lunes, 18 de mayo de 2020

“EL UNGIDO DE JEHOVÁ”.

1 Samuel 16 (RV1909).                


Después del rechazamiento de Saúl por su desobediencia al mandato de Dios, cuando no cumplió su mandato para ir a destruir a Amalee, encontramos en el capítulo 16 la historia de la elección de David.


            Samuel regresa a su pueblo y llora por Saúl, hasta que Dios mismo le dice: “¿Hasta cuándo has tú de llorar a Saúl, habiéndolo yo desechado para que no reine sobre Israel? Hinche tu cuerno de aceite, y ven, te enviaré a Isaí de Bethlehem: porque de sus hijos me he provisto de rey” (1 S. 16:1). Luego Samu-el va y el capítulo nos dice la manera de esa elección. Isaí pasa delante de él a todos sus hijos, con excepción de David, quien se encontraba cuidando sus ovejas. Cuando Sa-muel pregunta a Isaí si se habían acabado los mozos él responde: “Aún queda el menor que apacienta las ovejas”, a lo que Samuel contesta: “Envía por él, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que él venga aquí”. Cuando es introducido, vemos, como el versículo dos nos dice, que era rubio, de hermoso parecer, y de bello aspecto. Entonces se levantó y ungióle, porque Jehová se lo había dicho.
            Desde ese día el Espíritu de Dios tomó a David, en cambio el Espíritu de Jehová se apartó de Saúl, y atormentábale el espíritu malo de parte de Dios.
            Pasa algún tiempo y cuando los criados de Saúl vieron a su señor atormentado por el espíritu malo por parte de Dios, le ruegan que busquen alguno que supiera tocar el arpa, y Saúl da la orden de buscar a uno que tañera bien y que se lo trajeran para con­solarle. Entonces uno de los criados le responde, diciendo: “He aquí yo he visto aun hijo de Isaí de Bethlehem, que sabe tocar, y es valiente y vigoroso, y hombre de guerra, prudente en sus palabras, y hermoso y Jehová es con él”. Saúl envía mensajeros a Isaí, diciendo: “Envíame a David, tu hijo, el que está con las ovejas”, David viene a Saúl y estuvo delante de él y amólo mucho y fue hecho su escudero, y cuando el espíritu malo de parte de Dios lo atormentaba, David tocaba el arpa y tañía con su mano, y Saúl tenía refrigerio, y estaba mejor, y el espíritu malo se apartaba de él.
            Querido hijo de Dios, en esta introducción de David encontramos una de las lecciones más precio­sa que llena nuestro corazón de alabanza, gozo y gratitud para Aquel que es para nosotros, y aun en más grande medida, lo que David fue para Saúl.
            El Espíritu Santo tiene cuidado de decir que David era “rubio, de hermoso parecer, y de bello aspecto” cuando fue presentado y ungido. También Cantares 5.10-16, nos da un retrato del Amado de nuestro corazón, el Ungido de Jehová, y dice: “Mi amado es blanco y rubio, señalado entre diez mil”, y en Lucas 4.18, el mismo Señor dice: “El Espíritu del Señor es sobre mí, por cuanto me ha ungi­do para dar buenas nuevas a los pobres” etc. Ve­mos al ungido de Jehová, por el profeta Isaías, sin parecer ni hermosura, y leemos: “Como se pasmaron de ti muchos, en tanta manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la de los hijos de los hombres” (Is. 52:14). Esto es mirándole en el Calvario, donde Él fue puesto como substituto nuestro, pero después el mismo profeta le ve de diferente manera, y dice: “¿Quién es éste que viene de Edom, de Bosra, con vestidos bermejos? ¿éste hermoso en su vestido, que marcha en la grandeza de su poder?” (Is. 63.1) También el apóstol San Juan, cuando estaba en la isla de Patmos tiene una revelación de la hermosura y grandeza de este Ungido de Jehová (Ap. 1.12, 20).
            Más tarde, cuando uno de los criados de Saúl da un registro de David, dice: “Yo he visto a un hijo de Isaí de Bethlehem, que sabe tocar” (1 S. 16.18). Notemos que dice: “sabe tocar”. Él podía, con su arpa, sacar las melodías que pacificaban el estado de ánimo tan triste de Saúl. No cabe duda que había aprendido a tocar arpa en lo escondido de los para­jes cuando cuidaba las ovejas de su padre. También nuestro David “sabe tocar”. ¡Quién, si no Él, ha tocado todas las melodías de Dios y para Dios en su santa y perfecta vida! En Él encontramos gozo, ala­banza, clamor con lágrimas, amor, rendición, sumi­sión, y sufrimiento, todo en su más alto grado de per­fección y agradable a Aquel que le ungió como Rey para su pueblo, y Salvador para nosotros. De la mis­ma manera como David con su arpa y su voz pudo ensalzar tanto a Aquel que le había escogido y tomado de detrás de las ovejas, así nuestro amado Señor Jesús fue de tal manera la delicia del Padre que le oímos exclamar dos veces “Este es mi Hijo amado, en el cual tengo contentamiento” (Mt. 8:17;17:5). No solo Él tocó con su vida todas las melodías para su Padre, sino también es el que “sabe tocar” por nuestras vidas, para que ellas saquen también melo­días agradables para Dios. Desde la conversión, por su Espíritu, Él toca nuestras almas para hacernos despertar de nuestra condición indiferente y peligro­sa en la cual estábamos cuando fuimos sacados del pozo cenagoso, para darnos canción nueva y hacernos participantes de su misma vida. Él es el que en nues­tra aflicción, tentación, desaliento y desmayo puede tocar de tal manera