Veréis
por el resumen que la segunda parte de este Himno de Amor trata de sus
prerrogativas y virtud. Pero antes de examinar esos versículos 4 a 7, debemos
notar la relación que tienen con lo que acaba de decirse.
En los
versículos 1 a 7 se trazan dos cuadros, demostrando en los versículos 1 a 3 lo
que era la Iglesia de Corinto y no debía haber sido, y en los versículos 4 a 7
lo que la Iglesia de Corinto no era y debía haber sido.
En los
versículos 1 a 3 se nos da una descripción de dones sin amor, y en los
versículos 4 a 7 una descripción de amor sin dones. El hecho que en los
versículos 4 a 7 no se dice nada respecto a los dones espirituales, y sin
embargo el pasaje retiene toda su fuerza, aun estando ausentes los dones,
prueba que, aunque los dones sin amor no tienen ningún valor, el amor, aun sin
dones, conserva su valor no menguado.
En los
versículos 1 a 3 se llama nuestra atención a varias grandes cualidades:
elocuencia, inspiración, penetración, conocimientos, fe, servicio y
sacrificio; y a éstas, como poseídas todas en sumo grado por un solo hombre,
quien, se declara, si carece de amor, no aprovecha nada y no es nada. Estas
siete excelencias son como siete ceros, que sin una unidad antepuesta no suman
nada en total, pero que con la unidad “amor” ante ellos, representan diez
millones en valor moral. Es el amor que da a todas las otras cualidades su
valor moral (y sin él son insignificantes), pero que, aun sin ellos, es
inestimable.
Ahora
bien, este cuadro de amor no es el sueño de un pintor, pero la obra de un
fotógrafo, y Cristo es el original. Él era, y es, el Amor Encarnado, a quien podemos
dirigirnos como tal, sin ser abstractos o impersonales en nuestras ideas. Amar
de esta manera es ser semejante a Cristo, y en la medida en que dejamos de hacerlo,
así también somos desemejantes a Él. Casi todas las instrucciones en el Nuevo
Testamento son sugeridas por alguna ocasión y se adaptan a ella. Tenemos en
este capítulo, por ejemplo, no una disertación mística sobre el amor cristiano,
sino una exposición de esta gracia en contraste con los dones extraordinarios a
los cuales los Corintios daban un valor desmedido. Por lo tanto, aquellas
verdades respecto al amor son aducidas que se oponen al ánimo que manifestaban
los Corintios en el uso de sus dones. Eran impacientes, descontentos, envidiosos,
jactanciosos, egoístas, indecorosos, suspicaces, resentidos, censuradores; y
estas cosas son todas y siempre contrarias al amor.
Ahora
apliquémonos al estudio de este maravilloso pasaje que, como hemos visto, trata
de las prerrogativas y la virtud del amor. Aquí se nos muestra cuáles son los
ingredientes del amor, o para emplear la figura de Enrique Drumond, “se nos
muestran los colores que combinados forman la luz cálida y brillante del amor”.
“El amor
es sufrido, el amor es benigno, no tiene envidia; el amor no se vanagloria, no
se hincha; no se porta indecorosamente, no. busca lo suyo, no se irrita, no
toma en cuenta lo malo. No se goza de la injusticia, más se goza de la verdad;
todo lo soporta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo sufre”.
Llamaría
vuestra atención al hecho de que en este notable pasaje el amor es primero
resumido y luego examinado: resumido en las dos primeras declaraciones del v.
4: “El amor es sufrido, el amor es benigno”. Luego estas dos afirmaciones son
amplificadas, o quizás podríamos decir analizadas, en la última parte del v. 4
y continuando hasta el final del v. 7. Notad que en este sumario en las
primeras dos líneas del v. 4, se nos expone primero el amor en su aspecto
negativo y pasivo —“el amor es sufrido”, y luego en su aspecto positivo y activo—
“el amor es benigno”.
“El amor
es sufrido” —el amor en su aspecto negativo y pasivo es desarrollado en lo que
sigue, empezando con “no tiene envidia” hasta “no se goza de la injusticia”.
Veis que el amor es presentado aquí de una manera negativa y pasiva.
Luego la
segunda afirmación —“el amor es benigno”— es desarrollado en el resto del v. 6
y en el 7, el aspecto positivo y activo del amor: se goza con la verdad,
soporta, cree, espera y sufre todo.
Aquí,
pues, tenemos dos declaraciones distintas respecto al amor, y éstas
desarrolladas y elaboradas, haciendo en todo catorce líneas de descripción,
dos veces siete; estas líneas las tenéis expuestas en el resumen.
