domingo, 4 de marzo de 2018

EL CRISTIANO VERDADERO (Parte III)

LA SEGURIDAD DE LA SALVACIÓN


¿Es posible tener la seguridad de la salvación? Algunas personas religiosas afirman que es imposible que un hombre sepa si posee la vida eterna antes de que muera y se presente ante el tribunal de Dios. Se muestran muy sorprendidas, y hasta indignadas, cuando oyen el testimonio de aquellos cristianos que dicen que tienen la seguridad de la salvación. Hay también algunos cristianos verdaderos que no poseen la seguridad de la salvación y que creen que ella no se puede obtener du­rante esta vida.
Si ser cristiano significara hacer lo mejor posible para se­guir a Cristo, pero no saber nunca, si al final de cada día se está un día más cerca del cielo o del infierno que el día anterior, por cierto, que el cristianismo sería un asunto bastan­te pobre. Si Cristo me invitara a seguirle y a confiar en él, para luego no darme ninguna seguridad en cuanto a mi des­tino, no sería gran cosa como Salvador. Y este es el con­cepto que mucha gente tiene acerca de Cristo y del cris­tianismo.
Pero ¿qué dice la Biblia? ¿Nos muestra el Nuevo Testa­mento a los seguidores de Cristo andando por la vida en tinieblas e incertidumbre, sin saber hasta el día de su muerte si se perderán o salvarán? ¿Será la mejor esperanza que po­demos presentar a las personas a quienes invitamos a que sigan a Cristo? ¿Será el mejor mensaje que puede llevar un predicador del evangelio a los hombres y a las mujeres que están sin esperanza? ¿Será el mejor mensaje que puede ofre­cer el misionero a los paganos cuando sale para predicarles a Cristo? ¿Será el mensaje del evangelio un mensaje de duda e incertidumbre?
¡Es posible tener la seguridad de la salvación! El creyente tiene el privilegio de saber que posee la vida eterna. El Apóstol Juan dice en su primera epístola: “Estas cosas he escrito a vosotros... para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios” (1 Juan 5: 13). Juan escribió toda esta epístola con el propósito bien definido de que los creyentes a los cuales iba dirigida pudiesen saber que tenían la vida eterna. En realidad, negar la posibilidad de la seguridad de la salvación del creyente es negar el men­saje de la Primera Epístola de Juan, y afirmar que ella fue escrita en vano; y ello sería un insulto al Espíritu Santo quien inspiró a Juan para que la escribiera. A aquellos que dicen que el cristiano que afirma saber que está salvado es un presuntuoso, les respondemos como sigue: ¿es presunción creer lo que dice Dios? ¿No será más bien presuntuoso no creer a Dios, haciéndolo mentiroso?
Cristo promete la vida eterna como una posesión actual a todos los que depositan su confianza en él, y dudar de que tienes la vida eterna después de haber creído en Cristo, es considerar que él no cumple sus promesas.
Pero ¿cómo puede una persona saber que posee la vida eterna? Tres fuentes son las que producen esta seguridad: (1) el cambio que ha sido efectuado en tu vida; (2) el tes­timonio de la Palabra de Dios; (3) el testimonio interior del Espíritu Santo.
El testimonio del Apóstol Pablo era: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5: 17). En primer término, cuando una persona llega a conocer a Jesucristo co­mo Salvador verdadero, se produce una transformación divina en su vida. La nueva naturaleza de Cristo es impartida al alma, de modo que, como dice la Biblia, somos “hechos partícipes de la naturaleza divina”. Esta nueva naturaleza, como es natural, produce nuevos afectos en el alma, nuevas sim­patías, nuevas antipatías, nuevos amores y nuevos odios. Las cosas que antes amaba, ahora las odia. Las cosas que odiaba, las ama. Toda la personalidad interior ha sido transformada.
Este cambio no sólo se hace sentir en la conciencia interior del individuo mismo; su vida ha de aparecer diferente a quienes lo rodean. Con frecuencia se produce un cambio com­pleto de carácter. Y hasta las conversaciones han de cambiar, tanto en sus temas como en su vocabulario.
