Filemón, sino por su
esposa, por uno que trabaja en la enseñanza de la Palabra y por la iglesia. La
gracia se deleita en la más entera restauración, no meramente en una medida.
Pablo se dirige con sabiduría y dulzura a Filemón sobre
la base de la gracia que, él sabía, ya había influenciado profundamente a este
amado hermano al confortar los corazones de los creyentes. La gran gratitud y
el estímulo sentido por el apóstol debido a esto, con toda seguridad disiparían
cualquier resentimiento que Filemón pueda haber sentido hacia Onésimo.
El significado del nombre Filemón es una encantadora
indicación del gozo de la reconciliación. Este libro seguramente despierta los
más tiernos sentimientos de deleite en la gracia restauradora de Dios.
Hebreos
“Cuánto más la sangre de
Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a
Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios
vivo” (Hebreos 9:14).
La epístola a los Hebreos («los que pasan al
otro lado» o «viajeros») no menciona al autor (aunque, sin duda, lo
fue Pablo), sino que comienza con Dios y muestra que la revelación del Nuevo
Testamento concuerda —aunque también contrasta grandemente— con la del
Antiguo Testamento. En efecto, las profecías, los tipos o figuras (cosas o
personas), se ven ahora maravillosamente cumplidos al hablar Dios desde el
cielo en la persona de su Hijo, el Creador y sustentador de todas las cosas. Su
eterna deidad y su verdadera humanidad se revelan clara y cuidadosamente, y Él
mismo supera toda revelación parcial del pensamiento de Dios en el Antiguo
Testamento.
Su gran obra de redención se contempla en su valor eterno
delante de Dios. El Hijo es visto como el que entró en el cielo mismo, y el que
estableció una herencia celestial y eterna para todas las almas redimidas, en
contraste con la esperanza terrenal de Israel. Es el sumo sacerdote que
traspasó los cielos, por quien nos acercamos y rendimos culto a Dios, y quien
sostiene y se compadece de sus redimidos en todas sus necesidades presentes
(4:14-16).
Así pues, vemos al creyente como estando en la tierra
pero poseyendo una esperanza celestial, lo que hace de él verdaderamente
alguien que «va pasando» a través de un mundo que le es adverso. Toda religión
de carácter terrenal (incluso el judaísmo, previamente establecido por Dios) es
vista como un “campamento” hostil a la gloria de esta revelación celestial. El
creyente, entonces, es llamado a salir al Señor Jesús “fuera del campamento”
(13:13).
Hebreos es un libro precioso por la claridad de sus
líneas que marcan los límites en cuanto a la fe, el caminar y la adoración
cristianos.
Santiago
“La sabiduría que es de lo
alto, es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de
misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía” (Santiago 3:17).
Santiago (este nombre en griego corresponde a
Jacobo en hebreo) no se dirige a la Iglesia sino “a las doce tribus que están
en la dispersión”. El cristianismo en sus primeros tiempos, desde el punto de
vista de los creyentes judíos, es, pues, evidentemente su tema. No se habían
separado aún de las sinagogas judías (2:2, V.M.: “Porque si entrare en vuestra
sinagoga un hombre con anillo de oro...”), contrariamente a la exhortación de
la epístola a los Hebreos.
Por esta razón, la epístola de Santiago ha sido llamada
«la cuna del cristianismo». Trata los principios elementales.
Sin embargo, no debemos pensar que es innecesaria para
nosotros debido a que suponemos estar avanzados en el conocimiento de la
verdad. Si no hemos aprendido los principios elementales, entonces no estamos
aprendiendo correctamente verdades más avanzadas. También es importante que
estas verdades fundamentales sean examinadas continuamente para tener una
aplicación consistente y práctica del cristianismo en su totalidad. Así como un
estudiante aprende más en los cursos superiores, así también puede olvidar
fácilmente lo que aprendió en los cursos más elementales.
Tampoco estas cosas se aprenden por medio de la simple
sabiduría natural. Requieren sabiduría de lo alto como una realidad viva en el
corazón. El creyente sabe muy bien que solamente una comunión verdadera y
continua con el Señor puede mantener esta sabiduría.
Este libro insiste en la fe que
se muestra por medio de las obras. Las obras de fe no nos justifican delante de
Dios, sino delante de los hombres. Es pura hipocresía hablar de tener fe
y, sin embargo, no mostrarla mediante la propia conducta. Por lo tanto, esta
epístola es muy necesaria para que los hijos de Dios se examinen en cuan- to a
las más simples responsabilidades de su conducta.
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