sábado, 10 de octubre de 2020

LA SEGUNDA EPÍSTOLA A TIMOTEO (9)

 


3. La senda del Piadoso en un Día de Ruina

 

Capítulo 2

(c) La senda de Dios para el individuo en un día de ruina (versículos 19-22)


(V. 19). Habiendo predicho la mala condición en que la Cristiandad caería, el apóstol ahora nos instruye de qué manera actuar en medio de la ruina. Antes de hacerlo él nos presenta dos grandes hechos para el consuelo de nuestros corazones:

         En primer lugar, independientemente de la magnitud del fracaso del hombre, "el fundamento de Dios está firme." El fundamento es la propia obra de Dios - cualquiera sea la forma que esta obra pueda tomar - ya sea el fundamento en el alma, o el fundamento de la iglesia en la tierra, por medio de los apóstoles y la venida del Espíritu Santo. Ningún fracaso del hombre puede anular el fundamento que Dios ha puesto, o evitar que Dios complete lo que Él ha comenzado.

         En segundo lugar, se nos dice para nuestro consuelo, "Conoce el Señor a los que son suyos", y, como alguien ha dicho, “Este conocimiento es nada menos que un conocimiento de corazón a corazón, una relación entre el Señor y los que son Suyos”. La confusión ha llegado a ser tan grande, creyentes e incrédulos se hallan en una asociación tan cercana, que, en lo que respecta a la masa, nosotros no podemos decir categóricamente quién es del Señor y quién no lo es. En una condición tal, que consuelo es saber que lo que es de Dios no puede ser desechado, y aquellos que son del Señor, aunque estén escondidos en la masa, a la larga no se pueden perder.

         La obra de Dios, y los que son del Señor, saldrán a la luz en "aquel día" al cual el apóstol alude una y otra vez en el curso de la Epístola (2 Timoteo 1: 12, 18; 2 Timoteo 4:8).

         Habiendo consolado nuestros corazones en cuanto al carácter permanente de la obra de Dios y la seguridad de aquellos que son del Señor, el siervo de Dios instruye al individuo de qué manera actuar entre las corrupciones de la Cristiandad.

         Después de la partida de los apóstoles, la decadencia comenzó rápidamente y ha continuado a través de los siglos hasta que, hoy en día, vemos en la Cristiandad la solemne condición predicha por Pablo. Además, como hemos visto, el apóstol no mantiene ninguna esperanza de recuperación por parte de la masa. Por el contrario, él nos advierte más de una vez que, con el paso del tiempo, habrá un incremento del mal. No sólo aumentarán "los discursos profanos y vacíos" (2 Timoteo 2:16 - VM), sino que los "hombres malos y los impostores irán de mal en peor." (2 Timoteo 3:13 - VM), y llegará el tiempo cuando los que componen la profesión cristiana "no soportarán la sana doctrina" y, "apartarán sus oídos de la verdad." (2 Timoteo 4: 3, 4 - LBLA).

         Si, como se nos muestra, no hay ninguna perspectiva de recuperación para la gran masa de la profesión cristiana, ¿cómo debe actuar el individuo que desea ser fiel al Señor? Esta pregunta profundamente seria es abordada y respondida por el apóstol en el importante pasaje que sigue a continuación - un pasaje que señala claramente la senda de Dios para el individuo en un día de ruina (versículos 19-22).

         Primeramente, notemos que no se nos dice que dejemos aquello que profesa ser la casa de Dios en la tierra. Esto es imposible a menos que salgamos de la tierra o nos convirtamos en apóstatas. No debemos abandonar la profesión del cristianismo a causa de que, en manos de los hombres, esa profesión ha llegado a corromperse. Es más, no se nos dice que reformemos la profesión corrupta. A la Cristiandad, como un todo, ya no es posible reformarla. Sin embargo, si no debemos dejar la profesión, ni debemos procurar reformar la masa, ni establecernos quietamente y aprobar la corrupción asociándonos con ella, ¿cuál es el curso que deberíamos seguir?

         Habiendo consolado nuestros corazones el apóstol procede a presentar ante el creyente individual la senda en la cual Dios querría que caminara en un día de ruina. Podemos estar seguros que, no obstante, lo oscuro que sea el día, cuán difíciles sean los tiempos, cuán grande sea la corrupción, nunca ha habido, ni nunca habrá, un período en la historia de la iglesia en la tierra cuando los piadosos son dejados sin instrucción en cuanto a la senda en medio de la ruina. Dios ha visto con anticipación la ruina, y Dios ha suministrado en Su palabra lo necesario para un día de ruina. Nosotros podemos, por no estar ejercitados, no discernir la senda; por carecer de fe, podemos vacilar en tomarla; a pesar de todo, la senda de Dios está señalada para nosotros tan claramente en el día más oscuro como en el más resplandeciente.

         Entonces, si Dios ha señalado una senda para Su pueblo en un día de ruina, es evidente que no se nos deja que inventemos una senda o que simplemente hagamos lo mejor que podamos hacer. Nuestra parte es procurar discernir la senda de Dios y entrar en ella en la obediencia de la fe, buscando al mismo tiempo la gracia de Dios que nos mantenga en la senda.

         La separación del mal es el primer paso en la senda de Dios. Si no puedo reformar los males de la Cristiandad, yo soy responsable de andar en orden. Aunque no puedo renunciar a la profesión del cristianismo, puedo, en efecto, separarme de los males de la profesión. Notemos cuidadosamente cuántas veces, bajo diferentes términos y diferentes maneras, se insta a la separación del mal en la Epístola. El Apóstol dice:

 

·         "Evita los discursos profanos y vacíos." - 2 Timoteo 2:16, VM;

·         "Apártese de iniquidad" - 2 Timoteo 2:19;

·         "Si pues se purificare alguno de éstos" (de los instrumentos para usos viles) - 2 Timoteo 2:21 - VM.

·         "Huye también de las pasiones juveniles" - 2 Timoteo 2:22;

·         "Evita las cuestiones necias y nacidas de la ignorancia" - 2 Timoteo 2:23, VM;

·         "Apártate también de los tales" - 2 Timoteo 3:5, VM.

 

         En primer lugar, entonces, le corresponde a todo aquel que invoca el Nombre del Señor apartarse de la iniquidad. No debemos unir el Nombre del Señor con el mal en ninguna forma. La confusión y el desorden de la Cristiandad ha llegado a ser tan grande que, por un lado, podemos fácilmente juzgar mal que una persona no es del Señor, cuando en el fondo es un creyente verdadero - pero, "Conoce el Señor a los que son suyos." Por otro lado, aquel que confesa al Señor es responsable de apartarse de la iniquidad. Si él rechaza hacerlo, no puede quejarse si es juzgado mal. En un día de confusión ya no es suficiente que una persona confiese al Señor. Su confesión debe ser puesta a prueba. La prueba es, ¿nos sometemos a la autoridad del Señor separándonos de la iniquidad? Permanecer asociados con el mal y con el Nombre del Señor es unir Su Nombre con el mal.

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