lunes, 4 de abril de 2016

Poema.


¡Piedad, oh santo Dios, piedad!
Piedad te implora el corazón.
Oh, lávame de mi maldad
Y dame gozo, paz, perdón.

Mis rebeliones graves son;
Son todas sólo contra Ti;
Mas crea un nuevo corazón
Y un nuevo espíritu en mí.

No quieres sacrificio, más
Que el humillado corazón;
Mi ofrenda no despreciarás
Ya que eres todo compasión.

Sálvame, Dios, con tu poder,
Pues mi esperanza es sólo en ti;
Contrito aguardo tu querer,
Sé compasivo hacia mí. Amén.

Isaac Watts

La Adoración y el Sacerdocio Cristiano (Parte I)

DEFINICIÓN


La palabra "culto" es primeramente un acto de respeto demostrado a una persona de alto grado o mérito. "Adorar" es dar homenaje, o tener en alto honor y, en un sentido más elevado, acercarse a Dios con un respeto y reverencia suprema. En ninguna parte de las Escrituras se encuentra definida la adoración a Dios, pero su significado puede deducirse por el uso de ciertas palabras y por algunos ejemplos.
(a) Griego proskuneo, postrarse (literalmente, "besar") hacia, o pagar tributo (Mateo 8:2) indica el acto exterior con o sin un sentir interno correspondiente.
(b) Griego sebomai, reverenciar, sentir temor reverencial (ejemplos Hechos 16:14) expresa la actitud interna (palabras emparentadas se encuentran en Romanos 1:25; Hechos 17:23).
(c) Griego latreuo, frecuentemente traducido "para servir", es un término más amplio que incluye el servicio oficial dado a un superior, o servicio religioso ofrecido a la Deidad o a deidades falsas (Fil. 3:3; Heb. 10:2; 13:10).
Ejemplos de la Adoración. Los siguientes ejemplos deben ser estudiados cuidadosamente, (a) Magos (Mat. 2:1-12); (b) María (Jn. 12:1-3; véase también 1 Crón. 29:10-22; Deut. 26:1-11).
Los Salmos abundan en expresiones de adoración y proveen un vocabulario que bien puede ser usado provechosamente por el creyente (Salmo 95, 96, 107).

DIFERENCIACIÓN
Debemos tener cuidado en distinguir entre "Adoración" - el pueblo de Dios allegándose a Dios con ofrendas acepta­bles - y "Ministerio" - Dios allegándose a Su pueblo con bendiciones para suplir sus necesidades. La Adoración es hacia Dios - el Ministerio es hacia los santos (creyentes) - el Testimonio es hacia el mundo.
También debemos distinguir los términos que frecuentemente dan una idea general de la adoración,
(a) La Oración (en un sentido limitado) es rogar una bendición de Dios;
(b) Hacimiento de gracias es recono­cer la bendición recibida de Dios;
(c) Alabanza, es apreciar a Dios por Sus obras - conociendo los hechos Salmo 103;

(d) Adoración, (en un sentido limitado) es adorar a Dios por lo que Él es atribuyéndole la gloria de las cosas visibles (Salmo 104).

Meditación

“Porque vendrá el enemigo como río, más el Espíritu de Jehová levantará bandera contra él”  (Isaías 59:19b).
Hay tiempos de crisis desesperadas en la vida, cuando Satanás lanza su artillería más potente contra el pueblo del Señor. El cielo se oscurece, la tierra tiembla y no parece quedar ni un rayo de esperanza. Pero Dios ha prometido enviar refuerzos a Su pueblo cuando la situación es extrema. El Espíritu del Señor levanta bandera contra el Diablo justo a tiempo.
Esclavizados por el tirano egipcio, la perspectiva del pueblo de Israel era poco prometedora. Estaban encogidos bajo los azotes del capataz. Pero Dios no era indiferente a sus gemidos. Levantó a Moisés para confrontar al Faraón y finalmente guiar a Su pueblo a la libertad.
En los días de los Jueces, invasores extranjeros mantuvieron en servidumbre a las tribus de Israel. A pesar de esto, en el momento más oscuro el Señor levantó libertadores militares para hacer retroceder al enemigo e introducir al pueblo en un periodo de tranquilidad.
Cuando Senaquerib guió al ejército asirio contra Jerusalén, la cautividad de Judá parecía inevitable. Humanamente hablando, no había manera de detener la fuerza irresistible del invasor. Sin embargo, el ángel del Señor pasó por el campo de los asirios por la noche e hirió a 185.000 hombres.
Cuando Ester era Reina de Persia, el enemigo vino como río promulgando un decreto inalterable que decía que los judíos en todo el reino debían ser ejecutados. ¿Frustraron a Dios los medas y los persas por medio de este decreto? De ningún modo, él arregló las cosas de tal manera que se promulgó otro decreto, permitiendo a los judíos defenderse en aquel día sombrío. Los judíos, ciertamente, salieron arrolladoramente victoriosos.
Cuando Savonarola vio la pobreza, opresión e injusticia en Florencia, vino a ser una bandera en las manos del Espíritu para traer una reforma.
Cuando Martín Lutero comenzó a tronar contra la venta de indulgencias y otros pecados de la iglesia, fue como si una luz surgiera en medio de una era de tinieblas.
La Reina María causaba estragos a la verdadera fe cristiana en Inglaterra y Escocia. Pero Dios levantó a un hombre llamado John Knox en aquel tiempo de necesidad y desesperación. “Y con el rostro a tierra, Knox suplicó a Dios durante toda la noche para que vengara a Sus escogidos y le diera Escocia o le quitara la vida. El Señor le dio Escocia y quitó a la Reina del trono”.
Puede ser que ahora estés afrontando una de las crisis más graves de tu vida. Nunca temas. El Espíritu del Señor enviará refuerzos oportunos y te guiará a un lugar espacioso. ¡Solamente confía en él!

