sábado, 10 de octubre de 2020

Lecciones espirituales de la vida de Isaac

 

Nacimiento y ofrenda

El nacimiento de Isaac fue el cumplimiento de la promesa de Dios a Abraham. La historia está en Génesis 18.9 al 13 y 21.1 al 3.

            Al principio Sara se rio en incredulidad, cuando Dios le dio la promesa, creyendo ella que era demasiado vieja, y Él tuvo que reprenderla. Pero después ella creyó, según Hebreos 11.11: “Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido”.

            Dios mismo dio el nombre antes que Isaac fuese engendrado. Esto nos hace pensar en la omnisciencia divina de haber escogido a cada individuo en el cuerpo místico de Cristo “desde antes de la fundación del mundo”, Efesios 1.4.

            El nombre quiere decir “risa”, y ciertamente el nacimiento de ese niño fue causa de alegría para Sara y Abraham. Fue demostrado que lo que por la naturaleza es imposible, es posible para Dios. Nunca debemos limitar el poder suyo, y podemos pedirle grandes cosas con tal que sean conformes a su voluntad y para su gloria.

            En Génesis 22 vemos la crisis mayor en la vida de Isaac, y ¡qué admiración sentimos por él! Era de unos veinte años de edad, fuerte para llevar aquella carga de leña hasta la cumbre. Sin embargo, él no intentó huir ni resistió a su padre cuando éste le ató al altar. En esto Isaac es un tipo de nuestro Señor, de quien el profeta escribió: “Yo no fui rebelde, ni me volví atrás”, Isaías 50.5.

 

Matrimonio

En Génesis 24 tenemos la bella historia de cómo Isaac recibió a su esposa Rebeca. Dios arregló todo de acuerdo con el deseo de Abraham y las oraciones de su mayordomo fiel. Es una lección para quien contemple el matrimonio, en el sentido que uno puede y debe poner todo en manos de Dios para conseguir el cónyuge idóneo. La oración y el Espíritu Santo son los medios, y no el seguir las apariencias ni el gusto de la carne.

            La decisión de Rebeca fue admirable. Ella estaba dispuesta a emprender el largo viaje, despidiéndose de su familia para siempre.

            El mayordomo es tipo del Espíritu Santo, como hemos sugerido ya. El acompañó a la señorita en todo el camino, sin duda animándola y dándole una descripción de su novio. El Espíritu se llama el Consolador, palabra que en el griego significa uno que anda al lado de otro.

            El Espíritu Santo nos revela las excelencias y los propósitos de nuestro Señor y llena nuestros corazones con la esperanza gloriosa de su pronta venida a buscarnos. Al fin del viaje Isaac estaba allí esperando a la suya. Le introdujo a la casa de su madre, ya difunta ella, y la amó. Es de notar que Isaac nunca buscó otra mujer, como hicieron los otros patriarcas, sino que se contentó con Rebeca toda su vida.

Conducta

“Subió de Beerseba [el pozo del juramento]. Y se le apareció Jehová aquella noche, y le dijo: Yo soy el Dios de Abraham tu padre; no temas, porque yo estoy contigo, y te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia por amor de Abraham mi siervo. Y edificó allí un altar, e invocó el nombre de Jehová, y plantó allí su tienda; y abrieron allí los siervos de Isaac un pozo”, 26.23 al 25.

            A Isaac le fue quitado el temor, y él recibió la promesa de la presencia divina y de bendición en cuanto a prole. El proceder del patriarca consta de cuatro acciones: (1) edificó un altar; (2) invocó el nombre de Dios como su soberano; (3) levantó su tienda, insignia de peregrino; (4) abrió un pozo para refrigerio.

            Hablando espiritualmente, estos pasos representan el aprecio cuádruple que el creyente tiene de su Señor: (1) el altar: Cristo como su Salvador y la obra de la cruz, por la cual puede acercarse y gozar de comunión con el Padre; (2) “Invocó el nombre de Jehová”: la confesión de Cristo como Señor y dueño de su vida, y la oración; (3) la tienda: una figura de Cristo en su vida terrenal, el Verbo hecho carne, quien “habitó” entre nosotros. Vimos su gloria, lleno El de gracia y verdad, separado de la política y la sociedad mundana. (4) el pozo: Cristo como el manantial inagotable de la vida, fuente de bendición y satisfacción para los suyos.

            La última palabra del apóstol a los santos, en 2 Pedro 3.18, fue: “Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. Nuestro aprecio de él debe manifestarse en nuestro servicio. Que sea así.

No hay comentarios:

Publicar un comentario