El
señorío del Señor es universal —celestial y terrenal— a pesar de que el hombre
en su pecado, y en su rebeldía, no lo reconoce.
En
el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Aquel
Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de
verdad" (Juan 1:1 y 14). "Y vi el cielo abierto, y he aquí un caballo
blanco, y el que estaba sentado sobre él, era llamado Fiel y Verdadero… Y
estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es llamado EL VERBO DE
DIOS... Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES
Y SEÑOR DE SEÑORES" (Apocalipsis 19:11-16). EL VERBO que en carne habitó
entre nosotros, es el mismo cuyo señorío es supremo. Es el "SEÑOR DE SEÑORES".
A
pesar de que el hombre no re conoce al Señor, y que, por el contrario, le
desecha, el Verbo, inexorable y paulatinamente, está llevando a cabo en la
tierra sus propósitos referentes a las naciones y a los hombres. A su debido
tiempo culminará su gran obra y manifestará los asombrosos resultados de su paciente
faena. Pero el apogeo lo alcanzará mediante grandes juicios y el ejercicio de
su potencia e imperio, declarándose así: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES.
Entonces, exigirá a los hombres sumisión y obediencia.
El
día de hoy es el día de la gracia, y por el Evangelio, el Señor, lleno de
gracia y de verdad, suplica a los hombres que acudan a él cual Salvador y que,
voluntariamente, le reconozcan cual Señor, rindiéndole la debida sumisión —esto
en el sentido individual. Al creyente, gozándose de la salvación en el Señor
Jesús, le corresponde reconocer el señorío de Aquel que le ha salvado, y someter
a la voluntad del Señor, revelada en las Santas Escrituras, todos sus
pensamientos y sus actividades, en fin, todo su comportamiento.
El
señorío del Señor en la vida del creyente no es una mera teoría. Es un asunto sumamente
práctico, cuyos resultados son muy benéficos para con el obediente, y además,
es para la honra del Señor a la vista de los que le rodean. Así que, es un gran
deber del creyente someterse apetecidamente al señorío del Señor.
El
creyente siempre debe tener delante lo que está escrito: que no sois vuestros,
porque comprados sois por precio: glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo y en
vuestro espíritu, los cuales son de Dios" (I Cor. 6:20). Esto, en verdad,
es la base sobre la cual está asentado el señorío del Señor en relación al
creyente. Grande es a verdad de que son perdonados los pecados del creyente;
que es nacido de nuevo; que es hijo de Dios por fe en Cristo Jesús; que tiene
vida eterna; que tiene esperanza asegurada de estar con el Señor para siempre;
y ¡cuántas otras bendiciones son suyas por la gracia de Dios! Pero, débase
recordar que: "comprados sois por precio", y sois la posesión de
Aquel que pagó el precio, y él tiene la autoridad sobre su compra - El SEÑORIO
ES DEL SEÑOR.
El
Apóstol Pablo escribe: "Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo
nos hizo libres, y no volváis otra vez a ser presos en el yugo de
servidumbre" (o sea: "en el yugo de esclavitud").
"Vosotros, hermanos, a libertad habéis sido llamados... servíos (o sea:
"servíos cuales esclavos") por amor los unos a los otros" (Gal.
5:1 y 13). He aquí una de las muchas paradojas de la Palabra de Dios — libres,
sin embargo, esclavos. Es la posición de la cual casi se jactan los Apóstoles
Pablo y Pedro, como asimismo Santiago, el hermano del Señor, pues, al escribir
sus epístolas, a veces cada cual se designa: "Siervo de Jesucristo"
— o sea: esclavo de Jesucristo", que es la traducción más precisa del
texto (Rom. 1:1, Fil. 1:1, Tito 1:1, Stg: 1:1. 2ª Ped. 1:1). Es la posición que
debe confesar todo creyente, gozosamente obedeciendo todo mandato y precepto
del Señor.
Estos
mandatos y preceptos tocan todas las esferas de la vida, sean la espiritual en
su relación para con Dios, sea la del matrimonio, la de los padres, la de los
hijos, la de los amos y los siervos, de las amistades, de los negocios, de los
roces con la gente en general." Numerosas son las porciones escriturales
que dirigen al creyente en lo que toca a su porte diario, y en todo esto
debiera haber la pronta obediencia al SEÑORIO DEL SEÑOR (Léase Efes. 5:22-6:20,
Col. 3:1-25, 4:5-6, I Tes. 4:l0b-l2).
Tomás Lawrie.
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