Estudios sobre el libro del profeta MALAQUIAS (Parte IX)

CAPÍTULO 4: EL SOL DE JUSTICIA
En el capítulo 3 vimos el contraste entre el terrible día del juicio y el día en que Jehová hará (v. 2 y 17). Aquí, el profeta nos vuelve a traer al día de la venganza: «Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama» (v. 1). Los orgullosos y los malos, a quienes este pueblo, indiferente al mal, tomaba por bienaventurados (3: 15), serán consumidos por la aparición del Señor y completamente arrancados, sin que subsista nada de ellos. «Más a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis, y saltaréis como becerros de la manada» (v. 2). Sí, para los que temen su nombre, para los que han reconocido su autoridad y doblado la rodilla ante él, se levantará el sol de justicia, este mismo sol cuyos fuegos ardientes consumirán para siempre a los rebeldes. En adelante reinará la justicia e iluminará con sus rayos al Israel de Dios.
¡Momento bendecido, lleno de frescor y de gozo; alba de un día nuevo, de una mañana sin nubes, cuya lluvia hará brotar la hierba de la tierra! (2 Samuel 23:4). Los que temen a Jehová prosperarán entonces como becerros para engordar. Una vida llena de crecimiento será su porción; formarán este nuevo rebaño de Israel, lleno de juventud, de salud y de fuerza, que será el pueblo del Señor en el día de su santa magnificencia. «Hollaréis a los malos, los cuales serán ceniza bajo las plantas de vuestros pies, en el día en que yo actúe, ha dicho Jehová de los ejércitos (v. 3). Los fieles serán también, como lo vemos en Zacarías y otros pasajes, los ejecutores de la venganza de Jehová contra aquellos que les hayan oprimido. Todo ello se aplica naturalmente al remanente judío; pero no es menos cierto que los santos glorificados formarán el séquito del Hijo del hombre cuando él salga del cielo para ejecutar juicio (Apocalipsis 19:11-16).
«Acordaos de la ley de Moisés mi siervo, al cual encargué en Horeb ordenanzas y leyes para todo Israel» (v. 4). Al terminar, el profeta vuelve a dirigir los pensamientos del pueblo a la inmutable palabra que Dios había comunicado por medio de Moisés. ¿No es notable que todo el Antiguo Testamento termine recordando a Israel que la Palabra es su única salvaguardia? Es útil proclamarlo también en nuestros días; y con mayor razón ahora, cuando ya no se trata de la palabra de la ley, sino de la de la gracia, cuyo olvido hace a los hombres absolutamente inexcusables. En cuanto a nosotros, los cristianos, guardemos cuidadosamente esta Palabra; guardémosla por entero, tal como Dios nos la ha dado. Satanás la arranca del mundo jirón a jirón, y llegará el día en que sus manos ya no retendrán nada de ella; en cuanto a nosotros, guardemos lo que hemos oído desde el principio: esta fe dada una vez a los santos; edifiquémonos sobre ella; no dejemos que se nos arrebate ni una jota de ella; que ella sea nuestro guía según las palabras del apóstol: «Os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados» (Hechos 20:32). Meditemos mucho el Salmo 119, el cual nos presenta la Palabra como el refugio, el estímulo, el guía del fiel, como lo que le sostiene en medio de la creciente apostasía. Su Palabra es «la verdad» cuando todo lo demás es mentira. Ella nos hace conocer a Cristo, a su bendita persona, a su obra y todas sus consecuencias. El temor de Jehová se caracteriza, como lo hemos visto, por el apego a su Palabra. «Ellos han guardado tu Palabra», le dice Jesús al Padre al hablarle de sus amados discípulos (Juan 17:6).

La venida de Elías
«He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible» (v. 5). Aquí no se trata de Juan el Bautista, como al comienzo del capítulo 3. Si el pueblo hubiese querido recibir lo que Jesús le decía, Juan habría sido el Elías que debía venir (Mateo 11:14; Marcos 9:11-13) y el Señor de gloria habría entrado en su reino; pero Juan el Bautista fue rechazado, al igual que su Señor, de quien era precursor. Desde entonces sólo quedaba para el pueblo «el día de Jehová, grande y terrible».
Pero la gracia de Dios anuncia, por el profeta, el envío de un nuevo Elías que reunirá para Jehová un pueblo nuevo. Si se hubiese recibido a Juan el Bautista, el papel de este segundo Elías habría sido inútil; pero, como no fue recibido, a causa de la infidelidad del pueblo, Elías volverá para anunciar la venida del Señor en juicio: «su aventador está en su mano, y limpiará su era» (Mateo 3:12). En el Apocalipsis (11:4-6), uno de los dos testigos tiene el carácter de Elías, y el otro el de Moisés. No creo, por mi parte, en una venida personal del profeta Elías, llevado en tiempos pasados al cielo sin pasar por la muerte, sino que creo en su venida espiritual, es decir, que un hombre representará a este profeta, por el poder del Espíritu Santo. «Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición» (v. 6). El ministerio de este nuevo Elías tendrá por efecto el restablecimiento en Israel de las relaciones ordenadas por Dios, sobre una base que siempre tendrían que haber conservado. El amor debido a los hijos, la obediencia debida a los padres serán encontrados de nuevo y, de esta manera, la maldición será desviada del país de Israel.
Al terminar nuestro estudio, guardemos como algo precioso este pensamiento: el libro de Malaquías habla a nuestros corazones y a nuestras conciencias al invitarnos a temer al Señor, a pensar en él, a hablar de él el uno al otro, a guardar fielmente su Palabra.
¡De un momento a otro, nuestro Salvador, la Estrella resplandeciente de la mañana, puede aparecer para arrebatarnos hacia él a la gloria!
NOTAS
1) N. del E.: El libro de Ester es de fecha anterior al de Nehemías.
2) N. del E.: La descendencia de Esaú formó el pueblo de Edom.

