martes, 10 de julio de 2012

EL LIBRO DEL PROFETA JONAS


Capítulo 7: Dios
      Dios se manifiesta en el libro de Jonás bajo dos caracteres. Si manda una tempestad como juicio sobre Su profeta infiel y sobre las naciones, tiene un pro­pósito de gracia hacia estas últimas. Estaban, hasta entonces, completamente indiferentes y sin conocimien­to del verdadero Dios, pero El trae los marineros hasta las puertas del sepulcro para hacerles clamar a Jehová (Cap. 1:14; Salmo 107:23-32). Entonces se re­vela a ellos como el Dios Salvador que sacrifica Su profeta a favor de ellos. Es preciso que el servidor de Dios sea entregado a la muerte para que unas almas, extrañas a Dios, aprendan a conocerle y sean llevadas a servirle. Pero Dios es también un Dios Sal­vador para Su pueblo. No puede soportar la desobe­diencia y es preciso que castigue las transgresiones, pues que no puede abandonar Su justicia y Su santidad; pero el vientre del pez que traga a Jonás le oculta, por así decirlo, otro Jonás obediente y fiel, que sufre sin causa, pero que resucita, para que, para Israel, "la liberación sea de Jehová".
      El segundo carácter de Dios, revelado en este libro, es: "Un mismo Dios y Padre de todos, el cual es sobre todas las cosas, y por medio de todas las cosas" (Efe. 4:6). Es el Dios creador y conservador de todos los hombres y de toda la creación animal. A Su antojo dirige los elementos, los vientos y los mares; prepara un pez, una calabacera, un gusano, un viento de oriente, para cumplir Sus designios. Su Providencia vigila en todo; Su bondad universal está en todas partes. Este "Dios del cielo, el cual hizo el mar y la tierra seca" (Cap. 1:9), las naciones Le adorarán en el fin, cuando reconozcan al "Padre de todos" en "Aquel que, sin acepción de personas, juzga según la obra de cada cual" (1 Pedro 1:17). El amor de Dios hacia todas Sus criaturas es universal, y los hombres de hoy bien quieren reconocerle, a condición de que eso no les obligue a arrepentirse. Tal no fue el caso de Nínive: cuando esas gentes de las naciones aprendieron que el Dios de paciencia y de mansedumbre iba a juzgarles porque Le habían ofendido, fueron llevados al arre­pentimiento. Dios no se revela a Nínive como Jehová, el Dios de Israel, sino como Dios, Elohim, el Creador (Cap. 3:5, 8, 9, 10). Esa ciudad, cuya maldad había subido ante Dios y que se prosternaba ante sus ídolos, se arrepintió. Fue proclamado el ayuno, y no fue el Dios Salvador, sino el Dios creador quien tomó cuenta de ello y conservó a Nínive por algún tiempo.
      La conversión de las naciones, en los últimos días, por el Evangelio eterno no tendrá otro carácter. El ángel que lo anunciará dirá en voz alta: "¡Temed a Dios y dadle gloria; porque ha llegado la hora de su juicio; y adorad al que hizo el cielo y la tierra, y el mar y las fuentes de agua!" (Apoca. 14:7). Las naciones se arrepentirán y serán guardadas durante mil años, como lo fue Nínive durante dos siglos.
      Esta verdad elemental, el amor universal de Dios, la providencia del "Padre de todos", Jonás tenía que aprenderlo. El conocía a Jehová, el Dios de Israel, como Dios misericordioso bajo la ley; le conocía como un Dios Salvador que lo había librado, pero su orgullo de judío no podía admitir que el corazón de Dios fuese igualmente abierto para todas Sus criatu­ras. Su egoísmo le llevaba a pensar que los cuidados de Dios se debían llevar exclusivamente sobre su persona. ¡Que fuera conservado el profeta, estupendo; que destruyera la gran ciudad, eso era necesario para sal­vaguardar el honor del profeta! ¿No es verdad que nuestro amor propio nos deja a menudo ignorar las verdades más elementales tocantes al carácter de Dios? Por eso la última lección de este libro ya dirigida al profeta. La Providencia de Dios prepara una calabacera para hacer sombra sobre la cabeza de Jonás y "librarle de su miseria". Confía, lleno de gozo, en la protección que le ofrece una planta, criatura ínfima de Dios, en vez de mirar hacia Aquel que la preparó. Dios da la planta por pasto a un gusano que también preparó. Así todo se sigue en cadena en los caminos de la Providencia. El Creador piensa en todo, en una planta, en un gusano, en un Jonás (¡qué humillación para el profeta!), en una gran ciudad con sus habitantes por entero y su rey, en los niñitos incapaces de distinguir entre su mano derecha y su mano izquierda, en el ganado numeroso que llena las cuadras. ¿Dónde pues está tu corazón, dice a Jonás el Padre de todos, con respecto al mío? Tu egoísmo te ciega en cuanto soy y te irritas. ¿Haces bien en irritarte? Y ¿me he irri­tado contra ti? El corazón de Jonás es juzgado, o por lo menos convencido de egoísmo y de orgullo. El justo Job tuvo que hacer una experiencia semejante, pero de la cual la Palabra nos hace conocer los resul­tados. Cuando encontró al Dios creador, el Padre de todos, cara a cara, dice: "j Me aborrezco a mí mismo, y me arrepiento en polvo y ceniza!" Jonás, ¡ay!, Le encuentra y dice: "¡Hago bien en enojarme, hasta querer morir!" ¡Tal es aquí la última palabra del pro­feta de Israel! Los marineros navegan felices y llenos de gozo sobre una mar apaciguada; Nínive arrepentida goza de su liberación; las miradas del Padre de todos busca a los más ignorantes de Sus criaturas para bendecirles; uno solo se mantiene apartado, aquel que es nada menos que el depositario de los secretos de Dios, sombrío e irritado, porque al estar ocupado de sí mismo, desconoce el corazón de su Dios.
      Pero, ya lo hemos dicho, esta benevolencia uni­versal del Padre de todos nunca es indiferencia hacia el mal. Ese mismo Padre "juzga según la obra de cada cual". Juzga a los que se aventuran sobre el mar, confiados en la protección de sus dioses falsos; juzga a Sus testigos que, en un espíritu de desobe­diencia, se alejan de El; juzga a una nación llena de "mal camino y violencia"; no conserva a nadie para salvar a todos los hombres, y cuando la voluntad del hombre, más obstinada en un santo que en el más miserable pecador, persiste en oponerse a El y le contradice, y El, Padre de todos, no se irrita, usa de paciencia, de una paciencia de la cual no vemos ni el resultado, ni el fin, en esta historia.
Conclusión.
            Así es que hemos pasado en revista en este libro, tan particular entre los escritos proféticos, todo el conjunto de la historia del hombre desde el principio hasta el fin: la historia de la criatura decaída, pero provista de una vida nueva, la del rechazamiento de Israel, la de la gracia hecha a las naciones, la de un Residuo preservado en la angustia, la de las naciones del fin recibiendo el Evangelio del reino; y, coronando todo este conjunto, el Cristo librándose a El mismo y resucitado de entre los muertos, el Dios Creador en el cual tendrán esperanza las naciones, y el Dios Sal­vador de quien se nos dice: "Es cosa muy liviana que seas tú mi Siervo ... y hagas volver los preservados de Israel; pues yo te pondré por luz de las naciones, para que alcance mi salvación hasta los fines de la tierra" (Isaías 49:6).

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