Capítulo 7: Dios
Dios se manifiesta en el libro de Jonás bajo dos caracteres. Si manda
una tempestad como juicio sobre Su profeta infiel y sobre las naciones, tiene
un propósito de gracia hacia estas últimas. Estaban, hasta entonces,
completamente indiferentes y sin conocimiento del verdadero Dios, pero El trae
los marineros hasta las puertas del sepulcro para hacerles clamar a Jehová
(Cap. 1:14; Salmo 107:23-32). Entonces se revela a ellos como el Dios Salvador
que sacrifica Su profeta a favor de ellos. Es preciso que el servidor de Dios
sea entregado a la muerte para que unas almas, extrañas a Dios, aprendan a
conocerle y sean llevadas a servirle. Pero Dios es también un Dios Salvador
para Su pueblo. No puede soportar la desobediencia y es preciso que castigue
las transgresiones, pues que no puede abandonar Su justicia y Su santidad; pero
el vientre del pez que traga a Jonás le oculta, por así decirlo, otro Jonás
obediente y fiel, que sufre sin causa, pero que resucita, para que, para
Israel, "la liberación sea de Jehová".
El segundo carácter de Dios,
revelado en este libro, es: "Un mismo Dios y Padre de todos, el cual es
sobre todas las cosas, y por medio de todas las cosas" (Efe. 4:6). Es el
Dios creador y conservador de todos los hombres y de toda la creación animal. A
Su antojo dirige los elementos, los vientos y los mares; prepara un pez, una
calabacera, un gusano, un viento de oriente, para cumplir Sus designios. Su
Providencia vigila en todo; Su bondad universal está en todas partes. Este
"Dios del cielo, el cual hizo el mar y la tierra seca" (Cap. 1:9),
las naciones Le adorarán en el fin, cuando reconozcan al "Padre de
todos" en "Aquel que, sin acepción de personas, juzga según la obra
de cada cual" (1 Pedro 1:17). El amor de Dios hacia todas Sus criaturas es
universal, y los hombres de hoy bien quieren reconocerle, a condición de que
eso no les obligue a arrepentirse. Tal no fue el caso de Nínive: cuando esas
gentes de las naciones aprendieron que el Dios de paciencia y de mansedumbre
iba a juzgarles porque Le habían ofendido, fueron llevados al arrepentimiento.
Dios no se revela a Nínive como Jehová, el Dios de Israel, sino como Dios,
Elohim, el Creador (Cap. 3:5, 8, 9, 10). Esa ciudad, cuya maldad había subido
ante Dios y que se prosternaba ante sus ídolos, se arrepintió. Fue proclamado
el ayuno, y no fue el Dios Salvador, sino el Dios creador quien tomó cuenta de
ello y conservó a Nínive por algún tiempo.
La conversión de las
naciones, en los últimos días, por el Evangelio eterno no tendrá otro carácter.
El ángel que lo anunciará dirá en voz alta: "¡Temed a Dios y dadle gloria;
porque ha llegado la hora de su juicio; y adorad al que hizo el cielo y la
tierra, y el mar y las fuentes de agua!" (Apoca. 14:7). Las naciones se
arrepentirán y serán guardadas durante mil años, como lo fue Nínive durante dos
siglos.
Esta verdad elemental, el
amor universal de Dios, la providencia del "Padre de todos", Jonás
tenía que aprenderlo. El conocía a Jehová, el Dios de Israel, como Dios
misericordioso bajo la ley; le conocía como un Dios Salvador que lo había
librado, pero su orgullo de judío no podía admitir que el corazón de Dios fuese
igualmente abierto para todas Sus criaturas. Su egoísmo le llevaba a pensar
que los cuidados de Dios se debían llevar exclusivamente sobre su persona. ¡Que
fuera conservado el profeta, estupendo; que destruyera la gran ciudad, eso era
necesario para salvaguardar el honor del profeta! ¿No es verdad que nuestro
amor propio nos deja a menudo ignorar las verdades más elementales tocantes al
carácter de Dios? Por eso la última lección de este libro ya dirigida al
profeta. La Providencia de Dios prepara una calabacera para hacer sombra sobre
la cabeza de Jonás y "librarle de su miseria". Confía, lleno de gozo,
en la protección que le ofrece una planta, criatura ínfima de Dios, en vez de
mirar hacia Aquel que la preparó. Dios da la planta por pasto a un gusano que
también preparó. Así todo se sigue en cadena en los caminos de la Providencia.
El Creador piensa en todo, en una planta, en un gusano, en un Jonás (¡qué
humillación para el profeta!), en una gran ciudad con sus habitantes por entero
y su rey, en los niñitos incapaces de distinguir entre su mano derecha y su
mano izquierda, en el ganado numeroso que llena las cuadras. ¿Dónde pues está
tu corazón, dice a Jonás el Padre de todos, con respecto al mío? Tu egoísmo te
ciega en cuanto soy y te irritas. ¿Haces bien en irritarte? Y ¿me he irritado
contra ti? El corazón de Jonás es juzgado, o por lo menos convencido de egoísmo
y de orgullo. El justo Job tuvo que hacer una experiencia semejante, pero de la
cual la Palabra nos hace conocer los resultados. Cuando encontró al Dios
creador, el Padre de todos, cara a cara, dice: "j Me aborrezco a mí mismo,
y me arrepiento en polvo y ceniza!" Jonás, ¡ay!, Le encuentra y dice:
"¡Hago bien en enojarme, hasta querer morir!" ¡Tal es aquí la última
palabra del profeta de Israel! Los marineros navegan felices y llenos de gozo
sobre una mar apaciguada; Nínive arrepentida goza de su liberación; las miradas
del Padre de todos busca a los más ignorantes de Sus criaturas para
bendecirles; uno solo se mantiene apartado, aquel que es nada menos que el
depositario de los secretos de Dios, sombrío e irritado, porque al estar
ocupado de sí mismo, desconoce el corazón de su Dios.
Pero, ya lo hemos dicho, esta benevolencia
universal del Padre de todos nunca es indiferencia hacia el mal. Ese mismo
Padre "juzga según la obra de cada cual". Juzga a los que se
aventuran sobre el mar, confiados en la protección de sus dioses falsos; juzga
a Sus testigos que, en un espíritu de desobediencia, se alejan de El; juzga a
una nación llena de "mal camino y violencia"; no conserva a nadie
para salvar a todos los hombres, y cuando la voluntad del hombre, más obstinada
en un santo que en el más miserable pecador, persiste en oponerse a El y le
contradice, y El, Padre de todos, no se irrita, usa de paciencia, de una
paciencia de la cual no vemos ni el resultado, ni el fin, en esta historia.
Conclusión.
Así es que hemos pasado en
revista en este libro, tan particular entre los escritos proféticos, todo el
conjunto de la historia del hombre desde el principio hasta el fin: la historia
de la criatura decaída, pero provista de una vida nueva, la del rechazamiento
de Israel, la de la gracia hecha a las naciones, la de un Residuo preservado en
la angustia, la de las naciones del fin recibiendo el Evangelio del reino; y,
coronando todo este conjunto, el Cristo librándose a El mismo y resucitado de
entre los muertos, el Dios Creador en el cual tendrán esperanza las naciones, y
el Dios Salvador de quien se nos dice: "Es cosa muy liviana que seas tú
mi Siervo ... y hagas volver los preservados de Israel; pues yo te pondré por
luz de las naciones, para que alcance mi salvación hasta los fines de la
tierra" (Isaías 49:6).
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