Es más que probable que en toda la historia de los Estados Unidos nunca
haya habido en ningún momento tanta actividad religiosa como la que existe en
la actualidad. Y también es muy probable que nunca existiera menos
espiritualidad. Por la razón que sea, el activismo religioso y la
piedad son cosas que no siempre van juntas. Para descubrir esto, sólo es necesario
observar la actual escena religiosa.
No hay, desde luego,
ausencia de esfuerzos por ganar almas, pero muchos de nuestros ganadores de
almas dan la impresión de que son poco más que vendedores de una marca de
cristiandad que sencillamente no conduce a la santidad.
Si esto te choca como
poco caritativo, haz esta pequeña prueba; arrodíllate y lee con
reverencia el Sermón del Monte. Deja que se apodere de tu corazón. Atrapa su
«sentir» espiritual. Intenta concebir qué clase de persona sería la que viviera
sus enseñanzas. Luego compara tu concepción con el producto de la moderna
cadena de producción religiosa. Encontrarás todo un mundo de diferencia tanto
en conducta como en espíritu.
Si el Sermón del Monte
es una buena descripción de la clase de persona que debiera ser un cristiano, entonces
¿a qué conclusión debemos llegar acerca de las multitudes que han «aceptado» a
Cristo y que sin embargo no exhiben un rasgo moral o espiritual como los
descritos por nuestro Señor?
Ahora bien, la experiencia nos ha preparado para la réplica que seguramente
oiremos de amigos de tierno corazón. « ¿Quiénes somos nosotros para juzgar? Tenemos
que dejar a estos profesos cristianos al Señor y cuidarnos de nuestra propia
casa. Y, además, debiéramos sentirnos agradecidos por todo el bien que se está
haciendo, y no estropearlo buscando faltas.»
Todo esto suena muy
bien, pero es una expresión de un laissez faire religioso
que se echaría descuidadamente a un lado y que dejaría que toda la
iglesia de Cristo degenerara moral y espiritualmente sin osar levantar una mano
para ayudar o dar una voz para advertir. Y no lo hicieron así los profetas. No
lo hicieron así ni Cristo, ni sus apóstoles, ni los reformadores; y no lo
hará nadie que haya visto abierto el cielo y haya visto visiones de Dios.
Elías hubiera
podido mantenerse callado y se hubiera ahorrado muchos problemas. Juan el
Bautista hubiera podido quedarse callado y salvar su cabeza; y cada mártir
hubiera podido haber recurrido al laissez faire y muerto
cómodamente en su cama cargado de días. Pero con ello habrían desobedecido a
Dios y se habrían expuesto a un severo juicio en el día de Cristo.
La ausencia de devoción
espiritual en la actualidad es un signo ominoso y un portento. La moderna
iglesia sólo tiene menosprecio hacia las virtudes sobrias: la mansedumbre, la
modestia, la humildad, la apacibilidad, la obediencia, el desprendimiento,
la paciencia. Para ser aceptada en la actualidad, la religión tiene que estar
en la corriente popular. Y por ello mucha de la actividad religiosa rebosa de
soberbia, de exhibicionismo, de autoafirmación,
de promoción del ego, de amor de ganancia y de entrega a los placeres
triviales.
Nos corresponde
tomarnos todo esto en serio. Se está agotando el tiempo fijado para cada uno de
nosotros. Lo que se debe hacer se debe hacer rápidamente. No tenemos derecho a
permanecer ociosos y dejar que las cosas sigan su curso. Un granjero que deja
de cuidar su rebaño encontrará a los lobos haciéndolo por él. Una caridad mal
entendida que permite que los lobos destruyan el rebaño no es caridad en
absoluto, sino indiferencia, y debería ser llamada por su nombre y tratada en
consecuencia.
Es hora de que los
cristianos creyentes en la Biblia comiencen a cultivar las gracias sobrias y
que vivan entre los hombres como hijos de Dios y herederos de las edades. Y
esto demandará más que un poco de acción porque todo el mundo y una gran parte
de la iglesia están lanzados a impedirlo. Pero si Dios es por nosotros, ¿quién
contra nosotros?
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