Después de mi conversión, tuve épocas de duda en cuanto a la verdad de la experiencia de mi salvación. Pero de una cosa estaba completamente seguro: se había producido un cambio dentro de mí. Todas mis ideas acerca de la vida eran diferentes. Yo tenía un verdadero deseo de servir al Señor y de orar. Ansiaba tener comunión con él. Deseaba aprender su Palabra. Me gozaba en la compañía de los cristianos. Me agradaba cantar himnos evangélicos. Me agradaba asistir a reuniones en que se enseñaba la Palabra de Dios. Todas estas cosas eran ajenas a mi naturaleza, antes de mi conversión a Cristo. Poco o nada me llamaban la atención. Lo más notable fue el cambio que sufrió automáticamente mi vocabulario cuando me convertí. Antes mi lenguaje había sido inmundo y blasfemo. Casi no sabía cómo expresarme sin emplear malas palabras. Pero después que dejé que el Señor Jesús entrara a mi corazón, yo mismo me sorprendí al ver cómo esa clase de lenguaje desapareció.
Además, aunque yo era joven, ya había sido esclavizado por varios vicios, entre ellos el del tabaco, pues mascaba y fumaba. Mi organismo exigía el tóxico. Pero cuando me convertí, desapareció la necesidad del tabaco. Aunque con posterioridad tuve alguna ves deseos de fumar, nunca fue­ron lo suficientemente fuertes para vencerme. No estoy afir­mando que porque una persona se sienta tentada a usar tabaco ella no sea cristiana; lo que quiero destacar es que cuando uno se encuentra con el Señor, habrá cambios dentro de sí mismo, y especialmente en cuanto a sus deseos.
Si tú puedes decir honestamente que se ha producido un cambio en tu vida, y que tus deseos, afectos y naturaleza interior se han tornado de las cosas malas a la santidad, pue­des estar seguro de que la transformación ha sido hecha por el Espíritu de Dios, y es una señal de que has nacido de Dios. Cuando una persona se convierte en cristiana, nace de nuevo. El nacimiento es la recepción de la vida. El nuevo nacimiento es la recepción de la nueva vida, la vida espiri­tual, la vida parecida a la de Cristo. Este nuevo nacimiento y esta nueva vida significan naturalmente que existe una nue­va naturaleza interior. Si tienes conciencia de una nueva naturaleza interior, es una prueba de que has nacido de Dios. Por supuesto, también se encuentra presente la vieja naturaleza, y a veces hay un conflicto entre ésta y la nueva, pero la sola existencia del conflicto es una prueba de que eres cristiano.
Pablo dice: “Porque la carne codicia contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne: y estas cosas se oponen la una a la otra, para que no hagáis lo que quisiereis” (Gálatas 5: 17). Si se está librando dentro de ti esta clase de lucha, es una señal bien clara de que te han sido impartidas una nueva vida y una nueva naturaleza. Tu vieja naturaleza, “la carne,” lucha contra la naturaleza del “Espíritu”. De modo que, si has aceptado a Cristo como tu Salvador, y si como resultado tienes conciencia de que se ha obrado un cambio dentro de ti, esto es una prueba de que eres un cristiano ver­dadero, que has sido salvado y hecho un hijo de Dios para siempre.
En segundo término, el creyente en el Señor Jesucristo puede tener la seguridad de la salvación por el más firme de los fundamentos, ya que la Palabra de Dios afirma que es hijo de Dios. El testimonio de la Biblia es el testimonio de Dios mismo; por lo tanto, cualquier cosa que digan las Escrituras, es absolutamente cierta. En Juan 1: 12 leemos: "Mas a todos los que le recibieron dióles potestad (derecho) de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su Nombre.” Esta es una afirmación clara en la santa Palabra de Dios: que todo el que recibe a Jesús y cree en él para su salva­ción, se convierte positivamente en hijo de Dios. En Hechos 13: 39 dice: “en éste es justificado todo aquel que creyere.” Ser justificado, significa ser declarado justo, ser declarado li­bre de la culpabilidad del pecado. Todo el que cree en Jesús puede saber que es justificado de todas las cosas, porque la Palabra de Dios lo afirma con mucha claridad. Y ¿qué me­jor fundamento para la seguridad que ella?
(Continuará)

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