lunes, 18 de mayo de 2020

ÚLTIMAS SENTENCIAS DEL SEÑOR EN EL SERMÓN DEL MONTE


Mateo capítulo 7

  •     No es por la puerta ancha, sino por la puerta estrecha que se llega al cielo.  (Mateo 7:13,14)
  •       No es tanto el vestido, sino el mensaje del profeta, v. 15.
  •       No es tanto la apariencia del árbol, sino los frutos que da el árbol, vv. 16,17
  •       Mas no solamente el fruto, sino la calidad del fruto, v. 19
  •       No es el que dice, sino el que hace, vv. 20,21
  •       Más aun del que oye es el que hace, vv. 24,27
  •      No es el que emociona, sino el que convence, convierte y cambia los corazones, vv. 28,29.

            Ya era tiempo de hacer conocer a las gentes que para entrar en la vida era necesario un cambio de vida, un nuevo nacimiento, una decisión absoluta de abandonar el camino ancho y entrar por la puerta estrecha. El Señor no dio cabida a la neutralidad ni a la indiferencia; tampoco a las altas y bajas temperaturas, como ser santo en la iglesia y diablo en la casa. O se está en el camino angosto que lleva arriba, o se está en el camino espacioso que lleva a la perdición.
            En este cambio de vida, el Señor hace una alerta a guardarse de los falsos profetas. El creyente espiritual procura mantenerse en comunión con su Señor para no ser engañado. Siendo guiado por el Espíritu, no cree a todo espíritu, sino prueba los espíritus si son de Dios, porque muchos falsos profetas son salidos en el mundo. (1 Juan 4:1)
            Son muchas las advertencias de la Palabra de Dios a la vigilancia, para no ser llevados por las nuevas ideas de los hombres, las diversas doctrinas y las corrientes que contemporizan con los últimos tiempos. (Mateo 24:24,26; Hechos 20:28-30; Efesios 4:14; Hebreos 13:9; 2 Pedro 2:1-3; 1 Juan 2:18-23)
            El Señor no llama a ninguno en vano. Al ocuparle en su servicio, es para que lleve fruto, y su fruto permanece. (Juan 15:16) Como por los frutos es conocido el árbol, asimismo por los frutos de la nueva vida es conocido el discípulo de Cristo. ¿Qué mérito tiene un árbol de opulencia y lozanía, pero sin fruto? El Señor, teniendo hambre, fue a la higuera, pero no encontró fruto sino hojas solamente. (Mateo 21:18,19) Las plantas que nacen bajo los árboles umbrosos son canijas y se mueren; les falta la luz del sol que vivifica.
            El creyente que no da fruto no tiene ninguna influencia sobre los demás. “Ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí.” (Romanos 14:17) Tengo en mente un árbol de naranjas que conozco. Su tronco es viejo, feo y canoso; ya no da mucho fruto. Pero, haya verano o invierno, siempre se aparece con poca cara. ¡Pero qué dulces son! El Señor no va a recompensar a sus siervos por la cantidad, sino por la constancia y fidelidad. (Mateo 25:23)
            El Señor pide no solamente el fruto, más la calidad del fruto. “Todo aquel que lleva fruto, le limpiará, para que lleve más fruto.” (Juan 15:2) El Señor fue templando a su siervo Abraham por medio de las pruebas, a medida que le pedía más fruto como prueba de su amor. Abraham le iba complaciendo y agradando hasta la prueba final de conseguir su diploma: Amigo de Dios. Hay los que se acostumbran a una rutina, que pudiendo dar más o hacer más, no lo hacen, y se estrechan en sus propias entrañas.
            El Señor tiene más complacencia con la obediencia que con el sebo de los carneros. (1 Samuel 15:22) Promesas, protestas, propósitos y palabras no llegan a ninguna parte. El que hace la voluntad del Señor entrará en el reino de los cielos. Del Señor se dice: “Todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y enseñar,” (Hechos 1:1) y muchos han seguido su ejemplo. “Si soy Señor, ¿qué es de mi temor?” (Malaquías 1:6)
            Puede haber afectación de humildad en los que parecen oír, pero no están dispuestos a hacer lo que el Señor dice. Parece que Jonás oyó el mensaje del Señor, pero se fue por otro camino. (Jonás 1:1-3). Israel dijo: “Nosotros oiremos y haremos... ¡Quién diera que tuviesen tal corazón que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos!” (Deuteronomio 5:27-29) Con todo esto, desobedecieron, y su casa vino a ser como edificada en arena.
            Pablo oyó y dijo: “Señor, ¿qué quieres que haga?” y de inmediato aquel hombre empezó a edificar su casa sobre aquel fundamento. “Cavó y ahondó.” Le costó, pero halló la Roca que le hizo perito arquitecto en el edificio; véase 1 Corintios 3:9-11.
            En fin: la doctrina que oyó el pueblo aquel día llegó muy profundo en sus almas:” Nunca ha hablado hombre, así como este hombre.” (Juan 7:46) Con razón el Sermón del Monte es llamado la regla de oro. Desde aquel momento hasta hoy no ha habido doctrina más elevada, que levante al hombre de su ruina moral y espiritual, y le ponga en parangón con los ángeles, con los hijos de Dios por la redención que es en Cristo Jesús. (Apocalipsis 5:8)
José Naranjo, Revista “La Sana Doctrina”

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