domingo, 4 de marzo de 2018

VIDA DE AMOR (Parte III)



Veréis por el resumen que la segunda parte de es­te Himno de Amor trata de sus prerrogativas y virtud. Pero antes de examinar esos versículos 4 a 7, debemos notar la relación que tienen con lo que acaba de decirse.
En los versículos 1 a 7 se trazan dos cuadros, de­mostrando en los versículos 1 a 3 lo que era la Iglesia de Corinto y no debía haber sido, y en los versículos 4 a 7 lo que la Iglesia de Corinto no era y debía haber sido.
En los versículos 1 a 3 se nos da una descripción de dones sin amor, y en los versículos 4 a 7 una des­cripción de amor sin dones. El hecho que en los versícu­los 4 a 7 no se dice nada respecto a los dones espiritua­les, y sin embargo el pasaje retiene toda su fuerza, aun estando ausentes los dones, prueba que, aunque los do­nes sin amor no tienen ningún valor, el amor, aun sin dones, conserva su valor no menguado.
En los versículos 1 a 3 se llama nuestra atención a varias grandes cualidades: elocuencia, inspiración, pe­netración, conocimientos, fe, servicio y sacrificio; y a és­tas, como poseídas todas en sumo grado por un solo hombre, quien, se declara, si carece de amor, no apro­vecha nada y no es nada. Estas siete excelencias son co­mo siete ceros, que sin una unidad antepuesta no su­man nada en total, pero que con la unidad “amor” an­te ellos, representan diez millones en valor moral. Es el amor que da a todas las otras cualidades su valor moral (y sin él son insignificantes), pero que, aun sin ellos, es inestimable.
Ahora bien, este cuadro de amor no es el sueño de un pintor, pero la obra de un fotógrafo, y Cristo es el original. Él era, y es, el Amor Encarnado, a quien po­demos dirigirnos como tal, sin ser abstractos o imperso­nales en nuestras ideas. Amar de esta manera es ser se­mejante a Cristo, y en la medida en que dejamos de ha­cerlo, así también somos desemejantes a Él. Casi todas las instrucciones en el Nuevo Testamento son sugeridas por alguna ocasión y se adaptan a ella. Tenemos en este capítulo, por ejemplo, no una disertación mística sobre el amor cristiano, sino una exposición de esta gracia en contraste con los dones extraordinarios a los cuales los Corintios daban un valor desmedido. Por lo tanto, aque­llas verdades respecto al amor son aducidas que se opo­nen al ánimo que manifestaban los Corintios en el uso de sus dones. Eran impacientes, descontentos, envidio­sos, jactanciosos, egoístas, indecorosos, suspicaces, resen­tidos, censuradores; y estas cosas son todas y siempre contrarias al amor.
Ahora apliquémonos al estudio de este maravilloso pasaje que, como hemos visto, trata de las prerrogativas y la virtud del amor. Aquí se nos muestra cuáles son los ingredientes del amor, o para emplear la figura de Enri­que Drumond, “se nos muestran los colores que com­binados forman la luz cálida y brillante del amor”.
“El amor es sufrido, el amor es benigno, no tiene envidia; el amor no se vanagloria, no se hincha; no se porta indecorosamente, no. busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta lo malo. No se goza de la injusticia, más se goza de la verdad; todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo sufre”.
Llamaría vuestra atención al hecho de que en este notable pasaje el amor es primero resumido y luego exa­minado: resumido en las dos primeras declaraciones del v. 4: “El amor es sufrido, el amor es benigno”. Luego estas dos afirmaciones son amplificadas, o quizás podría­mos decir analizadas, en la última parte del v. 4 y con­tinuando hasta el final del v. 7. Notad que en este su­mario en las primeras dos líneas del v. 4, se nos expone primero el amor en su aspecto negativo y pasivo —“el amor es sufrido”, y luego en su aspecto positivo y ac­tivo— “el amor es benigno”.
“El amor es sufrido” —el amor en su aspecto nega­tivo y pasivo es desarrollado en lo que sigue, empezan­do con “no tiene envidia” hasta “no se goza de la injus­ticia”. Veis que el amor es presentado aquí de una ma­nera negativa y pasiva.
Luego la segunda afirmación —“el amor es benig­no”— es desarrollado en el resto del v. 6 y en el 7, el aspecto positivo y activo del amor: se goza con la ver­dad, soporta, cree, espera y sufre todo.
Aquí, pues, tenemos dos declaraciones distintas res­pecto al amor, y éstas desarrolladas y elaboradas, ha­ciendo en todo catorce líneas de descripción, dos veces siete; estas líneas las tenéis expuestas en el resumen.
