martes, 10 de julio de 2012

El decaimiento espiritual


“¿No volverás a darnos vida, para que tu pueblo se regocije en ti?” (Sal. 85:6).

Un estado de decaimiento es a menudo como un cáncer; no sabemos que lo tenemos. Podemos enfriarnos espiritualmente de forma tan gradual que no nos damos cuenta lo carnales que hemos llegado a ser. Algunas veces se necesita una tragedia, una crisis o la voz de algún profeta de Dios para comprender nuestra desesperada necesidad. Sólo entonces podemos reclamar la promesa de Dios: “Derramaré aguas sobre el sequedal y ríos sobre la tierra árida” (Is. 44:3).
                        Necesito un avivamiento cuando he perdido mi entusiasmo por la Palabra de Dios, cuando mi vida de oración ha caído en una insulsa rutina (o cesado por completo), cuando he dejado mi primer amor. Necesito un nuevo toque de Dios cuando tengo más interés en los programas de televisión que en la reunión de la asamblea local, cuando llego a tiempo al trabajo pero tarde a las reuniones, cuando no falto en mi trabajo pero mi asistencia a la asamblea es irregular. Necesito avivamiento cuando estoy dispuesto a hacer por el dinero lo que no estoy dispuesto a hacer por el Salvador, cuando gasto más dinero en auto complacerme que en la obra del Señor. 
           Necesitamos avivamiento cuando guardamos rencores, resentimiento y amargura. Cuando somos culpables de chismorrear y murmurar, y recibimos como dulces las palabras chismosas. Cuando no estamos dispuestos a confesar nuestros errores o a perdonar a otros cuando nos confiesan sus faltas. Necesitamos ser avivados cuando peleamos como perros y gatos en casa, y luego aparecemos en la  reunión de la iglesia con una “fachada espiritual” como si fuéramos dulzura y luz. Necesitamos ser avivados cuando nos hemos conformado al mundo en nuestro hablar, nuestro caminar y todo nuestro estilo de vida. ¡Cuán grande es nuestra necesidad cuando somos culpables de los pecados de Sodoma, soberbia, saciedad de pan y abundancia de ociosidad! (Ez. 16:49).
                        Tan pronto como nos damos cuenta de nuestra frialdad y esterilidad, podemos reclamar la promesa de 2 Crónicas 7:14, “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”. ¡La confesión es el camino que lleva al avivamiento!


Oh Espíritu Santo, el avivamiento viene de Ti;
Envía un avivamiento, comienza la obra en mí.
Tu palabra declara que suplirás  la necesidad.
Tus bendiciones ahora, imploro con humildad.
                                            – J. Edwin Orr

Tomado de libro De Día En Día

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