Solamente
que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, para que o sea que vaya a veros, o que esté ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un
mismo espíritu, combatiendo unánimes por
la fe del evangelio, y en nada intimidados por los que se oponen, que para ellos ciertamente es indicio de
perdición, mas para vosotros de
salvación; y esto de Dios. Porque a
vosotros os es concedido a causa de Cristo,
no sólo que creáis en él, sino
también que padezcáis por él, teniendo el mismo conflicto que habéis visto en
mí, y ahora oís que hay en mí.
(Filipenses 1:27-30 RV 1909)
El apóstol había enfrentado un dilema; por un lado, el mayor afán de su
vida consistía en conocer y servir mejor a Cristo; por el otro, el morir sería
ganancia porque le introduciría en una esfera de más amplios horizontes y
oportunidades. El problema de saber cual de los dos elegir le había metido en
cierta perplejidad e incertidumbre. Por fin, había llegado a la conclusión que
probablemente aun no había llegado la hora de desarmar su carpa o levar su
ancla, para partir a estar con Cristo; sino que era necesario quedar en el
cuerpo todavía, permanecer en su puesto, manteniendo su testimonio por la causa
del evangelio y sobrellevando la carga de las muchas iglesias que dependían
de su cuidado paternal. Para él sería infinitamente mejor ir a estar con
Cristo, pero, comprendió que, para el bien de la obra que lo necesitaba, debía
quedar con sus hermanos como compañero y ayudador, para estimular su progreso
en el conocimiento de Dios y aumentar su gozo en él.
Por lo tanto él estaba seguro que iba a volver a Filipos, y ya le
parecía oír el gozo de los creyentes filipenses en el muelle de Neápolis que
anhelosos habrían bajado para darle la bienvenida en su llegada al puerto.
Para que aquella hora gozosa fuere sin sombra, sin nada que pudiere estorbar
su mutua alegría, él les exhorta ahora que su "conversación" (manera
de vivir) sea digna del evangelio de Cristo, de modo que, fuere él a verlos o
quedarse detenido en otra parte, reciba siempre noticias buenas acerca de su
constancia, unanimidad, denuedo y valor en sufrir.
A)
La palabra "conversación" es la traducción
de una palabra griega de la cual tenemos derivados los términos
"policía", "política", etc., y que atañe a lo de la ciudad
y a la vida ciudadana. El apóstol se refiere a los filipenses como
"ciudadanos", primero de Roma, pero más bien de la Jerusalén Celestial,
según dice más adelante en la epístola: "Nuestra conversación (ciudadanía,
V. M), es en los cielos" (Cap. 3:20). ¿No es esto verdad en cuanto a todos
nosotros? Podemos estar orgullosos de nuestra ciudadanía terrenal, pero más
debemos gloriarnos pensando que somos súbditos de un Soberano sublime en los
cielos, que prestamos obediencia a leyes celestiales. Nosotros como los
patriarcas deseamos "la patria mejor, es a saber, la celestial," y
creemos que Dios nos ha "aparejado una ciudad" (Heb. 11:16). Confesamos
que "somos peregrinos y advenedizos sobre la tierra", pues acogemos
desde lejos la Ciudad celestial, la patria de los elegidos de Dios. (Heb.
11:13, 16).
Esta
palabra "conversación" con el uso adquirió un significado más amplio
que el de ciudadanía y vino a llevar la idea de la conducta o manera de vivir
que corresponde a todos los que por fe han llegado a ser hijos (ciudadanos) de
la Jerusalén espiritual. Debemos vivir de una manera condigna con nuestra alta
vocación y profesión cristianas.
B) "Que estéis firmes". Es
relativamente fácil remontar el vuelo como águilas, correr sin fatigarse, y aún
caminar sin desmayar, pero lo más difícil es quedar firmes. No retroceder, no
ceder a la presión de las circunstancias, no acobardarse ante el enemigo, sino
mantenerse en pie con toda calma, resolución y firmeza. Esta nota resuena por
todos los escritos de Pablo. "Que podáis resistir en el día malo, y estar
firmes, habiendo acabado todo", y reitera "Estad pues firmes"
(Efes. 6:13,14.) Y otra vez en esta epístola le escuchamos exhortando a sus
hermanos "Estad firmes en el Señor" (Cap. 4:1). Es evidente que él
juzgaba la firmeza como de suprema importancia en la composición del carácter
cristiano.
