Nacimiento y ofrenda
El
nacimiento de Isaac fue el cumplimiento de la promesa de Dios a Abraham. La
historia está en Génesis 18.9 al 13 y 21.1 al 3.
Al
principio Sara se rio en incredulidad, cuando Dios le dio la promesa, creyendo
ella que era demasiado vieja, y Él tuvo que reprenderla. Pero después ella
creyó, según Hebreos 11.11: “Por la fe también la misma Sara, siendo estéril,
recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad,
porque creyó que era fiel quien lo había prometido”.
Dios mismo dio el nombre antes que
Isaac fuese engendrado. Esto nos hace pensar en la omnisciencia divina de haber
escogido a cada individuo en el cuerpo místico de Cristo “desde antes de la
fundación del mundo”, Efesios 1.4.
El nombre
quiere decir “risa”, y ciertamente el nacimiento de ese niño fue causa de
alegría para Sara y Abraham. Fue demostrado que lo que por la naturaleza es
imposible, es posible para Dios. Nunca debemos limitar el poder suyo, y podemos
pedirle grandes cosas con tal que sean conformes a su voluntad y para su
gloria.
En Génesis
22 vemos la crisis mayor en la vida de Isaac, y ¡qué admiración sentimos por
él! Era de unos veinte años de edad, fuerte para llevar aquella carga de leña
hasta la cumbre. Sin embargo, él no intentó huir ni resistió a su padre cuando
éste le ató al altar. En esto Isaac es un tipo de nuestro Señor, de quien el
profeta escribió: “Yo no fui rebelde, ni me volví atrás”, Isaías 50.5.
Matrimonio
En Génesis 24 tenemos la bella historia de cómo Isaac
recibió a su esposa Rebeca. Dios arregló todo de acuerdo con el deseo de
Abraham y las oraciones de su mayordomo fiel. Es una lección para quien
contemple el matrimonio, en el sentido que uno puede y debe poner todo en manos
de Dios para conseguir el cónyuge idóneo. La oración y el Espíritu Santo son
los medios, y no el seguir las apariencias ni el gusto de la carne.
La
decisión de Rebeca fue admirable. Ella estaba dispuesta a emprender el largo
viaje, despidiéndose de su familia para siempre.
El
mayordomo es tipo del Espíritu Santo, como hemos sugerido ya. El acompañó a la
señorita en todo el camino, sin duda animándola y dándole una descripción de su
novio. El Espíritu se llama el Consolador, palabra que en el griego significa
uno que anda al lado de otro.
El Espíritu Santo nos revela las
excelencias y los propósitos de nuestro Señor y llena nuestros corazones con la
esperanza gloriosa de su pronta venida a buscarnos. Al fin del viaje Isaac
estaba allí esperando a la suya. Le introdujo a la casa de su madre, ya difunta
ella, y la amó. Es de notar que Isaac nunca buscó otra mujer, como hicieron los
otros patriarcas, sino que se contentó con Rebeca toda su vida.
Conducta
“Subió de Beerseba [el
pozo del juramento]. Y se le apareció Jehová aquella noche, y le dijo: Yo
soy el Dios de Abraham tu padre; no temas, porque yo estoy contigo, y te
bendeciré, y multiplicaré tu descendencia por amor de Abraham mi siervo. Y
edificó allí un altar, e invocó el nombre de Jehová, y plantó allí su tienda; y
abrieron allí los siervos de Isaac un pozo”, 26.23 al 25.
A Isaac le
fue quitado el temor, y él recibió la promesa de la presencia divina y de
bendición en cuanto a prole. El proceder del patriarca consta de cuatro acciones:
(1) edificó un altar; (2) invocó el nombre de Dios como su soberano; (3)
levantó su tienda, insignia de peregrino; (4) abrió un pozo para refrigerio.
Hablando
espiritualmente, estos pasos representan el aprecio cuádruple que el creyente
tiene de su Señor: (1) el altar: Cristo como su Salvador y la obra de la cruz,
por la cual puede acercarse y gozar de comunión con el Padre; (2) “Invocó el
nombre de Jehová”: la confesión de Cristo como Señor y dueño de su vida, y la
oración; (3) la tienda: una figura de Cristo en su vida terrenal, el Verbo
hecho carne, quien “habitó” entre nosotros. Vimos su gloria, lleno El de gracia
y verdad, separado de la política y la sociedad mundana. (4) el pozo: Cristo
como el manantial inagotable de la vida, fuente de bendición y satisfacción
para los suyos.
La última
palabra del apóstol a los santos, en 2 Pedro 3.18, fue: “Creced en la gracia y
el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. Nuestro aprecio de él
debe manifestarse en nuestro servicio. Que sea así.
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