Dios nunca se dejó a si mismo sin testimonio en la tierra. En las épocas más oscuras de la historia humana el Señor ha levantado y mantenido un testimonio para sí. Ni la persecución ni la corrupción han podido destruirlo enteramente. En los días antediluvianos, cuando la tierra estaba llena de violencia y toda carne habla corrompido sus caminos, Jehová tenía un Enoc y un Noé para actuar como sus portavoces. Cuando los hebreos fueron reducidos a una esclavitud abyecta en Egipto, el Altísimo envió a Moisés y Aarón como embajadores suyos; y en cada período subsiguiente de su historia les fue enviando un profeta tras otro. Así ha sido también durante el curso de la historia de la Cristiandad: en los días de Nerón…la lámpara de la verdad nunca se ha extinguido. Asimismo, en este texto de I Reyes 17 contemplamos de nuevo la fidelidad inmutable de Dios a su pacto al sacar a escena a uno que era celoso de Su gloria y que no temía el denunciar a Sus enemigos.
Después de
habernos detenido a considerar el significado de la misión particular que Elías
ejerció, y de haber contemplado su misteriosa personalidad, pensemos ahora en
el significado de su nombre. Es por demás sorprendente y revelador, ya que
Elías puede traducirse por «mi Dios es Jehová», o «Jehová es mi Dios». La
nación apóstata había adoptado a Baal como su deidad, pero el nombre de nuestro
profeta proclamaba al Dios verdadero de Israel. Podernos llegar a la conclusión
segura, por la analogía de las Escrituras, que fueron sus padres quienes le
pusieron este nombre, probablemente bajo un impulso profético o como
consecuencia de una comunicación divina. Los que están familiarizados con la
Palabra de Dios, no considerarán ésta una idea caprichosa. Lamec llamó a su
hijo Noé, "diciendo: Éste nos aliviará (o será un descanso para nosotros)
de nuestras obras» (Génesis 5:29) -Noé significa «descanso» o «consuelo»-. José
dio a sus hijos nombres expresivos de las diferentes provisiones de Dios
(Génesis 41:51,52)…
Fácilmente
se echa de ver con cuanta exactitud el nombre de Elías correspondía a la misión
y el mensaje del profeta; y ¡cuánto estímulo debía proporcionarle la meditación
del mismo! También podemos relacionar con su nombre sorprendente el hecho de
que el Espíritu Santo designara a Elías «tisbita», que significativamente
denota el que es extranjero. Y debemos anotar, también, el detalle adicional de
que fuera "de los moradores de Galaad", que significa rocoso debido a
la naturaleza montañosa de aquella tierra. En la hora crítica, Dios siempre
levanta y usa tales hombres: los que están dedicados completamente a Él,
separados del mal religioso de su tiempo, que moran en las alturas; hombres que
en medio de la decadencia más espantosa mantienen en sus corazones el
testimonio de Dios.
«Entonces
Elías tisbita, que era de los moradores de Galaad, dijo a Acab: Vive Jehová
Dios de Israel, delante del cual estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos
años, sino por mi palabra» (I Reyes 17:1). Este suceso memorable ocurrió unos
ochocientos sesenta años antes de Cristo. Pocos hechos en la historia sagrada pueden
compararse a éste en dramatismo repentino, audacia extrema, y en la
sorprendente naturaleza del mismo. Un hombre sencillo, solo, vestido con
humilde atavío, apareció sin ser anunciado ante el rey apóstata de Israel como
mensajero de Jehová y heraldo de juicio terrible. Nadie en la corte debía saber
demasiado de él, si acaso alguno le conocía, ya que acababa de surgir de la
oscuridad de Galaad para comparecer ante Acab con las llaves del cielo en sus
manos. Tales son, a menudo, los testigos de su verdad que Dios usa. Aparecen y
desaparecen a su mandato; y no proceden de las filas de los influyentes o los
instruidos. No son producto del sistema de este mundo, ni pone este laurel en
sus cabezas…
Elías fue
llamado a comunicar el mensaje más desagradable al hombre más poderoso de todo
Israel; pero, consciente de que Dios estaba con él, no titubeó en su tarea.
Enfrentándose súbitamente a Acab, Elías le hizo ver de manera clara que el
hombre que tenía delante no le temía, por más que fuera el rey. Sus primeras
palabras hicieron saber al degenerado monarca de Israel que tenla que vérselas
con el Dios viviente. «Vive Jehová Dios de Israel», era una afirmación franca
de la fe del profeta, y al mismo tiempo dirigía la atención de Acab hacia Aquel
a quien había abandonado. «Delante del cual estoy» (es decir, del cual soy
siervo; véase Deuteronomio 10:8; Lucas 1:19), en cuyo nombre vengo a ti, en
cuya veracidad y poder incuestionable confío, de cuya presencia inefable soy
consciente, y al cual he orado y me ha respondido.
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