Miremos ahora a cada una de éstas en sus aspectos negativos y positivos. Por supuesto, no habrá tiempo pa­ra mucho más que hacer algunas observaciones sobre ca­da uno, pero quizás será suficiente para nuestra consi­deración por lo pronto.
En primer lugar, el amor no es pronto de genio, si­no paciente. “Es sufrido”. La palabra denota un largo tiempo de espera, durante el cual una persona no quiere ceder a la cólera. El ser sufrido es una cualidad pa­siva que significa la victoria sobre un justo resentimien­to. El amor es sufrido cuando, habiendo sido agravia­do, se calla. El amor es sufrido cuando, frente a perjui­cios e injusticias, persiste, soporta y espera.
Por otra parte, el amor no es desconsiderado, sino bondadoso; es benigno. Si el ser sufrido es una cualidad pasiva, ésta es activa. Si el ser sufrido es la victoria so­bre un justo resentimiento, esto es la victoria sobre el vano egoísmo y la cómoda complacencia propia. Estos aspectos negativo y positivo del amor permiten a uno dejar sus derechos y agravios a Dios, y hallar la medida del altruismo dentro del cual servir a sus semejantes. El soportar solamente podrá ser un triunfo de terquedad, pero el soportar y ser bondadoso es un triunfo de gra­cia —el amor de Dios ciertamente es infinitamente pa­ciente— pero también infinitamente benigno. El amor tiene que ser bondadoso, es tan imposible tener amor sin bondad como tener primavera sin flores. La cosa más grande que uno puede ser para su Padre Celestial es ser bondadoso para con algunos de sus otros hijos.
Además, el amor no es envidioso, sino contento. “No tiene envidia”. Eso es, no se molesta vanamente por la superioridad de otros, envidiándoles sus dones y privile­gios y ventajas. Todos reconocemos, por supuesto, que la vida está llena de desigualdades, y solamente el amor puede contemplarlas y permanecer contento. Donde no hay amor, es casi seguro que habrá envidia. La envidia fue la causa del primer homicidio en la historia humana y es el último vicio que se desarraiga del corazón humano. Bacon la ha llamado “la afección más vil y más depravada”. Pero el amor no envidia, porque está contento. Está con­tento porque el corazón no está puesto en las ganancias y las dádivas terrenales, pero halla su gozo no en obte­ner, sino en dar.
Grandes ejemplos de amor no envidioso se ven en la actitud de Jonatán hacia David y de Juan el Bautista ha­cia Jesús. Verdaderamente, una sola cosa puede envidiar el cristiano, y eso es un alma grande, rica, generosa, que no envidia.
Luego, el amor no es jactancioso, sino modesto; “no se vanagloria”. Esto quiere decir, según traduce el doctor Moffatt, que “el amor no hace ostentación”. No hace alar­de de ninguna supuesta superioridad propia. La ostenta­ción es la exhibición de dones que realmente se poseen, y debe distinguirse de la jactancia de dones no poseídos. La ostentación desea ganar el aplauso de los demás y me­recer su admiración, pero esto nunca lo hace el amor.
Hablamos de vana jactancia. No hay otra clase de jactancia. La misma naturaleza y esencia de la jactancia es vanidad. La jactancia es siempre un alarde de po­breza. No tenemos más que pensar en las cosas de que se vanagloria el mundo, para darnos cuenta de que nin­guno tiene de qué jactarse. El amor no tiene nada de presumido, baladrón o fanfarrón. Es demasiado grande para eso. Era el sapo de la fábula de Esopo que quiso inflarse hasta el tamaño de una vaca. La jactancia denota falta de cultura, y el amor nunca es así.
El amor no es arrogante, sino humilde. “No se hincha”. El amor no sabe nada de presuntuosa estimación propia, de orgullo, con menosprecio de otros — y estas dos cosas siempre van juntas; no sabe nada de engrei­miento. No se da importancia. Nunca es soberbio, sino hu­milde y afable. Los hombres más grandes han sido siem­pre hombres humildes. Cuando el Dr. Cairns era director del Colegio de Teología de Edimburgo, se le ofreció la presidencia de la universidad, pero lo rehusó, prefiriendo» servir a su iglesia de una manera más humilde. En oca­sión de funciones públicas acostumbraba hacerse a un lado y dejar que otros pasaran adelante, diciendo: “Usted primero, yo sigo”. Cuando estaba moribundo, se despidió de los que amaba, pero sus labios continuaban moviéndose, y se inclinaron para oír la última palabra, que sin du­da fue dicha a Aquel que amaba más que la vida: “Usted primero, yo sigo”. Una humildad semejante es uno de los más ricos ingredientes del amor, y en su presencia el orgullo viene a ser una impertinencia y una ofensa.
(Continuará)

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