viernes, 2 de noviembre de 2012

Hombres y Mujeres En La Iglesia


Quisiera que en este tiempo de cumplimientos proféticos, aprendiéramos a conocer las personalidades de diversos hombres y mujeres del Nuevo Testamento, algunos de ellos de los evangelios y otros de Los Hechos y las Epístolas.
      Nos interesan éstos particularmente, porque son personajes iguales a nosotros, hijos de la gracia y miembros de la Iglesia, muchos de ellos (en su mayoría) sin letras, quienes trabajaron para Cristo y sirvieron a la obra con sus dones y talentos.
      Es privilegio del creyente trabajar. La Iglesia de Cristo está formada de todos los redimidos por Su sangre, aunque muchos son llamados pero de éstos, pocos los escogidos. De ello estoy seguro, será una Iglesia santa, pura y sin mancha, como el Señor quiere para su esposa por cuanto El es Santo. La gran doctrina del sacerdocio universal de creyentes está expuesta en las vidas de estas personas, quienes sin títu­los eclesiásticos fueron sacerdotes en el mejor sentido del término (1 Pedro 2:9).
            Tenemos a Lidia, por ejemplo (Hechos 16). Una mujer de negocios, que una vez convertida pone su casa y sus bienes para la obra del evangelio, y hospeda sin temor alguno a los apóstoles recién salidos de la cárcel. Lidia no tuvo miedo de perder clientela o desprestigiarse socialmente, dándose por entero a la obra del Señor, el Hijo de Dios, temor que coarta a tantos creyentes de hoy en día, sino puso todo lo suyo sobre el altar de la consagración, empezando por su negocio.
      Aquila y Priscila (Hechos 15:1-4, 26) son otro ejemplo contundente del valor de unos hermanos consagrados. Eran industriales, fabricantes de tiendas. Convertidos bajo el ministerio del apóstol Pablo, parecieron adquirir las vir­tudes del grande hombre. En tres ciudades donde vivieron, Corinto, Éfeso y Roma, levan­taron iglesias en su casa. Sin duda que fueron maestros y predicadores, predicando la Palabra a los perdidos y edificando luego a los creyentes por medio de las Escrituras. No se puede edificar una iglesia sin buenos conocimientos bíblicos, y este matrimonio ejemplar debió ser instruido en las Sagradas Escrituras para hacer el trabajo que hicieron (Hechos 18:2).
      Gayo es otro simpático personaje de esta lista (3 Juan). Es un líder de la iglesia de Éfeso. Parece que nunca salió de su ciudad, nunca fue pastor, misionero o delegado a algún congreso o conferencia. Trabajó en la iglesia local sin mo­verse de allí; ¡pero qué obra hizo! Halló un ministerio grande hospedando a los siervos de Dios que recorrían los caminos llevando el evangelio. Los sostuvo con sus bienes materiales y con su apoyo moral, y sin duda con sus oraciones. Fue un hombre de la retaguardia, ¡pero qué hombre! La iglesia necesita muchos hombres como Gayo, cuyo amor, consagración y espíritu de sacrificio, unido a su humildad lo hacen factor imprescindible en la epopeya evangélica. No todos han de salir al frente de batalla. Algunos tienen que quedarse en las iglesias para juntar las ofrendas, el dinero indis­pensable, y para socorrer con toda clase de ayuda a los soldados que vuelven del frente, muchas veces heridos y desalentados. Un gran ministerio para muchos hombres fieles.
      Timoteo era joven y pastor. Tito también era pastor. Sus vidas de abnegación, su profunda espiritualidad, su deseo de darse enteramente a los hermanos, su capacitación escritural y su llamado y consagración por el Espíritu Santo, corren parejos con su aprobación por Cristo. Son un ejemplo eterno para pastores y líderes. La obra pastoral requiere mucho sacrificio, mucha paciencia, mucho, muchísimo del Espíritu de Cristo. Sin eso no se puede ser pastor, ni obrero de tiempo completo, ni nada. En todos y cada uno de estos personajes encon­traremos abundante inspiración. Esforcémonos en estos últimos tiempos en presentar sin temor la Palabra de Dios a todos los hombres. Leccio­nes que llenen las necesidades de los alumnos y de nuestro propio corazón. Puede ser que estos primeros meses del año sean magníficos para la gloria del Señor, si nos compenetramos de estas personalidades y afianzamos algo de su fibra en nuestras almas, y luego sabemos inspirar a nues­tros discípulos su mismo ejemplo imperecedero.
      Guarde nuestra alma el encomio que Juan le dirige a Gayo: "Amado, fielmente haces todo lo que haces para con los hermanos y los extranje­ros, los cuales han dado testimonio de su amor en presencia de la iglesia, a los cuales, si ayuda­res como conviene según Dios, harás mucho bien" (3 Juan 5-6).
            Sendas de Vida, 1986, Volumen 4, Nº 1.

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