UNA SOLA OFRENDA, VARIOS SACRIFICIOS (parte IV)

(Levítico 1 a 7)

"A Jesucristo, y a éste crucificado" (1 Corintios 2:2).
1. EL HOLOCAUSTO (Levítico 1; 6:9-13; 7:8)
La ofrenda del rebaño

No todos los israelitas llevaban un becerro; aquellos que eran demasiado pobres se contentaban con una oveja o una cabra. Muchos detalles de los versículos 10 a 13 corresponden al párrafo precedente, pero algunos rasgos faltan.
El adorador no ponía su mano sobre la cabeza de la víctima. Tenía consciencia de la perfección de la ofrenda, pero no se identificaba con ella. Muchos hijos de Dios saben que Cristo ha sido perfecto en todas las cosas, pero no han comprendido, por medio de la fe, y por la gracia de Dios, que "como él es, así somos nosotros".
El israelita tampoco desollaba su ofrenda. No hay la misma contemplación de las perfecciones interiores del Señor Jesús.
Pero si la visión de Cristo es menos completa, menos clara, es, sin embargo, real, y la ofrenda que­mada sobre el altar "holocausto es, ofrenda encendida de olor grato para Jehová".
La ofrenda de aves Ésta es una ofrenda más débil todavía. No obstante, el adorador ha querido acercarse. Trae lo que puede según sus recursos, una ofrenda que tenía algu­nos defectos, de la cual hacía falta quitar "el buche y las plumas", "con la suciedad que contenga" (v. 16, V. M.). No era el adorador quien degollaba y deso­llaba; el sacerdote lo hacía todo. El interior de la víc­tima no era «apreciado»; el ave era sólo partida pero no dividida; no se entra en los detalles de las perfec­ciones de Cristo.
Sin embargo, si bien el adorador era débil, el sacerdote sabía valorar esta ofrenda y expresar lo que era confuso en la mente y en el corazón de aquel que se había acercado. Durante el culto, un hermano sabrá precisar en la oración lo que hasta entonces no era sino impreciso y confuso en el corazón de algunos de sus hermanos. Así estimulados, éstos podrán quizás otra vez traer una ofrenda del rebaño.
Pero sea cual fuere la ofrenda, a pesar de la debilidad, incluso de la pobreza, nuestro capítulo declara expresamente: "Holocausto es, ofrenda encendida de olor grato para Jehová" (v. 9, 13, 17). Es un pensa­miento consolador, y que evita que nos desalentemos: por débil y pequeña que sea la ofrenda, ella es agrada­ble a Dios, porque de alguna manera su Hijo ha sido presentado.
Se trata de hacer progresos espirituales: si un hijito en Cristo no lleva más que un ave, un joven (según 1 Juan 2) llevará un cordero, y un padre, un becerro. Pero tengamos cuidado: podemos haber avanzado en las cosas de Dios, haber podido llevar incluso un bece­rro, y luego, por falta de vigilancia y de comunión con el Señor, volver a caer en un estado práctico que sólo nos permite llevar un cordero o un par de aves. Si bien es importante progresar en la gracia y en el conoci­miento de nuestro Señor Jesucristo, también es impor­tante velar por nuestro andar y por todo lo que entorpece nuestra comunión con Dios.

En Levítico 6:8-13 se repite más de una vez que el holocausto debe estar sobre el fuego, sobre el altar, "toda la noche, hasta la mañana"; el fuego ardía sobre él continuamente; no debía dejarse que se apagara. Cristo se ofreció una vez para siempre y su sacrificio jamás deberá repetirse; pero el memorial de su ofrenda, el perfume del holocausto sube continuamente ante Dios durante la noche de su ausencia. Cuán precioso es para el corazón del Padre ver, en este mundo de tinieblas, corazones que aprecian la obra de su Hijo y hacen subir continuamente ante El, en alabanza, ese olor grato de su sacrificio. El Salmo 134, punto culminante de los Cánticos graduales, nos dice: "Mirad, bendecid a Jehová, vosotros todos los siervos de Jehová, los que en la casa de Jehová estáis por las noches. Alzad vuestras manos al santuario, y bendecid a Jehová" (v. 1-2).
Y si bien durante la noche de su ausencia, el humo del holocausto sube sin cesar como perfume de olor grato ante Dios, su valor nunca dejará de ser grato ante él cuando todos los rescatados hayan de cantar el nuevo cántico alrededor del trono.

