LAS CONSOLACIONES DEL PIADOSO EN EL DÍA DE RUINA
Capítulo 1
(V.
11). Además, se nos ha dado a conocer este evangelio en toda su plenitud por
medio de un instrumento especialmente designado - uno que viene a nosotros como
Apóstol de Jesucristo a los Gentiles. Viene, por lo tanto, con la autoridad
adecuada a través de un Apóstol que habla por revelación e inspiración.
(V.12).
Al mismo tiempo, fue a causa de su fiel testimonio que Pablo tuvo que sufrir.
No fue ninguna maldad lo que le llevó al sufrimiento y al oprobio. Su celo como
heraldo, su consagración como Apóstol enviado por Cristo, su fidelidad a la
Iglesia como maestro, le permitió decir, "por causa de lo cual también
padezco estas cosas." (V. 12 - VM). La prisión fue sólo una de
"estas cosas" que este siervo fiel tuvo que padecer. Hubo otros
sufrimientos sentidos de forma más penetrante por su sensible corazón, pues
"estas cosas" incluyeron el abandono de aquellos que él amaba que
estaban en Asia y entre quienes había trabajado por tanto tiempo. Además,
también, él padeció por la oposición de profesantes que, como Alejandro, le
causaron muchos males al Apóstol (4:14). No obstante, viendo que estaba
sufriendo por su fidelidad como siervo de Jesucristo, él puede decir, "no
me avergüenzo." Además, no solamente no se avergonzaba, sino que él no fue
derribado, tampoco ninguna palabra de enojo resentido escapó de sus labios a
causa de la injusticia del mundo, y el abandono, ingratitud, e incluso
oposición de parte de muchos cristianos. Él es elevado por sobre toda
depresión, todo resentimiento y todo rencor, ya que está persuadido de que
Cristo puede guardar su depósito hasta aquel día. Cuando a Cristo "le
ultrajaban, no respondía ultrajando; cuando padecía, no amenazaba, sino que se
encomendaba a aquel que juzga con justicia. (1 Pedro 2:23 - LBLA). En el
espíritu de su Maestro, Pablo, en presencia del padecimiento, del abandono y
los insultos, encomienda todo en manos de Cristo. Su honra, su reputación, su
carácter, su defensa, su felicidad, todas estas cosas son encomendadas a Cristo
sabiendo que, aunque los santos puedan abandonarle, e incluso oponérsele, con
todo, Cristo nunca le faltará. Él está persuadido de que Cristo puede cuidar
sus intereses, defender su honra y corregir todo mal en "aquel
día".
En
la luz de "aquel día" Pablo puede pasar triunfalmente a través del
"día de hoy" con todo sus insultos, burla y vergüenza. Podemos
preguntarnos por qué se permitió que el consagrado Apóstol fuera abandonado y
recibiera oposición incluso de parte de los santos; pero nosotros no nos preguntaremos
en "aquel día" cuando todo lo malo será corregido, y cuando se
hallará que toda la vergüenza y el padecimiento y el oprobio resultarán en
alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo. Los fieles en el
día de hoy pueden realmente ser una minoría pequeña e insignificante, como el
Apóstol Pablo y los pocos que estaban asociados con él al final de su vida; no
obstante, en "aquel día" se hallará que fue mucho mejor haber estado
con los pocos despreciados que con la mayoría infiel.
La
vanidad de la carne gusta de ser popular y darse importancia a sí misma, y
hacerse prominente ante el mundo y los santos, pero en vista de aquel día, es
mejor tomar un lugar humilde no atrayendo la atención sobre uno mismo, que
tomar un lugar público y hacerse notar, pues allí se hallará que los primeros
serán postreros; y los postreros, primeros.
De
hecho, nosotros podemos padecer a causa de nuestro propio fracaso, y esto
debería humillarnos. Sin embargo, con el ejemplo del Apóstol ante nosotros,
hacemos bien en recordar que, si hubiéramos andado en fidelidad absoluta,
nosotros habríamos padecido aún más, pues siempre permanece como una
verdad que "todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús,
padecerán persecución." (3:12 - VM). Si somos fieles a la luz que Dios nos
ha dado, y procuramos andar en separación de todo aquello que es una negación
de la verdad, nosotros hallaremos, en nuestra pequeña medida, que tendremos que
enfrentar persecución y oposición, y, en sus formas más dolorosas, de nuestros
compañeros cristianos. Y que bueno es para nosotros, cuando viene la prueba, si
podemos, como Pablo, encomendar todo al Señor, y esperar su vindicación en
aquel día. Demasiado a menudo nosotros somos iracundos e impacientes en la
presencia de males, y procuramos corregirlos en el "día de hoy",
en lugar de esperar "aquel día". Si, en la fe de nuestras
almas, la gloria de aquel día resplandece ante nosotros, en lugar de ser
tentados a rebelarnos ante los insultos y males que puedan ser permitidos,
nosotros nos gozaremos y alegraremos porque, dice el Señor, "vuestro
galardón es grande en los cielos." (Mateo 5:12)
(Vv.