Es
bueno empezar, pero mejor es perseverar constante hasta el fin. Vale mucho la
bravura del joven soldado que bien equipado sale a la batalla con las armas
relucientes en la luz del día naciente, pero vale más si al atardecer se le encuentra
todavía en la primera línea de defensa resistiendo siempre el continuado
ataque del enemigo. De Daniel se nos dice que "continuó" (Dan.
1:21), y es su mejor recomendación que durante muchos años nunca faltó en su
lealtad a Dios ni cejó su fiel desempeño de las altas funciones a su cargo.
Los hombres que quedan firmes en su fidelidad a la verdad, en el cumplimiento
de su deber, en su tenencia del puesto que Dios en su providencia les ha
encargado, son los que dejan más profunda mella en la vida contemporánea. Lo
que el mundo necesita no es el momentáneo fulgor del meteoro pasajero, sino el
constante relucir de la estrella permanente. No importa que la recia tormenta
te azote la cara, tratando de desalojarte de tu lugar, o que te parezca que te
han olvidado en tu solitario puesto de responsabilidad; siempre permanece firme:
puede ser que sobre tu tenaz resistencia gire toda la situación, y que el
éxito de la campaña dependa de tu firmeza en mantenerte sin vacilar. Si el
Maestro te ha colocado como luz en el escalón de un sótano obscuro, no
abandones nunca ese puesto por ser desagradable o solitario o de poca utilidad
aparente. Ser hallado cumpliendo fielmente tu deber en el momento inesperado
cuando las pisadas del Maestro se oyeren aproximarse, te será recompensa
suficiente por los muchos años de paciente esperar.
C) "En un mismo espíritu, unánimes, combatiendo juntamente por la fe
del evangelio" (v.27). Aquí el apóstol toma la idea de los juegos antiguos
en que ciertos competidores luchaban todos juntos contra los de otra ciudad o
nación. Nos fortalecemos unos a otros cuando nos colocamos hombro a hombro
para pelear unidos. Los regimientos de hombres reclutados del mismo pueblo o
provincia son los que mejores se desempeñan en el frente de la batalla. Hay
que tomar toda precaución que no surjan ningunas envidias ni desacuerdos, pues
éstas más que nada, producen la desunión que lleva irremisiblemente a la
derrota completa
Para citar la comparación
hecha por el Señor Jesús; las familias unidas influyen con fuerza irresistible,
pero la casa dividida no puede permanecer en pie. Así es en las alianzas,
ligas, y partidos de la política humana; así es con el ejército, o en la
administración de los asuntos del estado. Tan pronto se infiltren sospechas,
celos, envidias; tan pronto los hombres se permitan activar por un espíritu
faccioso o la intriga, al obrar los partidos en sus propios intereses y no para
el común bien, ya empieza la parálisis, el fracaso.
En la vida de la iglesia, no
obstante, es necesario que cada uno conserve su individualidad. Cada piedra en
los fundamentos de la Nueva Jerusalén debe despedir su propio destello de luz;
cada estrella relucir con su propia gloria; cada rayo de luz en el espectro
solar tiene que mantener su propio color para poder producir en conjunto la
pura luz blanca. Así la gloria de la vida colectiva de la iglesia consiste en
la actuación y la intervención de los diferentes temperamentos, gustos y caracteres
de los miembros. En medio de toda la diversidad puede haber verdadera unidad,
como muchas notas distintas se combinan para producir una magnífica armonía.
Así la multitud de "Medos, Partos, Elamitas, Mesopotamianos, Cretenses y
Árabes"— Judíos y Gentiles — se une en una sola iglesia de la cual se
puede decir "todos los que creían estaban juntos... perseverando unánime
cada día en el templo" (Hechos 2:44, 46). En todas nuestras actuaciones
como miembros de distintas asambleas debemos amarnos sobre la base de las
verdades fundamentales, y no permitir disensiones o distanciamientos por causa
de detalles insignificantes en que podamos disentir.
D) "En nada intimidados de los que se oponen, que a ellos ciertamente
es indicio de perdición, mas a vosotros de salud, y esto de Dios" (V. 28).
La oposición incluía la malignidad enconada de los judíos que continuamente
hostigaban al apóstol y procuraban destruir su obra, y el cruel odio de los
gentiles, demostrando en los azotes y el encarcelamiento a que fueren sometidos
Pablo y Silas diez años antes. La palabra original traducida "intimidados"
sugiere el proceder de un caballo asustado que salta o corre locamente, y así
expresa el espanto o pánico ciego de uno que no quiere encarar el enemigo creyéndolo
invencible.
