sábado, 10 de octubre de 2020

MEDITACIÓN

 Fuera león o fuera oso, tu siervo lo mataba. Ese filisteo incir­cunciso será como uno de ellos, porque ha desafiado a los escuadrones del Dios viviente. (1 Samuel 17:36)


           


Tal fue el argumento de la fe. La mano que había librado a David de una dificultad, podía librarlo de otra. Él no se había jactado de su triunfo sobre el león y el oso. Nadie parece haber oído de esto antes; y él. sin duda, jamás habría hablado de eso tampoco, de no haber sido con el expreso propósito de mostrar sobre qué base sólida reposaba su confianza para la gran obra que iba a empren-der. Quería mostrar claramente que no lo iba a hacer con su propia fuerza. Así ocurrió con Pablo cuando fue arrebatado al tercer cielo. Durante catorce años, este secreto permaneció sepultado en el corazón del apóstol, y jamás lo habría divulgado, si no fuera porque los razonamientos carnales de los corintios lo habían obligado a ello.

            Ahora bien, estos dos ejemplos están llenos de instrucción prác­tica para nosotros. La mayoría de nosotros somos demasiado pro­pensos a hablar de nuestros pobres hechos o, por lo menos, a pen­sar en ellos. La carne tiene una fuerte tendencia a vanagloriarse en todo lo que exalta al yo; y si el Señor, a pesar de lo que somos, realiza algún pequeño servicio por medio nuestro, ¡cuán propensos somos a comunicarlo a los demás, en un espíritu de orgullo y auto- complacencia!

            Sin embargo, David guardó en su corazón el secreto de su triunfo sobre el león y el oso, hasta el momento en que se presentase la ocasión adecuada para hablar de ello. “Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo”. ¡Preciosa fe que cuenta con Dios para todo y que no confía para nada en la carne; que introduce a Dios en cada dificultad y nos conduce, con un corazón lleno de gratitud, a ocultar el yo y a dar al Señor toda la gloria! ¡Ojalá que nuestras almas puedan aprender cada día más de esta fe tan bendita!

C. H. Mackintosh

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