que, en medio de todos estos estados de alma podemos apercibir su mano para hacer brotar alabanza y gratitud para Dios. En Isaías 42,8 dice que este Siervo “escogido...no quebrará la caña cascada”. Esta caña cascada era una especie de flauta hecha de caña que los pastores hacían para entretenerse en tocar mientras cuidaban el ganado. Algunas veces esta caña era dejada tirada y era casi deshecha por la planta de alguna bestia fiera. Al hallarla el pastor que sabía tocar, la recogía y de nue­vo empezaba a tocar aún más dulces melodías que las que antes sacaba. Nuestro Señor, el Pastor de nuestras almas, no quebrará la caña cascada, o sea, la vida de entre sus hijos que esté aún en apariencia botada e inútil por causa de la opresión del enemigo o por los estragos que ha hecho la carne y el mundo. Él ve la posibilidad de aquella vida y en lugar de acabarla de quebrar y tirarla, la toma con ternura y la compone de tal manera que puede volver a sacar los tonos de alabanza, gratitud y rendición que es­pera de su pueblo. ¿No te parece que Él sabe real­mente tocar? Cuando la carne se levanta para ator­mentarnos, ¿no te parece que es Él, el que “sabe tocar” el que aquieta esa naturaleza mala y rebelde? De la misma manera como David tocaba con su arpa cada vez que Saúl estaba entristecido y atormentado por el espíritu malo de parte de Dios, que era el castigo de su desobediencia, hasta que tenía refrige­rio y estaba mejor y librado del espíritu malo, así nuestro David no deja de tocarnos hasta que nosotros mismos encontramos ese refrigerio. Ojalá que, en medio de nuestra más grande aflicción, turbación o desaliento, nosotros recordemos que nuestro amado David quiere sacar melodías dulces de nuestras vidas y en lugar de desanimarnos, abandonémonos en sus manos, porque El “sabe tocar”.
            “ES VALIENTE Y VIGOROSO”. En el mismo David encontramos los tipos más hermosos de esta va­lentía que mostró al tratar con sus enemigos. No sola­mente con sus enemigos, a quienes siempre venció por la ayuda y sabiduría que recibía de Dios, sino con las bestias fieras con quienes se encontraba cuando cuidaba las ovejas de su padre. Cuando fue al encuentro del Filisteo se asombró de las palabras con que provocaba este Filisteo incircunciso a los escuadrones del Dios viviente, y dijo a Saúl que él iría a pelear con él, Saúl le dice: “No podrás tú ir contra aquel Filisteo, para pelear con él; porque tú eres mozo, y él un hombre de guerra desde su juventud” (1 S. 17.33); y David le responde: “Tú siervo era pastor en las ovejas de su padre, y venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la manada, y salía yo tras él. y heríalo, y librábale de su boca: y si se levantaba contra mí, yo le echaba mano de la quijada, y lo hería y mataba. Fuese león, fuese oso, tu siervo lo mataba: pues este Filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha provocado al ejército del Dios viviente. Y añadió David: Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este Filisteo”. Por la historia relatada en el capítulo 17, encontramos la victoria que Dios le dio por su valentía al pelear con este Filisteo.          
            También en toda su historia encontramos sus grandes victorias contra los mismos Filisteos y otros de sus enemigos; de tal manera fue valiente que todo Israel podía saber que él hacía las guerras de Jehová. De la misma manera nuestro David fue valiente para vencer a sus enemigos. Primeramente, mostró su valor cuando tenía que encon-trarse con los Fariseos y escribas, quienes lo condenaban por su rectitud y fidelidad para las cosas de su Padre. Después, cuando iba a la cruz, sabiendo lo que le esperaba, dijo a sus discípulos: “He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte: y le entregarán a los Gentiles para que le escarnezcan, y azoten, y crucifiquen; más al tercer día resucitará” (Mt. 20.18,19). Él, como aquel Benaías que mató dos leones de Moab y descendió tam­bién e hirió un león en medio de un foso en tiempo de nieve; vino a este mundo, venció la carne y el mundo, pero también descendió para matar aquel gran león “que tenía el imperio de la muerte, es a saber, al diablo” (He 2.14), y despojó los principados y las potes­tades, sacándolos “a la vergüenza en público, triun­fando de ellos. en sí mismo” (Col. 2.15). Hecho nuestro sustituto, venció al pecado, y “habiendo hecho purgación de nuestros pecados por sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (He. 1.3). El Salmo. 24.8-10, hablándonos de Él, nos dice: “¿Quién es este Rey de gloria? Jehová el fuerte, y valiente, Jehová el poderoso en batalla, Alzad, oh puertas, vues­tras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria. ¿Quién es este Rey de glo­ria? Jehová dé los ejércitos, él es el Rey de la gloria. (Selah)”. Allí, a la diestra del Padre está sentado nuestro David, habiendo hecho todas las guerras de Jehová, esperando que Dios ponga a sus enemigos debajo de sus pies (Sal. 110.1). Él es el que nos libra en todas nuestras batallas contra el mundo, la carne y el diablo, porque tiene la sabiduría y valentía para vencer a nuestros enemigos.
M. K.
Contendor Por la fe,  1944

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