Ciertamente
nuestros adversarios se jactan mucho pero, en efecto, poco consiguen. Se acercan
a nosotros como Goliat a David, con terribles amenazas de lo que están
aparejando para arruinarnos, pero cuando se dan cuenta que no cederemos por
nada, pronto retroceden como lo hacen las olas de la mar. Parece a veces que
aquel imponente océano habrá de prevalecer al echar sus gigantescas olas sobre
la playa, pero en un momento se acaba toda su furia cuando el agua se retira dejando
sólo una masa de espuma. Así fue con la Armada Invencible española dirigida por
el odio católico contra la protestante reina Isabel de Inglaterra. "He
aquí los reyes de la tierra se reunieron; pasaron todos. Y viéndola ellos así,
maravilláronse, se turbaron, diéronse prisa a huir. Tomóles allí temblor... con
viento solano quiebras tú las naves de Tarsis". (Salmo 48:4-7).
Al
siervo de Dios le corresponde mostrar valor impávido, tal cual iluminó los
rostros de los tres compañeros denodados que se negaron a postrarse delante de
la estatua del rey; Daniel 3:18, tal cual inspiró a los apóstoles cuando
advirtieron al Sanedrín su obligación de obedecer a Dios antes que a los
hombres; tal cual fulguró en la actitud intransigente de Lutero contra el
papado; tal cual se desplegó en las palabras de Latimer a su compañero de
martirio Ridley — "Sé de buen ánimo hermano y pórtate varonilmente, pues
hoy por la gracia de Dios prenderemos en Inglaterra una luz que espero jamás
se apagará" — palabras que evidencian alta valentía que nunca deja de
animar a los fieles mártires de Jesús. Imposible es para la naturaleza humana,
sí, pero por la fe podemos cobrar valor de Aquél que no sólo es el
"Cordero como inmolado", pero también "el León de la tribu de
Judá" (Apoc. 5:5.6).
E) "A vosotros es concedido por
Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él: teniendo
el mismo conflicto que habéis visto en mí, y ahora oís estar en mí" (vs.
29,30). ¡Cuán grande estímulo habrán aportado estas palabras a los creyentes
filipenses! Comprendieron así que el apóstol los consideraba como compañeros
de milicia en la misma guerra en que él por tantos años estaba empeñado. La
firmeza y el triunfo de ellos en Filipos le animaría a él ahora a mantenerse
firme, igual como su heroica resistencia en Roma infundía aliento y valor en
esos hermanos de la colonia allende la mar. Él y ellos eran compañeros,
combatientes juntos bajo las órdenes del mismo amado Jefe que dirigía toda la
batalla.
El mismo pensamiento expresa
el Señor Jesús cuando dijo a los setenta que regresaban gozosos de haber
echado algunos demonios, "Yo veía a Satanás, como un rayo que caía del
cielo" (Lucas 10:18). Les animó recordándoles que las victorias de ellos
eran suyas también, y así hace con todos nosotros. Aquel muchacho en el dormitorio
del colegio a quien los condiscípulos le tiran los zapatos porque él se pone a
orar al lado de su cama; aquella joven en la fábrica que se acarrea los motes
y las burlas de sus compañeras de trabajo porque lee su Nuevo Testamento en la
hora de refacción; aquel obrero que sobrelleva el desprecio y escarnio de sus
compañeros que le esconden las herramientas y le burlan porque él ha osado
reprender sus conversaciones sucias y blasfemas — todos ellos tienen parte en
aquel mismo conflicto que siempre está trabado entre el cielo y el infierno.
Sabemos que en
este conflicto el sufrimiento es inevitable pero entendemos que el sufrir por
amor de Cristo es un honor: "Os es concedido por Cristo". A algunos
les confiere dinero; a otros, erudición; a otros dones de elocuencia; mas a algunos
(que bien pueden llamarse el círculo más íntimo) les otorga el privilegio de
sufrir por él. Acepta, hermano, tu sufrimiento como un obsequio precioso de la
mano de él y no temas creer que en todo y por todo tú estás cumpliendo "lo
que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo que es la iglesia"
(Col. 1:24). Así estás siendo admitido en el Getsemaní para velar con él, tu
participación en su sufrimiento es preciada por él, e indudablemente ayudará en
alguna manera para apresurar el advenimiento de su Reino.
Contendor Por la Fe, N. 49-50, 1966
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