2. LA OFRENDA VEGETAL (Levítico 2; 6:14-23)
En la ofrenda vegetal, no se trata de una víctima degollada, de sangre derramada, de propiciación ni de pecado. La ofrenda no es ofrecida para "ser aceptada".
Este capítulo, pues, no nos habla de la muerte del Señor Jesús, sino de su vida, de su perfecta humanidad. Se trata de la perfección personal de Cristo, objeto y alimento de nuestro corazón, pero, ante todo, de una ofrenda de olor fragante que sube hacia Dios quien encontró en El todo su contentamiento. Es la absoluta devoción a Dios de todas las facultades de un hombre que vivió en la tierra, con todo su ser ofrecido a Dios, a lo largo de una vida de entera obediencia.
La ofrenda vegetal era ofrecida junto con el holocausto (véase por ejemplo Números 28 y 29). Consciente de haber sido aceptado (en relación con el holocausto), el adorador puede llevar la ofrenda vege­tal, es decir, presentar a Dios la perfecta vida de Cristo, hombre en la tierra, y alimentarse de Él. Considerar la vida de Cristo en sus diversas perfecciones y compararla con la nuestra, sería desmoralizador. La diferencia es infinita... Pero, con la seguridad de haber sido "aceptados en él", «tenemos derecho a olvidarnos de nosotros mismos, a olvidar nuestros pecados y a olvi­darnos de todo lo que no sea Jesús» (J.N.D.). Conside­rarlo así, en la perfección de los detalles de su vida, se convierte entonces en un profundo gozo para el alma y, para con Dios, en un tema de adoración siempre renovado.
En Israel, cada mañana y cada atardecer se ofrecían el holocausto y la ofrenda vegetal (Números 28:4). ¿No podemos nosotros, al principio y al final de nuestras jornadas, dar gracias a Dios por la persona del Señor Jesús y no sólo por todas las bendiciones que con él nos ha dado? Pero recordemos siempre que la ofrenda vegetal era "cosa santísima de las ofrendas que se queman para Jehová" (Levítico 2:3) y debía "comerse en lugar santo" (6:16). Todo lo que con­cierne a la persona de Cristo, ya sea respecto de su divinidad o de su humanidad, siempre debe ser consi­derado con gran reverencia, sin mezclar ninguna otra consideración que provenga de nuestro propio corazón.
1 Pedro 2:21-24 nos muestra esta unión de la per­fecta vida de Cristo, modelo para nosotros, y de su muerte expiatoria. Una no puede ir separada de la otra, como muchos quisieran hacerlo, queriendo ver en Jesús un modelo a imitar, pero apartando cualquier idea de expiación en su sacrificio.
Tales pensamientos son totalmente ajenos a la Palabra de Dios.

La flor de harina
La flor de harina representa la humanidad de Cristo, perfecta en todos sus detalles, tal como él fue en la tierra para perfecta satisfacción de Dios, en su vida, muerte y resurrección. En la flor de harina, todo es fino, puro, blanco, igual. En el Cristo-hombre todo era armonía y ninguna de sus cualidades predominaba sobre otras, como a menudo ocurre con nosotros. Podía a la vez usar de gracia y reprender el mal; sabía conso­lar y corregir; sabía cómo comportarse en la casa del fariseo y en el hogar de Betania.
Nos hace falta aprender a mirar a la persona de Jesús, como Juan Bautista quien "mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios" (Juan 1:36).
Los relatos de los evangelios hacen resaltar algu­nas de estas perfecciones de la vida de Cristo en la tie­rra. Jamás podremos contemplar suficientemente la vida de "Jesús de Nazaret", y "cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él" (Hechos 10:38).
En los Salmos aprendemos a conocer las perfecciones íntimas de su ser, sobre todo en el primer libro, el cual nos lo presenta como hombre en la tierra; afligido y pobre, pero siempre poniendo a Dios delante de él; encontrando su complacencia para los santos, para los íntegros que están en la tierra (Salmo 16:3); perseverando en su servicio; "no ocultó su misericordia y su verdad en grande asamblea"; "ha publicado su fidelidad y su salvación" (Salmo 40:10). Vemos al hombre obediente, dependiente, lleno de confianza en Dios, enteramente consagrado para su gloria.

El aceite
La ofrenda era amasada con aceite y untada con aceite, así como el Señor Jesús fue engendrado del Espíritu Santo, y luego ungido del Espíritu Santo cuando Juan lo bautizó, y lleno del Espíritu Santo al empezar su ministerio (Mateo 1:20; Lucas 3:22; 4:1, 14). Sobre los discípulos, en el día de Pentecostés, el Espíritu bajó como lenguas de fuego. Si el Espíritu debía constituir en ellos el poder para el servicio y El que les guiaría a toda la verdad (Juan 16:13), también debía ser El que juzgaría y purificaría muchas cosas en ellos.
¡Cuántos pensamientos, concepciones erróneas, costumbres deben ser consumados en nosotros por el fuego del Espíritu! Nada de esto tuvo lugar en Cristo. Por eso el Espíritu bajó sobre él como paloma, símbolo de la inocencia, como convenía al Hombre perfecto.
El incienso
El incienso que se vertía sobre la ofrenda vegetal era completamente quemado sobre el altar. Este repre­senta toda la satisfacción que Dios encontró en la vida de su Hijo en la tierra. "Tu nombre es como ungüento derramado" (Cantar de los cantares 1:3; Juan 12:3). Todo lo que él hacía, era para Dios y no para los hom­bres. «Cuanto más fiel era Cristo, cuanto más despre­ciado y contradicho; cuanto más manso, tanto menos se lo estimaba. Pero el recibimiento que encontraba, no producía en él ninguna alteración, porque todas las cosas las hacía únicamente para Dios. Ante la multitud, o con sus discípulos, o en presencia de sus inicuos jue­ces, nada alteraba la perfección de sus designios, por­que en todas sus circunstancias, todo lo hacía para Dios. El incienso de su servicio, de su corazón y de sus afectos, era para Dios y subía continuamente ante él» (J.N.D.).


Figuras simbólicas en la Biblia (Parte IV)

IV - Naciones y lugares

Amalec representa la carne. Fue el primer enemigo que salió contra Israel en el desierto, y de allí en adelante siempre se presentaba cuando menos era esperado. “Jehová tendrá guerra con Amalec de generación en generación”, Éxodo 17.16.

Los amonitas son el pueblo del hijo ilegítimo de Lot, Génesis 19.38, 1 Samuel 11.1, 11. Su nombre significa “un gran pueblo; incesto” y tipifica a los mundanos que tientan al pueblo de Dios. “Haz alianza con nosotros”.

Asiria representa el mundo político, el poder de la maldad o de la conquista egoísta. Dijo Senaquerib el asirio: “¿Cómo podrá vuestro Dios libraros de mi mano?” 2 Crónicas 32.14

Babel / Babilonia, “mezcla, confusión”, Génesis 10.10, Daniel 1.1. Es tipo de la tiranía y el poder de la exaltación propia. En Esdras 4.9 los babilonios son súbditos del “grande y glorioso”. Babilonia en el Apocalipsis es la iglesia falsa en el pleno desarrollo del pecado. La gran ramera estaba “ebria de la sangre de los santos y de la sangre de los mártires de Jesús”, Apocalipsis 17.6. Al ser destruida, “nunca más será habitada”, Isaías 13.20. Asiria y Egipto tendrán su lugar en tiempos futuros pero Babilonia será destruida, 14.19, 20.

