miércoles, 1 de octubre de 2014

EL SEÑORÍO DEL SEÑOR (PARTE IV)

El señorío del Señor es univer­sal —celestial y terrenal— a pesar de que el hombre en su pecado, y en su rebeldía, no lo reconoce.
En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Ver­bo era Dios. Aquel Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de verdad" (Juan 1:1 y 14). "Y vi el cielo abierto, y he aquí un caballo blanco, y el que es­taba sentado sobre él, era llamado Fiel y Verdadero… Y estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es llamado EL VERBO DE DIOS... Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES" (Apocalipsis 19:11-16). EL VERBO que en carne habitó en­tre nosotros, es el mismo cuyo seño­río es supremo. Es el "SEÑOR DE SEÑORES".
A pesar de que el hombre no re conoce al Señor, y que, por el con­trario, le desecha, el Verbo, inexo­rable y paulatinamente, está llevando a cabo en la tierra sus propósitos referentes a las naciones y a los hombres. A su debido tiempo cul­minará su gran obra y manifestará los asombrosos resultados de su pa­ciente faena. Pero el apogeo lo al­canzará mediante grandes juicios y el ejercicio de su potencia e imperio, declarándose así: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES. Entonces, exigirá a los hombres sumisión y obediencia.
El día de hoy es el día de la gra­cia, y por el Evangelio, el Señor, lleno de gracia y de verdad, suplica a los hombres que acudan a él cual Salvador y que, voluntariamente, le reconozcan cual Señor, rindiéndole la debida sumisión —esto en el sen­tido individual. Al creyente, gozán­dose de la salvación en el Señor Jesús, le corresponde reconocer el señorío de Aquel que le ha salvado, y someter a la voluntad del Señor, revelada en las Santas Escrituras, todos sus pensamientos y sus acti­vidades, en fin, todo su comporta­miento.
El señorío del Señor en la vida del creyente no es una mera teoría. Es un asunto sumamente práctico, cuyos resultados son muy benéficos para con el obediente, y además, es para la honra del Señor a la vista de los que le rodean. Así que, es un gran deber del creyente some­terse apetecidamente al señorío del Señor.
El creyente siempre debe tener delante lo que está escrito: que no sois vuestros, porque comprados sois por precio: glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios" (I Cor. 6:20). Esto, en verdad, es la base sobre la cual está asentado el señorío del Señor en relación al creyente. Grande es a verdad de que son perdonados los pecados del creyente; que es nacido de nuevo; que es hijo de Dios por fe en Cris­to Jesús; que tiene vida eterna; que tiene esperanza asegurada de estar con el Señor para siempre; y ¡cuántas otras bendiciones son su­yas por la gracia de Dios! Pero, débase recordar que: "comprados sois por precio", y sois la posesión de Aquel que pagó el precio, y él tiene la autoridad sobre su compra - El SEÑORIO ES DEL SEÑOR.
El Apóstol Pablo escribe: "Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no volváis otra vez a ser presos en el yugo de servidumbre" (o sea: "en el yugo de esclavitud"). "Vosotros, herma­nos, a libertad habéis sido llama­dos... servíos (o sea: "servíos cua­les esclavos") por amor los unos a los otros" (Gal. 5:1 y 13). He aquí una de las muchas paradojas de la Palabra de Dios — libres, sin em­bargo, esclavos. Es la posición de la cual casi se jactan los Apóstoles Pablo y Pedro, como asimismo San­tiago, el hermano del Señor, pues, al escribir sus epístolas, a veces cada cual se designa: "Siervo de Jesu­cristo" — o sea: esclavo de Jesu­cristo", que es la traducción más precisa del texto (Rom. 1:1, Fil. 1:1, Tito 1:1, Stg: 1:1. 2ª Ped. 1:1). Es la posición que debe confesar todo creyente, gozosamente obedeciendo todo mandato y precepto del Señor.
Estos mandatos y preceptos tocan todas las esferas de la vida, sean la espiritual en su relación para con Dios, sea la del matrimonio, la de los padres, la de los hijos, la de los amos y los siervos, de las amistades, de los negocios, de los roces con la gente en general." Numerosas son las porciones escriturales que dirigen al creyente en lo que toca a su por­te diario, y en todo esto debiera haber la pronta obediencia al SEÑORIO DEL SEÑOR (Léase Efes. 5:22-6:20, Col. 3:1-25, 4:5-6, I Tes. 4:l0b-l2).
Tomás Lawrie.

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