miércoles, 1 de octubre de 2014

EL SEÑORÍO DEL SEÑOR ( PARTE I)

PROLOGO
"Sepa ciertísimamente toda la ca­sa de Israel, que a este Jesús que vosotros crucificasteis, Dios lo ha hecho SEÑOR y CRISTO" (Hechos 2:36).
Al presentar una serie de artícu­los sobre el SEÑORIO DEL SEÑOR, deseamos decir lo siguiente: En el día de Pentecostés, Dios quería ha­cer conocer la primerísima cosa a toda la casa de Israel: que él ha hecho SEÑOR y CRISTO a aquel JESUS, que ellos despreciaron, desecharon y crucificaron.
Esta misma verdad, y con mucha más razón, la debe conocer todo renacido. El SEÑORIO DEL SEÑOR debe ser una bendita realidad en la vida, en el hogar, en el negocio, y en SU IGLESIA.
El hombre, por naturaleza es re­belde y quiere ser su propio señor y dueño.
Su presunción le empuja a la in­dependencia, pues se cree capaz de gobernarse a sí mismo y a lo que es suyo. Tal actitud nunca debería ser la de un hijo de Dios. Un alma re­cibida a misericordia, favorecida con el conocimiento de la verdad y guiada por el Espíritu Santo, no lo hace, y si llega a hacerlo se consti­tuye tan transgresor como aquél que no tiene al Señor.
El creyente que no permite ejer­cer al Señor su SEÑORIO sobre su vida y sus bienes, fracasa en su mi­sión como testigo suyo (Hechos 1:8). Por el contrario, todo aquél que voluntariamente entrega su vida al gobierno del Señor, le honra, y lle­ga a ser fructífero y no será "esté­ril en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo" (2 P. 1:9).
Cristo el Señor, tiene pleno dere­cho sobre los suyos, y sobre lo que ellos por pura gracia han recibido de él, pues "lo que somos y tenemos, sólo es nuestro en él" (Himno 383).
Cristo el Señor, tiene pleno dere­cho sobre los suyos, porque son com­prados... por precio" (1ª Corintios 6:20), "con la sangre preciosa" su­ya (I* Pedro 1:19). Tanto el creyente individualmente, como su iglesia, la cual, "ganó por su sangre" (Hechos 20:28), son su exclusiva propiedad.
Donde el SEÑOR SEÑOREA, los hombres no discuten las Escrituras, sino que las obedecen. Y entonces, tanto hermanos como hermanas, es­tán en su lugar (Nehemías 8:7).
Donde el Señor es oído, respetado y obedecido, hay deseo de someterse a su PALABRA, y hay anhelo de vivir una vida digna "de la sobera­na vocación de Dios… vocación santa… vocación celestial" (Filipenses 3:14; 2? Tim. 1:9; Hab. 3:1).
Asimismo donde el Señor no es obedecido, donde no le permiten ejercer su SEÑORIO, habrá desor­den y anarquía espiritual, pues cada uno hará "lo recto delante de sus ojos" (Jueces 21:25).
El Señor nos ayude a ser dóciles a SU SEÑORIO, de tal manera que para nosotros no sea esta reconven­ción: "¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que digo?" (Lucas 6:46).

Pablo Boichenko

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