Miremos
ahora a cada una de éstas en sus aspectos negativos y positivos. Por supuesto,
no habrá tiempo para mucho más que hacer algunas observaciones sobre cada
uno, pero quizás será suficiente para nuestra consideración por lo pronto.
En primer
lugar, el amor no es pronto de genio, sino paciente. “Es sufrido”. La palabra
denota un largo tiempo de espera, durante el cual una persona no quiere ceder a
la cólera. El ser sufrido es una cualidad pasiva que significa la victoria
sobre un justo resentimiento. El amor es sufrido cuando, habiendo sido agraviado,
se calla. El amor es sufrido cuando, frente a perjuicios e injusticias,
persiste, soporta y espera.
Por otra
parte, el amor no es desconsiderado, sino bondadoso; es benigno. Si el ser
sufrido es una cualidad pasiva, ésta es activa. Si el ser sufrido es la
victoria sobre un justo resentimiento, esto es la victoria sobre el vano
egoísmo y la cómoda complacencia propia. Estos aspectos negativo y positivo del
amor permiten a uno dejar sus derechos y agravios a Dios, y hallar la medida
del altruismo dentro del cual servir a sus semejantes. El soportar solamente
podrá ser un triunfo de terquedad, pero el soportar y ser bondadoso es un
triunfo de gracia —el amor de Dios ciertamente es infinitamente paciente—
pero también infinitamente benigno. El amor tiene que ser bondadoso, es tan
imposible tener amor sin bondad como tener primavera sin flores. La cosa más
grande que uno puede ser para su Padre Celestial es ser bondadoso para con
algunos de sus otros hijos.
Además,
el amor no es envidioso, sino contento. “No tiene envidia”. Eso es, no se
molesta vanamente por la superioridad de otros, envidiándoles sus dones y
privilegios y ventajas. Todos reconocemos, por supuesto, que la vida está
llena de desigualdades, y solamente el amor puede contemplarlas y permanecer
contento. Donde no hay amor, es casi seguro que habrá envidia. La envidia fue
la causa del primer homicidio en la historia humana y es el último vicio que se
desarraiga del corazón humano. Bacon la ha llamado “la afección más vil y más
depravada”. Pero el amor no envidia, porque está contento. Está contento
porque el corazón no está puesto en las ganancias y las dádivas terrenales,
pero halla su gozo no en obtener, sino en dar.
Grandes
ejemplos de amor no envidioso se ven en la actitud de Jonatán hacia David y de
Juan el Bautista hacia Jesús. Verdaderamente, una sola cosa puede envidiar el
cristiano, y eso es un alma grande, rica, generosa, que no envidia.
Luego, el
amor no es jactancioso, sino modesto; “no se vanagloria”. Esto quiere decir,
según traduce el doctor Moffatt, que “el amor no hace ostentación”. No hace
alarde de ninguna supuesta superioridad propia. La ostentación es la
exhibición de dones que realmente se poseen, y debe distinguirse de la
jactancia de dones no poseídos. La ostentación desea ganar el aplauso de los
demás y merecer su admiración, pero esto nunca lo hace el amor.
Hablamos
de vana jactancia. No hay otra clase de jactancia. La misma naturaleza y
esencia de la jactancia es vanidad. La jactancia es siempre un alarde de pobreza.
No tenemos más que pensar en las cosas de que se vanagloria el mundo, para
darnos cuenta de que ninguno tiene de qué jactarse. El amor no tiene nada de
presumido, baladrón o fanfarrón. Es demasiado grande para eso. Era el sapo de
la fábula de Esopo que quiso inflarse hasta el tamaño de una vaca. La jactancia
denota falta de cultura, y el amor nunca es así.
El amor
no es arrogante, sino humilde. “No se hincha”. El amor no sabe nada de
presuntuosa estimación propia, de orgullo, con menosprecio de otros — y estas
dos cosas siempre van juntas; no sabe nada de engreimiento. No se da
importancia. Nunca es soberbio, sino humilde y afable. Los hombres más grandes
han sido siempre hombres humildes. Cuando el Dr. Cairns era director del
Colegio de Teología de Edimburgo, se le ofreció la presidencia de la
universidad, pero lo rehusó, prefiriendo» servir a su iglesia de una manera más
humilde. En ocasión de funciones públicas acostumbraba hacerse a un lado y
dejar que otros pasaran adelante, diciendo: “Usted primero, yo sigo”. Cuando
estaba moribundo, se despidió de los que amaba, pero sus labios continuaban
moviéndose, y se inclinaron para oír la última palabra, que sin duda fue dicha
a Aquel que amaba más que la vida: “Usted primero, yo sigo”. Una humildad
semejante es uno de los más ricos ingredientes del amor, y en su presencia el
orgullo viene a ser una impertinencia y una ofensa.
(Continuará)
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