LA JUSTICIA DE DIOS (Romanos 1: 16, 17)
Pregunta: ¿Qué significa la expresión
"la justicia de Dios?
Respuesta:
"La justicia de Dios" abarca la exhibición completa de los modos de obrar
de Dios en Cristo, siendo uno de los menores Su cumplimiento de la ley aquí
abajo, si hemos de comparar cosas que son todas perfectas en su lugar. Ya que
no era el propósito de la ley expresar plena y absolutamente la naturaleza y el
carácter de Dios. Ella establecía, si podemos decirlo así, los términos mínimos
sobre los cuales el hombre podía vivir delante de Él. Era la demanda de lo que
Dios no podía sino requerir, aun de un Israelita pecador, si él pretendía
obedecer a Dios. Mientras que, aunque el Señor nació bajo la ley, y se sometió
en Su gracia a todas sus demandas, Él fue mucho más allá, aun en Su obediencia
viva, e infinitamente más allá en Su muerte. Ya que la justicia de la ley no
amenaza muerte para el justo, sino que proclama, necesariamente, vida como su
porción a quien la magnificase y la honrase.
La
justicia de Dios va inmensurablemente más profunda, así como más alto. Es una
justicia justificadora, no una justicia condenatoria, como la de la ley debe
ser para el pecador que no carece de dicha justicia. De ahí que el propio Señor
estableció las sanciones de la ley de la manera más solemne, sufriendo hasta la
muerte bajo su maldición: Él llevó el castigo del impío, de cuya substitución
los Diez Mandamientos no sabían nada porque ellos son ley, y morir así es
gracia. No hubo ninguna mitigación, mucho menos anulación, de la autoridad de
la ley. La justicia Divina proporcionó a Uno que podía, y lo haría, resolver
toda la cuestión para el pecador con Dios. No solamente esto; porque Dios resucitó
a Cristo de los muertos. Él "fue entregado por nuestras transgresiones, y
resucitado para nuestra justificación." (Romanos 4:25). Él "fue
resucitado de entre los muertos, por el glorioso poder del Padre" (Romanos
6:4 - VM); en resumen, Su ser moral, Sus propósitos, Su verdad, Su amor, Su
relación, estaban en juego en el sepulcro de Cristo. Pero Dios Le resucitó, y
Le estableció a Su diestra en el cielo, como parte de Su justicia divina; ya
que ningún asiento, ninguna recompensa inferior a esa podía convenir a aquel
Uno que había vindicado a Dios en toda Su majestad, santidad, gracia, y verdad;
Uno que había, por decirlo así, capacitado a Dios para llevar a cabo Su
designio precioso de justificar al impío, siendo Él mismo justo todo el tiempo.
A partir
de entonces, para aquel que tiene fe, ya no es una cuestión de la ley o de
justicia legal, la cual reposaba sobre la responsabilidad del hombre, sino,
habiendo descendido Cristo a la muerte en expiación, y habiendo glorificado así
a Dios hasta lo sumo, el terreno cambia, y llega a ser un asunto de la justicia
de Dios. Si por medio de ley se ha demostrado que el hombre ha producido males,
y solamente males, Dios tiene que tener Sus derechos, el primerísimo de los
cuales es resucitar a Cristo de los muertos, y darle gloria. De ahí que se
dice, en Juan 16, que el Espíritu Santo convence al mundo de justicia; y esto,
no porque Cristo cumplió aquello que nosotros violábamos, sino porque Él ha ido
al Padre, y no es visto más hasta que Él regrese en juicio. En la ascensión de
Cristo no es de la justicia en la tierra de lo que se habla, sino de su curso y
carácter celestiales. Así, en 2 Corintios 5, es en Cristo glorificado en el
cielo que nosotros somos hechos, o llegamos a ser, justicia divina (2 Corintios
5: 11-21).
Es claro,
entonces, que la frase "la justicia de Dios", aunque abarca, sin
duda, lo que los Cristianos quieren decir cuando ellos hablan de la justicia de
Cristo imputada a nosotros, es una cosa mucho más grande y gloriosa. No sólo
incluye aquello que glorificó a Dios en la tierra en obediencia viva, sino la
muerte en la cruz, la cual, si ella satisfizo las necesidades más profundas del
pecador, quebrantó el poder de Satanás en su última plaza fuerte, y puso el
inmutable fundamento para que la gracia de Dios reine por la justicia (Romanos
5:21).
