Introducción
¿Sabes que el Señor Jesucristo está a punto de volver; que Su regreso es
inminente? Muchas personas se preocupan por este hecho tan importante, y están
persuadidas de que algo grave debe acontecer pronto; aunque los burladores y
escarnecedores de los últimos tiempos repitan: "¿Dónde está la promesa de
su advenimiento [venida]? Porque desde el día en que los padres durmieron,
todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación" (2
Pedro 3:4), y aunque el siervo malo diga: —"Mi Señor tarda en venir"
(Mateo 24:48). Sin embargo, "El que ha de venir vendrá, y no tardará"
(Hebreos 10:37). "Por tanto, vosotros estad preparados; porque el Hijo del
Hombre vendrá a la hora que no pensáis" (Mateo 24:44).
Estamos seguros de que existe, entre los que son del Señor, una
creciente convicción — basada en la Palabra de Dios — de que Cristo volverá pronto
para arrebatar a su querida Esposa, o sea, para llevarse a todas las personas
redimidas por Su preciosa sangre e introducirla en la "casa del
Padre" donde hay muchas moradas.
Cristo volverá— y ¿por que?
Tiempo hubo en
que la venida del Mesías como "Varón de dolores" era todavía una
profecía sin cumplir. Tras aquel vaticinio [profecía], las generaciones se
sucedieron unas a otras; se levantaron imperios y fueron derribados; el reino
de Israel (las diez tribus) y más tarde el de Judá fue destruido mientras que
sus habitantes eran dispersados o llevados en cautiverio. Sólo un residuo, unos
pocos miembros de la tribu de Judá volvieron de Babilonia; pero el Mesías
prometido no había aparecido aún.
Cuatro siglos
después, vemos que la gran mayoría de los que regresaron de Babilonia se habían
establecido confortablemente en Jerusalén, olvidándose por completo de aquel
que había de venir. De repente, hubo una creciente agitación en la ciudad: Unos
extranjeros, recién llegados, divulgaban noticia de que el Rey de los judíos —
prometido hacía mucho tiempo — por fin había nacido. Del palacio de Herodes, pasando
por los sacerdotes del templo, la noticia se propagó con rapidez en el pueblo.
Cristo estuvo aquí una vez
Pero, ¿cuál fue el resultado producido por semejante revelación? ¿Un
cántico, o clamor unánime de alabanzas a Dios por cumplir finalmente Su
palabra, enviando al Mesías tanto tiempo esperado? ¿Irradiaba de gozo cada
rostro? ¿Se estremecía de alegría cada corazón? ¡Al contrario! el cuadro que se
nos presenta es muy distinto: "El rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén
con él" (Mateo 2:3). ¿Por qué? Si hubieran conocido algo de las Escrituras
respecto a la venida del Mesías, hubieran entendido el vaticinio del profeta
Isaías: "He aquí que para justicia reinará un rey, y príncipes presidirán
en juicio. Y será aquel varón como escondedero contra el viento, y como refugio
contra el turbión; como arroyos de aguas en tierra de sequedad, como sombra de
gran peñasco en tierra calurosa" (Isaías 32:1 -2).
Ahora bien, aunque había en la ciudad una multitud de personas que se
consideraban "justas" ante Dios, muchos otros estaban convencidos de
no estar listos para presentarse delante del Mesías, el Justo por excelencia;
por consiguiente, lo que hubiera tenido que llenar el corazón de agradecimiento
y de gozo, sólo era motivo de espanto y de turbación.
Sin embargo,
preparados o no. Cristo había venido; había aparecido, no sólo como el Mesías
de Israel, sino como el "Salvador del mundo", para revelar al Padre.
Lo que aconteció después de este episodio es de sobra conocido: odiado y
despreciado por los mismos que venía a salvar, el Hijo de Dios se encaminó al
Calvario donde, clavado en el vil madero, murió a mano de injustos. Pero al
tercer día resucitó.
