Nadie ha demostrado tener mayor amor que Dios en
Jesucristo. ¿Ha aceptado usted ese amor? Un llamado a la reflexión.
Dé
una mirada retrospectiva a su vida, y mire sus ideales realizados hasta el día
de hoy. ¿Ha llegado por fin a ser aquello que usted deseaba y por lo que,
quizás, se esforzó por mucho tiempo? ¡O será que las fuentes en las que bebió
se secaron con demasiada prontitud, y usted sigue teniendo sed! El “buen
partido” que usted buscaba no es tan bueno, su matrimonio, del que tanto
esperaba, está muy lejos de llegar a ser el ideal soñado. Según su posición
social usted debería ser una persona muy feliz. Usted tiene buenos ingresos,
con bastante tiempo libre, está asegurado contra enfermedad, accidente, etc.,
quizás posea una casa herencia de familia, o pronto se podrá comprar la suya
propia, etc. Y, a pesar de todo eso, existe un gran vacío en su vida. ¿Qué es
lo que aún le falta? Permítame que se lo diga: ¡Mi amigo, a usted le falta
Jesucristo! Él vino para darle vida en abundancia (Jn. 7:37; 10:11). Él desea
quitar de en medio lo que lo separa a usted de la fuente original de la
felicidad eterna, que es Dios mismo. ¿Y qué es lo que le separa de Dios? ¡El
pecado que está en usted! Un Dios santo y un ser humano pecaminoso se excluyen
mutuamente por completo, “porque nuestro
Dios es fuego consumidor”, He. 12:29).
Había
una madre cuyo único hijo era todo para ella, el centro de su vida. El niño
enfermó y murió. La madre casi enloqueció de dolor. No podían sacarla de al
lado del ataúd de su amado niño. Durante el entierro, estaba parada al lado de
la tumba, y cuando el pequeño ataúd fue bajado a la tierra, ella quiso echarse
sobre el mismo con un grito de desesperación. A último momento, lo pudieron
evitar. ¿Qué fue lo que llevó a esta madre a tal grado de desesperación? El
amor a su hijo. Ella no quería separarse de él. Y aun así, hubo una despiadada
separación. ¿Por qué? ¡Porque la vida y la muerte nunca pueden unirse! Usted,
mi amigo, está muerto para Dios, por causa del pecado y la trasgresión (Ef. 2:1).
En el cielo existe una condición de vida. Dios es eterno, inmortal. No permita
seguir siendo engañado acerca de su verdadera situación. El límite ha sido
trazado; la barrera es más fuerte que el hierro y el acero, y se llama: ¡Santo,
santo, santo es Dios, el Señor! Ningún ser humano Lo verá y vivirá (Is. 6:3;
Éx. 33:20).
¡Y
aun así! ¡Oh, es maravilloso “¡Aun así!”. Dios estaba en Cristo reconciliando
al mundo consigo mismo (2 Co. 5:19). Él mismo creó el paso de frontera: ¡el
camino del corazón del padre a nuestro corazón pecaminoso! El terrible velo
entre Dios y usted se partió en el momento en que Jesús expiró e inclinó Su
cabeza... Nunca antes se había realizado una lucha del tipo que la que ocurrió
allí, en la terrible oscuridad del Gólgota. Él, Jesucristo, estaba clavado
allí en la cruz como representante y sustituto de toda la humanidad, cargado
con el pecado de todo el mundo (Jn. 1:29; Is. 53:11). Él fue hecho pecado (2
Co. 5:21). Allí se escuchó el grito, surgido del pecho del hombre de dolores
que sangraba: “Mi Dios, mi Dios,
¿por qué me has abandonado?” (Mt. 27:46). Dios abandonó a Su Hijo amado
y apartó Su rostro de Él. Lo trató como al mismísimo pecado, y llevó a cabo en
Él el juicio sobre los pecados de todos los seres humanos (Is. 53:5-6). ¡De
esa manera, Satanás y el infierno entero fueron vencidos; porque en cuanto
Jesús murió, como consecuencia de nuestro pecado (Ro. 6:23), fue preparado el
camino de la vida para usted y para mí, la frontera se abrió, el muro de la
muerte fue destrozado! Y cuando el Rey de reyes, en Su muerte, quitó el pecado,
¡el diablo perdió todo derecho a aquellos que se apresuran a llegar y a
atravesar esa frontera, la cruz del Gólgota! La tierra tembló, las rocas se
partieron, cuando el Hijo de Dios proclamó, en alta voz, la victoria sobre
Satanás, el pecado y la muerte: “¡Consumado es!”
“Y despojando a los
principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre
ellos en la cruz" (Col. 2:15). “El cual nos
ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de Su amado
Hijo”
(Col. 1:13). Mi amigo, ¡este acontecimiento poderoso es un hecho histórico!
¿Usted lo cree? ¡Todo aquel que lo cree, ahora, y es consciente de sus pecados,
puede pasar la frontera del Gólgota - y ser salvo! Liberado del poder de Satanás
(Hch. 26:18), purificado de todos sus pecados (1 Jn. 1:7); recibe
gratuitamente la vida eterna (Jn. 10:28). Llega a ser una nueva criatura, un
hijo de Dios (2 Co. 5:17; 1 Jn. 3:3). La resurrección de Jesucristo es la
garantía de que usted, en Él, llega a ser una persona totalmente nueva cuando
da ese paso. ¡Mire cómo, movido por la misericordia, Jesús le extiende sus
manos traspasadas! ¡Venga ahora, arrójese a Sus pies, y así usted, juntamente
con todos los salvos, podrá cantar las palabras del poeta:
“¡Oh Palabra de victoria!
Cuando Satanás se
acerca,
Miro
al héroe que lo destruyó.
En
las heridas de Jesús soy salvo, libre;
Su grito de muerte, es mi grito de
victoria.
En nada me puede ya atar el poder del enemigo: “¡Consumado es!”
WIMMALGO
(1922-1992)
Llamada
de Medianoche, Julio 2014
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