Así, en
Romanos 1:17, se dice que la justicia de Dios se revela en el evangelio en
contraste con la justicia del hombre demandada en la ley; y siendo revelada, es
"por fe" (o, sobre el principio de la fe), no por las obras de la
ley; es decir, es una revelación sobre el principio de la fe, no una obra a ser
efectuada sobre el principio de la responsabilidad humana. Por consiguiente, es
"para fe". Aquel que cree obtiene la bendición.
En
Romanos 3: 21, 22, la justicia de Dios es contrastada formalmente con cualquier
cosa que esté bajo la ley, aunque la ley y los profetas testificaron de ella.
Se trata de «la justicia de Dios aparte de la ley», por la fe de Jesucristo, y
por eso "para todos [los hombres]", en cuanto a nacimiento, pero
teniendo efecto sólo sobre "todos los que creen en Él" ("Empero
ahora, la justicia de Dios sin la ley se ha manifestado, testificada por la
ley, y por los profetas: La justicia, digo, de Dios, que es por la fe de
Jesucristo, para todos, y sobre todos los que creen en él." Romanos 3: 21,
22 - RVR1865). Aquí es en relación especial con la redención, y por tanto, se
añade que Dios ha puesto a Cristo como propiciación (propiciatorio, sacrificio
expiatorio) por medio de la fe en Su sangre. Vean Romanos 3: 24-26.
En
Romanos 10, se muestra que ella es incompatible con el hecho de que uno
establezca su propia justicia, estando la justicia de Dios completa, y que hay
que sujetarse al objetivo de la fe en Cristo, o nosotros no tenemos ni parte ni
porción en ella. La Segunda Epístola a los Corintios se eleva más alto, y
muestra lo que el santo es, según el evangelio de la gloria de Cristo - es
hecho justicia divina en Él resucitado y glorificado (2 Corintios 5: 11-21). De
ahí que, en la posterior epístola a los Filipenses, ese ejemplo maduro y de
desarrollo de la experiencia Cristiana, Pablo, transportado aun hasta lo último
con esta justicia nueva y divina, nos muestra que, comparada con ella, él no
querría la justicia de la ley, si él pudiera tenerla. Porque lo que era de la
ley ya no tenía gloria a ojos suyos, debido a la gloria que sobresalió - esa
gloria que es por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios sobre la
base de la fe ("y ser hallado en El, no teniendo mi propia justicia
derivada de la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia
que procede de Dios sobre la base de la fe." Filipenses 3:9 -
LBLA). Lejos de reemplazar la piedad práctica, esta justicia de Dios en Cristo
infunde raíces profundas en el corazón, y brota en una cosecha de frutos
afines, que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios
(Filipenses 1:11).
Es un
hecho singular que, si bien Dios usó Romanos 1:17 para la conversión de Martín
Lutero, y nosotros podemos decir para la Reforma, ni él ni sus compañeros, o
sus seguidores, aprendieron jamás la verdad plena comunicada mediante la
bendita expresión - "la justicia de Dios." Por eso es que está,
habitualmente, mal traducida en la Biblia Alemana de Lutero, donde δικαιοσύνη
θεοῦ se traduce como "la justicia que es válida delante de Dios."
Esto, evidentemente, está muy lejos de la verdad; porque una justicia legal, en
caso de haber sido lograda por el hombre, habría sido válida delante de Dios.
Pero Dios, en Su gracia, ha cumplido en Cristo y ha dado una justicia
incomparablemente más elevada, es decir, una justicia divina, y nada menos que
esto es lo que nosotros somos hechos en Cristo. Tal vez la imperfecta opinión
abrigada por el gran Reformador Alemán puede ser, en gran medida, la causa de
las fluctuaciones en su disfrute de la paz. La misma cosa tiene su aplicación a
la mayoría de los Protestantes hasta nuestro día, aun donde ellos son
Cristianos devotos, y, tal vez, a partir de una causa similar; ya que ellos han
avanzado poco, si es que han avanzado algo, más allá de la luz que sobre este
punto poseía Lutero.
THE BIBLE TREASURY (Second Edition, 1868), Vol. 1,
Mayo 1857, página 191. Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. - Junio 2010.-
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