Cuando Dios envió a su Hijo a este mundo, cumplió las promesas hechas a
Abraham, Isaac y Jacob. Los judíos por su parte, al condenar a Jesús, cumplieron
las palabras de los profetas acerca de los sufrimientos del Salvador:
"Porque los habitantes de Jerusalén y sus gobernantes, no conociendo a
Jesús, ni las palabras de los profetas que se leen todos los días de reposo
[sábados], las cumplieron al condenarle ... Y nosotros" —prosigue el apóstol
Pablo dirigiéndose a los judíos — "también os anunciamos el evangelio de
aquella promesa hecha a nuestros padres, la cual Dios ha cumplido a los hijos
de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús..." (Hechos 13:27,32-34).
Poco antes de Su muerte, el Señor — Objeto de las promesas — dejó
también una promesa. Después de que salió el traidor del aposento alto, y
rodeado de Sus discípulos. Cristo les mostró la terrible sombra de la cruz que
iba alargándose sobre ellos. ¡Qué momento más solemne! Imaginemos el dolor
reflejado en el rostro de los discípulos al inclinarse hacia el Maestro amado
para escuchar sus palabras de despedida: —"No se turbe vuestro corazón;
creéis en Dios, creed también en mí" (Juan 14:1). Es como si hubiera
dicho: —"Han creído en Dios sin haberle visto; ahora cuando ya no me vean,
sigan teniendo igual confianza en Mí Dios les hizo una promesa, la anunció por
boca de los profetas y la cumplió fielmente al enviarme. Yo asimismo les hago
una promesa, y tengan confianza en que la cumpliré también".
Cristo prometió volver otra
vez
¿Cuál es,
entonces, esta nueva promesa? Leyendo atentamente el Evangelio según Juan, cap.
14, la hallaremos entre los primeros versículos: "En la casa de mi Padre
muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy pues a
preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra
vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también
estéis". No hay el menor motivo para suponer que la venida mencionada por
el Señor en estos versículos alude a la "muerte"; creerlo sería
cometer la peor de las equivocaciones.
Hay esperanza eterna para
todos los que creen en Cristo
Tomemos un ejemplo para ilustrar la diferencia que mide entre estos dos
hechos. Un joven muy enamorado de su esposa se ve en la penosa situación de
dejarla. El tiene que viajar a un país extranjero para conseguir el dinero
suficiente para llevarla consigo. Al separarse de ella, comprende la lucha
interna que ambos tienen para reprimir las lágrimas y la consuela diciéndole:
—Ten confianza, cariñito, ahora tengo que dejarte pero vendré cuando haya
conseguido lo de tu viaje y vendré por ti para llevarte conmigo a la casa que
te voy a preparar... Será muy linda. Ya lo verás.
¿Creen que la joven va a dudar la promesa de su esposo? Pues bien, del
mismo modo, las palabras que el Señor dirigió a sus discípulos desconsolados no
pueden prestarse a equivocación alguna. No dijo: —Ahora voy al cielo, vosotros
moriré!", y después de esto os reuniréis conmigo— sino: "volveré otra
vez, y os tomaré a Mí mismo".
En cuanto a los creyentes que duermen en Cristo, la Escritura dice que
se han ausentado del cuerpo para "estar presentes con el Señor" (2
Corintios 5:8). Pero cuando se trata del regreso del Señor, en vez de
"estar ausentes del cuerpo", o de "ser desnudados" de nuestra
casa terrestre, leemos que seremos "mudados"; y en Filipenses 3:21,
que el Señor Jesucristo "transformará el cuerpo de la humillación nuestra,
para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya". En un momento, en un
abrir y cerrar de ojos, al sonar la última trompeta, los muertos en Cristo
resucitarán primero, y los que vivimos seremos transformados. Vemos por lo
tanto que la venida o regreso del Señor no debe confundirse con la muerte: es
exactamente lo contrario de ésta. Es la aniquilación o abolición de todo cuanto
la muerte ha hecho — desde que entró en este mundo — en los cuerpos de los que
son hijos de Dios. Será el triunfo definitivo de Cristo sobre la muerte,
victoria que compartirán todos los que somos suyos.
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