Belén es la casa de pan. Fue el pueblo donde nacieron David, Jesús, etc. y fue donde Dios bendecía al humilde. “Te enviaré a... Belén, porque de sus hijos me he provisto de rey”, 1 Samuel 16.1.

Bet-el quiere decir un lugar consagrado a Dios, o la morada de Dios. Él se manifestó repetidas veces en Bet-el y allí el pueblo intentó varias veces una adoración falsa.

Calvario es el lugar de la Calavera, Lucas 23.33, o Gólgota en hebreo, Mateo 27.33. No se sabe exactamente dónde estaba, ni que era un monte. Posiblemente llevó el nombre por haber calaveras allí o por la forma del terreno. Jesús “salió” al lugar y padeció “fuera de la puerta”, “cerca de la ciudad”. Una calavera señala que había vida pero no la hay; había intelecto pero no lo hay. El mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, pero el creyente sale a su Señor fuera del campamento, llevando su vituperio, porque no tenemos aquí ciudad permanente.

Canaán, “la mayor humillación”. Tierra conocida posteriormente como Palestina, “tierra de extranjeros”, ocupada por paganos pero dada a Abram y sus descendientes. “No tomarás para mi hijo... de los cananeos, entre los cuales yo habito”, Génesis 24.3, ilustración de la separación del creyente de los inconversos. La conquista de Canaán es figura del cristiano en el tiempo presente entrando en el goce de toda la bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo.

Edén, “placer o delicia”. “Todos los árboles del Edén, que estaban en el huerto de Dios, tuvieron de él envidia”, Ezequiel 31.9. Cual estado original del hombre, es figura del estado eterno por venir; “en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados”, 1 Corintios 15.22. “Cambiará su desierto en paraíso;” a saber, en Edén, Isaías 51.3.

Egipto, “tierra negra”, representa al mundo como gobernado por Satanás, el mundo de placer social. “Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos”, Números 11.5. De esto han sido separados los creyentes; “¡Ay de los hijos que se apartan para descender a Egipto... pero la fuerza de Faraón os cambiará en vergüenza!”, Isaías 30.

Filistea representa el mundo de la profesión falsa. Los filisteos vivían en la misma tierra de Israel.

Los griegos tiene el sentido de los gentiles (todos los no judíos) en Romanos 2.9, 10: “al judío primeramente y también al griego”, como en 1 Corintios 10.32, donde se divide la humanidad en tres: judío, gentil y la iglesia de Dios. En otros pasajes el griego es un residente de lo que hoy es Grecia, excluyendo a judíos y bárbaros.

Israel. “Un príncipe que prevalece”. Un hombre, un pueblo terrenal y un pueblo espiritual (Gálatas 6.16, Romanos 9.6)

Jericó es en tipo el mundo en espera de juicio. La primera mención, Números 22.1, dice que sus moradores tuvieron gran temor cuando Israel acampó frente a la ciudad. “Maldito delante de Jehová el hombre que reedificare esta ciudad”, Josué 6.26.

Jerusalén. “La paz poseída; la morada de armonía”. Véase Salem. El lugar escogido por Dios para adoración y testimonio. “Vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar”, Juan 4.20. “Si tú conocieses... lo que es para tu paz”, Lucas 19.42.

La nueva Jerusalén, la de arriba, es la Iglesia con Cristo en gloria. “Me alegraré con Jerusalén, y me gozaré con mi pueblo”, Isaías 65.19. Véase Sion.

Moab es representativo del mundo de la inmoralidad, el lujo con flojera y la soberbia. Moab, el otro hijo de Lot, nació del incesto. “Hemos oído la soberbia de Moab”, Isaías 16.6.

Salem. El lugar de paz. “Rey de Salem, esto es, Rey de paz”, Hebreos 7.2. Véase Jerusalén; se entiende que se trata de lo mismo.

Samaria. Los samaritanos descendieron de israelitas desterrados y de extranjeros. Samaria representa la religión mixta. Omri compró el monte de Samaria y edificó allí e hizo lo malo, 1 Reyes 16.25. “En ciudad de samaritanos no entréis”, Mateo 10.25.

Sion en sí es un cerro en Jerusalén; es usado como figura del lugar de gobierno terrenal en el milenio. “Vendrá de Sion el Libertador”, Romanos 11.26. Habrá tanto “el monte de Sion” para el pueblo terrenal de Dios como “Jerusalén la celestial” para nosotros su pueblo espiritual, Hebreos 12.23.

Sodoma tipifica el modo de ser del inconverso en su atracción ilícita para el hijo de Dios. “Hubo... sodomitas en la tierra, e hicieron conforme a todas las abominaciones de las naciones”, 1 Reyes 14.24. “Como Sodoma habríamos venido a ser”, Romanos 9.29.

Tiro representa el mundo comercial, el orgullo. “Con la grandeza de tu sabiduría en tus contrataciones has multiplicado tus riquezas; y a causa de tus riquezas se ha enaltecido tu corazón”, Ezequiel 28.5.

El camino nos habla del acceso a Dios y de la comunión con Él, o, en el caso del incrédulo, del acto de alejarse de Él. Tan pronto que Adán pecare, los querubines guardaron el camino del árbol de la vida. Los primeros creyentes eran “de este Camino” pero Saulo de Tarso iba en el camino a perseguirlos, Hechos 9.2, 3. Cristo nos abrió camino nuevo y vivo, Hebreos 10.20 pero Balaam y Caín escogieron los suyos propios, 2 Pedro 2.15, Judas 11.

