domingo, 3 de enero de 2016

No hay mayor amor



Nadie ha demostrado tener mayor amor que Dios en Jesucristo. ¿Ha aceptado usted ese amor? Un llamado a la reflexión.
Dé una mirada retrospectiva a su vida, y mire sus ideales realiza­dos hasta el día de hoy. ¿Ha llegado por fin a ser aquello que usted de­seaba y por lo que, quizás, se esfor­zó por mucho tiempo? ¡O será que las fuentes en las que bebió se se­caron con demasiada prontitud, y usted sigue teniendo sed! El “buen partido” que usted buscaba no es tan bueno, su matrimonio, del que tanto esperaba, está muy lejos de llegar a ser el ideal soñado. Según su posición social usted debería ser una persona muy feliz. Usted tiene buenos ingresos, con bastante tiempo libre, está asegurado contra enfermedad, accidente, etc., quizás posea una casa herencia de familia, o pronto se podrá comprar la suya propia, etc. Y, a pesar de todo eso, existe un gran vacío en su vida. ¿Qué es lo que aún le falta? Permí­tame que se lo diga: ¡Mi amigo, a usted le falta Jesucristo! Él vino pa­ra darle vida en abundancia (Jn. 7:37; 10:11). Él desea quitar de en medio lo que lo separa a usted de la fuente original de la felicidad eter­na, que es Dios mismo. ¿Y qué es lo que le separa de Dios? ¡El pecado que está en usted! Un Dios santo y un ser humano pecaminoso se ex­cluyen mutuamente por completo, “porque nuestro Dios es fuego consumidor”, He. 12:29).
Había una madre cuyo único hijo era todo para ella, el centro de su vida. El niño enfermó y murió. La madre casi enloqueció de dolor. No podían sacarla de al lado del ataúd de su amado niño. Durante el entierro, estaba parada al lado de la tumba, y cuando el pequeño ata­úd fue bajado a la tierra, ella quiso echarse sobre el mismo con un gri­to de desesperación. A último mo­mento, lo pudieron evitar. ¿Qué fue lo que llevó a esta madre a tal grado de desesperación? El amor a su hi­jo. Ella no quería separarse de él. Y aun así, hubo una despiadada se­paración. ¿Por qué? ¡Porque la vida y la muerte nunca pueden unirse! Usted, mi amigo, está muerto para Dios, por causa del pecado y la trasgresión (Ef. 2:1). En el cielo exis­te una condición de vida. Dios es eterno, inmortal. No permita seguir siendo engañado acerca de su ver­dadera situación. El límite ha sido trazado; la barrera es más fuerte que el hierro y el acero, y se llama: ¡Santo, santo, santo es Dios, el Se­ñor! Ningún ser humano Lo verá y vivirá (Is. 6:3; Éx. 33:20).
¡Y aun así! ¡Oh, es maravilloso “¡Aun así!”. Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo (2 Co. 5:19). Él mismo creó el paso de frontera: ¡el camino del corazón del padre a nuestro cora­zón pecaminoso! El terrible velo entre Dios y usted se partió en el momento en que Jesús expiró e in­clinó Su cabeza... Nunca antes se había realizado una lucha del tipo que la que ocurrió allí, en la terrible oscuridad del Gólgota. Él, Jesucris­to, estaba clavado allí en la cruz co­mo representante y sustituto de to­da la humanidad, cargado con el pecado de todo el mundo (Jn. 1:29; Is. 53:11). Él fue hecho pecado (2 Co. 5:21). Allí se escuchó el grito, surgido del pecho del hombre de dolores que sangraba: “Mi Dios, mi Dios, ¿por qué me has abandona­do?” (Mt. 27:46). Dios abandonó a Su Hijo amado y apartó Su rostro de Él. Lo trató como al mismísimo pecado, y llevó a cabo en Él el juicio sobre los pecados de todos los se­res humanos (Is. 53:5-6). ¡De esa manera, Satanás y el infierno ente­ro fueron vencidos; porque en cuanto Jesús murió, como conse­cuencia de nuestro pecado (Ro. 6:23), fue preparado el camino de la vida para usted y para mí, la frontera se abrió, el muro de la muerte fue destrozado! Y cuando el Rey de reyes, en Su muerte, quitó el pecado, ¡el diablo perdió todo dere­cho a aquellos que se apresuran a llegar y a atravesar esa frontera, la cruz del Gólgota! La tierra tembló, las rocas se partieron, cuando el Hijo de Dios proclamó, en alta voz, la victoria sobre Satanás, el pecado y la muerte: “¡Consumado es!”
“Y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públi­camente, triunfando sobre ellos en la cruz" (Col. 2:15). “El cual nos ha librado de la potestad de las tinie­blas, y trasladado al reino de Su amado Hijo” (Col. 1:13). Mi amigo, ¡este acontecimiento poderoso es un hecho histórico! ¿Usted lo cree? ¡Todo aquel que lo cree, ahora, y es consciente de sus pecados, puede pasar la frontera del Gólgota - y ser salvo! Liberado del poder de Sata­nás (Hch. 26:18), purificado de to­dos sus pecados (1 Jn. 1:7); recibe gratuitamente la vida eterna (Jn. 10:28). Llega a ser una nueva cria­tura, un hijo de Dios (2 Co. 5:17; 1 Jn. 3:3). La resurrección de Jesucris­to es la garantía de que usted, en Él, llega a ser una persona totalmente nueva cuando da ese paso. ¡Mire cómo, movido por la misericordia, Jesús le extiende sus manos traspa­sadas! ¡Venga ahora, arrójese a Sus pies, y así usted, juntamente con todos los salvos, podrá cantar las palabras del poeta:
“¡Oh Palabra de victoria!
Cuando Satanás se acerca,
Miro al héroe que lo destruyó.
En las heridas de Jesús soy sal­vo, libre;
Su grito de muerte, es mi grito de victoria.
En nada me puede ya atar el poder del  enemigo: “¡Consumado es!”
WIMMALGO (1922-1992)
Llamada de Medianoche, Julio 2014


No hay comentarios:

Publicar un comentario