13, 14). Contemplando, entonces, que este gran evangelio, con su salvación y su
llamamiento, llega a Timoteo a través de una fuente inspirada, él es exhortado
a retener "el modelo de las sanas palabras" (1:13 - RVR1977) que
había oído del Apóstol. Las verdades comunicadas a Timoteo en "sanas
palabras" tenían que ser sostenidas por él en una forma ordenada, o en un
modelo, de modo que el pudiese declarar clara y ciertamente lo que él sostenía.
Teniendo este modelo, las verdades transmitidas por las "sanas
palabras" serían contempladas en relación correcta las unas con las
otras. Para nosotros este modelo (o forma) se encuentra en la Palabra escrita,
y muy especialmente en las Epístolas de Pablo. Así, en la Epístola a los
Romanos, hay una presentación ordenada de las verdades concernientes a nuestra
salvación, mientras sus otras Epístolas entregan un modelo respecto a la iglesia,
la venida del Señor y otras verdades. En la Cristiandad este modelo se ha
perdido en gran parte mediante el uso de textos aislados aparte de su contexto.
Este modelo (o forma), presentado en la Escritura, debe ser guardado
celosamente. Hombres sinceros pueden intentar formular su creencia en
confesiones religiosas, artículos de religión, y credos teológicos: sin
embargo, tales expedientes humanos, cualquiera sea el uso que puedan tener en
su lugar, resultan siempre ser insuficientes para alcanzar la verdad y
no pueden tomar el lugar del modelo inspirado presentado en la Escritura.
Por
otra parte, este modelo de sanas palabras recibidas del Apóstol, debe ser
sostenido, no como un mero credo al cual podemos otorgar nuestro asentimiento,
sino en fe y amor en Cristo Jesús, la Persona viviente de quien la verdad
habla. No es suficiente tener un modelo (o forma) de sanas palabras. Si la
verdad ha de ser efectiva en nuestras vidas, ella deber ser sostenida "en
la fe y amor que es en Cristo Jesús." La verdad que cuando es presentada
por primera vez al alma es recibida con gozo, perderá su frescura a menos que
sea mantenida en comunión con el Señor. Además, si la verdad debe ser sostenida
en comunión con Cristo, solamente puede ser en el poder del Espíritu Santo. Por
lo tanto, toda la extensión de la verdad contenida en el modelo (o forma) de
las sanas palabras que había sido dado a Timoteo, debía ser guardada por el
Espíritu Santo que mora en nosotros.
(V.
15). La inmensa importancia de mantener el modelo de la verdad en comunión con
Cristo, mediante el poder del Espíritu, es enfatizada por el hecho solemne de
que aquel por medio del cual la verdad había sido revelada fue abandonado por
el cuerpo principal de santos en Asia. Los mismos santos a quienes habían sido
revelados el llamamiento celestial y toda la extensión de la verdad cristiana,
se habían apartado de Pablo. No se trata de que estos santos se habían apartado
de Cristo, o que habían renunciado al evangelio de su salvación; pero la verdad
del llamamiento celestial revelada por el Apóstol no había sido sostenida en
comunión con Cristo, y en el poder del Espíritu. Por lo tanto, ellos no estaban
preparados para estar asociados con él en el lugar exterior de rechazamiento en
este mundo que la verdad plena del cristianismo implica.
Es
evidente, entonces, que nosotros no podemos confiar en los santos más
iluminados para el mantenimiento de la verdad. Es solamente del modo que Cristo
ordena los afectos en el poder del Espíritu que nosotros guardaremos el buen
depósito que nos ha sido encomendado.
(Vv.
16-18). La referencia a Onesíforo y su casa es muy conmovedora. Demuestra que
la indiferencia y el abandono de la mayoría no condujeron al Apóstol a pasar
por alto el amor y la amabilidad de un individuo y su familia. De hecho, el
abandono de la mayoría hizo que el afecto de los pocos fuese mucho más
precioso. Cuando la gran mayoría afligía el corazón de Pablo, había por lo
menos uno de quien él podía decir, "muchas veces me confortó." Los
demás podían avergonzarse de él, pero de este hermano él podía decir que
"no se avergonzó de mis cadenas." Cuando los demás le abandonaron aún
había uno de quien él puede escribir, "me buscó solícitamente y me halló."
Cuando los demás no se ocupaban de él, Pablo puede reconocer con placer a este
hermano que "tantos servicios" le prestó "en Éfeso." (V. 18
- VM).
Cuán
gratificante debe haber sido para el corazón del Apóstol, en el día de su
abandono, comprender la compasión y las consolaciones de Cristo hallando su
expresión a través de este hermano consagrado. Si Pablo no olvida esta
expresión de amor en el día de su abandono, el Señor no la olvidará en
"aquel día" - el día de la gloria venidera.