El campo “es el mundo”, Mateo 13.38. Es donde Caín mató a su hermano y es lo que Judas compró para morir allí. En el milenio “en el campo fértil morará la justicia”, Isaías 32.15

La ciudad representa la sociedad, bien sea en su colaboración para independizarse de Dios o en el interés mutuo como comunidad de salvos. Caín edificó la primera ciudad, habiendo huido de la presencia divina, Génesis 4.17. Los hombres ambiciosos de Babel querían edificar una, acaso fueran esparcidos, 11.5. El que se gloría en las oportunidades mundanas dice, “Iremos a tal ciudad”, Santiago 4.13. Los creyentes en su testimonio al mundo son como una ciudad asentada, Mateo 5.14. Ellos no tienen aquí ciudad permanente sino esperan la que Dios ha preparado, que es la congregación de su pueblo, Hebreos 12 y 13.

El desierto es figura del mundo presente para el creyente; él está allí de paso, rumbo a su morada mejor. “El día de la tentación en el desierto, donde... vieron mis obras cuarenta años”, Hebreos 3.8. Sólo en el milenio “se alegrarán el desierto y la soledad”, Isaías 35.1

El Mar Rojo. El paso del Mar Rojo nos presenta en figura la muerte y resurrección de Cristo a favor nuestro. Israel huyó del enemigo perseguidor y al otro lado del mar cantó que Jehová “ha sido mi salvación”, Éxodo 15.2. Fue el final de una esclavitud y el comienzo de una peregrinación, lo cual corresponde al momento de la salvación por fe en la obra de Cristo.

La montaña o el monte es el lugar de comunión con Dios o, en cambio, el de la falsa adoración. “En el monte de Jehová será provisto”, Génesis 22.14. “Serviréis a Jehová sobre este monte”, Éxodo 3.12. Una ciudad asentada sobre un monte —el pueblo de Dios en comunión con Él— no se puede esconder. “Me llevó en el Espíritu a un monte”, Apocalipsis 21.10. En cambio, la mujer samaritana se jactó de que sus padres adoraban en “este monte”. El diablo llevó al Señor a un monte para tentarle con las glorias mundanas. El juicio del diluvio se define al decir que las aguas cubrieron “todos los montes altos”.

El río señala bien sea (a) la bendición divina que fluye al hombre justo; (b) la separación que divide al justo del injusto; (c) la amenaza satánica contra los justos. En cuanto al (a), un río regaba al Edén, y en la ciudad celestial un río saldrá del trono de Dios. En cuanto al (b), el desterrado Ezequiel vio visiones de Dios al lado del río, y Pablo se encontró en peligros de ríos. En cuanto al (c), Faraón ordenó echar al río a los recién nacidos, y el dragón del Apocalipsis 12 echará de su boca un río.

El río Jordán. El paso del Jordán es una ilustración de la muerte y resurrección del creyente con Cristo. Compara esto con el paso del Mar Rojo. El arca precedió al pueblo, y ellos siguieron de lejos, Josué 3. Piedras fueron sepultadas, figura de Jesús en las horas de tinieblas y de la muerte del creyente con Él; piedras fueron levantadas, figura de su resurrección y la vida nueva del creyente. El bautismo en el Nuevo Testamento encierra el mismo simbolismo.

El valle señala tiempo de crisis. Hay el valle de lágrimas, de decisión, de la sombra de muerte, de esperanza y de visión. “Mire tu proceder en el valle, conoce lo que has hecho...”, Jeremías 2.23. “Descendí a ver los frutos del valle”, Cantar 6.11.

ALGUNAS MUJERES DEL ANTIGUO TESTAMENTO (Parte IV)

4. Rebeca, una novia modelo

 

