“Maldecid
a Meroz, dijo el ángel de Jehová; maldecid severamente a sus moradores, porque
no vinieron al socorro de Jehová, al socorro de Jehová contra los fuertes”
(Jueces 5:23).
El
Cántico de Débora da cuenta de una maldición pronunciada contra Meroz por no acudir
en ayuda del ejército de Israel cuando combatía contra los cananeos. La gente
de Rubén también tiene parte en esta palabra fulminante; tenían buenas
intenciones, pero nunca dejaron sus apriscos. Galaad, Aser y Dan comparten esta
deshonra por no haber intervenido.
Dante
dijo: “Los lugares más calientes del infierno están reservados para aquellos
que permanecen neutrales en épocas de gran crisis moral”. Los mismos
sentimientos encuentran eco en el libro de Proverbios donde leemos: “Libra a
los que son llevados a la muerte; salva a los que están en peligro de muerte.
Porque si dijeres: Ciertamente no lo supimos, ¿Acaso no lo entenderá el que
pesa los corazones? El que mira por tu alma, él lo conocerá, y dará al hombre
según sus obras” (Proverbios 24:11-12). Kidner comenta: “Es el asalariado, no
el verdadero pastor, el que pone como pretexto las malas condiciones (v. 10),
lo imposible de la tarea (v. 11) y la excusable ignorancia (v. 12); pero el
amor no se apacigua fácilmente, como tampoco el Dios de amor”.
¿Qué
haríamos si una gran ola de antisemitismo barriera nuestro país, y el pueblo
judío fuera apiñado como manadas en campos de concentración, introducido en
cámaras de gas y luego echado a los hornos? ¿Arriesgaríamos nuestras propias
vidas para otorgarles asilo?
O si
algunos de nuestros compañeros cristianos fueran perseguidos y fuera un delito
capital darles cobijo, ¿les daríamos la bienvenida en nuestras casas? ¿Qué
haríamos?
Tomemos
un caso menos dramático, pero más contemporáneo. Supongamos que eres el
director de una organización cristiana donde un fiel empleado está siendo
acusado injustamente para satisfacer el capricho de otro director que es rico e
influyente. Cuando se toma el voto final, ¿te quedarías con las manos cruzadas
y permanecerías callado?
Supongamos
que hubiéramos formado parte del Sanedrín cuando Jesús fue juzgado o en la Cruz
cuando fue crucificado. ¿Habríamos permanecido neutrales o nos habríamos
identificado con él?
“El silencio no
siempre vale oro; algunas veces es tan solo simple cobardía”.
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