Quisiera que en este tiempo de cumplimientos proféticos, aprendiéramos a
conocer las personalidades de diversos hombres y mujeres del Nuevo Testamento,
algunos de ellos de los evangelios y otros de Los Hechos y las Epístolas.
Nos interesan éstos
particularmente, porque son personajes iguales a nosotros, hijos de la gracia y
miembros de la Iglesia, muchos de ellos (en su mayoría) sin letras, quienes
trabajaron para Cristo y sirvieron a la obra con sus dones y talentos.
Es privilegio del creyente
trabajar. La Iglesia de Cristo está formada de todos los redimidos por Su
sangre, aunque muchos son llamados pero de éstos, pocos los escogidos. De ello
estoy seguro, será una Iglesia santa, pura y sin mancha, como el Señor quiere
para su esposa por cuanto El es Santo. La gran doctrina del sacerdocio
universal de creyentes está expuesta en las vidas de estas personas, quienes
sin títulos eclesiásticos fueron sacerdotes en el mejor sentido del término (1
Pedro 2:9).
Tenemos a Lidia, por
ejemplo (Hechos 16). Una mujer de negocios, que una vez convertida pone su casa
y sus bienes para la obra del evangelio, y hospeda sin temor alguno a los apóstoles
recién salidos de la cárcel. Lidia no tuvo miedo de perder clientela o
desprestigiarse socialmente, dándose por entero a la obra del Señor, el Hijo de
Dios, temor que coarta a tantos creyentes de hoy en día, sino puso todo lo suyo
sobre el altar de la consagración, empezando por su negocio.
Aquila y Priscila (Hechos
15:1-4, 26) son otro ejemplo contundente del valor de unos hermanos consagrados.
Eran industriales, fabricantes de tiendas. Convertidos bajo el ministerio del
apóstol Pablo, parecieron adquirir las virtudes del grande hombre. En tres
ciudades donde vivieron, Corinto, Éfeso y Roma, levantaron iglesias en su
casa. Sin duda que fueron maestros y predicadores, predicando la Palabra a los
perdidos y edificando luego a los creyentes por medio de las Escrituras. No se
puede edificar una iglesia sin buenos conocimientos bíblicos, y este matrimonio
ejemplar debió ser instruido en las Sagradas Escrituras para hacer el trabajo
que hicieron (Hechos 18:2).
Gayo es otro simpático
personaje de esta lista (3 Juan). Es un líder de la iglesia de Éfeso. Parece
que nunca salió de su ciudad, nunca fue pastor, misionero o delegado a algún
congreso o conferencia. Trabajó en la iglesia local sin moverse de allí; ¡pero
qué obra hizo! Halló un ministerio grande hospedando a los siervos de Dios que
recorrían los caminos llevando el evangelio. Los sostuvo con sus bienes
materiales y con su apoyo moral, y sin duda con sus oraciones. Fue un hombre de
la retaguardia, ¡pero qué hombre! La iglesia necesita muchos hombres como Gayo,
cuyo amor, consagración y espíritu de sacrificio, unido a su humildad lo hacen
factor imprescindible en la epopeya evangélica. No todos han de salir al frente
de batalla. Algunos tienen que quedarse en las iglesias para juntar las
ofrendas, el dinero indispensable, y para socorrer con toda clase de ayuda a
los soldados que vuelven del frente, muchas veces heridos y desalentados. Un
gran ministerio para muchos hombres fieles.
Timoteo era joven y pastor.
Tito también era pastor. Sus vidas de abnegación, su profunda espiritualidad,
su deseo de darse enteramente a los hermanos, su capacitación escritural y su
llamado y consagración por el Espíritu Santo, corren parejos con su aprobación
por Cristo. Son un ejemplo eterno para pastores y líderes. La obra pastoral
requiere mucho sacrificio, mucha paciencia, mucho, muchísimo del Espíritu de
Cristo. Sin eso no se puede ser pastor, ni obrero de tiempo completo, ni nada.
En todos y cada uno de estos personajes encontraremos abundante inspiración.
Esforcémonos en estos últimos tiempos en presentar sin temor la Palabra de Dios
a todos los hombres. Lecciones que llenen las necesidades de los alumnos y de
nuestro propio corazón. Puede ser que estos primeros meses del año sean
magníficos para la gloria del Señor, si nos compenetramos de estas
personalidades y afianzamos algo de su fibra en nuestras almas, y luego sabemos
inspirar a nuestros discípulos su mismo ejemplo imperecedero.
Guarde
nuestra alma el encomio que Juan le dirige a Gayo: "Amado, fielmente haces
todo lo que haces para con los hermanos y los extranjeros, los cuales han dado
testimonio de su amor en presencia de la iglesia, a los cuales, si ayudares
como conviene según Dios, harás mucho bien" (3 Juan 5-6).
Sendas de Vida, 1986,
Volumen 4, Nº 1.
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