La historia de esta dama se encuentra en Génesis 24 al 29. Es ilustración de: (a) el pecador que recibe por la fe la gran oferta de la salvación; (b) la Iglesia, planificada por el Padre, buscada y traída al Hijo por obra del Espíritu Santo; (c) ciertos principios del noviazgo cristiano.
         Después de la muerte de Sara, Abraham no quiso que Isaac tomara para sí una mujer de las cananeas porque eran paganas. Por lo tanto, mandó a su siervo de confianza en un largo viaje —quizás 900 kilómetros—a Mesopotamia a buscar una esposa para su hijo. Rebeca era nieta de Nacor, un hermano de Abraham que le había acompañado hasta Harán, Génesis 11.27, 24.15
         Habiendo el siervo pedido a Dios señales para que le mostrase la joven apropiada, no le quedó duda de que la mujer para Isaac era Rebeca. El testimonio del criado a los familiares en cuanto a Abraham e Isaac fue: Jehová ha bendecido mucho a mi amo y Sara, mujer de mi amo, dio a luz en su vejez un hijo a mi señor, quien le ha dado todo cuanto tiene. Seis veces leemos en Génesis 24 del siervo en el camino; “guiándome Jehová en el camino a casa de los hermanos”, 24.27.
         El capítulo 24 del Génesis relata mucho sobre esta doncella. Resalta su hermosura física, moral y espiritual; su disposición de trabajar; y su carácter decisivo. Cuando el criado había cumplido su misión, él quería regresar a su amo enseguida, pero los padres de Rebeca (Nacor era hermano de Abraham) querían que esperase al menos diez días. La pregunta fue puesta a Rebeca: ¿Irás tú con este varón? y ella respondió: Sí iré. (Diez en la Biblia es el número del hombre bajo prueba a ver cómo se comportará. Para quien no es salvo, el mensaje es: No te jactes del día de mañana, porque no sabes qué dará de sí el día, Proverbios 27:1)
         Al final del largo viaje, Rebeca vio de lejos a Isaac. Él había estado meditando en el campo pero alzó los ojos y, al ver que venían, los fue a encontrar. Rebeca le pregunta al criado: ¿Quién es este varón que viene por el campo hacia nosotros? El criado respondió: Este es mi señor. Ella entonces tomó el velo y se cubrió, tal como haría una joven casta en aquellos tiempos en señal de reverencia.
         Dice el relato que la trajo Isaac a la tienda de su madre Sara, y tomó a Rebeca por mujer y la amó; y se consoló Isaac después de la muerte de su madre. En aquellos tiempos antes de la ley, la poligamia era cosa frecuente, pero nunca leemos que Isaac tomó para sí otra mujer, ni siquiera una concubina. Sin embargo, su esposo le expuso una vez al mismo peligro que Sara había conocido dos veces; 26.7 al 11. Leemos que Isaac amó a Rebeca, pero no leemos del amor de ella hacia él.
         Después de varios años sin hijos, fue Isaac quien oró por su mujer, que era estéril. Oyó Jehová. Rebeca tuvo mellizos, los primeros que se mencionan en la Biblia. Génesis 25.19 al 26.
         Desafortunadamente, vemos que con el correr de los años hubo desacuerdo entre Isaac y Rebeca. El favorecía a Esaú, el cazador, y ella favoreció a Jacob, el más apegado al hogar. Como ha sucedido muchas veces a lo largo de los siglos, la novia modelo no resultó ser una esposa o madre modelo. 25.27 al 34.
         Llegó el día cuando se cumplió lo que Dios había dicho de los hijos antes de su nacimiento: El mayor servirá al menor. Lo último que leemos de Rebeca es que le propone a Jacob engañar a su padre y así asegurarse de la primogenitura. Sus fines eran que se cumpliera lo dicho por Dios, pero los medios que ella utilizó trajeron graves consecuencias a Jacob, y una enemistad que existe hasta el día de hoy entre judíos y árabes. Jacob se marchó del hogar, y no tenemos conocimiento de que la madre haya vuelto a ver a su hijo querido. 27.1 al 40. “Ahora, pues, hijo mío, obedece a mi voz”, 27.8. Parece que su actitud fue: “Hagamos males para que vengan bienes”, Romanos 3.8, pero la norma en Santiago 1.20 es que la ira del hombre no obra la justicia de Dios.
Para una exposición doctrinal de la cuestión de los dos hijos en los propósitos de Dios, véase Romanos 9.10 al 16.

Doctrina: Cristología. (Parte IV)

III. La Encarnación


a)   Introducción.
Al estudiar este tema, surge una pregunta que es necesaria responder: ¿por qué  era necesaria la encarnación? ¿Por qué Dios tuvo que encarnarse y nacer como un hombre en esta tierra? ¿Cuáles fueron los motivos para que el Dios Eterno, la segunda persona de la Trinidad, se encarnase  y tuviese forma  semejante a los hombres, pero sin pecado?
Pienso que no hay una respuesta terminante, una respuesta definitiva que satisfaga a la pregunta.
Entendemos que Dios es Libre y por lo cual no tenía ninguna obligación de venir y salvar al hombre; pero al mismo tiempo podemos decir que el hombre no tenía ninguna forma de retornar al seno Paterno. Todo lo que pidiese hacer para lograr el favor divino era contrario a lo que Dios había mandado, y esto se ve claramente reflejado en el sacrificio de Abel y Caín (Gen 4:2-5).  El primero ofreció un sacrificio cruento, a modo de ejemplo que les había dado a sus padres en el Edén cuando les vistió con pieles y Caín trajo de su trabajo, no tomando en cuenta que los frutos ofrecidos venían de una tierra maldecida. Y el resultado de esto es que Caín se ensañó contra su hermano dándole muerte, en actitud de manifiesto desafío a Dios.  Siguiendo esta misma actitud humana de querer hacer lo contrario a lo que Dios estableció para acercarse a Él estamos todos los seres humanos, viviendo nuestra propia vida, acercándonos a Dios de un modo poco reverente, o, peor aún, cambiando a Dios por otros dioses de diversas formas (Romanos 1:22-25). Queremos poner nuestras propias obras para acercarnos a Dios, para que por medio de ellas podamos redimirnos, sin tener en cuenta que todo lo que podamos hacer son acciones inmundas, tal como lo expresa Isaías: “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento” (Isaías 64:6). Pablo lo explica del siguiente modo “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios.  Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta; Con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; Su boca está llena de maldición y de amargura. Sus pies se apresuran para derramar sangre;  Quebranto y desventura hay en sus caminos;  Y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos” (Romanos 3:10-18). Con todo puede haber buenas personas, dispuestas a sacrificarse por otras (Romanos 5:7), pero ese sacrificio solo queda ahí, en bien de la otra. Por consiguiente, no existe sacrificio de hombre alguno que pueda servir para que la humanidad tuviese un camino de salida. Es posible que existan personas justas, pero su justicia sino no está puesta en Dios no sirve de nada (cf. Ezequiel 14:14).
Dado que el hombre no puede por naturaleza salvarse, era necesario que existiese un hombre que su sacrificio fuese aceptado por Dios y por los hombres. Por Dios, para que su justicia fuese satisfecha y por los hombres, para que se apropien de esta oferta de salvación. Por consiguiente, este hombre debía ser perfecto, sin pecado y en la tierra no había ninguno y tampoco nacería ninguno  que descendiese de hombre y mujer.
 De modo que al no haber nadie que pudiese satisfacer a la justicia de Dios, Dios proveyó un medio, que venía anunciando desde la caída del hombre en pecado. Entendemos que la misericordia de Dios impulsó a que el Hijo, la segunda persona de la Deidad, viniese a la tierra y tomase naturaleza humana (Juan 3:16; Filipenses 2:5-8a), sin dejar de ser Dios. Esta unión se le conoce como hipostasis, de la cual hablaremos más adelante.

b)   Nacimiento Virginal[1]
El nacimiento virginal fue el medio por el cual tuvo lugar la encarnación y garantizó la naturaleza no pecaminosa del Hijo de Dios[2].
Desde la eternidad Dios había planeado cada detalle de este acontecimiento, no era algo fortuito o reactivo ante el pecado, sino que había sido pre establecido antes que esto aconteciese (cf. Hechos 2:23; Juan 15:15c; 17:8,14).
El nacimiento del Señor es relatado en Dos evangelios (Mateo 1:18-25 y Lucas 1:26-38) y ambos se complementan para darnos un relato detallado de los hechos. Ambos presentan al Mesías en su forma humana, ya que destacan la genealogía de él. Sin embargo surge un problema con esto, al hacer un estudio detallado nos percatamos que ambas no son similares, son diferentes en extensión  y personas que componen el árbol genealógico. La respuesta que se ha dado y que aporta sentido a esta discrepancia, es la lista de ascendiente que presenta Mateo (1:1-17) corresponde a la línea de José y la que entrega Lucas (3:23-38) a la de María.
Ahora bien, la anunciación por parte del ángel Gabriel a María  de que ella había sido favorecida con llevar en su vientre al mesías prometido, era el cumplimiento de la profecía de Isaías: “Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Isaías 7:14 cf. Mateo 1:23). Ella estaba desposada (de novia, comprometida) con José hijo de Jacob (Mateo 1:18), no casada aun, por lo cual no había conocido varón, por eso fue la pregunta al ángel “¿Cómo será esto? pues no conozco varón” (Lucas 1:34). De manera que la respuesta fue simple, esto no era obra de humanos, sino  que “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35).  
Dios no forzó a María, sino que ella estaba dispuesta a obedecerle voluntariamente, a pesar de llevar un hijo no estando casada. Simplemente dijo: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia” (Lucas 1:38). Esta aceptación tuvo sus costos para ella (cf. Mateo 1:19), pero Dios estaba con ella (Mateo 1:20). Con la respuesta de María, también se cumplió la profecía hecha por Dios a Eva en Génesis 3:15, la simiente de la mujer nacería y se llamaría Jesús.
Según la profecía de Miqueas 5:2, el Mesías debía nacer necesariamente en Belén, cuna de la casa de David, y  José y María estaban unos 115 Kilómetros al norte, en Nazaret, Galilea.  Dado el estado de gravidez de María, era un motivo más que suficiente para quedarse en una zona que para ellos era conocida. Pero Dios tenía su plan forjado desde la eternidad. José y María  no tenían motivo para viajar, pero Dios lo había creado. Roma, el imperio que gobernaba Israel, había ordenado un censo (Lucas 2:1) y había ordenado que cada uno fue censado en su ciudad natal (Lucas 2:3) y José y su esposa tuvieron que ir a Belén ya que él había nacido ahí y era de casa de David (Lucas 2:4). De este modo la profecía de Miqueas se cumplió en forma integral.
Al llegar a Belén no encontraron  un lugar para que ella diera a luz a su Hijo, el Salvador del Mundo, y sólo había para Él un pesebre (Lucas 2:7), un lugar que era destinado para guardar a los animales. Dios, el Eterno y lleno de Gloria, se había encarnado y nacido en un humilde lugar, ya que para Él no había ningún otro lugar, ni siquiera el mesón. Había venido a este mundo en una extrema humildad. Pablo expresó este momento del siguiente modo: “tomando forma de siervo” (Filipenses 2:7). El siervo (literalmente, esclavo) era la condición social más baja que existía en aquella sociedad, que prácticamente no tenía ningún derecho y solo debía servir a sus amos, su vida no le pertenecía y otros decidían por él, incluso si debía morir. Dios que tomó esta forma de Siervo, nació en un pesebre, rodeado de animales.
Este portentoso hecho pasó desapercibido para la gran mayoría de los hombres, pero un ángel dio aviso a los pastores y una multitud daba Gloria a Dios (Lucas 2:8-20). Este portento, motivó a que los pastores[3], y no los asustó, sino que fueron a ver al lugar indicado por el ángel y allí lo encontraron; cuando salieron de ahí, lo hicieron dando gloria a Dios.
Casi dos años después unos extranjeros le rindieron honor y los de su propio pueblo querían darle muerte (Mateo 2:1-12).
¿Quién era este niño que nació en una condición tal humilde y que provocó que los ángeles apareciesen  y señalasen el humilde lugar en el que nació?
La Biblia aclara que este niño era Dios mismo. Juan dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios… Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:1,14). Y Pablo describe este proceso de la encarnación del Hijo de Dios en una forma teológica que lo describe del siguiente modo: “…el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres…” (Filipenses 2:6-7).
(Continuará)




[1] Este término es usado para expresar que desde la concepción hasta el nacimiento del Señor Jesús, María tenía la condición de virginidad, ya que en la concepción del Mesías no hubo participación de hombre alguno. De ningún modo abalamos la doctrina de la Iglesia Católica que indica que tuvo una virginidad perpetua, ya que creemos que tuvo más hijo, porque se identifica a Jesús como su primogénito (Mateo 1:25). Si leemos con cuidado vemos que este versículo citado destruye tal teoría, ya que además se utiliza el verbo “conoció”, que se usa para dar a entender que en forma posterior tuvo una relación normal entre hombre y mujer que se encuentran casados, de cuya relación nacieron más hijos (cf. Mateo 12:46, 47; 13:55; Marcos 3:31,32; Lucas 8:19, 20; Juan 7:3,5)
[2] Paul Enns, Compendio Portavoz de teología, Página222
[3] Se piensa que estos pastores era sacerdotes destinado a cuidar las ovejas que se usaban en los sacrificios del templo.